El primer hombre de Roma (113 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

BOOK: El primer hombre de Roma
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—Lo comprendo, domina.

—¡Bien! Sigue perteneciendo a la cofradía del cruce; comprendo tus motivos. Y también alabo tu discreción respecto a nosotros —dijo Aurelia, disponiéndose a alejarse—. Ese Lucio Decumio, ¿qué trabajo tiene? —inquirió.

—Es el vigilante del local —respondió Eutico, más compungido aún.

—Algo me ocultas.

—¡No, no!

—¡Vamos, cuéntamelo todo!

—Bien, domina, no es más que un rumor —respondió el griego—. Comprended que nadie lo sabe con certeza, pero se dice que él mismo lo ha contado... aunque puede ser un simple chismorreo. O quizá lo dijera para meternos miedo.

—¿Pero qué es lo que ha dicho?

—Que es un asesino —respondió el mayordomo palideciendo.

—¡Ecastor! ¿Y a quién ha asesinado? —inquirió Aurelia.

—Creo que a ese personaje númida que fue apuñalado hace unos años en el Foro Romano —contestó Eutico.

—¡Vamos de sorpresa en sorpresa! —exclamó Aurelia, alejándose a ver qué hacían las niñas.

—La domina es única —comentó Eutico a Cardixa.

La gigantesca criada gala alargó el brazo y dio un apretón al mayordomo en el hombro, como un gato que sujeta a un ratón por la cola.

—Ya lo creo —dijo, al tiempo que le zarandeaba—. Por eso tenemos que cuidarla.

 

No mucho después, Cayo Julio César volvió de la Galia itálica con un mensaje de Mario desde Vercellae. Llamó a la puerta y le abrió el mayordomo, quien se dispuso a entrar el equipaje mientras él iba en busca de su esposa.

Aurelia estaba en el jardín atando bolsitas de gasa en los racimos de uvas del cenador de Cayo Matio y no se molestó en volverse al oír pasos.

—¿No os imaginabais que hubiese tantos pájaros en el Subura, —verdad? —inquirió sin mirar quién era—. Pero este año estoy decidida a que seamos nosotros quienes comamos las uvas; y voy a ver si esto da resultado.

—Estoy deseando comer las uvas —dijo César.

—¡Cayo Julio! —exclamó ella alborozada, girando sobre sus talones y dejando caer el montón de bolsas de gasa.

Él abrió los brazos y ella se echó en ellos. El beso fue intensamente amoroso y fue seguido de otra docena, pero unos aplausos les hicieron volver a la realidad; César miró hacia arriba por el patio de luces, vio la barandilla de los balcones llena de gente y saludó con la mano.

—¡Hemos obtenido una gran victoria! —exclamó—. ¡Cayo Mario ha aniquilado a los germanos! ¡Roma nunca más los temerá!

Dejando que los vecinos se regocijaran y difundieran la noticia por el Subura antes de informar al Senado y al pueblo, César cogió a Aurelia por los hombros y se dirigió al pasillo que llevaba del vestíbulo a la cocina, dobló en dirección a su despacho y pudo observar el orden, la limpieza y la agradable y sencilla decoración. Había floreros por todas partes; otra faceta doméstica de Aurelia, pensó, preguntándose angustiado si tendrían dinero para aquel gasto de flores.

—Tengo que ver a Marco Emilio Escauro ahora mismo —dijo—, pero no quería ir a su casa antes de venir a verte. ¡Qué alegría volver al hogar!

—Es estupendo —añadió Aurelia, temblorosa.

—Más estupendo será esta noche, esposa mía, cuando empecemos a hacer el primer niño —dijo él, besándola otra vez—. ¡Cómo te he echado de menos! De verdad que, a tu lado, ninguna mujer me atrae. ¿Podría darme un baño?

—Hace un momento que he visto rondar a Cardixa, supongo que te lo estará preparando —contestó Aurelia, apretándose contra él y dando un suspiro de satisfacción.

