Read El Sol brilla luminoso Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Divulgación científica

El Sol brilla luminoso (22 page)

BOOK: El Sol brilla luminoso
5.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

De hecho, se podía imaginar un nuevo «sí» de la Historia, con un Hitler diferente al auténtico, en vez de alguien sólo obsesionado por la «pureza racial». De haber sido así, todos los expulsados de Alemania en nombre de la mencionada «pureza», se hubieran quedado allí. No existe razón para suponer que no hubiesen contribuido poderosamente a la fabricación de una bomba nuclear para Alemania, en vez de hacerla para Estados Unidos, y Alemania sería en la actualidad la nación dominante del planeta.

Podemos decir «¡Qué ironía!» y alzar asombrados las manos al ver la forma en que Hitler se derrotó a sí mismo, y hablar del dedo de Dios, excepto que éste no es ninguna clase de acontecimiento que carezca de precedentes. Ha sucedido por lo menos dos veces ya en la historia europea, de una forma igualmente espectacular. España, bajo Felipe III, expulsó a los moriscos y Francia, bajo Luis XVI, expulsó a los hugonotes (cristianos de fe protestante). En cada caso, la nación que llevó a cabo aquella expulsión, en nombre de la «pureza religiosa», perdió una particularmente valiosa parte de su población debilitándose de un modo permanente, y robusteciendo, en proporción, a sus enemigos.

¿Ha aprendido la Humanidad una lección de todo esto? Naturalmente que no. Exactamente ahora, Vietnam está proyectando expulsar a todos los vietnamitas de ascendencia china, y existe la mayor certidumbre de que, como resultado de esto, el Vietnam se debilitará de una forma permanente.

No es preciso utilizar el dedo de Dios para que los seres humanos coloquen sus prejuicios por delante de su sentido común. Yo más bien estaría tentado de creer en el caso a la inversa.

Pero volvamos a Szilard. Podía escasamente contar con que Hitler hubiese debilitado lo suficiente la Ciencia alemana como para que la situación estuviese segura, y, por ello, debía de tomar en cuenta los puntos 2 y 3.

Comenzó una campaña de un solo hombre señalando las posibilidades de una bomba nuclear, y pidiendo a los científicos en aquel campo que mantuviesen sus trabajos en secreto. Para los científicos, resultaba muy duro convenir en esto. La libre y abierta comunicación entre los científicos, junto con unas completas y tempranas comunicaciones, constituyen los auténticos cimientos del progreso científico.

Y aunque el caso carecía de precedentes, y poco a poco, Szilard se fue saliendo con la suya. Hacia abril de 1940, existía ya un sistema voluntario de autocensura sobre la materia, y cesó la discusión pública acerca de la fisión nuclear. Szilard se había hecho cargo con todo cuidado del punto 3, y aquello significaba que Alemania ya no podría contar con la capacidad de Estados Unidos para destruimos.

Sin embargo, por entonces pareció como si Alemania no necesitase en absoluto de la ayuda de Estados Unidos. En abril de 1940, Hitler había llegado a un acuerdo con la Unión Soviética, comenzando la guerra, destruido Polonia, tomado Dinamarca y Noruega, todo ello mientras que Gran Bretaña y Francia permanecían en un estado de parálisis. Poco después de la victoria de Szilard, Hitler se apoderó de Francia y comenzó a someter a Gran Bretaña a un bombardeo inmisericorde. Y, en 1941, se volvió hacia la Unión Soviética, tras haber despejado los Balcanes y avanzado ya con fuerza dentro de la patria rusa.

Parecía como si fuese a apoderarse de toda Europa, y llegado el caso incluso de todo el mundo,
sin
armas nucleares.

Por lo tanto, se hizo importante para Estados Unidos el desarrollar una bomba nuclear, no sólo para poder ir de esta manera por delante de los alemanes, sino tal vez como la última línea de defensa contra la, de otro modo, inevitable derrota. Y sólo teníamos pocos años para llevarlo a cabo.

