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Authors: Mike Lee Dan Abnett

El señor de la destrucción (14 page)

BOOK: El señor de la destrucción
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Malus extendió una mano y le quitó el poder a Nuarc.

—Entonces, ¿por qué me cuentas todo esto? ¿Estás traicionando los planes secretos de tu señor?

El señor de la guerra soltó una áspera, rasposa carcajada.

—¡Será mejor para el Rey Brujo que entiendas la posición en que te encuentras, y que comprendas que no hay nada que puedas hacer para cambiarla! He oído informes sobre tu labor de general en las recientes luchas entre el Arca Negra y Hag Graef; lo hiciste modestamente bien contra las fuerzas de Isilvar. Eres joven y voluntarioso, pero tienes una mente aguda debajo de toda esa necedad. Lo que es más, puedes ser condenadamente impredecible, y ésa es la razón por la que estoy aquí —dijo—. Quiero que entiendas hasta qué punto te tiene atrapado Malekith. No intentes ninguna estupidez; no serviría de nada, y probablemente nos dejaría en una posición aún más insostenible que la que ocupamos ahora. La mejor posibilidad que tienes de conservar la cabeza sobre los hombros es obedecer las órdenes y disfrutar del poder que tienes mientras lo tengas.

—Hasta que haya pasado el peligro —declaró Malus con frialdad—, y luego me ataréis a un poste, en la encrucijada.

Nuarc, impávido, miró al noble a los ojos.

—¿Preferirías enfrentarte a las tiernas atenciones de tu hermana?

Malus suspiró.

—Me has convencido, mi señor —dijo, y volvió a arrojar ti poder sobre la cama, para comenzar a soltar las correas de la armadura—. Dentro de una hora estaré listo para partir.

—Muy bien —dijo el señor de la guerra con un breve asentimiento de cabeza, y se volvió para salir de la habitación—. Diré a los sirvientes que vuelvan a entrar para que te ayuden a cambiarte y te traigan una buena comida. Probablemente será la última que tomarás durante los próximos días.

Nuarc salió al corredor y les voceó órdenes a los sirvientes. Malus desató los cordones del peto con bruscos y coléricos tirones, mientras posaba una mirada feroz sobre el poder del Rey Brujo.

Los negros corceles de los infinitos pasaron como una exhalación por encima de la boscosa cumbre y descendieron por la ladera del otro lado, con los brillantes flancos agitados y los lustrosos cascos batiendo las apisonadas cenizas que cubrían el Camino de la Lanza al llegar a la Llanura de Ghrond. Caía una nevada ligera que era arrastrada por el frío viento del norte en lacerantes ráfagas que susurraban entre los oscuros pinos.

En lo alto de la cumbre, Malus frenó a
Rencor
para observar la amplia llanura, con los dientes desnudos a causa del cortante frío. Ya tenía las mejillas y la nariz agrietadas a causa de las bajas temperaturas, pero el dolor lo mantenía más despierto
y
alerta que cualquier dosis de
barvalk
. Su exhausto y dolorido cuerpo oscilaba sobre la silla de montar. Nuarc les había ordenado a los Infinitos que lo llevaran hasta la Torre Negra con toda prontitud, y el paso adoptado había hecho que el viaje desde Har Ganeth por el Camino de los Esclavistas pareciera ocioso en comparación. Se detenían sólo una vez cada pocos días para tomar una comida fría y beber una ración de licor de enanos, y lo poco que pudo dormir el noble fue mientras cabalgaban. Malus ya no podía decir con certeza qué día era, pero hasta donde podía calcular habían cubierto la distancia hasta la Torre Negra en sólo cuatro jornadas. Incluso los negros corceles parecían hallarse al límite de su resistencia, lo que el noble no habría creído posible.

Allá abajo, los jinetes de vanguardia de los infinitos alzaban una nube de polvo gris pálido al galopar por la negra cinta del camino que atravesaba la llanura. La extensión cenicienta se alargaba hacia el este y el oeste hasta donde alcanzaba la vista, mientras que en el horizonte norte se erguía la dentada, rota línea gris hierro de las montañas que señalaban el límite de los Desiertos del Caos. A una legua hacia el norte, más o menos, alzándose de la pálida ceniza como la negra lanza de un centinela, se hallaba la Torre de Ghrond.

Cada una de las seis grandes ciudades de Naggaroth servía a un propósito para los druchii en su conjunto: Karond Kar construía las esbeltas naves negras que los capitanes corsarios usaban en sus incursiones esclavistas, mientras que Clar Karond era la cámara de compensación para el comercio de esclavos generado por los corsarios. De modo similar, Har Ganeth forjaba las armas y armaduras para equipar a los guerreros del Estado, mientras que podía decirse que la Torre Negra era la forja que hacía a los propios guerreros. Cada unidad de soldados reunida en la Tierra Fría era enviada a la Torre Negra para ser entrenada en las artes de la guerra. Unidades de lanceros y caballería se turnaban en las atalayas que había a lo largo de la frontera septentrional, y recibían su bautizo de sangre en incursiones al otro lado de la frontera, al interior de los Desiertos, encabezadas por hijos de prominentes familias nobles que estaban allí para aprender los rudimentos de la comandancia. La Torre Negra era el punto de unión de las marcas septentrionales, construida en una época en que los druchii temían que una invasión procedente de los desiertos fuera una amenaza constante.

