El retorno de los Dragones (2 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El retorno de los Dragones
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Mientras sus ojos recorrían la habitación, murmuraba para sí frases de aprobación. Entonces, ante la sorpresa de Tika, tiró su bastón, se arremangó la túnica y ¡comenzó a redistribuir los muebles!

Tika dejo de barrer y se apoyó en la escoba.

—¿Qué hace usted? ¡Esa mesa siempre estuvo ahí!

En el centro de la sala había una mesa larga y estrecha. El anciano la arrastró por el suelo y la apoyó contra el tronco del inmenso vallenwood, justo al otro lado de la chimenea, después retrocedió unos pasos y contempló su trabajo.

—Ahí —murmuró—. Debe estar cerca de la chimenea. Ahora trae dos sillas más, necesito seis alrededor de esta mesa.

Tika se volvió hacia Otik. Cuando éste estaba a punto de protestar, hubo un resplandor en la cocina. Un grito del cocinero indicó que la manteca ardía de nuevo. Otik corrió hacia las puertas batientes de la cocina.

—Es inofensivo —murmuró al pasar al lado de Tika—. Déjale hacer lo que quiera, si es razonable. A lo mejor piensa dar una fiesta.

Tika suspiró y le llevó las dos sillas que le había pedido, dejándolas donde él le indicaba.

—Bien —dijo el extraño personaje mirando con agudeza a su alrededor—, ahora trae dos sillas más y asegúrate que sean cómodas. Ponlas cerca de la chimenea, en esta esquina oscura.

—No es oscura, está justo a plena luz. ¡Ah!, pero esta noche estará oscura, ¿no? Cuando el fuego esté encendido...

—Sí, sí, supongo que sí...

—Trae las sillas, buena chica. y quiero otra justo aquí. —y señaló un lugar frente a la chimenea—. Esta es para mí.

—¿Va a dar una fiesta? —preguntó Tika mientras le acercaba la silla más confortable de la posada.

—¿Una fiesta? —La idea pareció divertirle. Riendo entre dientes le contestó—. Sí, pequeña, ¡será la mejor fiesta que se haya visto en Krynn desde el Cataclismo! ¡Prepárate, Tika Waylan! ¡Prepárate!

Le dio unos golpecillos en el hombro y le desordenó el cabello, luego se volvió y con un crujido de huesos se dejó caer en la silla.

—Una jarra de cerveza —le dijo.

Tika fue a buscar la cerveza. Tras llevársela y ponerse a barrer de nuevo, se detuvo, preguntándose cómo aquel hombre conocía su nombre.

LIBRO I

1

Reunión de viejos amigos.

Una brusca interrupción

Flint Fireforge se derrumbó sobre una roca cubierta de musgo. Sus viejos huesos de enano le habían sostenido ya demasiado tiempo y se negaban a continuar sin protestar.

—Nunca debería haberme ido —refunfuñó Flint mirando abajo, hacia el valle. Hablaba en voz alta aunque no hubiese ninguna señal de vida en los alrededores. En los largos años de vagabundeo solitario había adquirido la costumbre de hablar consigo mismo. Golpeándose las rodillas con las palmas de las manos, anunció con vehemencia —: ¡Y maldita sea si decido irme de nuevo!

Flint había estado caminando durante todo aquel frío día de otoño, por lo que encontró confortable aquella roca cubierta de musgo, caldeada por el sol de la tarde. Relajándose, dejó que el calor penetrase en sus huesos —el calor del sol y el calor de sus pensamientos, pues regresaba de nuevo al hogar.

Miró a su alrededor, entreteniendo la mirada en aquel paisaje familiar que tanto le enorgullecía. Allá abajo, la ladera de la montaña formaba un cuenco alfombrado de esplendor otoñal. Los vallenwoods del valle resplandecían con los colores de la estación, el rojo encendido y el dorado se mezclaban con el púrpura que, allá lejos, teñían los picos Kharolis. El celeste sin tacha del cielo se reproducía en las aguas del Lago Crystalmir. La única señal de la existencia de Solace eran las pequeñas columnas de humo que serpenteaban sobre los árboles. Una bruma suave y extensa inundaba el valle con el dulce aroma de las chimeneas de los hogares.

Flint, una vez se hubo sentado y descansado, sacó de su bolsa un pedazo de madera y una reluciente daga. Sus manos se movían de forma inconsciente. Desde tiempos inmemoriales, su gente siempre había sentido la necesidad de moldear lo amorfo a su antojo. El mismo, años atrás, antes de retirarse había sido un famoso artesano del metal. Comenzó a trabajar la madera, pero sus manos se detuvieron mientras observaba, abajo en el valle, el humo que asomaba por las ocultas chimeneas.