Resulta duro en la actualidad, para los que no lo han vivido como yo, comprender la desesperación de aquellos días. Era de lo más posible que los Estados Unidos desperdiciaran su tiempo y sus posibilidades, mientras Alemania seguía adelante con su trabajo, hasta llegar a emplear unas armas sin ninguna clase de precedentes.

Consideremos, por ejemplo, el caso de los cohetes. Los cohetes modernos comenzaron, en Estados Unidos, con Robert Goddard, en 1926, pero Goddard se quedó solo. El Gobierno no le prestó la menor ayuda. Incluso resulta dudoso pensar que, en los veinte años entre 1926 y 1946, existiese un solo congresista con visión para apoyar a los cohetes, o embarcado lo suficiente para perder la reelección por culpa de este asunto.

Éste no era el caso de Alemania, donde el apoyo del Gobierno a los cohetes comenzó ya de una forma tan temprana que, en 1944, los proyectiles V-2 estaban bombardeando Gran Bretaña.

Con esto en la mente, podemos preguntamos de nuevo acerca del hecho de que Alemania no venciese, y de nuevo ocurrió el caso de que Hitler se derrotase a sí mismo. Por alguna razón, su interés por los cohetes y los misiles ahogó su interés por la bomba nuclear. En aquella emergencia de guerra, pareció no haber lugar dentro de él para más de una arma secreta a la vez.

y más fundamental aún, el deseo de Hitler de conseguir que sus tropas se desparramasen por toda Europa, mientras aún estaba vivo y lo suficientemente joven como para disfrutar de la destrucción, le condujeron a una guerra prematura. Sospecho que no deseaba fabricar una máquina de guerra que algún sucesor usase para conquistar el mundo.

A fin de cuentas, existen precedentes históricos para él, y Hitler, que era un ardiente estudiante de la Historia, sabía acerca de esto. Filipo de Macedonia había alzado un ejército que su hijo, Alejandro, empleó para conquistar todo el Imperio persa, y, por ello, fue su hijo el que recibía el sobrenombre de
Magno.

Muy cerca de su patria, Federico Guillermo I,de Prusia, formó un bellamente pulido ejército que su hijo, Federico II,emplearía para derrotar a los ejércitos austriacos y franceses, y también en este caso fue el hijo al que se consideraría
el Grande.

Presumiblemente, Hitler deseaba ser Filipo y Alejandro combinados, y no quería arriesgarse a esperar para ello demasiado.

Sin embargo, aún tenía sólo cincuenta años en 1939, y podía haberse arriesgado a esperar, digamos, cinco años más. Si lo hubiese hecho, hubiera podido estar seguro de que las potencias occidentales habrían desperdiciado profundamente su tiempo. Gran Bretaña y Francia se hubieran mostrado complacidas de que Alemania no hubiese hecho más demandas territoriales después de Munich, y más bien se habrían echado atrás para no irritar a Hitler. Franklin Roosevelt no hubiera tenido que apresurarse para su tercer período electoral, en 1940, caso de que el mundo se hubiese hallado en paz, o hubiera sido derrotado de haberlo intentado, y su sucesor, fuese el que fuese, hubiera sido menos capaz de luchar contra el sentimiento aislacionista en Estados Unidos.

Hitler hubiera podido realizar unos programas más importantes, para desarrollar tanto los misiles como la bomba nuclear, sin tener la menor competencia por parte de Occidente. La Unión Soviética hubiera podido estar también actuando en ambas direcciones, estoy seguro de ello, pero sospecho que Hitler lo hubiese conseguido antes.