El nauglir alcanzó la base de la empinada cuesta con unos cuantos saltos, gruñendo quejicosamente cuando el noble lo espoleó para que se lanzara al trote. Lo poco que Malus sabía sobre la Torre Negra lo había sacado de libros que había en la biblioteca de su padre; Lurhan no había creído necesario dar a su hijo bastardo la formación que habían recibido sus hijos mayores.

Ghrond era una ciudad sólo en cuanto a la población y la abundancia de estructuras; en realidad, se trataba de un campamento militar permanente cuyos edificios estaban únicamente dedicados a propósitos marciales. Esta ciudad fortaleza tenía una muralla exterior de forma hexagonal de más de doce metros de altura, que en la parte superior era lo bastante ancha como para que un destacamento de caballeros pudiera cabalgar sobre sus nauglirs a lo largo de ella, en formación de dos en fondo. Cada ángulo del hexágono estaba doblemente fortificado por un reducto de forma triangular que en sí mismo era una ciudadela, con sus propias barracas, armería y almacenes. El reducto sobresalía bastante de las murallas, con el fin de que los arqueros y lanzadores de virotes pudieran disparar a lo largo de ellas y atrapar a los atacantes en un mortífero fuego cruzado. Al igual que los reductos, las dos entradas de la ciudad también estaban fortificadas con imponentes cuerpos de guardia que podían dejar caer una lluvia de muerte sobre cualquiera que intentara abrirse paso a través de las puertas reforzadas con hierro.

Desde el cuerpo de guardia sur los centinelas veían todo el Camino de la Lanza hasta las lejanas colinas. Al aproximarse los infinitos, el formidable lamento de un cuerno se alzó por encima de las almenas, y la enorme puerta se abrió lentamente. Una mirada a las caras plateadas de los jinetes y a sus negros corceles bastó para convencer a los centinelas de su identidad.

Al cabo de pocos minutos, Malus pasaba por debajo del arco de la puerta sur y entraba en un estrecho túnel alumbrado sólo por un puñado de lámparas de luz bruja. Pesados bloques de piedra parecían presionar desde todas partes, y el noble distinguió estrechas saeteras abiertas a lo largo de ambas paredes y orificios en el techo. Diez metros más allá, el noble se sorprendió al ver que el túnel describía un giro cerrado hacia la derecha, y luego volvía a desviarse a la izquierda. Era una curva que a las carretas les resultaba difícil, y que sería imposible para un ariete, según advirtió con aprobación. Un atacante que lograra penetrar la primera puerta, se encontraría atascado en los oscuros confines del túnel y sería despiadadamente masacrado por los defensores del cuerpo de guardia.

Otros diez metros más adelante, el noble salió por la puerta interior a una pequeña plaza de entrenamiento rodeada por bajas barracas de piedra. En la plaza había soldados de infantería que se entrenaban en formación, y en el aire resonaba el estruendo de los martillos procedente de las forjas cercanas, donde los armeros preparaban los pertrechos de batalla de la guarnición. El comandante de los infantes alzó la espada para saludar a los jinetes que pasaban, y luego volvió a bramarles órdenes a sus soldados.

El espacio que mediaba entre la muralla exterior y la interior estaba abarrotado de barracas, establos, almacenes, forjas y cocinas, todo organizado en distritos fortificados que podían operar como plazas fuertes independientes en caso de que el enemigo abriera una brecha en la muralla exterior. Un invasor tendría que dedicar un tiempo precioso, y miles de vidas, a despejar esos edificios y luchar a lo largo de las estrechas calles, antes de llegar a la muralla interior propiamente dicha. Malus había leído en alguna parte que cada edificio, además, había sido construido de tal modo que la gente del interior podría derrumbarlo cuando toda esperanza se hubiera perdido, y así negarles sus fortificaciones a los conquistadores.

A diferencia de otras ciudades druchii, las calles de Ghrond estaban trazadas en línea recta para facilitar el rápido movimiento de tropas. Malus y los infinitos avanzaron a buen paso por las bulliciosas avenidas. Ante ellos se alzaba la negra mole de la muralla interior de la fortaleza, cuyas almenas erizadas de púas se levantaban dieciocho metros por encima de los distritos fortificados de la ciudad.

Al igual que la muralla exterior, la interior tenía forma hexagonal, con seis pequeños reductos y un solo cuerpo de guardia, de sólida construcción. Al otro lado se alzaba la Torre Negra en sí, rodeada de torres menores como la ciudadela de cualquier drachau, y cubierta de torreones rodeados de púas y provistos de una batería de pesados lanzadores de virotes. Cuando al noble y los infinitos les permitieron atravesar el cuerpo de guardia interior, Malus no pudo evitar sacudir la cabeza con admiración. Todo el poder de las atalayas combinadas no podía igualar la potencia que la sólida construcción confería a aquella fortaleza. Unos pocos miles de druchii podían defender la Torre Negra contra una fuerza más de diez veces superior. Era una trampa mortal expertamente diseñada, construida sólo para acabar con un ejército invasor. Y él, según observó Malus con amargura, estaba destinado a ser el cebo.