—El fuego de mi casa está apagado —dijo Flint en voz baja. Se estremeció y, enojándose consigo mismo por ponerse sentimental, comenzó a tallar la madera con furia. Refunfuñó en voz alta: —Mi casa está ahí, vacía. El techo probablemente lleno de goteras, los muebles destrozados. ¡Estúpida búsqueda! Es la cosa más tonta que he hecho en mi vida. ¡Después de ciento cuarenta y ocho años debería haber aprendido!

—Nunca aprenderás, enano —le contestó una voz distante—. ¡Ni que llegues a vivir doscientos cuarenta y ocho años!

Arrojando el pedazo de madera al suelo, el enano dejó la daga y posó sus manos sobre su hacha, mientras oteaba el camino de arriba a abajo. La voz le resultaba familiar; a pesar de ser la primera voz conocida que oía en mucho tiempo, no pudo identificarla.

Flint miró de soslayo hacia el sol poniente. Le pareció ver la figura de un hombre que caminaba a zancadas por el camino. Poniéndose en pie, Flint retrocedió hasta la sombra de un inmenso pino para poder ver mejor. El hombre tenía un andar airoso —el garbo propio de un elfo, pensó Flint—, pero su cuerpo tenía la fortaleza y los firmes músculos de un humano, y los cabellos que poblaban su cabeza eran indiscutiblemente humanos. Todo lo que el enano podía ver del rostro del hombre bajo aquella capucha verde era la piel morena y una barba de color castaño rojizo. De uno de sus hombros pendía un arco y en el lado izquierdo llevaba sujeta una espada. Iba vestido de cuero blando, trabajado cuidadosamente con los elaborados diseños que los elfos adoran. Pero ningún elfo en Krynn llevaría barba..., ningún elfo, a menos...

—¿Tanis? —preguntó dudoso Flint cuando el hombre se acercó.

—El mismo.

El rostro barbudo del recién llegado se abrió en una amplia sonrisa. Extendió sus brazos y, antes de que el enano pudiese detenerlo, rodeó a Flint en un abrazo tal, que hasta lo levantó del suelo. El enano estrechó fuertemente a su viejo amigo durante un instante; luego, pensando en su dignidad, se sintió violento y se liberó del abrazo del semielfo.

—¡Cinco años y todavía no has aprendido modales! —refunfuñó el enano—. ¡Zarandeándome tan bruscamente, no demuestras ningún respeto a mi edad!

Flint miró hacia el camino.

—Espero que nadie conocido nos haya visto.

—Dudo que haya muchos que puedan recordarnos —dijo Tanis mientras examinaba orgullosamente a su amigo—. Ni para ti ni para mí el tiempo transcurre como para los humanos, viejo enano. Cinco años es mucho tiempo para ellos y sólo unos instantes para nosotros —dijo sonriendo—. No has cambiado.

—No puedo decir lo mismo de otros —Flint volvió a sentarse sobre la roca y comenzó a tallar de nuevo. Frunció el ceño y le preguntó a Tanis—: ¿Por qué esa barba? Ya eras suficientemente feo.

Tanis se rascó la barbilla.

—He viajado por tierras que no eran hospitalarias con los que tienen sangre de elfo. Esta barba, regalo de mi padre humano —dijo con amarga ironía—, contribuyó a ocultar mi procedencia.

Flint gruñó. Sabía que esa no era toda la verdad. A pesar de que el semielfo aborreciese matar, Tanis no era de los que eluden una pelea ocultándose tras una barba. Las virutas de madera volaban.

—He estado en tierras hostiles a todas las razas —Flint le dio la vuelta al pedazo de madera, examinándolo—. Pero ahora estamos en casa. Todo eso ya quedó atrás.

—No, no por lo que he oído —dijo Tanis volviendo a ponerse la capucha sobre la cabeza para que los últimos rayos de sol no le dieran en los ojos—, los Supremos Buscadores de Haven designaron a un hombre llamado Hederick para que gobernase Solace como Sumo Teócrata, y con su nueva religión ha convertido la ciudad en un semillero de fanáticos.

Tanis y el enano se volvieron hacia el tranquilo valle: Comenzaban a encenderse luces, por lo que en el bosque de vallenwoods ya se veían las casas de los árboles. El aire del crepúsculo era suave y sereno, impregnado del olor a madera del humo proveniente de las chimeneas. De tanto en tanto se podía oír el débil sonido de la voz de una madre llamando a sus hijos para la cena.

—No he oído nada malo sobre Solace —dijo Flint pausadamente.

—Persecución religiosa... inquisición...

La voz de Tanis surgía de las profundidades de su capucha y sonaba inquietante. Era más profunda y sombría de lo que Flint recordaba. El enano frunció el entrecejo. En cinco años su amigo había cambiado. ¡Y los elfos nunca cambian! Pero Tanis era sólo un semielfo, un hijo de la violencia; su madre había sido violada por un guerrero humano en una de las muchas guerras que habían dividido 30 las diferentes razas de Krynn durante los caóticos años que siguieron al Cataclismo.

—¡Inquisición ! Por lo que dicen, sólo para aquellos que se rebelan contra el Sumo Teócrata. No creo en los dioses Buscadores, nunca lo he hecho, pero no hago alarde de mis creencias en plena calle. Mantente callado y te dejarán en paz; ése es mi lema. Los Supremos Buscadores de Haven aún son hombres sabios y virtuosos. Lo que pasa es que en Solace una sola manzana podrida está estropeando todo el canasto. A propósito, ¿encontraste lo que buscabas?

—¿Te refieres a algún signo de la existencia de los antiguos dioses verdaderos o a la paz interior?

—Bueno, pensaba que lo uno iba con lo otro —musitó Flint dándole la vuelta al trozo de madera que tenía entre las manos, descontento aún con sus proporciones —. ¿Vamos a quedarnos aquí toda la noche olfateando el aroma de las cocinas o vamos a ir a la ciudad a conseguir algo para cenar?

—Vamos —indicó Tanis.

Comenzaron a caminar juntos por el sendero, las largas zancadas de Tanis forzaban al enano a dar dos pasos por cada uno de su amigo. Aunque habían transcurrido muchos años desde la última vez que viajaran juntos, inconscientemente, Tanis aminoró el paso mientras que Flint lo aceleró.

—¿O sea que no encontraste nada? —insistió Flint.

—Nada. Como descubrimos hace años, en este mundo los clérigos adoran a falsos dioses. Escuché historias que hablaban sobre la Curación, pero no eran más que magia y trucos. Afortunadamente, nuestro amigo Raistlin me enseñó a fijarme en lo esencial.

—¡Raistlin! Ese mago huesudo y de rostro descolorido, ¡es un auténtico charlatán! Siempre gimoteando y quejándose, metiendo la nariz donde no debe. Si no fuese porque su hermano gemelo lo protege, hace ya tiempo que alguien habría acabado con su magia.

La barba de Tanis ocultó su sonrisa, se sentía contento.

—Creo que ese joven era mejor mago de lo que tú te piensas. y debes admitir que, como yo, trabajó incansablemente para ayudar a los que habían sido engañados por los falsos clérigos.

—Sin duda fueron pocos los que te lo agradecieron.

—Muy pocos. La gente necesita creer en algo, aunque en el fondo sepan que es falso. Pero, ¿qué me cuentas de ti? ¿Cómo te fue el viaje a las tierras de tus antepasados?

Flint pateó el suelo con expresión ceñuda, sin contestar. Finalmente murmuró:

—No debería haber ido —y miró a Tanis. Sus ojos, casi ocultos por las blancas, gruesas y sobresalientes cejas, informaron al semielfo que no deseaba que llegara su turno en la conversación. Tanis notó su mirada, pero a pesar de ello siguió preguntando.

—¿Encontraste a los Antiguos Enanos? ¿Averiguaste algo acerca de las historias que nos habían contado?

—No eran verdad. Los Antiguos desaparecieron hace trescientos años, durante el Cataclismo. Eso es lo que dicen los ancianos.

—Los elfos dicen lo mismo. —Vi...

—¡Shst! —dijo Tanis y levantó el brazo previniéndolo.

Flint se detuvo en seco.

—¿Qué pasa? —susurró. Tanis señaló.

—Ahí, en la arboleda.

Flint miró hacia los árboles al tiempo que cogía su hacha de guerra.

Durante un instante, los rojos rayos del sol poniente centellearon sobre un pedazo de metal que apareció entre los árboles. Tanis lo vio un segundo, dejó de verlo y luego lo vio de nuevo. En ese momento el sol desapareció y en el cielo brilló un luminoso violeta que hizo que las sombras de la noche se deslizaran sigilosamente entre los árboles del bosque.

Flint miró atentamente hacia la penumbra —No veo nada.

—Yo sí lo he visto —dijo Tanis. Seguía mirando hacia el lugar donde había brillado el metal y, poco a poco, su vista de elfo comenzó a detectar la cálida aureola rojiza que todos los seres vivientes proyectan pero que sólo los elfos pueden percibir.

—¿Quién está ahí? —gritó Tanis.

Durante un largo rato, la única respuesta fue un horripilante sonido que hizo que al semielfo se le erizase el cabello. Era un sonido zumbante y hueco, grave al comienzo, y que poco a poco fue subiendo y subiendo hasta alcanzar un tono agudo, como un alarido quejumbroso. A medida que iba elevándose se escuchó una voz.

—Elfo errante, desvíate de tu camino y olvídate del enano. Somos los espíritus de las pobres almas que Flint Fireforge abandonó sobre el suelo de la cantina. ¿Creíste que fallecimos en el combate?

La voz del espíritu se elevó a alturas vertiginosas acompañada por el quejoso alarido.

—¡No! Morimos de vergüenza, maldecidos por el fantasma de la ira, por no ser capaces de tragarnos a ese enano de las colinas.

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