Así, pues, en 1944 ó 1945, Hitler hubiese tenido ya dispuestos los misiles y las bombas nucleares, o casi dispuestos, para una rápida producción y mejoramiento si ello hubiese sido necesario. Hubiera podido iniciar la guerra y reservar sus armas secretas para las emergencias. Si la guerra hubiese marchado mal, o se hubiese prolongado más de lo que él preveía, y detrás de sus aisladores océanos Estados Unidos hubiera podido atrapar y aún sobrepasar a Alemania en la producción de armas convencionales, dos o tres bombas nucleares hubieran estallado encima de las ciudades norteamericanas, por medio de misiles lanzados por algún submarino ante las costas, me imagino, lo cual habría sido suficiente para terminarlo todo y Hitler convertirse en el amo del mundo.

Pero esto no ocurrió. Hitler, sin el beneficio de la previsión, pudo no haber visto todo esto, pero me imagino que ninguna de todas estas posibilidades le habrían interesado. Simplemente, no quería aguardar más, puesto que no deseaba correr el riesgo de perder el crédito de la conquista, por lo que desperdició sus posibilidades por querer abarcar demasiado.

¿El dedo de Dios? ¿Por qué? Seguramente no son necesarias las fuerzas de los cielos para conseguir que un paranoico ego-maniaco obre como un paranoico ego-maniaco.

Pero Szilard no podía contar con esto. No podía prever el futuro y no podía estar seguro de que Hitler hubiese actuado de una forma prematura. No le había parecido así en 1941.

¡No! Estados Unidos debía poseer la bomba nuclear y no había modo de realizarlo sin un masivo programa gubernamental, y uno muy costoso, para apoyar la ingeniería e investigación que resultaban necesarias. Pero, ¿cómo diantres podría ser el Gobierno persuadido para que invirtiese el dinero? ¿El Congreso? ¡Había que olvidarlo! Con el mundo ardiendo por sus cuatro costados, la Cámara de Representantes renovó el alistamiento por sólo
un voto
de diferencia. Un congresista se opuso a la renovación, afirmando que, si se produjese una invasión, todos los norteamericanos «se alzarían en armas». No mencionó qué armas o cómo serían entrenados para emplearlas.

Hubiera sido mejor intentarlo con el presidente Roosevelt, pero sólo era Presidente y hubiera quedado destrozado en el Congreso y por el pueblo, si hubiese gastado un montón de dinero en algo que no tenía un uso inmediato y visible, para amplios sectores de votantes. Para que Roosevelt se viera urgido a ello, debía verse impresionado por lo apremiante de la situación, tan impresionado como para querer arriesgarse a un suicidio político.

¿Cómo demonios podía quedar Roosevelt impresionado hasta semejante punto? Naturalmente, se trataba de una materia científica, pero tenía todos los visos de ciencia ficción, y no hay nada que enfurezca más a los hombres estúpidos y de estrechas miras del mundo que algo que les parezca que es sólo ciencia ficción. Para quitarse de encima ese sambenito, el asunto debía de ser presentado por algún científico, con una reputación tan encumbrada que nadie pudiese poner en tela de juicio sus declaraciones.

Sólo existía un científico vivo que fuese una completa leyenda en el mundo, incluso para aquellos que no supiesen nada acerca de Ciencia, excepto que dos y dos son algo que se encuentra entre tres y cinco… Se trataba de Albert Einstein.

No obstante, Szilard también contó con la ayuda de dos de sus amigos, Eugene Paul Wigner y Edward Teller. Los tres eran brillantes físicos nucleares de nacimiento húngaro, y los tres habían escapado de Hitler. Los tres estaban también absolutamente convencidos de los peligros con los que se enfrentaría el mundo y de la necesidad de conseguir la bomba con vistas a la amenaza nazi. Los tres fueron a ver a Einstein, que también había sido una víctima de los nazis.

No resultó sencillo persuadir a Einstein para que añadiese su nombre a la carta. Era un convenio pacifista, y no deseaba colocar aquellas terribles armas en manos de los seres humanos, pero sí podía ver los peligros y el increíble dilema al que hacía frente el mundo. Era algo malo de las dos formas, pero debía realizar una elección, y suscribió con su nombre la carta que Szilard había escrito para que él la firmase.

