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Authors: José Luis Corral

Tags: #Histórico

El salón dorado (48 page)

BOOK: El salón dorado
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—Un día espléndido. Esta misma mañana os esperan en el observatorio para enseñaros nuestros astrolabios. Acaba de comunicármelo su joven director.

—¡Estupendo! —exclamó Juan—. Ahora comprobaremos la precisión de vuestra técnica.

—Os sorprenderéis —aseveró el katib.

—Por cierto, ¿sólo destaca Toledo por sus técnicas de construcción de aparatos astronómicos? —intervino Abú Yafar.

—Ya veo por dónde queréis ir. También hay excelentes mujeres, si es eso de lo que se trata.

—Pues hasta ahora no hemos podido comprobar ni una cosa ni la otra —ironizó Abú Yafar.

—Ambas cosas pueden solucionarse. Esta misma tarde puedo hacer que vengan dos jóvenes muchachas a confortar vuestro descanso. O si lo preferís, también hay espléndidos efebos de bocas ardientes y cuerpos musculosos.

—Os lo agradeceremos, amigo —intervino Abú Yafar—, pero será suficiente con las muchachas. Y, por cierto, he oído decir que vuestro rey adquirió una esclava pelirroja de belleza sin par en Zaragoza hace unos años. ¿Todavía sigue en el serrallo?

—Sin duda os referís a 'Ayab. Antes se llamaba Ungra o Irga o algo parecido. Fue adquirida hace ahora unos siete años y medio por cinco mil dinares. Sí, habéis oído bien, he dicho cinco mil —Zakariyya subrayó cada sílaba para que no quedara ninguna duda—. Aquello fue muy comentado. Nuestro rey está embelesado por esa mujer. Su belleza le cautivó el corazón, pero su espíritu indomable y su porte altivo le hechizaron por completo. Su Majestad es ya casi un anciano y la pelirroja consigue de él cuanto quiere. En contra de todas las costumbres, es la única de las concubinas que sale a la calle cuando lo desea, y suele hacerlo a plena luz del día, con el rostro descubierto. Esa actitud ha provocado enormes escándalos entre los alfaquíes y los imanes de la ciudad, que en sus conciliábulos la acusan de ser un demonio femenino, pero no se atreven a criticarla en público, pues el rey no consiente que nadie hable mal de su pelirroja…

—Una mujer extraordinaria, sin duda —observó Juan.

—Y de belleza sin límite. Creo que Su Majestad le permite pasear entre la gente para que todos los hombres del reino envidien su fortuna. Para él es como una túnica maravillosa, o como un corcel inmaculado. Me parece que le agrada saber que todo hombre que la ve queda tan prendado de ella que nunca jamás podrá olvidar su rostro.

—Sus hijos serán los favoritos —repuso Juan.

—¡Ay!, ésa es la causa de la aflicción de nuestro soberano. 'Ayab aún no le ha dado ningún hijo, por lo que no la ha hecho todavía su esposa legal. Unos dicen que es estéril y otros aseguran que se debe a su condición demoníaca. Pero dejemos ya este asunto y vayamos fuera, nos espera al-Zarqalí. Se me olvidaba, esta tarde, antes de cenar, enviaré a dos muchachas a vuestros aposentos. Son cristianas, pero entre las sábanas no notaréis la diferencia —finalizó Zakariyya entre risitas.

En el taller del observatorio los esperaba su director. Sobre una mesa estaba dibujando en un lienzo de papel las piezas de un astrolabio.