Al otro lado de la muralla interior, Malus dio con un pequeño patio umbrío situado al pie de la gran torre. Un destacamento de la Guardia Negra estaba apostado al otro lado del patio, con los blancos rostros impasibles y las alabardas de aspecto malévolo en posición de ataque. Unos ayudantes ataviados con armadura ligera y con la librea del drachau de la torre salieron corriendo de un establo adyacente cuando los infinitos desmontaron pesadamente. Malus hizo otro tanto, y se detuvo sólo para comprobar el buen estado de la alforja que contenía las reliquias del demonio, y pasar una posesiva mano por encima de la envuelta empuñadura de la Espada de Disformidad. Percibió el apagado calor a través de las capas de tela y se sintió terriblemente tentado de desenvolverla y colgarla del cinturón. A fin de cuentas, ¿quién iba a reconocerla allí? Pero el recuerdo de la matanza de Har Ganeth lo obligó a alejar de sí la tentación. No podía permitirse cometer otra inconsciente carnicería en aquel lugar. Con un profundo suspiro, el noble apartó la mano y, en cambio, sacó el hacha de la silla de montar; a continuación, comprobó que llevaba el poder de Malekith bien seguro dentro del cinturón. En ese mismo momento se oyó un entrechocar de acero y un joven noble salió corriendo de la torre al patio.

Estaba claro que el joven druchii procedía de una familia rica. Las empuñaduras de las espadas gemelas estaban adornadas con filigranas de oro y tenían engarzados pequeños rubíes, y la armadura lacada estaba blasonada con runas protectoras de plata y decorada con volutas de oro. Un
hadrilkar
de plata le rodeaba el esbelto cuello, labrado en forma de serpientes entrelazadas. El estrecho rostro ahusado estaba tenso a causa de la veloz carrera, y del cintillo de oro que le sujetaba el pelo a la altura de la nuca se le habían soltado algunos finos mechones negros. Recorrió rápidamente con la mirada a los jinetes reunidos, y valoró a Malus como el jefe obvio. El joven noble avanzó hasta un
hithuan
adecuado, y se inclinó profundamente.

—Soy Shevael, caballero al servicio del drachau, el señor Myrchas. ¿En qué puedo ayudarte?

Malus podía imaginar muy bien los pensamientos que pasaban por la mente del joven noble. Su nueva armadura también tenía filigranas de oro y había sido forjada con hechizos de protección, y el pesado
hadrilkar
de oro del Rey Brujo pendía en torno a su cuello. Sin embargo, no llevaba espadas que señalaran su rango; por el contrario, empuñaba el gastado mango de un hacha de batalla. «El muchacho probablemente piensa que soy el ejecutor personal de Malekith, y que he venido para hacerle una visita a su drachau —reflexionó—. Y la verdad es que no se equivoca demasiado.»

—¿Dónde están el señor Myrchas y su vaulkhar? —preguntó Malus con voz ronca de agotamiento.

Los ojos de Shevael se abrieron de par en par.

—Yo..., él..., ellos, quiero decir, ahora están reunidos en consejo...

—Excelente —lo interrumpió Malus—. Llévame hasta ellos.

El joven noble palideció.

—Pero, es decir, tal vez te apetezca tomar un refrigerio después de la larga cabalgata.

—¿Te he pedido un refrigerio? —le espetó Malus. Dejó que el hacha colgara flojamente de sus manos—. Llévame ante tu señor, muchacho, ¿o prefieres oír tú mismo el decreto del Rey Brujo?

Shevael retrocedió un paso.

—¡No, por supuesto que no, mi señor! Es decir..., quiero decir... ¡Por favor, sigúeme!

El joven druchii giró sobre los talones y se encaminó a paso rápido hacia la torre. Malus lo siguió con una sonrisa lobuna, y los infinitos echaron a andar silenciosamente junto a él.

9. La voz del Rey Brujo

Las salas del consejo del drachau se hallaban cerca del piso más alto de la torre, lo que no mejoró precisamente el humor de Malus. El ascenso por estrechas escaleras de caracol y la marcha por concurridos pasillos de iluminación mortecina pareció durar una hora. Para cuando el joven caballero los condujo a él y a los infinitos que lo acompañaban como guardia personal al interior de la antecámara del consejo, ya había perdido completamente la paciencia. Tras sacar el poder del cinturón, pasó de un empujón por un lado del sobresaltado Shevael y se encaminó con paso decidido hacia la puerta de la cámara. Los dos alabarderos de la Guardia Negra destinados a vigilar la puerta miraron a Malus y luego a sus acompañantes de máscara de plata, y se apartaron cautelosamente.

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