Es culpa mía, piensa Art.
Yo he provocado su desgracia.
Lo siento, piensa Art. Lo siento muchísimo. Se inclina sobre la madre y el niño, hace la señal de la cruz y susurra:
—In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.
—
El poder del perro
—oye murmurar a un poli mexicano.
El poder del perro.
When you're headin'for the border lord,
you're bound to cross the line.
K
RIS
K
RISTOFFERSON
, «Border Lord»
Distrito de Putumayo
Colombia
1998
Art entra en el campo de coca destruido y arranca una hoja marchita y amarillenta de su tallo.
Plantas muertas o personas muertas, piensa.
Soy un agricultor de los campos sembrados de muertos. Mi única herramienta para la cosecha estéril que cultivo es la guadaña. Mi paisaje, la devastación.
Art está en Colombia, en misión de recopilar información para el Comité Vertical, con el fin de asegurar que la CIA y la DEA canten la misma canción en el Congreso. Las dos agencias y la Casa Blanca están intentando ganarse el apoyo del Congreso para el Plan Colombia, una ayuda de diecisete mil millones de dólares para Colombia destinados a destruir el tráfico de cocaína en su origen, los campos de coca de la selva del distrito de Putumayo, al sur de Colombia. La ayuda significa más dinero para defoliantes, más dinero para aviones, más dinero para helicópteros.
Viajaron en uno de esos helicópteros desde Cartagena hasta la ciudad de Puerto Asís, junto al río Putumayo, en la frontera con Ecuador. Art descendió por el río, una franja marrón cenagosa que atravesaba el verde intenso, casi asfixiante, de la selva, y se detuvo sobre un muelle tambaleante donde cargan canoas largas y estrechas (el medio de transporte principal de una zona que cuenta con escasas carreteras) con plátanos y haces de leña. Javier, su acompañante, un joven soldado de la Brigada Veinticuatro, bajó corriendo la orilla para reunirse con él. Joder, pensó Art, este chico no tendrá más de dieciséis años.
—No puede cruzar el río —le dijo Javier.
Art no estaba pensando en cruzar, pero preguntó:
—¿Por qué?
Javier señaló la orilla sur del río.
—Eso es Puerto Vega. Territorio de las FARC.
Estaba claro que Javier tenía muchas ganas de alejarse de la orilla, de modo que Art regresó con él a territorio «seguro». El gobierno controla Puerto Asís y la orilla norte del río en los alrededores de la ciudad, pero al oeste de aquí, incluso en el lado norte, se encuentra la ciudad de Puerto Calcedo, controlada por las FARC.
Pero Puerto Asís es territorio de las AUC.
Art lo sabe todo acerca de las Autodefensas Unidas de Colombia. Las AUC fueron creadas por el antiguo señor de la cocaína Fidel Cardona, alias Rambo. Cardona dirigía un escuadrón de la muerte de extrema derecha desde su rancho de Las Tangas, al norte de Colombia, en los tiempos en que todo iba bien para el cártel de Medellín. Entonces Cardona traicionó a Pablo Escobar y ayudó a la CIA a detenerle, una hazaña gracias a la cual se le perdonaron todos sus delitos relacionados con la cocaína. Cardona tomó su nueva alma purificada y se dedicó a la política a tiempo completo.
Las AUC solían actuar en la parte norte del país. Su entrada en el distrito de Putumayo es un acontecimiento reciente. Pero cuando lo hizo, lo hizo con fuerza, y Art ve pruebas de ello por todas partes.
Vio a los paramilitares de extrema derecha por todo Puerto Asís con sus uniformes de camuflaje y boinas, atravesando la ciudad en camiones, deteniendo a transeúntes, registrándolos o blandiendo sus M-16 y
machetes
.
Lo cual equivalía a enviar un mensaje a los
campesinos
, pensó Art: Esto es territorio de las AUC y podemos hacer con vosotros lo que nos dé la gana.
Javier le estaba guiando a toda prisa hacia un convoy de vehículos del ejército, en la calle principal. Art vio a John Hobbs de pie junto a uno de los jeeps, pateando el suelo con impaciencia. Necesitamos una escolta militar para internarnos en el campo, pensó Art.
—Tenemos que darnos prisa, señor —dijo Javier.
—Claro —contestó Art—. Pero necesito beber algo.
El calor era opresivo. La camisa de Art ya estaba empapada de sudor. El soldado le condujo hasta un puesto de una calle lateral, donde Art compró dos latas calientes de Coca-Cola, una para él y otra para el soldado. La propietaria del puesto, una anciana, le preguntó algo en el dialecto local que Art no entendió.
—Quiere saber cómo va a pagar —explicó Javier—. ¿Con dinero o con cocaína?
—¿Cómo?
Aquí, la coca es como el dinero, explicó el soldado. Los habitantes llevan pequeñas bolsas de polvo, del mismo modo que otros llevan calderilla. Casi todo el mundo paga con cocaína. Pagar un refresco con cocaína, pensó Art mientras sacaba unos billetes arrugados del bolsillo. Coca a cambio de Coca. Sí, aquí estamos ganando la Guerra contra las Drogas.