—Queridos amigos, llegáis justo a tiempo. Estoy diseñando un nuevo modelo de astrolabio que perfeccione los anteriores. El astrolabio actual plantea un problema fundamental, y hasta ahora irresoluble. Como sabéis, este instrumento deriva del planisferio dibujado por Ptolomeo y se basa en la proyección estereográfica de la Estrella Polar, representándose en la faz del astrolabio las líneas del ecuador, los dos trópicos, el de cáncer y el de capricornio, el cenit del lugar y los círculos almicantarates y azimutes. Con este dispositivo estamos obligados a utilizar tantas láminas complementarias como latitudes y cambiar esas láminas en cuanto mudamos de latitud. Así, no se puede emplear la misma en Toledo que en Córdoba. Ese era el problema irresoluble hasta ahora. Abú-l-Hasam, astrónomo de esta corte hace ya varios años, inventó un nuevo instrumento llamado Lámina Universal. Lo construyó a partir de una proyección estereográfica de la esfera sobre un plano normal a la eclíptica, según la línea solsticial cáncer-capricornio, es decir, según el plano de coluro de los solsticios. Como podéis ver en este ejemplar —continuó cogiendo uno de los instrumentos—, en el anverso sólo aparece la proyección estereográfica de las coordenadas eclípticas y los círculos de longitud y latitud, mientras que los círculos correspondientes al ecuador, círculos horarios y paralelos, aparecen dibujados reticularmente en esta mitad de la red móvil. En la otra mitad, fijaos aquí, aparecen representados algunos asterismos cuya posición viene dada por estos dentículos, como veis labrados de manera muy artística, muy semejantes a los que conocéis en el astrolabio. En los extremos del diámetro del ecuador hay dos salientes que son a la vez indicadores que al girar sobre el anverso de la lámina provocan que el horizonte sea móvil y a partir de esta graduación se dan las ortivas o las occiduas. El reverso es igual que el del astrolabio tradicional.

—Ciertamente supone una mejora —intervino Abú Yafar—. Esta Lámina Universal, como la llamáis, evita tener que cambiar de lámina en cada una de las latitudes.

—Sí, pero no es del todo exacta —comentó el joven director del observatorio—. Creo que resolveré los problemas que aún se plantean a no tardar demasiado. En mi nuevo aparato el limbo presenta el círculo de altura dividido en cuatro cuadrantes. El diámetro vertical representa el círculo ecuatorial y el perpendicular el horizonte del ecuador o primer meridiano. Haré inscribir las estrellas de la Lira, el Águila, el Cisne, Sagitario, Piscis, Eridani, Osiris, Tauro, el Auriga, Orión y Perseo en el hemisferio superior y las de la Osa Mayor, la Menor, la Corona, Bootis, Leo, Escorpio, el Can Mayor, el Can Menor y la Nave en el inferior. No girará ninguna alidada, como en el astrolabio o en la Lámina Universal, sino una simple regla graduada que hará las veces de horizonte inclinado. También contendrá los meses del calendario solar.

—¿Yya tiene nombre el futuro aparato? —preguntó Juan.

—Sí, lo llamaré «azafea», derivado de mi apodo familiar «al-Zarqalí».

—Si conseguís perfeccionarlo se mejorarán las tablas astronómicas que ahora poseemos —alegó Juan.

—En ello también estamos trabajando. Desde que al-Jwarizmí lo impuso en Bagdad, todas las tablas se han calculado a partir del mediodía del primer día del primer año de la hégira, el 15 de julio del año 622 del calendario solar, pero esos cálculos sólo son válidos para los lugares que están en el mismo meridiano. El rey quiere que este observatorio publique unas tablas que sean consideradas por su perfección y complejidad como infalibles. Más de la mitad de mis ayudantes están trabajando en ellas y en siete u ocho años las tendremos listas. Siempre, claro está, que pueda acabar la azafea y que funcione como creo que va a hacerlo. Estamos estudiando un sistema para sustituir las tablas por un instrumento llamado ecuatorio, en el que mediante modelos geométricos pensamos calcular con discos de metal graduados las posiciones planetarias.

Era asombroso, pero algunos de aquellos astrónomos que trabajaban bajo la dirección de al-Zarqalí y que él llamaba «mis ayudantes» lo duplicaban en edad, y alguno de ellos bien podría haber sido su padre.

—Pero todo esto está en fase experimental. Habéis venido a ver astrolabios y otros instrumentos, y quiero enseñaros los mejores. Acompañadme —indicó el director.

