—Ni hablar.
Peaches se lo piensa mejor.
—¿Qué estás haciendo, Callan? —lloriquea O-Bop.
Empieza a tender la mano hacia Una escopeta tirada sobre el viejo sofá.
—No me obligues a hacerte daño, Stevie —dice Callan. Sería espantoso, teniendo en cuenta que todo esto, todo esto, empezó cuando salvó la vida a O-Bop—. No quiero hacerte daño.
O-Bop decide que no quiere que le haga daño, porque su mano se queda inmóvil.
—¿Lo has meditado bien? —le pregunta Mickey.
No, piensa Callan, no he meditado nada bien. Solo que no voy a permitir que nadie mate a esta mujer. Con ella detrás retrocede hacia la puerta, con la pistola apuntada a sus ex camaradas.
—Si veo a alguno de vosotros, lo mato.
Salen.
—Sube —dice a Nora.
Se monta en la moto.
—Agárrate a mi cintura —dice Callan.
Y menos mal que lo hace, porque Callan pone en marcha la moto y salen disparados como un misil, levantando una espesa nube de polvo. Ella se sujeta con más fuerza cuando Callan se desvía por una pista de tierra que asciende la colina, mientras la rueda cujea en la tierra blanda. Detiene la moto en lo alto de la colina, un pedazo de tierra asolado por los fuertes vientos de Santa Ana, rodeado de espeso chaparral.
—Sujétate —dice.
Entonces Nora se siente caer.
Se lanzan colina abajo en caída libre.
Seguidos de disparos.
Callan hace caso omiso y se concentra en conducir la moto.
Deja atrás la choza, deja atrás algunos coches, deja atrás a los hombres agazapados detrás de los coches, que sacan sus armas, luego se agachan cuando el plomo destroza el cristal, pero Nora apenas puede ver nada, todo es confusión, y casi no puede oír los disparos, las balas que pasan zumbando junto a sus oídos, los gritos de sorpresa. Lo único que ve es la parte posterior del casco de Callan, mientras aplasta la cabeza contra su hombro y se sujeta. Es como si estuviera en un túnel de viento, y la fuerza del viento intenta arrancarla de la silla de la moto, a medida que aceleran, aceleran, aceleran.
Ha oscurecido durante su huida, la negrura se cierra a su alrededor en este túnel de velocidad. Sabe que están huyendo para salvar la vida, que corren hacia la vida, confían su destino al viento, confía en la espalda de este loco que conduce, la carretera de tierra la sacude, la impulsa de un lado a otro, de repente está en el aire, como un pájaro, como un pájaro, lanzada a toda velocidad hacia el cielo nocturno por un bache insignificante. Está volando, volando con él, las estrellas, las estrellas son hermosas, van a estrellarse, van a morir, su sangre manchará esta carretera de tierra, su sangre mezclada, siente que la sangre corre por sus venas, siente la de él, su sangre fluye mientras surcan el cielo nocturno, después aterrizan, la moto pierde el control y patina. Ella se sujeta con fuerza, no quiere morir sola, quiere morir con él en este largo tobogán que conduce a la muerte, este largo, lento, veloz tobogán que conduce al olvido, un momento de agonía, después nada, la nada, la paz. Siempre pensó que ascendías al cielo, pero caes, caes, caes, sigues cayendo, le agarra, le sujeta, le abraza, no me dejes morir sola no quiero morir sola y entonces Callan endereza la moto, corren de nuevo, el aire es frío alrededor de sus oídos, el cuero cálido contra la piel, contra su cara. Callan traza una profunda bocanada de aire y Nora jura que se oye reír sobre el rugido del motor (¿o es su corazón?), pero se oye reír y le oye reír, y luego todo es suave bajo las ruedas, suave y negro cuando tocan el asfalto, una hermosa y negra carretera norteamericana, una autopista norteamericana.
Las luces de la autopista son doradas en la noche.
Jimmy Peaches sale al porche.
Coge una lata de Dole recién abierta y una cuchara, y hay un hermoso gajo de luna plateada en el cielo, y es un buen momento para pensar.
Tal vez era esto lo que Callan tramaba desde el primer momento. O puede que la tía y él lo planificaran juntos cada vez que iba a llevarle una taza de té. Muy propio de Callan, siempre en plan lobo solitario.
A Sal no le hará gracia. Llamó dando instrucciones: Voy a reunirme con vosotros, no quiero que falte nadie. Bien, Scachi capturará a Callan y le dará una buena lección, para que no vuelva a joder a sus amigos. Hunde la cuchara en la lata.
Un gajo de melocotón salta en el aire.
El zumo cae sobre el pecho de Peaches.
Baja la vista, sorprendido de que la mancha sea de un rojo dorado, el color del ocaso. No sabía que hacían esa clase de melocotones. Nota el pecho pegajoso y caliente, y se pregunta por qué el sol se está poniendo dos veces hoy.
La siguiente bala le alcanza en plena frente.