—¿Estás segura de que puedes atender todo el trabajo de la casa, con dos niñas y toda la insula? —inquirió él—. Ya sé que decías que los agentes se llevaban más comisión de la debida, pero...

—No es ninguna molestia, Cayo Julio. Las viviendas están muy cuidadas y los inquilinos son de primera —contestó ella, decidida—. Incluso he solventado la pequeña dificultad que había con la taberna de la encrucijada, y ahora todo está limpio y tranquilo. ¡No sabes lo predispuestos y correctos que han sido todos cuando se enteraron de que soy la cuñada de Cayo Mario! —añadió, como sin darle importancia y riendo alegremente.

—¡Cuántas flores! —exclamó él.

—¿A que son bonitas? Es un regalo que me mandan periódicamente cada cuatro o cinco días.

—¿Es que tengo un rival? —inquirió él rodeándola con sus brazos.

—No creo que te preocupe cuando le conozcas —contestó Aurelia—. Se llama Lucio Decumio y es un asesino.

—¿Quéee?

—No, cariño mío, lo digo en broma —replicó ella—. Él dice que es un asesino, supongo que para conservar su ascendiente respecto a sus colegas de la taberna de la que está encargado.

—¿Y de dónde saca las flores?

—A caballo regalado, no le mires el diente —contestó ella riendo—. En el Subura todo es distinto.

 

* * *

 

Fue Publio Rutilio Rufo quien informó a Cayo Mario de las novedades de Roma, en cuanto César entregó la carta comunicando la victoria.

 

Hay un ambiente muy poco halagüeño, debido principalmente al hecho de que has tenido éxito en lo que te propusiste —eliminar a los germanos— y a que el pueblo está tan agradecido, que si te presentases al consulado te lo concederían otra vez. "Dictador" es la palabra que murmuran todos los nobles, al menos la primera clase la está repitiendo. Sí, ya sé que tienes muchos clientes y amigos importantes en la primera clase, pero debes comprender que toda la estructura tradicional de la política romana está orientada a cercenar las pretensiones de quienes descuellan entre sus iguales. El único "primer" permisible es el primero entre sus iguales, pero después de cinco consulados, tres de ellos in absentia, se va haciendo muy difícil enmascarar el hecho de que tú destacas entre tus supuestos iguales. Escauro está disgustado, pero con él podrías entenderte en último extremo. No, el verdadero problema es nuestro común amigo el Meneitos, hábilmente secundado por su tartamudo retoño.

Desde el momento en que te trasladaste al este de los Alpes para unirte a Catulo César en la Galia itálica, el Meneitos y su hijo han dedicado todos sus esfuerzos a inflar desaforadamente la contribución de Catulo César en la campaña contra los cimbros. Así, cuando llegó la noticia de la victoria de Vercellae y la cámara se reunió en el templo de Belona para debatir los asuntos de los triunfos y los votos de agradecimiento, había muchos dispuestos a escuchar al Meneitos cuando tomó la palabra.

En resumen, propuso que sólo se celebren dos triunfos: uno contigo por la victoria de Aquae Sextiae y otro con Catulo César por Vercellae, ignorando totalmente el hecho de que tú eras el comandante en el campo de Vercellae y no Catulo César. Su argumentación es estrictamente legalista: participaron dos ejércitos, uno al mando del cónsul y el otro al mando del procónsul Catulo César, y el botín conquistado, dice el Meneitos, es tan reducido, que resultaría ridículo exhibirlo en tres triunfos. Así que, como tú no habías celebrado el triunfo aprobado por lo de Aquae Sextiae, pues lo celebras y a Catulo César se le concede el correspondiente a Vercellae, ya que sería superfluo que tú celebrases un secundo triunfo por Vercellae.