Subieron por la escalera de la torre y penetraron en una pequeña estancia repleta de estanterías en las que ordenadamente se almacenaban diversos instrumentos. Al-Zarqalí cogió uno de ellos y les explicó lo siguiente:

—Este es el más completo de nuestros astrolabios. Ha sido construido hace tan sólo dos años por Ibrahim ibn Sa'id al-Sahlí, nuestro mejor técnico en este trabajo. La caja es una verdadera obra de arte: contiene indicadores para veintiocho estrellas, cinco láminas grabadas por ambas caras con las latitudes de Bagdad, La Meca, Medina, El Cairo, Damasco, Túnez, Fez, Mosul, Ceuta, Almería, Samarcanda, Sevilla, Málaga, Granada, Córdoba, Murcia, Baeza, Jaén, Toledo, Talavera, Zaragoza, Calatayud, Huesca y Barbastro. Esta última ciudad la añadió como homenaje a la hazaña de vuestro rey al-Muqtádir por su recuperación para el islam. Aún tiene dos láminas más, una que refleja la latitud de los cuarenta grados, sin señalar ninguna población, y otra que indica la de la lejana Kabul, en los veintiocho grados y veinte minutos, la ciudad más al este cuya latitud ha logrado fijar. La araña o real representa al Sol y a las estrellas y sobre ella gira la alidada, esta regleta metálica que se ha ajustado con gran precisión. Este otro —continuó dejando el que tenía en la mano y cogiendo el de al lado— lo fabricó el mismo técnico un año antes. Están grabadas en el bronce las latitudes de numerosas ciudades de vuestro reino. Me sentiría honrado si lo aceptarais como regalo.

—Sois muy generoso, pero hemos traído dinero para comprar —alegó Abú Yafar.

—Ya lo sé, pero este es un regalo. Por favor, no lo rechacéis. Considerad que es mi pequeña aportación al futuro gran observatorio de Zaragoza —replicó al-Zarqalí.

—Os quedamos muy agradecidos —dijo Abú Yafar.

Después de comer, Zakariyya les comunicó que enviaría a sus habitaciones a las dos muchachas prometidas. Juan se dio un baño y se perfumó la incipiente barba con esencia de lavanda. Cuando el director de la biblioteca le anunció que viajarían a Toledo pensó que sería mejor dejarse crecer la barba, tanto por la comodidad en el viaje como para dar la sensación de varón docto y sabio. La tenía como de un mes, rubia como sus cabellos, lo que le confería un aspecto respetable y temible, aunque le hacía parecer mayor de lo que realmente era.

A media tarde se presentó en el aposento de Juan una muchacha de unos diecisiete o dieciocho años, de pelo castaño y grandes ojos pardos. De pequeña estatura, su cabeza apenas alcanzaba a la altura del pecho del eslavo.

—Mi señor, me envía el katib Zakariyya para…

—Sí, sí, ya sé quién te envía y para qué —le interrumpió Juan un tanto ofuscado.

La muchacha, acostumbrada a los desplantes de los hombres, no se inmutó por la actitud de aquel personaje que imponía por su altura, su rubia cabellera y sus profundos ojos azules y comenzó a desvestirse con naturalidad. Apoyado en el alféizar de la ventana Juan sostenía una copa de vino especiado en su mano. La luz de comienzos del atardecer inundaba dorada y cálida el nacarado cuerpo ya desnudo de la muchacha. Su perfume de violeta se desparramaba por la habitación impregnando todo de un fresco y atrayente aroma.

La joven mozárabe se acercó hasta Juan y comenzó a masajearle el pecho y los muslos. Casi de repente, el eslavo sintió que su piel se ponía tensa y su vello se erizaba. Las hábiles manos de la muchacha deshicieron el nudo del cinturón que asía la túnica del varón y la levantó por encima de las rodillas, liberando la prenda en torno a las caderas. Después se introdujo debajo de la túnica, sentada en cuclillas, y su boca lo transportó a un mar de sensaciones hasta entonces inexploradas.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Juan mientras acariciaba su melena castaña tumbado junto a ella sobre la cama.

—Mi nombre es María, mi señor, pero me llaman Radiyya —contestó la muchacha.

—Eres muy bella. Me han dicho que eres cristiana.

