El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (36 page)

BOOK: El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816)
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Durante bastante más de un año los negociadores americanos lucharon por lograr algo que pudieran aceptar. Al principio habían insistido en que cualquier acuerdo de paz debía incluir el abandono por los británicos del derecho de requisa, pero cuando Napoleón, abdicó y la causa americana parecía cada vez más desesperada, se renunció a esta exigencia. Siguiendo instrucciones de su gobierno, convinieron en aceptar un tratado de paz en el que no se mencionase la cuestión de las requisas.

Pero los británicos no eran fáciles de aplacar. En su opinión, los americanos los habían apuñalado por la espalda cuando luchaban contra la amenaza mundial que representaba Napoleón. Los británicos estaban decididos, por ello, a no permitir que los despreciados yanquis salieran de apuros demasiado fácilmente. Exigieron concesiones territoriales de todo género que los americanos no podían conceder. Las noticias del incendio de Washington hicieron aún más arrogante la actitud británica, pero poco después llegaron las noticias de los fracasos en el lago Champlain y en Baltimore, y el orgullo británico se desinfló repentinamente.

El gobierno británico se dirigió al duque de Wellington, que era su más grande general y había contribuido mucho a la derrota de Napoleón, y se le preguntó si se haría cargo de la guerra en América del Norte. Wellington dijo que lo haría si se le ordenaba, pero que sin el control de los lagos, no serviría de nada. Aconsejó firmar una paz sin cambios territoriales.

Así fue. El 24 de diciembre de 1814 se firmó un tratado de paz en Gante, en lo que ahora es Bélgica. El Tratado de Gante no hizo más que restaurar la situación anterior. No se mencionaba la requisa, no se resolvían los problemas comerciales ni se estipulaban cambios territoriales. Sin embargo, terminadas las guerras napoleónicas, era razonable esperar que la actitud británica ahora se ablandase; ya era suficiente con que hubiera paz. Los Estados Unidos, después de dos años y medio de más derrotas que victorias, no estaba con ánimo de pedir más.

Batalla en el sur

Pero hubo una seria dificultad. El Tratado de Gante no era legalmente obligatorio hasta no ser ratificado por ambos gobiernos y las noticias tardaban seis semanas en llegar a Washington, D. C. Si de algún modo la gente que estaba en los escenarios de combate se enteraba de que el tratado había sido firmado, las hostilidades activas cesarían, en espera de la ratificación, pero en 1814 no había ningún cable atlántico. La lucha continuó.

La tercera punta de la triple ofensiva británica, la dirigida contra Nueva Orleáns, estaba proyectada para comenzar en el otoño de 1814, y así fue.

Más aún, también Andrew Jackson estaba avanzando. Jackson fue con mucho la más colorida personalidad de ese período de la historia americana. En la adolescencia, había sido tomado prisionero por los británicos durante la Guerra Revolucionaria y fue golpeado en el rostro con un sable, de plano, por negarse a lustrar las botas de un oficial. Jackson raramente olvidaba una afrenta, de modo que fue antibritánico por el resto de su vida.

Después de la Guerra Revolucionaria, vivió en Carolina del Norte, se hizo abogado y pronto se trasladó a Tennessee. Formó parte de la convención que elaboró un proyecto de constitución para el nuevo Estado, y luego, en su representación, estuvo un tiempo en cada una de las cámaras del Congreso. Retornó a Nashville, donde fue juez, y se sintió brevemente atraído por las suaves ideas de Aaron Burr. Tan pronto como Jackson se dio cuenta de que Burr planeaba cometer una traición, le retiró su apoyo.

Cuando estalló la Guerra de 1812, Jackson, quien fue puesto al mando de la milicia de Tennessee, echaba espuma por la boca de ansias de enfrentarse con los ingleses. Cuando finalmente se le asignó una tarea, sin embargo, fue la de combatir a los indios creeks.

La triunfal conclusión de esta campaña y el tratado por el cual los indios creeks cedían la mayor parte de lo que es ahora el Estado de Alabama a los Estados Unidos hicieron de Jackson un héroe del oeste. Impacientemente, avanzó hacia el sur para enfrentarse con los británicos.

Era seguro en 1814 que los británicos atacarían en el sur y su objetivo sería, finalmente, Nueva Orleáns. Pero Jackson pensó que la mejor estrategia para los británicos era apoderarse de una base en la costa del golfo, quizá Mobile o, mejor aún, Pensacola, en la Florida española, y desde allí atacar en el Mississippi al norte de Nueva Orleáns, a fin de tomar este rico puerto por sofocación.

Con esta idea, y en contra de las instrucciones (raramente prestaba atención a las instrucciones), estableció una base propia en Mobile y, dirigiéndose al este, invadió Florida y colocó una fuerza de ocupación en Pensacola, el 7 de noviembre de 1814. Su razonamiento era que España, en la guerra contra Napoleón, era la aliada de Gran Bretaña, y el aliado de nuestro enemigo también es nuestro enemigo.