Lucio Apuleyo Saturnino se puso inmediatamente en pie para protestar, pero le abuchearon. Como este año es un privatus, no tiene cargo alguno para imponerse y que los padres conscriptos le hagan más caso. La cámara aprobó dos triunfos: el tuyo será exclusivamente por Aqaae Sextiae —batalla del año pasado y menos significativa— y Vercellae —la de este año y la más importante para todos— en exclusiva para Catulo César. Efectivamente, conforme el triunfo de Vercellae discurra por la ciudad, se irá imbuyendo en la mente de los romanos que tú no has tenido nada que ver con la derrota de los cimbros en la Galia itálica y que el héroe es Catulo César. Tu propia necedad al entregarle la mayor parte del botín y todos los estandartes germanos capturados ha inclinado la balanza. Cuando te gana la euforia y dejas que surja tu generosidad natural es cuando peores errores cometes. De verdad.

No sé qué remedio encontrarás, porque todo está ya decidido, aprobado oficialmente y registrado en los archivos. Yo estoy indignado, pero los padres de la patria (como los llama Saturnino) o los boni (como dice Esca uro) te han ganado por la mano y no obtendrás el prestigio que mereces por la derrota de los germanos. En tiempos de Numancia nos divertimos con perpetuar el revolcón de Metelo en la cochiquera aplicándole ese mote que también usan las niñeras en su jerga para referirse a los genitales de las niñas, pero yo, actualmente, considero que este hombre es un verdadero cunnus, y su hijo va a seguir el mismo camino.

Basta, basta, ¡no quiero acabar teniendo una apoplejía! Concluiré la misiva diciéndote que en Sicilia las cosas van bien. Manio Aquilio está haciendo una magnífica labor, lo que aún empequeñece más a Servilio el Augur, quien, sin embargo, ha hecho lo que prometió, denunciando a Lúculo ante el nuevo tribunal que entiende de traiciones. Lúculo se empeñó en defenderse personalmente y no le fue nada bien con todos esos caballeros engreídos, porque se les encaró con esa glacial altanería que se gasta y el jurado pensó que lo hacía por ellos. ¡Y así era, efectivamente! Este Lúculo es otro imbécil impenitente. Naturalmente, le condenaron. Creo que en todas las tablillas escribieron el DAMNO. Y es increíble la brutalidad de la sentencia. Tiene que exiliarse a más de mil millas de Roma, con lo que su única opción de vivir en una gran ciudad es Antioquía o Alejandría. Él ha elegido honrar al rey Tolomeo Alejandro en vez de al rey Antioco Gripus. Y el tribunal confiscó todos sus bienes, casas, tierras, inversiones y propiedades urbanas.

No esperó a que le obligaran a marcharse: de hecho, ni aguardó a saber a cuánto ascendían sus pertenencias, y encomendó el cuidado de la marrana de su esposa a su hermano el Meneitos —así verá lo que es bueno—, y a su hijo mayor, que ahora tiene dieciséis años y en quien el Estado tenía puestas sus miras, a su propia suerte. Es curioso que no encomiende este dotado muchacho al cuidado del Meneitos, ¿no crees? Al menor, que ahora tiene catorce, le han adoptado y ahora se llama Marco Terencio Varro Lúculo.

Me ha dicho Escauro que los muchachos han jurado procesar a Servilio el Augur en cuanto Varro Lúculo tenga edad para vestir la toga. La despedida del padre fue desgarradora, como puedes imaginarte. Escauro dice que Lúculo irá a Alejandría y se suicidará, y que los niños también lo creen así. Lo que más hiere a los Licinio Lúculo es que este dolor y esta ruina se los haya causado un hombre nuevo arribista como Servílío el Augur. Los hombres nuevos no os habéis ganado precisamente unos amigos en los hijos de Lúculo.

En fin, cuando los hijos de Lúculo tengan edad para procesar a Servilio el Augur, será ante otro nuevo tribunal constituido por otro Servílio de orígenes bastante oscuros: Cayo Servilio Glaucia. ¡Por Pólux, Cayo Mario, las leyes que dicta ese individuo! El esquema es acorazado y nuevo, pero funciona. Al estar de nuevo en manos de los caballeros, no hay recursos que les valga a los gobernadores si no son trabajadores. La recuperación de la propiedad peculada ha quedado ampliada a los últimos beneficiarios así como a los ladrones iniciales; los convictos por el tribunal no pueden hablar nunca más en público; a los que tienen derechos latinos que logren que se condene a un malversador se les recompensa con la ciudadanía romana, y ahora se efectúa una pausa en medio del juicio. El procedimiento antiguo es ya cosa del pasado, y el testimonio de los testigos, como se ha comprobado en los pocos casos juzgados, ahora cuenta mucho menos que las intervenciones de los abogados. Buena oportunidad para los buenos letrados.