O-Bop ve todo esto mientras mira por la ventana, a través de la pequeña tela mosquitera octogonal. Su boca forma una O perfecta cuando ve saltar los sesos de Peaches por la parte posterior de su cabeza y estrellarse contra la pared de la cabaña, y eso es lo único que ve cuando una bala entra por su boca abierta y estalla en su córtex cerebral.
Mickey le ve derretirse como nieve en primavera y pone la tetera al fuego. El agua está empezando a hervir en el fondo de la tetera cuando Scachi y dos pistoleros entran por la puerta, apuntándole con sus rifles.
—Sal.
—Mickey.
—Iba a tomar un té —dice Mickey.
Sal asiente.
La tetera silba.
Mickey vierte el agua en la taza desportillada y hunde la bolsa de té varias veces. La taza vibra cuando añade un poco de azúcar y leche, y después la cuchara golpea un costado de la taza cuando su mano temblorosa agita el té.
Se lleva la taza a la boca v toma un sorbo.
Después sonríe (es bueno y está caliente), y hace una señal con la cabeza a Sal.
Scachi le mata con rapidez y limpieza, pasa por encima del cuerpo y entra en el dormitorio.
Ella no está.
¿Dónde está Callan?
Su Harley ha desaparecido.
Joder.
Callan se ha llevado a la mujer, siempre a su puta bola, piensa Scachi. Y ahora tendré que seguir su pista.
Pero antes hay que hacer limpieza.
Al cabo de un par de horas, sus hombres han montado un laboratorio de metanfetamina en la cabaña. Entran el cuerpo de Peaches y rocían el interior con ácido yodhídrico, después se dirigen a la colina de enfrente y disparan un cartucho incendiario a través de la ventana.
Los bomberos están de suerte esta noche. Hay poco viento y el incendio del laboratorio de meta solo quema unas cinco hectáreas de hierba vieja y chaparral. No es tan negativo. De hecho, es positivo que haya un incendio como ese de vez en cuando.
Quema la hierba vieja.
Para que crezca hierba nueva en su lugar.
El amor es lo único que tenemos,
la única forma de poder ayudarnos mutuamente.
E
URÍPIDES
,
Orestes
Condado de San Diego
1998
Se levantan temprano y continúan huyendo.
—Hay gente que nos estará buscando —le explica Callan.
No me jodas, piensa Nora. Anoche, cuando pararon de correr y se detuvieron, ella exigió saber qué coño estaba pasando.
—Iban a matarte —contestó Callan.
Encontraron un motel barato algo apartado de la autopista y durmieron unas horas.
La despierta a las cuatro y dice que tienen que marcharse. Pero la cama es tan agradable y tibia que Nora se tapa la cara con la manta y descansa unos minutos más. De todos modos, Callan se está duchando. A través de las paredes baratas oye correr el agua.
Me levantaré cuando cierre el agua, piensa.
Lo siguiente que ella nota es que él le sacude el hombro y la despierta de nuevo.
—Tenemos que irnos. Nora se levanta, localiza el jersey y los tejanos que había tirado sobre la única silla de la habitación, y se los pone. —Voy a necesitar ropa nueva. —Ya la compraremos.
La mira sentada en la cama y no puede creer que esté con él. No puede creer lo que ha hecho, ignora cuáles serán las consecuencias, y le da igual. Es tan hermosa, incluso con aspecto cansado y la ropa arrugada y que huele. Pero huele a ella.
Nora termina de anudarse un zapato, alza la vista y le sorprende mirándola.
Siempre hace frío a las cuatro de la mañana. Aunque sea en pleno verano, en mitad de la selva del Amazonas, si te levantas de la cama a las cuatro de la mañana, aún hace frío, La ve temblar y le cede su chaqueta de cuero. —¿Y tú? —pregunta ella. —Estoy bien.
Acepta la chaqueta. Es demasiado grande, pero se envuelve con las mangas y la vieja chaqueta es suave y tibia, y experimenta la sensación de que son sus brazos lo que la están abrazando, como la abrazaron anoche. Los hombres le han regalado collares de diamantes, vestidos de Versace, pieles. Nada de eso la confortó tanto como esta chaqueta. Sube a la parte posterior de la moto y tiene que subirse las mangas para sujetarse. Se dirigen hacia el este por la interestatal 8. Por la carretera circulan sobre todo camiones, y algunas furgonetas llenas de
mojados
que van a trabajar a las granjas cercanas a Brawley Callan sigue conduciendo hasta que ve una desviación hacia algo llamado Sunrise Highway. Suena bien, piensa, y dobla hacia el norte. La carretera asciende zigzagueando por la empinada pendiente sur de Mount Laguna, deja atrás la pequeña ciudad de Descanso, y después corre a lo largo de la cumbre del risco, con espesos bosques de pinos a la izquierda y, cientos de metros más abajo, a su derecha, un desierto. Y el amanecer es espectacular.