La ofensiva británica se inició el 26 de noviembre, cuando una flota que transportaba 7.500 soldados veteranos británicos abandonó las Antillas y se dirigió al golfo de México. Al frente de esas tropas estaba el general Edward Pakenham, cuya hermana estaba casada con el duque de Wellington.

Jackson tardó un poco en comprender que los británicos se dirigían directamente a Nueva Orleáns y no iban a intentar primero establecer una base en la costa del golfo. Cuando esto estuvo claro, Jackson se abalanzó al oeste, a Baton Rouge, a ciento treinta kilómetros (noroeste de Nueva Orleáns, para esperar los sucesos.

El 13 de diciembre, la flota británica entró en el lago Borne, una entrada del golfo de México, cuyo borde occidental estaba a sólo diecinueve kilómetros al este de Nueva Orleáns. Inmediatamente, Jackson lanzó su tropas a esta ciudad, colocó a ésta bajo la ley marcial ordenó rápidos ataques que desconcertaron a los británicos y construyó una línea defensiva al sudeste de la ciudad.

Mientras las dos partes maniobraban para ocupar posiciones, se firmó el Tratado de Gante. Pero esto nadie podía saberlo. El 8 de enero de 1815, diez días después de la firma del tratado, Pakenham lanzó el ataque. Envió 5.300 honbres contra los parapetos, detrás de los cuales había 4.500 hombres de Kentucky y Tennessee, cada uno con un rifle largo y todos expertos tiradores. Para los británicos, fue un suicidio; sencillamente, eran blancos animados.

Los fusileros americanos dispararon a su gusto y en media hora mataron o hirieron a 2.000 soldados británicos, a costa de 21 bajas propias. Tres generales, incluído Pakenham, se contaron entre los muertos.

Los británicos se retiraron y, después de un período de espera en el que permanecieron aturdidos, se reembarcaron el 27 de enero y se dispusieron a probar suerte en Mobile a fin de cuentas, cuando les llegaron las noticias del tratado de paz.

Aunque la batalla de Nueva Orleáns nunca se habría librado si los americanos hubiesen sabido que se había firmado el Tratado de Gante, en algunos aspectos fue la batalla de mayores consecuencias de la guerra.

En primer lugar, las noticias de la desproporcionada victoria llegaron al público americano antes que las noticias de la firma de la paz, lo cual dio a los Estados Unidos la sensación de haber ganado la guerra. Si el duelo entre el
Constitution
y el
Guerriére
había sido el Bunker Hill de la Guerra de 1812, y la batalla del lago Erie había sido equivalente a la de Saratoga, la batalla de Nueva Orleáns fue la análoga de la de Yorktown.

Después de eso, la noticia de una paz de compromiso que no resolvía ninguno de los puntos por los que se había librado la guerra no desalentó ni humilló a la nación. Las noticias del tratado llegaron a Nueva York el 11 de febrero de 1815, y el presidente Madison proclamó formalmente la paz el 17 de febrero. Para entonces, con la batalla de Nueva Orleáns en su haber, los americanos podían mirar a los británicos a los ojos y desafiarlos a que sostuvieran que la Guerra de 1812 había sido una derrota americana.

Otro estímulo del orgullo americano fue el asunto de los Estados de Berbería. El gobernante de Argelia había aprovechado la Guerra de 1812 para declarar la guerra a los Estados Unidos, apoderarse de barcos americanos y poner en prisión a ciudadanos americanos. Tan pronto como llegó la paz, Stephan Decatur fue enviado con diez barcos al Mediterráneo. El 30 de junio de 1815 obligó a Argelia a capitular y terminaron todos los problemas con los Estados de Berbería.

De hecho, las noticias de la batalla de Nueva Orleáns tuvieron un efecto aún más saludable sobre los británicos. En general, el público británico, que se enteró de la paz prácticamente tan pronto como se firmó, estaba muy insatisfecho. La gloria de haber derrotado a Napoleón y el hecho de que los británicos hubiesen incendiado Washington, D. C., les hizo pensar que no era aceptable nada menos que la victoria absoluta sobre los Estados Unidos. Consideraban que una paz de compromiso era una mezquina rendición. Si no hubiese ocurrido nada más, es posible que el resentimiento británico hubiese hecho inestable la paz.

Las noticias de la batalla de Nueva Orleáns tuvieron un efecto sosegador sobre la opinión pública británica. Las exigencias sedientas de sangre de aplastar a los americanos repentinamente parecieron sin sentido. Por añadidura, poco después de que llegasen las noticias de la derrota británica llegaron los informes de que Napoleón había abandonado la isla de Elba y desembarcado en Francia. De pronto, la guerra contra Napoleón se encendio nuevamente y los británicos tuvieron cuestiones mucho más serias en las cuales pensar que los yanquis del otro lado del mar.