—Sí, lo soy. Vivo en el arrabal de los mozárabes, en una casa que regenta nuestro dueño el señor Sisberto Gomero.

—¿Trabajas en esto para él?

—Sí, mi señor. Mis padres, unos campesinos muy pobres de una aldea cercana a la ciudad, me llevaron junto con mis dos hermanas a su casa cuando tenía doce años. Desde entonces trabajamos allí. Somos veinte muchachas, todas cristianas. Nuestro dueño nos da cama y comida y una pequeña cantidad para nuestros pequeños caprichos. La casa es muy confortable y dispone de baño privado. Casi siempre recibimos en ella a nuestros clientes, pero cuando se trata de servir a personajes relevantes como vos nos desplazamos hasta sus casas o a sus palacios.

Juan miró con ternura a María, que narraba su actividad como prostituta con una ingenuidad tan natural como si estuviera describiendo un paseo por el campo entre sauces y rosales. Notó que le invadía una profunda sensación de afecto y ternura hacia aquella joven y repitió sus caricias con mayor dulzura si cabe.

Con los ojos clavados en el rojizo horizonte que enmarcaba la ventana, con el sol ocultándose tras las colinas, despreciaba la condición humana que arrastraba a semejante degradación: gentes de la misma religión sojuzgando a sus propios compañeros; mercaderes mozárabes zaragozanos enriqueciéndose a costa de la esclavitud de otros cristianos; proxenetas mozárabes toledanos lucrándose con la prostitución de jóvenes doncellas de su misma creencia; judíos usureros exprimiendo a sus hermanos de raza con altísimos alquileres por angostas y vetustas viviendas, un mundo de tiranía e injusticias en el que los poderosos y los ricos se sostenían sobre montañas de oprimidos y explotados.

—¿En qué pensáis, mi señor?, os noto ausente. ¿Acaso no os he agradado? —preguntó María.

—No, pequeña, no. Te han enseñado muy bien tu trabajo —manifestó Juan con cierta amargura—. Quiero que vuelvas aquí todas las noches. Dile a tu dueño, ese mozárabe Sisberto o como demonios quiera que se llame, que te reservo para mi servicio mientras me quede en Toledo. Esta misma noche te trasladarás a mis aposentos. Voy a preparar todo para que puedas hacerlo; no creo que haya ningún inconveniente.

—¡Oh!, mi señor, sois muy gentil. Os agradezco…

—Nada tienes que agradecer, sólo vas a realizar tu trabajo.

Durante la cena, Juan solicitó a Zakariyya la autorización para poder disponer de la muchacha durante todos los días de su estancia en la ciudad.

—Me gustaría que esta misma noche estuviera ya aquí conmigo —dijo con tal rotundidad que Zakariyya no tuvo otro remedio que asentir.

—Bueno, no suele ser la costumbre, pero en vuestro caso…

—Vamos, mi querido amigo, los palacios del Alcázar están llenos de concubinas de los visires, secretarios y capitanes. Por supuesto, yo correré con los gastos —alegó Juan.

—De acuerdo, de acuerdo, lo arreglaré —asintió Zakariyya.

—Te has prendado de esa muchacha, ¿eh? Ten cuidado, las mujeres saben descubrir el punto débil de cada hombre y sacar el mejor provecho de ello. Disfruta del cuerpo de esa joven, tómala cuantas veces quieras, pero después olvídala. Yo ni tan siquiera recuerdo cómo era, qué edad tenía o si me dijo su nombre la puta con la que hace apenas una hora copulaba en mi alcoba —Abú Yafar hablaba con este desdén de las mujeres sin dejar de masticar un delicioso muslo de faisán con salsa de manzanas y moras—. Me parece que necesitas casarte. Tu edad es la más apropiada para el matrimonio. Yo me casé por primera vez a los veinte años, cinco menos de los que tú tienes ahora. El hombre que no está casado es sólo medio musulmán. Nuestro Libro Sagrado dice: «Casad a aquellos de vosotros que no estén casados». Por tanto, tu deber como creyente es tener una esposa, o hasta cuatro, si es que puedes permitírtelo.

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