Y para terminar, y no menos importante, te diré que ese curioso individuo que es Saturnino vuelve a verse en apuros. Cayo Mario, de verdad que temo que no esté bien de la cabeza. No es una cosa lógica. Y yo creo que es por influencia de su amigo Glaucia. Los dos son brillantes, pero, al mismo tiempo, muy inestables y alocados. O quizá sea que realmente no sepan lo que quieren de la vida pública. Hasta el peor demagogo tiene un plan, una lógica orientada a ser pretor y cónsul, pero yo no la veo en esta pareja. Detestan el viejo estilo de gobierno, detestan el Senado, pero no presentan alternativas. ¿Serán quizá lo que los griegos llaman partidarios de la anarquía? No estoy seguro.

La suerte ha dado la espalda al rey Nicomedes de Bitinia en razón de la embajada del rey Mitrídates del Ponto. Nuestro joven amigo del país oriental más alejado del Euxino envió unos embajadores con suficiente inteligencia para descubrir la secreta debilidad de los romanos: ¡el dinero! Como no habían adelantado nada en la solicitud del tratado de amistad y alianza, comenzaron a sobornar senadores. Pagan bien, y ten la seguridad de que Nicomedes tiene motivos para preocuparse.

Luego, Saturnino habló en la tribuna del Foro y condenó a todos los senadores dispuestos a abandonar a Nicomedes y Bitinia en favor de Mitrídates del Ponto. Dijo que hacía años que teníamos un tratado con Bitinia y que el Ponto era el enemigo inmemorial de Bitinia. Añadió que había dinero de por medio y que Roma, por culpa del engrosamiento de las bolsas de unos cuantos senadores, iba a dejar en la estacada a su amigo y aliado de medio siglo.

Y se alega —yo no estaba presente— que dijo algo así como: "Ya sabemos lo caro que cuestan los matrimonios de senadores chochos con potrancas retozonas, ¿no es cierto? Quiero decir que los collares de perlas y las pulseras de oro son mucho más caros que un frasco de ese reconstituyente que vende Ticino en su tienda, ¿y quién dirá que una joven potrilla no es tónico más eficaz que el de Ticino?" Ja, ja, ja! Y también se burló del Meneitos, diciendo a la multitud: "¿Y qué me decís de nuestros muchachos en la Galia itálica?"

El resultado fue que dieron de palos a varios embajadores del Ponto y éstos acudieron al Senáculo a quejarse. Tras lo cual, Escauro y el Meneitos acusaron a Saturnino ante su propio tribunal de sembrar la discordia entre Roma y una embajada acreditada de un monarca extranjero. El día del juicio, nuestro tribuno de la plebe Glaucia convocó reunión de la Asamblea de la plebe y acusó al Meneitos de intentar otra vez deshacerse de Saturnino, al no haberlo podido hacer cuando era censor. El día de la vista aparecieron los famosos gladiadores que parece manipular Saturnino, rodearon a los jurados con cara de pocos amigos, éstos renunciaron al juicio y los embajadores pontinos tuvieron que regresar a su país sin tratado. Estoy de acuerdo con Saturnino en que sería algo imperdonable abandonar a nuestro amigo y aliado de hace cincuenta años para aliarnos con su enemigo de siempre, por el simple hecho de que ahora sea mucho más rico y poderoso.

Se acabó, se acabó, Cayo Mario. En realidad sólo quería que supieras lo de los triunfos antes de que te llegaran los despachos oficiales, que el Senado no se apresurará a enviarte. Ojalá pudieras hacer algo, pero mucho lo dudo.

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