El nuevo intento de Napoleón no duró mucho, y el 18 de junio de 1815 fue definitivamente aplastado por el duque de Wellington en la batalla de Waterloo. Esto era gloria suficiente para los británicos, y no necesitaban nada más a expensas de los Estados Unidos.

En verdad, la batalla de Waterloo anunció un período de casi exactamente un siglo en el que sólo hubo guerras locales, por lo general breves y no sangrientas, en Europa. Durante ese tiempo, Gran Bretaña siguió teniendo el dominio indiscutido de los mares y, detrás de la barrera de la armada británica, Estados Unidos pudo, por un siglo, crecer y desarrollarse sin mucho temor a la interferencia externa.

En la medida en que esto fue el resultado de la tolerancia británica nacida del efecto apaciguador de la batalla de Nueva Orleáns, esta batalla fue una de las más útiles jamás librada por los Estados Unidos y, si se consideran los sucesos del siglo XX, también por Gran Bretaña.

Las consecuencias de la paz

En 1815, puede decirse imparcialmente que Estados Unidos se había demostrado a sí mismo que su nacimiento había sido un éxito y que había sobrevivido a su infancia crítica. Nunca volvería a estar en peligro por causa de una potencia extranjera, y tan ciertamente parecía ser esto el resultado de haber salido a salvo de la Guerra de 1812 que esta guerra es llamada a veces «la Segunda Guerra de la Independencia». Por esta razón, es un punto conveniente para dar fin a un libro titulado El nacimiento de los Estados Unidos.

Durante un tiempo después de 1815, debe de haber parecido que se había logrado internamente un éxito similar, pues, casi milagrosamente, las dimensiones partidistas empezaron a desaparecer y casi todos los americanos se hicieron republicanos demócratas.

Los federalistas habían cavado su propia tumba. Su encono contra la guerra fue suficientemente intenso como para que sus acciones parecieran traidoras. Se negaron a combatir en la guerra y no hicieron ningún secreto de su deseo de aumentar su poder a expensas del gobierno central, al que consideraban que estaba en las garras del sur y del oeste.

Durante todo 1814, cuando Gran Bretaña parecía lista para la cacería, fueron elegidos delegados de los cinco Estados de Nueva Inglaterra y, el 15 de diciembre de 1815, se reunieron en Hartford. La atmósfera nacional era sombría, pues la mayoría de la gente estaba segura de que los británicos pronto tomarían Nueva Orleáns y no había llegado aún ninguna noticia de que los británicos estuviesen suavizando sus exigencias territoriales.

La «Convención de Hartford» se reunió durante tres semanas, hasta el 5 de enero de 1815. Las figuras principales de la convención fueron George Cabot (nacido en Salem, Massachusetts, en 1752) y Harrison-Gray Otis (nacido en Boston, en 1765, y sobrino de James Otis).

La convención adoptó un conjunto de resoluciones que exigían un considerable debilitamiento del Gobierno Federal: un solo mandato para los presidentes, limitaciones a los reclutamientos y embargos militares, derechos restringidos para los ciudadanos naturalizados, etc. La exigencia más importante era la de que cada Estado usase los impuestos federales recaudados dentro de sus límites para su propia defensa.

Naturalmente, si cada Estado era responsable de su propia defensa, toda acción unida en tiempo de guerra sería imposible y la nación se desmembraría al menor roce del exterior. El Gobierno Federal no podía aceptar esto, a menos que ya hubiese sufrido una humillante derrota y careciese de todo poder.

Pero esto era lo que los hombres de la Convención de Hartford esperaban que ocurriera, y designaron a Otis para que encabezase una delegación que fuese a Washington para presentar sus exigencias al presidente Madison.

Como la Convención Constitucional, la de Hartford decidió mantener sus deliberaciones en secreto. Pero, considerando que eran tiempos de guerra y que Nueva Inglaterra era notoriamente desafecta, fue una actitud poco sensata. Los republicanos demócratas proclamaron ruidosamente que la Convención de Hartford estaba tramando una traición, y la nación en su conjunto lo creyó. ¿Por qué, si no, habían de ser tan sigilosos? Y aunque las resoluciones no constituían, en verdad, una traición abierta, es fácil creer que la delegación de Otis pretendía amenazar con la secesión si el presidente Madison no aceptaba sus concepciones.

La delegación de Otis no se preocupó por las acusaciones de traición, pero cuando estuvieron en Baltimore llegaron las noticias de la enorme victoria de Nueva Orleáns. De pronto, pensaron que el presidente Madison no se avendría a razones. Luego llegaron las noticias de una paz que dejaba totalmente intactos a los Estados Unidos y que, junto con la batalla de Nueva Orleáns, podía considerarse victoriosa. Ahora parecía que Madison ni siquiera hablaría con ellos.

Vagaron fútilmente durante un tiempo en Washington y luego, no pudiendo hacer nada, se marcharon. Ellos, junto con la Convención de Hartford y todos los federalistas de todas partes inspiraron algo que era mucho peor que el temor y la cólera: el ridículo y el desprecio.

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