Authors: Michael Bentine
El duque de Borgoña, un hombre como un toro con estómago para luchar contra los paganos, presentaba otro problema. Se resistía a comandar la retaguardia, pues prefería luchar al lado de Ricardo en primera línea. Corazón de León manejó la situación con todo el tacto y la convicción posibles. Por fin, el duque se dejó persuadir por las melosas palabras del rey.
Lanzó una sonora carcajada.
—Ese hijo de puta de De Montferrat sólo lucha por el oro, Ricardo. Estoy seguro de que Conrad se pondría al lado del diablo, o de Saladino, si las condiciones fuesen buenas. —El corpulento duque blandió la poderosa maza de hierro—. Mi machacador de sesos, aquí presente, está ansioso por partirle el cráneo. Sólo tenéis que decir una palabra, majestad, y marcharemos juntos hacia Tiro.
En aquel momento llegó un mensajero del oficial de puertos para informar a Corazón de León de que la nave de la reina estaba a la vista. Disolvió la reunión y, con toda calma, se dirigió a la mole de roca para dar la bienvenida a su consorte. Simon, por otra parte, estaba impaciente por saludar a su amada Berenice.
Al normando le atormentaba la idea de que la muerte de su amigo Pierre se debió, de alguna manera, a su propia negligencia al no advertir al arquero turco cuyo arco había disparado la flecha fatal. Con el entusiasmo de ver a Berenice ensombrecido por ese temor irracional, apenas podía refrenar el ansia de adelantarse a Corazón de León, en vez de caminar unos pasos detrás del monarca inglés, vigilando que no fuese víctima de un ataque de los Asesinos o de otro atentado similar.
Si bien Ricardo no había planeado una recepción de bienvenida, pues estaba demasiado inmerso en los planes bélicos como para pensar en su flamante esposa, su rey de armas, el duque de Norfolk, ya había alertado a la corte sobre la llegada de la reina. Una fanfarria de trompetas y los gritos de los cortesanos saludaron al galeón real. Ello sucedió antes de que Corazón de León abandonara Mategriffon, que aún no había sido desmantelado y almacenado en la galera del rey, listo para la próxima batalla.
El plan del rey de armas consistía en alojar a las dos reinas y su séquito en el palacio de Acre, ahora libre de los restos pavorosos del prolongado asedio, y de nuevo ofrecía su atractivo aspecto con las banderas y gallardetes de bienvenida, como correspondía a la llegada de la realeza inglesa.
El galeón de la reina finalmente contorneó la Torre de las Moscas y atracó contra la punta rocosa. Lo único que Simon vio, con los ojos del amor, fue a su amada Berenice, vestida atractivamente de negro, conocedora ya de la trágica noticia de la muerte de su hermano.
El corazón del templario latió con más fuerza al pensar que volvería a estrechar a su amada entre sus brazos. Se volvió hacia Belami.
—¿Y si Berenice me culpa por la muerte de Pierre?
Su voz delataba una profunda angustia.
Belami se encogió de hombros, al tiempo que replicaba:
—Yo negaré rotundamente que fueses responsable en modo alguno. En la brecha todos corríamos los mismos peligros, mientras protegíamos al rey. Esto es una locura, Simon. De ninguna manera se te puede culpar de esa tragedia. Sigue mi consejo y trata de olvidarlo. Siempre conservaremos el recuerdo de Pierre en nuestro corazón. Recuerda las últimas palabras de nuestro amigo. Él queda que te casaras con su hermana. No le defraudes.
—Pero aún no he sido nombrado caballero— arguyó Simon.
—¡De poco os servirá a ti y a Berenice que te conviertas en caballero templario! Sé que Robert de Sablé se siente fuertemente impulsado a presentar esa idea al Gran Capítulo en la próxima asamblea. Si se te brinda ese honor, como creo que será el caso, difícilmente podrás rehusar aceptarlo. Recuerda que ese título le fue otorgado a nuestro actual Gran Maestro, y ese raro honor bien podría repetirse en tu caso. Entonces, con los votos de celibato, podrás despedirte de la más remota idea de casarte con la condesa Berenice de Montjoie, en que se ha convertido ahora tu dama.
La reina Berengaria saludó a su real esposo con un casto beso, y Corazón de León la escoltó a lo largo de la mole rocosa, ante los resonantes vítores de los cruzados reunidos. El rey Guy de Lusignan le ofreció el brazo a la reina Joanna, y el cortejo real entró en la ciudad de Acre, acompañado del sonar de las trompetas.
Simon, como guardia personal de la pareja real, no pudo saludar a Berenice con el ardor y la ternura que ansiaba brindarle, pero más tarde, la bondadosa Berengaria, que conocía la angustia que sufría su dama de compañía y muy querida amiga, procuró que los dos jóvenes amantes tuvieran la oportunidad de encontrarse en sus aposentos privados.
Para ellos, fue un encuentro triste y al mismo tiempo tiernamente amoroso. Berenice estaba desolada por la pérdida de su hermano, y Simon estaba igualmente destrozado por la muerte de un amigo tan querido.
Si bien el estricto protocolo de la época prohibía a Berenice el goce del amor físico durante el periodo de duelo, al menos Simon pudo proporcionarle toda la ternura que ella necesitaba tan desesperadamente. Al joven normando también se le había enseñado a respetar el duelo por los muertos, de modo que en ningún momento se le ocurrió aprovecharse de la vulnerabilidad de Berenice.
La reina Berengaria, cuyo infeliz matrimonio no hacía más que acentuar su deseo de ver a su amiga confortada por el hombre a quien obviamente adoraba, ahora intentaba allanar el camino para aquellos desventurados amantes. No le sería difícil a la flamante reina sugerir que se le diera el espaldarazo al joven templario, y con este propósito Berengaria envió a buscar al servidor Belami, de quien esperaba saberlo todo acerca del elegido por Berenice.
—Majestad, desearía poder daros más información aparte del hecho de que Simon de Creçy era el protegido del fallecido sir Raoul de Creçy, que poseía De Creçy Manor, cerca del pueblo de Forges-les-Eaux, en Normandía. Eso, lamentablemente, es todo cuanto puedo deciros, puesto que hice el sagrado juramento de no revelar nada más.
La reina lo intentó con Corazón de León con la misma falta de éxito. El rey no pudo decirle más de lo que él mismo sabía.
—Sólo conozco pequeños detalles sobre Simon de Creçy. El obispo de Evreux trató de obtener más información para mí y también se estrelló contra un muro de silencio. Estoy seguro de que no existe nada malo en esta aparente conspiración tendiente a mantener en un misterio el linaje del joven templario, pero confieso que este asunto me tiene intrigado. Sus antecedentes registran una entrega total a la causa de los templarios. Inspira absoluta lealtad en sus compañeros, y su Gran Maestro no tiene más que elogios para con el joven. Luchó valientemente junto a mí sin pensar en su propia seguridad y, te aseguro, Berengaria, que prefiero tener a mi lado a esos dos templados que cualquier otro de los hombres que conozco. Robert de Sablé es afortunado de tener a semejantes guerreros bajo su mando.
Tanto misterio no hizo más que avivar la curiosidad de la inteligente reina y resolvió indagar todas las fuentes de información sobre el tema del linaje de Simon de Creçy.
Mientras tanto, otra duda corroía al normando. Como muchos hombres antes que él cuyo oficio era la guerra, había llegado a un punto en que la idea de volver a matar le angustiaba hasta dolerle el alma. Ello nada tenía que ver con la cobardía. Muchos cazadores han sufrido también la misma revulsión después de muchos años de matar venados, sea para comer o por deporte. De repente, todo su ser se rebela contra la idea de segar una vida. Ése es el más peligroso momento en la carrera de un soldado, pues sin la reacción instantánea del matador entrenado, el guerrero distraído se torna vulnerable y peligroso, no sólo para consigo mismo sino también para con los demás, cuya seguridad reposa en sus manos.
Resulta difícil de determinar el momento exacto en que el alma de Simon se desvió de la dedicación por entero a su propia formación a la carrera de las armas, en nombre de la justicia y de la Orden del Temple; pero lo más probable es que se generara ante la inútil matanza de los aguerridos defensores de Acre. La admiración de Simon por su tenaz resistencia ante el prolongado asedio había sido la del soldado nato. Todos sus instintos habían clamado contra la despiadada matanza, llevada a cabo por los cruzados, de los desarmados prisioneros, de sus esposas y hasta de sus hijos.
Sumido en el tormento por el que pasaba su alma, doblemente doloroso a causa de la pérdida de Pierre, Simon recurrió a Belami en busca de su prudente consejo y del consuelo de su cálida amistad.
El veterano escuchó en silencio todo cuanto Simon le decía, asintiendo brevemente con la cabeza a medida que su amigo iba desgranando sus dudas y temores. Al final de aquel catálogo de pesares, Belami pasó el brazo derecho por los hombros de su pupilo favorito.
—No cuentes a nadie más tus miedos, Simon. Tus actuales dudas podrían interpretarlas como otra cosa. No eres un cobarde, mon brave, pues en ese caso Belami no consentiría que combatieras junto a él. Esta súbita reacción en contra de la matanza por la matanza en sí proviene de la rama materna de tu linaje, aunque yo vi a tu padre pasar por un tormento similar poco antes de ser capturado.
«Creo que rehusó deliberadamente que Saladino le liberara a cambio de un rescate porque tenía la sensación de que, de alguna manera, había traicionado a los templarios. Pensar que Odó de Saint Amand violó su juramento de defender la causa de los templarios es demasiado absurdo, y también lo es en tu caso, mon ami. Simon, has luchado como un león en esta tierra para mantener bien alto el buen nombre de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén.
Belami se daba cuenta de cuán parecidos de carácter eran el padre y el hijo. Ambos eran hombres testarudos, a quienes difícilmente se les podía hacer cambiar de idea, una vez que se les había metido en la cabeza.
—Además —siguió el veterano, pacientemente—, en la batalla de Hittin caíste malherido en el cumplimiento de las órdenes de los templarios.
«A instancia de nuestro Gran Maestro, has defendido valientemente a Corazón de León, ¡y ambos sabemos cuán ardua puede ser esa misión! Así que no te culpes. Esas mismas dudas han asaltado a muchos otros hombres antes que a ti, y estoy seguro de que no serás el último que le dé la espalda a la guerra en aras de la paz.
«Sigue mi consejo, mon brave, y aguanta un poco más. Apuesto mi cabeza a que no aflojarás en el campo de batalla. Pero, por lo que más quieras, Simon, no le digas a nadie más lo que me has confesado a mí, ni siquiera a Berenice de Montjoie.
A pesar de sus alentadoras palabras, Belami quedó hondamente preocupado por el súbito cambio de espíritu de Simon. Aun cuando el veterano comprendía plenamente la situación, necesitaba tiempo para pensar cómo podía ayudar a su amigo a resolver sus dificultades. Belami no dudaba de que el apasionado amor que sentía por Berenice y su irracional sentimiento de culpa por la muerte de su hermano eran la causa de aquella serie destructiva de dudas que atormentaban el espíritu del normando.
El viejo soldado estaba seguro de una cosa. Presentía que la carrera de Simon de Creçy como guerrero templario había terminado.
Entonces se produjo un atentado contra la vida del rey Ricardo, aparentemente llevado a cabo por los Asesinos. Fue tan pésimamente urdido, y los dos criminales fueron tan torpes, que Belami y Simon dudaban de que los hombres de Sinan-al-Raschid estuvieran implicados en el intento de asesinato. Para cuando los templarios llegaron al lugar, los servidores guardianes de relevo, Arnold Compiégne y Henrí Malmont, ya habían despachado al par de ineptos asesinos.
El frustrado atentado determinó que el rey Ricardo resolviera utilizar el cuerpo confiable de servidores templarios como una fuerza que actuaría como protección de flancos en su principal ataque con lanceros, y enseguida adoptó la sugerencia original de Belami en cuanto a la técnica de las columnas volantes de arqueros montados a la grupa de las monturas de los lanceros templarios y turcos. Eso tenía que causar un significativo efecto en su marcha al sur.
A lo largo de ese corto periodo de reorganización y reagrupación de las fuerzas francas, Saladino tampoco había estado ocioso. El grueso de sus fuerzas avanzó para ocupar las cumbres de Carmel, para aguardar el esperado avance de Ricardo hacia Jaffa.
Desde la caída de Acre, el respeto de Saladino por la habilidad táctica de Corazón de León había aumentado tanto, que el sultán ahora consideraba que el rey Ricardo era la más grande amenaza para el mundo musulmán desde el inicio de las Cruzadas. Saladino desestimó la matanza de Acre como consecuencia de la frustración de los cruzados francos al fin del asedio.
En el fondo de su corazón, estaba seguro de que un monarca tan caballeroso como Coeur de Lion no podía ser el loco instigador de una carnicería tan insensata. Sin embargo, ésa no era ni mucho menos la opinión general entre sus contemporáneos en el mundo musulmán. Muchos de ellos responsabilizaban directamente a Corazón de León por la matanza, y como consecuencia odiaban al rey inglés.
El sultán consideraba que eso era un error fatal, pues el odio en cualquier forma tiende a obnubilar la mente, y el imprevisible monarca inglés, con su temperamento impulsivo, voluble, requería más consideración que los esfuerzos afanosos fácilmente previsibles de un De Lusignan o un Bohemundo, cuyas tácticas consistían en el mismo torpe uso de la caballería en masa como se había utilizado siempre.
Saladino veía a Ricardo Corazón de León como a un compañero jugador de ajedrez. Consideraba cuidadosamente cuál sería el gambito del rey. Podría ser o bien un ataque directo desde Acre hacia la ciudad de Tiberias, como Guy de Lusignan había intentado hacer para terminar en el desastre de Hittin, o bien Ricardo avanzaría por la costa en dirección al sur para apoderarse de Jaffa.
Después de largas deliberaciones, Saladino eligió la última como la más probable ruta del comandante inglés. Al fin y al cabo, el rey tenía su poderosa flota ejerciendo el dominio indiscutido del mar y ésta podía protegerle el flanco occidental. Si el sultán hubiese estado en el lugar del rey, esa habría sido su jugada.
Si se equivocaba y Ricardo elegía la otra ruta a Jerusalén, Saladino se encontraría en desventaja, con sus tropas demasiado lejos hacia el sur como para interceptar a Corazón de León antes de que atacara Tiberias. Pero el sultán estaba seguro de que Ricardo jugaría sobre seguro y movería sus más reducidas fuerzas lo más lejos posible, con la protección de la flota inglesa en uno de los flancos.