Dio al soldado una lata, y después continuaron el recorrido turístico.
Ahora está sentado en un campo de coca arrasado y frota la superficie de una hoja con el pulgar. Está pegajosa, y se vuelve hacia el representante de Monsanto que revolotea a su alrededor como un mosquito.
—¿Están mezclando Cosmo-Flux con el Roundup?
Roundup Ultra es el nombre de una marca de glifosato defoliante, que él ejército colombiano, con el patrocinio de asesores norteamericanos, rocía desde aviones que vuelan bajo, protegidos por helicópteros.
Por más que cambien las cosas, piensa Art... Primero Vietnam, después Sinaloa, ahora Putumayo.
—Bien, sí, así se pega mejor a las plantas —dice el representante de Monsanto.
—Sí, pero también aumenta el riesgo tóxico para la gente, ¿verdad?
—Bien, tal vez en grandes cantidades —dice el tipo—, pero aquí estamos utilizando dosis pequeñas de Roundup, y el Cosmo-Flux consigue que esa pequeña cantidad sea mucho más eficaz. Resultados mucho mejores a cambio de su dinero.
—¿Qué cantidades están utilizando aquí?
El tipo de Monsanto no lo sabe, pero Art no ceja hasta obtener la respuesta. Paran a uno de los pilotos, abren su depósito y lo averiguan. Después de tenaces preguntas, y de intimidar a los tipos que llenan el depósito, Art descubre que están utilizando diez litros por hectárea. La literatura de Monsanto recomienda dos litros por hectárea como dosis máxima no tóxica.
—¿Cinco veces la dosis no tóxica? —pregunta Art a John Hobbs—. ¿Cinco veces?
—Lo investigaremos —contesta Hobbs.
El hombre ha envejecido. Supongo que yo también, piensa Art, pero Hobbs parece un anciano. Su pelo blanco es más ralo, su piel casi transparente, sus ojos azules aún son lo bastante penetrantes, aunque está claro que ven acercarse el ocaso. Y lleva chaqueta, aunque está en la selva y el calor es asfixiante. Siempre tiene frío, piensa Art, como los viejos y los moribundos.
—No —dice Art—, yo me encargaré de investigarlo. ¿Cinco veces la dosis recomendada de glifosato, y lo mezcláis con Cosmo-Flux? ¿Qué intentáis contaminar?, ¿una cosecha o todo el medio ambiente?
Porque sospecha que no está viendo la zona cero de la Guerra contra las Drogas, sino la zona cero de la guerra contra las guerrillas comunistas, que viven, se esconden y luchan en la selva.
Así que se defolia la selva...
Mientras sus anfitriones le enseñan sus «éxitos», miles de hectáreas de plantas de coca marchitas, Art les somete a un incesante interrogatorio: ¿mata solo la coca, o también envenena las demás cosechas? ¿Mata cosechas alimenticias, judías, bananas, maíz, yuca? ¿No? Bien, ¿qué estoy viendo en ese campo? A mí me parece maíz. ¿No es el trigo el alimento básico de la dieta local? ¿Qué comen después de la destrucción de sus cosechas?
Porque no estamos en Sinaloa, piensa Art. No hay señores de la droga que posean miles de hectáreas. La mayor parte de la cocaína la cultivan pequeños
campesinos
, que plantan media hectárea o una como máximo. Las FARC les cobran impuestos en su territorio, las AUC les cobran impuestos en la tierra que controlan. Donde los
campesinos
lo tienen peor es en el territorio que ambos bandos se disputan. Allí pagan el doble de impuestos por la cocaína que cosechan.
Mientras ve los aviones rociar la tierra, pregunta: ¿A qué altura vuelan? ¿A treinta metros? Hasta los propios especialistas de Monsanto dicen que no está recomendado fumigar desde una altura superior a tres metros. ¿No aumenta eso el peligro de que se desvíe hacia otras cosechas? Hoy sopla una brisa persistente. ¿No están fumigando con defoliantes toda la zona?
—Te equivocas por completo —dice Hobbs.
—Ah, ¿sí? —replica Art—. Quiero traer aquí a un bioquímico y analizar el agua de una docena de pozos de pueblos.
Les obliga a llevarle a un campamento de refugiados, al que los
campesinos
han huido de la fumigación. Es poco más que un claro en la selva, con edificios de bloques de ceniza construidos a toda prisa y chozas con techo de hojalata. Exige que le acompañen a la clínica, donde un médico misionero le enseña los niños con los síntomas que temía ver: diarrea crónica, erupciones cutáneas, problemas respiratorios.
—¿Diecisiete mil millones de dólares para envenenar niños? —pregunta a Hobbs cuando vuelven al jeep.
—Estamos en guerra —responde Hobbs—. No es el momento de ponerse histérico, Arthur. También es tu guerra. ¿Puedo recordarte que se trata de la cocaína que encumbró al poder a hombres como Adán Barrera? ¿Que el dinero de esta cocaína compró las balas utilizadas en El Sauzal?
No necesito que me lo recuerden, piensa Art.
¿Quién sabe dónde estará ahora Adán? Seis meses después de la redada en Baja y la posterior matanza en El Sauzal, Adán sigue en libertad. El gobierno estadounidense ofrece una recompensa de dos millones de dólares por su cabeza, pero hasta el momento nadie ha ido a cobrar.
¿Quién quiere dinero si no vivirá para cobrar?
Después de conducir durante una hora, llegan a un pueblo abandonado por completo. No hay personas, ni cerdos, ni pollos, ni perros.
Nada.
Todas las cabañas parecen intactas, salvo un edificio más grande (el almacén del pueblo, a juzgar por su aspecto), que ha sido devorado por las llamas desde dentro.
Un pueblo fantasma.
—¿Dónde está la gente? —pregunta Art a Javier.
El chico se encoge de hombros.
Art pregunta al oficial al mando.
—Desaparecidos —contesta—. Habrán huido de las FARC.
—¿Huido adónde?
Ahora es el oficial quien se encoge de hombros.
Pasan la noche en una pequeña base del ejército, al norte de la ciudad. Después de cenar filetes asados sobre un fuego encendido con gasolina, Art se excusa para ir a dormir un poco, y después va a dar un vistazo alrededor de la base.
Has estado en bases de apoyo, has estado en todas, piensa Art. Todas son iguales, ya sea en Vietnam o en Colombia. Un claro practicado en la maleza y allanado, rodeado a continuación de alambre de espino, para luego despejar el perímetro con la intención de improvisar un campo de tiro.
Esta base está dividida burdamente en dos, descubre Art mientras prosigue su exploración. La parte más grande acoge a la Brigada Veinticuatro, pero llega a un portón que separa la parte principal de la base de lo que parece ser una sección reservada a las AUC.
Camina en paralelo a la valla de alambre de espino y mira al otro lado.
Es un campamento de entrenamiento. Art distingue el campo de tiro y los muñecos de paja colgados de los árboles para las prácticas cuerpo a cuerpo. Se están entrenando en este momento, se acercan por detrás a los muñecos con cuchillos, como si se dispusieran a eliminar centinelas enemigos.
Art mira un rato, y después vuelve a su alojamiento, una pequeña habitación al final de uno de los barracones, cerca del perímetro. La habitación tiene una ventana, abierta pero protegida con una tela mosquitera, una litera, una lámpara conectada con el generador y, por suerte, un ventilador eléctrico.
Art se sienta en el catre y se inclina hacia delante. El sudor cae desde su nariz al suelo de cemento.
Jesús, piensa Art. Las AUC y yo. Somos lo mismo.
Se tumba en la cama, pero no puede dormir.
Horas después, oye una suave llamada en el borde de la ventana. Es el joven soldado, Javier. Art se acerca a la ventana.
—¿Qué pasa?
—¿Quiere acompañarme?
—¿Adónde?
—¿Quiere acompañarme? —repite Javier—. Usted preguntó adónde había ido la gente.
—Sí.
—Niebla Roja —dice Javier.
Art se calza y sale por la ventana. Se agacha detrás de Javier y los dos recorren el perímetro, evitando los focos, hasta llegar a una pequeña puerta. El guardia ve a Javier y les deja pasar. Cruzan a rastras el campo de tiro y se internan en la maleza. Art sigue al chico por la estrecha senda que conduce al río.
Esto es estúpido, piensa Art. Es más que estúpido. Javier podría estar conduciéndote a una trampa. Ya ve los titulares: JEFE DE LA DEA SECUESTRADO POR LAS FARC. Pero sigue adelante. Hay algo que tiene que averiguar.
Una canoa está esperando en la orilla.
Javier sube e indica a Art con un gesto que le imite.
—¿Vamos a cruzar el río? —pregunta Art.
Javier asiente y le indica que se apresure.
Art sube.
Tardan pocos minutos en cruzar. Desembarcan, y Art ayuda a Javier a arrastrar la canoa hasta la orilla. Cuando se endereza, ve a cuatro hombres enmascarados con fusiles.
—Llevadle —dice Javier.
—Cabronazo —dice Art, pero los hombres no le agarran, solo le indican que les siga en dirección oeste, siguiendo la orilla del río. Es una cuesta difícil (Art no para de tropezar con ramas y enredaderas gruesas), pero llegan por fin a un pequeño claro, y allí, bajo la luz de la luna, ve adónde fue la gente.
Cadáveres decapitados están alineados en la orilla como pescados a la espera de ser limpiados. Otros troncos decapitados están sujetos a ramas que cuelgan sobre el río. Bancos de pececillos están devorando sus pies desnudos. Más arriba, varias cabezas han sido alineadas y alguien les ha cerrado los ojos.