Se detienen en una salida y ven el sol alzarse sobre el suelo del desierto, tiñéndolo de tonos que cambian del rojo al naranja, y después a una panoplia de marrones: tostado, beige, pardo y, por supuesto, arena. Vuelven a montar en la moto y continúan su camino, mientras el bosque da paso al chaparral, y después a largos tramos de tierra herbosa, y después llegan al borde de un lago, cerca del cruce con la autopista 79.
Callan tuerce al sur por la 79 y siguen el borde del lago hasta llegar a un pequeño restaurante que se alza junto al agua.
Callan para delante.
Entran.
El lugar es muy tranquilo: unos cuantos pescadores, un par de hombres con pinta de rancheros, que alzan la vista de sus platos cuando Callan y Nora entran. Eligen una mesa junto a la ventana, con vistas al pequeño lago. Callan pide dos huevos fritos, beicon y puré de patatas. Nora pide té y tostadas.
—Toma comida de verdad —dice Callan.
—No tengo hambre.
—Como quieras.
Nora no toca ni el té ni la tostada. Cuando Calían ha devorado los huevos, salen a dar un paseo por la orilla del lago.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunta Nora.
—Dar un paseo junto a un lago.
—Hablo en serio.
—Yo también.
Hay pinos al otro lado del lago. Sus agujas brillan en la brisa, que levanta pequeñas cabrillas en el agua.
—Me buscarán —dice Nora.
—¿Quieres que te encuentren? —pregunta Callan.
—No —contesta ella—. Durante un tiempo, al menos.
—A mí me gustaría vivir durante un tiempo —dice Callan—. No sé cómo acabará esto, pero quiero vivir durante un tiempo. ¿Estás de acuerdo?
—Sí —contesta ella—. Sí, estoy muy de acuerdo.
No obstante, Callan quiere tomar algunas precauciones.
—Tendremos que deshacernos de la moto —explica—. La buscaran, y canta demasiado.
Encuentran un vehículo nuevo en la 79, unos kilómetros al sur. Hay una vieja granja en una hondonada, al este de la autopista. Uno de esos clásicos patios delanteros de un blanco sucio, con coches viejos y piezas viejas diseminados ante un viejo establo, y unas chozas destartaladas que debían de ser gallineros. Callan gira por la carretera de tierra y frena la moto ante el establo, dentro del cual hay un tipo con la inevitable gorra de béisbol trabajando en un Mustang del 68. Es alto, flaco, de unos cincuenta años, aunque cuesta saberlo por culpa de la gorra.
Callan mira el Mustang.
—¿Cuánto pide por él?
—Nada —dice el tipo—. No está en venta.
—¿Vende alguno?
El tipo señala un Grand Am del 85 aparcado fuera.
—La puerta del lado del pasajero no se abre desde dentro. Hay que abrirla desde fuera.
Se acercan al coche.
—Pero ¿el motor funciona? —pregunta Callan.
—Oh, sí, el motor funciona muy bien.
Callan sube y gira la llave.
El motor resucita como Blancanieves después del beso.
—¿Cuánto? —pregunta Callan.
—No sé. ¿Mil cien?
—¿Permiso de circulación?
—Permiso de circulación, certificado de matriculación, matrícula. Todo eso.
Callan vuelve a la moto, saca veinte billetes de cien dólares de la silla y se los da al tipo.
—Mil por el coche. El resto por olvidar que nos ha visto.
El tipo acepta el dinero.
—Oiga, cada vez que no quiera que le vea venga a verme.
Callan da las llaves a Nora.
—Sígueme.
Le sigue hacia el norte por la 79 hasta Julian, donde giran al este por la 78, siguiendo el largo descenso hacia el desierto cruzan un tramo largo y liso, hasta que al fin Callan se desvía por una carretera de tierra y para a un kilómetro del final de la carretera en la boca de un cañón.
—Esto bastará —dice Callan cuando ella baja del coche en referencia a que el fuego no se propagará por la arena, y que no habrá nadie en los alrededores que vea el humo. Extrae un poco de gasolina del depósito extra y lo vierte sobre la Harley.
—¿Quieres despedirte? —pregunta a Nora.
—Adiós.
Tira la cerilla.
Contemplan la moto mientras arde.
—Un funeral vikingo —dice Nora.
—Solo que nosotros no somos los protagonistas. —Callan vuelve hacia el Grand Am, sube al asiento del conductor y le abre la puerta—. ¿Adónde quieres ir?
—A algún sitio bonito y tranquilo.
Callan piensa. Si alguien descubre el esqueleto de la moto y lo relaciona con nosotros, pensará que nos hemos dirigido hacia el este, atravesando el desierto, para coger un avión desde Tucson o Phoenix, o quizá Las Vegas. Así que, cuando regresan a la autopista, retrocede hacia el oeste.
—¿Adónde vamos? —pregunta Nora. En realidad, le da igual. Es pura curiosidad.
Lo cual está muy bien, porque él contesta: