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Authors: Michael Bentine

El templario (48 page)

BOOK: El templario
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—¡Vivat! ¡Vivat! ¡Vivat!

Su imperativo grito por la resurrección del alma de Pierre resonó sobre las aguas de la bahía de Acre.

Cada uno encerrado en sus tristes pensamientos, caminaron acompañados por el tintinear de las cotas de malla por la arenosa playa, montaron en sus pacientes caballos y se dirigieron en silencio hacia la ciudad reconquistada.

Dentro de las murallas, continuaba la matanza. Bolsones aislados de tenaz resistencia eran sofocados con salvaje violencia, a veces a punta de espada, a veces mediante una lluvia de flechas fatales de una yarda y a veces con el terrible lanzador de llamas turco, ahora en manos de los cristianos.

Aquel fue el primer resultado positivo del asedio de una importante ciudad que Simon pudo presenciar. Se le revolvía el estómago ante las escenas de innecesaria carnicería que tenían lugar frente a él, y rogaba que fuese aquella la última vez que presenciaba una matanza semejante. La muerte en campos de batalla era una cosa, pero aquello era totalmente diferente. Los cruzados parecían gozar en su inmolación de la guarnición turca.

En las tierras altas al este de la ciudad, Saladino estaba rodeado de sus comandantes, todos ellos contemplando con mudo horror el humo que se alzaba aún dentro de las murallas de Acre. Incluso a la distancia, los débiles gritos y los agudos chillidos de los moribundos y los heridos se oían claramente a través del desierto, llevados tierra adentro por la brisa marina del atardecer.

—¡Juro que por cada sarraceno morirán diez infieles! —resonaron las amargas palabras de Safardino.

—¡No, hermano mío! —dijo Saladino, poniendo una confortadora mano sobre su hombro—. Nosotros matamos en la batalla, como lo quiere Alá. No nos rebajamos a exterminar mujeres y niños indefensos ni hombres malheridos. Ésa es obra del demonio. Yo no tomaré parte en ella ni lo hará ningún miembro de mi familia, mientras viva para evitarlo.

Safardino agachó la cabeza, avergonzado. Sabía que para un musulmán devoto, la matanza de los indefensos era un pecado a los ojos de Alá.

—Así será, hermano —dijo—. Hablé dominado por la ira.

Pero no lograba soportar la frustración que sentía y de nuevo cedió a la ciega furia que se agitaba en su interior. Saltando a la silla de su montura, Safardino cabalgó como un loco hacia Acre, lanzando maldiciones sobre las cabezas de los crueles cruzados. Sólo frenó al llegar a un tiro de arco del campamento de los sitiadores y las flechas empezaron a silbar en torno a él.

Al fin, la matanza llegó a su fin. Los defensores sobrevivientes fueron llevados a las celdas del antiguo cuartel de los hospitalarios y mantenidos bajo vigilancia sin agua ni comida, hasta que el rey Ricardo se enteró de ello.

—¡Nosotros no torturamos a los prisioneros de guerra! —exclamó—. ¡Dadles alimentos inmediatamente! Sobre todo a las mujeres y los niños.

El impulsivo monarca había vuelto a sufrir un súbito cambio de sentimientos.

—Por lo menos demuestra ser caballeroso —murmuró Belami, cínicamente—. ¿Por cuánto tiempo?

La matanza de los defensores musulmanes apenas cogió a los templarios por sorpresa. Habían presenciado demasiadas carnicerías espontáneas de heridos y personas indefensas, de manera notable después de la batalla de Hittin en manos de los hombres de Kukburi. Fue la magnitud de las muertes y la tardía detención del exterminio, por parte del rey Ricardo, lo que les había conmocionado. Aquél era un nuevo aspecto del carácter imprevisible del monarca inglés.

Robert de Sablé había sido herido durante el último ataque contra las brechas de las murallas y estuvo semiinconsciente durante varias horas. Sin embargo, en cuanto recobró el conocimiento lo suficiente como para darse cuenta de lo que estaba pasando, se había apresurado a persuadir a Corazón de León de que detuviera la matanza.

—A veces, es como si el rey estuviera poseído por un demonio. No es él mismo. En el campo de batalla es tan valiente como el rey de la selva, de quien le viene el nombre que lleva. Se muestra exultante y parece caer en el éxtasis de la lucha, como si se dejase llevar por la roja marea de la batalla.

El Gran Maestro estaba confundido.

—En cambio, le vi mostrarse misericordioso por lo menos con tres hombres malheridos que habían luchado valientemente con él. Pero esta tolerancia ante el asesinato en masa, principalmente por parte de quienes no tomaron parte activa en la lucha en las brechas de las murallas, es algo que no está de acuerdo con la personalidad del rey.

Al igual que Simon, el Gran Maestro había sufrido una profunda conmoción ante la conducta de Corazón de León.

Los victoriosos cruzados se reunieron en un nuevo consejo de guerra. El rey Guy de Lusignan, Bohemundo de Antioquía, Joscelyn de Edessa, Homfroi de Toron y otros, pero aún sin la presencia de Conrad de Montferrat, se reunieron con el monarca inglés y el duque de Borgoña, para formalizar un plan maestro, ahora que Acre volvía a estar en manos de los cristianos.

Corazón de León ardía de deseos de perseguir al ejército de Saladino lo antes posible. Se daba cuenta de la enorme victoria moral que había conseguido al tomar la ciudad ante sus propios ojos, sin tener la posibilidad de intervenir. Ahora, razonaba, era el momento de atacar, mientras el recuerdo de la derrota ardiera intensamente en su corazón.

Los dos grandes maestros, el templario y el hospitalario, estuvieron absolutamente de acuerdo con él, pero el carácter indeciso del rey Guy les privó de tomar una decisión demasiado precipitada. Él aconsejó prudencia, y varios de los demás nobles de ultramar se pusieron de su lado. En vista del número de fuerzas que el rey franco comandaba, Ricardo tuvo que ceder; eso era algo que su vivo temperamento a duras penas podía aceptar.

Robert de Sablé vio una posible solución a la evidente incertidumbre de Corazón de León.

—Si me lo permitís, majestad, sugiero que mandéis un enviado, no a Saladino sino a su hermano, Safardino, tomando distancia, por lo tanto, del sultán, mientras tanteáis el terreno para un posible tratado, en vista de la magnitud de vuestra victoria en Acre.

El rey Guy enseguida aprovechó la oportunidad para ganar más tiempo, antes de formalizar un compromiso definitivo de atacar a Saladino tan poco tiempo después de la toma de Acre. Sabía del afecto del monarca inglés por Homfroi de Toron, cuya encantadora disposición contribuía de alguna manera a llenar el vacío que había dejado el intimo amigo de Ricardo, Pierre de Montjoie, que había sido un jovial compañero del monarca inglés. El rey Guy sugirió su nombre como digno enviado real.

Aquélla fue una jugada inteligente por parte del líder franco, pues entre los cortesanos francos ya circulaba el rumor de la intención del rey Ricardo de aliar a su hermana, la reina Joanna, con el hermano de Saladino. Con todos los espías que había en Outremer, esta información difícilmente podía causar sorpresa.

Ricardo aceptó de mala gana, comprendiendo que el tiempo que se ganaría mediante esta maniobra podría ser utilizado provechosamente en reconocer la región costera, al sur de Acre, a lo largo de la cual ya había planeado llevar a cabo el desplazamiento principal hacia Jaffa.

Al ver que el momento era oportuno para plantear un nuevo punto importante, el Gran Maestro de los templarios volvió a tomar la palabra.

—Hay otra cuestión, majestad, que se torna imperiosa. Con este clima insólitamente caluroso en esta estación, los muertos pueden volverse rápidamente pestilentes. Las legiones de moscas de Belcebú ya cubren los hediondos cadáveres, y yo creo que corremos un verdadero peligro de que se declare la peste si no procedemos a sepultar a los muertos lo antes posible.

El monarca inglés enseguida advirtió lo sensato de la observación de De Sablé.

—Tenemos que sepultarles en el mar. Que pongan los cadáveres en sacos y los lastren con piedras. No queremos que se produzcan resurrecciones involuntarias.

En verdad, era una solución ingeniosa. Cuadrillas de soldados de infantería con máscaras cargaron los cadáveres que se descomponían rápidamente en los cargueros de la flota, que zarparon de inmediato en busca de aguas profundas y se apresuraron a deshacerse de los muertos. Entretanto, se procedía a limpiar la ciudad reconquistada.

La reconsagración de los lugares cristianos sagrados, que a pesar de las órdenes de Saladino habían sido deliberadamente violados en venganza por la profanación de las mezquitas musulmanas de Jerusalén, tardó tres semanas en terminarse, mediante los servicios celebrados por el obispo de Evreux y otros dignatarios de la Iglesia, en cada lugar sagrado.

Sólo después de esos ritos, y una vez que se erradicaron todos los peligros que amenazaban con provocar una peste en Acre, el rey Ricardo estuvo de acuerdo en renovar la campaña y mandó a buscar a su esposa, la reina Berengaria, a su hermana y su comitiva.

En tanto el galeón real navegaba hacia Acre, transportando la preciosa carga, Simon y Belami acompañaron a Corazón de León y los comandantes de las fuerzas en un reconocimiento del terreno al sur de Acre.

—La carretera de la costa a Jaffa parece ofrecernos la ruta más segura y rápida hasta nuestro punto clave, desde el cual podremos dar el empujón final hasta Jerusalén —dijo Corazón de León, pensativamente—. Servidor Belami, vos habéis recorrido estas regiones de ultramar durante años; ¿qué os parece?

El veterano se atusó la corta barba, gesto habitual en él cuando pensaba profundamente, y respondió ariscamente, sin andarse con rodeos.

—A nadie le gusta marchar con un flanco demasiado cerca del mar, majestad, y además hay zonas pantanosas en el otro flanco, el oriental, en el primer tramo de la carretera costera a Jaffa.

«Saladino no puede atacarnos mientras los pantanos se interpongan entre él y nosotros. Pero el terreno se torna firme en una tercera parte del camino. Entonces, desde las tierras altas cubiertas de árboles, el sultán puede lanzar continuos ataques de sus excelentes escaramuzadores escitas y sus arqueros montados turcos, que pueden causar estragos en nuestras columnas.

Mientras hablaba, el veterano se agachó y trazó un burdo diagrama en la arena con un palo puntiagudo.

—Pero antes de que Saladino pueda lanzar un ataque en gran escala contra vuestro flanco oriental, majestad, tiene que cubrir el terreno abierto allende los árboles. Si apostáis a vuestros arqueros ingleses en el costado de tierra adentro y utilizáis la técnica de las columnas volantes romanas, como el servidor De Creçy y yo hemos hecho muchas veces, montando a los arqueros selectos en la grupa de los jinetes, podéis causar numerosas bajas entre sus lanceros, antes de que las flechas livianas de los arqueros montados puedan perforar nuestras cotas de malla. Tal vez parezcamos puerco espines, pero estoy seguro de que no recibiremos heridas graves.

Corazón de León asintió brevemente con la cabeza. Animado por ello, Belami continuó:

—¿Puedo sugerir el uso de un elemento que mis servidores han encontrado efectivo?

De nuevo el monarca inglés asintió con la cabeza.

—Un grueso acolchado o una tela de manta doblada, como las protecciones de alquóton que los sarracenos llevan debajo de las vestas, y que muchos cruzados antiguamente preferían llevar en el calor del verano en vez de las cotas de malla, detendrá las livianas flechas turcas de largo alcance, sobre todo si también protegemos con ellos a nuestros caballos. Sufriremos, por supuesto, la tortura del calor del mediodía, pero si no cometemos el error fatal de la batalla de Hittin, y llevamos suficiente agua y sal, para mitigar el tormento de la sed y los calambres, podremos soportar y salir con vida de las lluvias de flechas.

Como de costumbre, el plan expuesto por Belami era un modelo de concisión y condensada experiencia. Corazón de León esbozó aquella sonrisa sorprendentemente juvenil, donde residía la clave de su encanto.

—Que así sea. Los comandantes se ocuparán de esas cosas. Que todo el mundo, noble, caballero o soldado, lleve una bota de agua adicional, en el costado opuesto al que recibirá las flechas. El carro de provisiones, cargado con barriles de agua fresca, se mantendrá en el lado del mar de nuestra línea de marcha. Además, ordeno que los comandantes de la flota sigan un curso paralelo, cerca de la costa, para brindarnos la protección de sus catapultas y ballestas. Quiero que cada nave lleve un mínimo de veinte arqueros, para lanzar una andanada de flechas por encima de nuestras cabezas y cubrir nuestra retirada, si fuese necesario volver a bordo de nuestros bajeles. ¿Entendido?

Los capitanes de la flota asintieron con la cabeza, y los comandantes de las columnas de los cruzados se dispersaron para llevar a cabo las órdenes del rey.

Robert de Sablé se sonrió íntimamente. No había visto nunca al rey de Jerusalén, ni a ninguno de los príncipes y señores de Outremer y Outrejourdain, escuchar con tanta buena predisposición a un servidor veterano de los templarios.

—Ésa puede ser la razón por la que fracasamos antes, con tan cuantiosas pérdidas. La voz de la experiencia es aún la única regla con que juzgar la situación —le comentó al Gran Maestro de los hospitalarios.

—¡Pero entonces Ricardo Corazón de León no es como los demás monarcas! —repuso el jefe de la orden rival de caballeros monjes.

Durante el reconocimiento de la ruta a Jaffa, Conrad de Montferrat siguió sin dar señales de vida, haciendo caso omiso de los enviados del monarca inglés. Su plan parecía ser esperar que el rey Ricardo le ofreciese condiciones más ventajosas para disponer de su ejército, con toda la experiencia adquirida en los combates contra Saladino. Esas tropas ascendían a más de seis mil hombres, incluyendo a la infantería, lo que brindaba a De Montferrat una fuerza adaptable al ataque o a la defensa. Podía reunir centenares de lanceros de la caballería pesada y un gran número de arqueros genoveses y mercenarios, armados con arcos largos.

Sin embargo, Corazón de León antes hubiese preferido comandar una fuerza reducida y entusiasta que acoplar un ejército mercenario más numeroso, que respondía a las órdenes de otro y que sólo combatía por el botín que pensaba obtener después de una derrota masiva de los sarracenos.

Eso era típico de los mezquinos tira y afloja políticos que abundaban en las Cruzadas desde el principio, pues De Montferrat capitalizaba la pérdida del ejército disperso de Barbarossa para someter a Ricardo a su manera de pensar. Pero Corazón de León estaba decidido a avanzar contra Saladino con las tropas que ya tenía. A menos que de Montferrat acudiese voluntariamente y pusiera a su ejército bajo el mando supremo de Corazón de León, el inglés prefería seguir adelante sin el nuevo esposo de Isabella.

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