La carta llegó a manos de Roosevelt, y el empleo del nombre de Einstein, aparentemente, suministró el necesario revulsivo. Roosevelt decidió seguir adelante y autorizar un proyecto secreto para el desarrollo de la bomba nuclear, que, llegado el momento, costaría dos mil millones de dólares. (Cabe imaginar el ridículo que hubiera caído sobre la cabeza de Roosevelt, si el proyecto hubiese acabado en fracaso.)

Incluso una decisión presidencial debe seguir sus trámites, y no fue hasta un sábado en particular, a fines de año, cuando, finalmente, Roosevelt firmó la orden que puso en marcha lo que se llamaría «Proyecto Manhattan», un nombre deliberadamente sin significación para enmascarar sus auténticos planes.

Sin embargo, fue algo increíblemente cercano a no producirse. Constituye una buena y vieja costumbre norteamericana, a fin de cuentas, no hacer nada importante en el fin de semana, lo cual incluso alcanza a veces a los mismos presidentes de Estados Unidos.

Si Roosevelt se hubiese retrasado hasta el lunes, quién sabe cuándo lo hubiera firmado, o incluso si hubiese llegado a firmarlo.

El día en que se firmó la orden fue el sábado, 6 de diciembre de 1941 y, al día siguiente, era domingo, 7 de diciembre de 1941, el día en que los aviones japoneses bombardearon Pearl Harbor. Después de aquello, no hubo otra cosa que el caos en Washington durante algún tiempo.

No obstante, la orden fue firmada el último día posible (¿el dedo de Dios? ¿La pezuña del diablo?), y la bomba nuclear se desarrolló y Estados Unidos fue el primero en conseguirla. Szilard había vencido.

Y, sin embargo, llegado el momento tampoco necesitamos la bomba. La Alemania de Hitler no llegó a desarrollar una bomba atómica, y puso a punto sus misiles demasiado tarde como para poder ganar la guerra.

El 30 de abril de 1945, Hitler se suicidó, y el 8 de mayo de 1945 Alemania se rindió. El mundo podía descansar.

En realidad, Japón aún combatía, pero ya no tenía Marina, sus ejércitos habían sido derrotados, sus ciudades aplastadas hasta constituir una pura ruina. Estaba ya a punto de rendirse.

Muchos de los científicos que se habían encontrado tan ansiosos por lograr una bomba nuclear, sentían que ya no era necesaria. Mientras fue asunto de conseguirlo antes que los nazis, o para impedir una derrota final, debía de conseguir una. En aquella época, el horror de la bomba parecía preferible al horror de un mundo nazificado.

Pero una vez la Alemania nazi fue derrotada, y Japón resultaba claro que se hallaba al borde de la derrota, ¿por qué no dejar de trabajar en la bomba, mantenerla reservada para futuras emergencias sin revelar la tarea que se había efectuado y dejarlo todo sometido a control internacional, o
algo, cualquier cosa
para evitar que aquello llegase a obtenerse, con un mundo con potencias opuestas armadas con armas nucleares, y con una destrucción que sería siempre inminentemente posible?

Y, sin embargo, el desarrollo de la bomba nuclear continuó. El 16 de julio de 1945, tuvo lugar la primera explosión de una bomba nuclear en la historia mundial, en Alamogordo, Nuevo México. El 6 de agosto de 1945, la segunda explosión de una bomba nuclear se efectuó por encima de Hiroshima, en el Japón, y el 9 de agosto de 1945, la tercera explosión atómica sucedió sobre Nagasaki. Los japoneses se rindieron, formalmente, el 2 de setiembre.

BOOK: El Sol brilla luminoso
5.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Hollywood Madonna by Bernard F. Dick
The Girl Next Door by Brad Parks
Raiders by Malone, Stephan
Learning to Waltz by Reid, Kerryn
Held by Edeet Ravel
The Taliban Shuffle by Kim Barker