El templo (24 page)

Read El templo Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
6.49Mb size Format: txt, pdf, ePub

»La misión Uno era obtener el ídolo de tirio antes que los nazis. Para hacerlo, obtuvimos una copia del manuscrito de Santiago y la utilizamos para llegar hasta aquí. Logramos batir en esto a la organización, pero jamás esperamos encontrar esos felinos dentro del templo.

Mientras escuchaba a Schroeder hablar, algo hizo
dicen
el cerebro de Race, algo acerca de lo que el agente alemán acababa de decir. Algo que no encajaba bien.

Sin embargo, apartó ese pensamiento de su mente.

—¿Y la segunda parte de la misión? —dijo Nash.

—Eliminar Colonia Alemania —dijo Schroeder—. Después de que interceptáramos esa conversación hace tres días, entablamos conversaciones con el nuevo gobierno chileno para lograr una orden judicial que permitiera a los agentes de la BKA, en coordinación con las autoridades chilenas, registrar Colonia Alemania.

—¿Y?

—La tenemos. Si todo sale según lo previsto, los agentes de la BKA y la Guardia Nacional Chilena están en este preciso momento irrumpiendo en Colonia Alemania y haciéndose con la Supernova. Espero recibir noticias suyas por radio de un momento a otro.

En ese mismo instante, a casi mil kilómetros de distancia, un camión de diez toneladas propiedad de la Guardia Nacional Chilena reventaba las puertas de entrada a Colonia Alemania.

Un grupo de soldados chilenos con la piel aceitunada se apresuraron a entrar tras el camión. Una docena de agentes alemanes vestidos con cascos de asalto azules y uniformes de las fuerzas especiales se adentraron en el complejo tras ellos.

Colonia Alemania era una finca enorme que fácilmente alcanzaba las veinte hectáreas. Sus verdes pastos contrastaban con las colinas pardas y yermas de Chile. Sus casas de estilo bávaro e idílicos lagos azules componían un paisaje extrañamente pacífico y tranquilo en medio de una tierra cruda y árida.

Se oyeron ruidos de puertas al abrirse y de ventanas hechas añicos cuando la Guardia Nacional fue entrando en todos y cada uno de los edificios de la propiedad. Su objetivo principal era la Sala Cuartel, un edificio enorme que se asemejaba a un hangar y que estaba situado en medio del complejo.

Minutos después, se explosionaron las puertas de la Sala Cuartel y, ya abiertas, una horda de Guardias Nacionales y de agentes de la BKA entraron en el edificio.

Y entonces se detuvieron en seco.

Ante ellos se extendían filas y filas de literas a lo largo de un enorme pasillo. Las camas estaban hechas con esmero y cada una de ellas se encontraba perfectamente alineada con la litera de al lado. Parecían los barracones de un ejército.

El único problema era que estaban vacíos.

Los informes de situación fueron llegando con rapidez desde las distintas zonas del complejo.

Todo el complejo estaba vacío.

Colonia Alemania estaba completamente desierta.

En uno de los edificios contiguos a la Sala Cuartel se encontraba un laboratorio. Dos agentes alemanes entraron al edificio con un contador deGéiger en sus manos para medir la radioactividad en el aire. Esas pequeñas unidades de detección repiquetearon fuertemente al entrar.

Los dos agentes entraron en el laboratorio principal del complejo y, nada más entrar, los contadores de Géiger se pusieron en el rojo.

—A todas las unidades, aquí el equipo del laboratorio. Estamos detectando cantidades elevadas de uranio y plutonio en el laboratorio principal…

El primer agente se acercó a una puerta que daba a una especie de despacho con las paredes de cristal.

Apuntó con el contador a la puerta cerrada y el indicador del contador se salió de la tabla.

Miró a su compañero. Y entonces abrió la puerta, tropezando con el cable.

La explosión fue devastadora.

Todo el lugar se estremeció.

Haces de una cegadora luz blanca salieron disparados en todas direcciones, destruyendo todo lo que se encontraban en su camino. Establos enteros en mil pedazos, silos de cemento hechos añicos en milésimas de segundo… todo lo que se encontraba en un radio de quinientos kilómetros de la Sala Cuartel se evaporó, incluidos los ciento cincuenta Guardias Nacionales Chilenos y los doce agentes de la BKA.

Cuando en los días sucesivos se preguntó a los habitantes de los pueblos cercanos, estos dijeron que había sido como si los destellos de un rayo aparecieran de repente en el horizonte, seguidos de una enorme columna de humo negro que subió a los cielos en forma de hongo gigante.

Pero ellos eran gente normal y corriente, campesinos.

No sabían que lo que estaban describiendo era una explosión termonuclear.

De nuevo en Vilcafor, Nash ordenó a los boinas verdes que trasladaran el equipo alemán de radio por satélite a la calle principal.

—Veamos qué tiene que decir su gente en Chile —le dijo a Schroeder.

Schroeder levantó la tapa de la consola de la radio portátil y comenzó a teclear a gran velocidad en el teclado. Nash, Scott y los boinas verdes se congregaron a su alrededor, observando atentamente la pantalla de la consola.

Race se quedó fuera del círculo, excluido de nuevo.

—¿Cómo va eso? —le dijo de repente una voz femenina.

Se giró, esperando encontrarse a Lauren, pero en vez de eso vio los deslumbrantes ojos azules de la mujer alemana.

Era pequeña, menuda y muy guapa. Estaba allí de pie con las manos apoyadas en las caderas y una sonrisa que dejó a Race totalmente desarmado.

Tenía la nariz chata y pequeña, el pelo corto y rubio, así como pegotes de barro por toda la cara, camiseta y vaqueros. Llevaba un chaleco antibalas encima de su camiseta blanca y una funda de pistola de Gore-Tex en la cadera, idéntica a la que llevaba Schroeder. Al igual que la de este, la funda de la mujer alemana también estaba vacía.

—¿Qué tal la cabeza? —le preguntó. Tenía un ligero acento alemán. A Race le gustó cómo sonaba.

—Me duele —dijo.

—Debería —dijo acercándose a él y tocándole la frente—. Creo que sufriste una concusión menor cuando el Humvee se golpeó contra el helicóptero. Todo lo que hiciste después, tus hazañas encima del helicóptero, deben de haber sido consecuencia de la subida de adrenalina.

—¿Quieres decir que no soy un héroe? —dijo Race—. ¿Estás diciendo que solo fue un subidón de adrenalina?

Ella le sonrió. Tenía una sonrisa preciosa.

—Espera un segundo —le dijo—. Tengo codeína en mi botiquín. Te vendrá bien para el dolor de cabeza.

Se dirigió hacia el todoterreno.

—Eh… —dijo Race—. ¿Cuál es tu nombre?

Ella volvió a regalarle otra preciosa sonrisa, como la de una ninfa.

—Mi nombre es Renée Becker. Soy agente especial de la BKA.

—Lo tengo —dijo Schroeder de repente.

Race se acercó al pequeño grupo reunido alrededor de la consola de la radio.

Miró por encima del hombro de Nash y vio una lista en alemán en la pantalla. La tradujo:

Race frunció el ceño.

Era una lista de las señales de comunicación captadas por el equipo de campo peruano de la BKA.

Parecían haber recibido solicitudes de actualizaciones de su situación desde la oficina central de la BKA cada tres horas desde las 7.30 de la noche anterior, junto con algunos mensajes intermitentes del otro equipo de la BKA en Chile.

El décimo mensaje (uno de los mensajes del equipo desplazado a Chile), sin embargo, atrajo la atención de Race. En él destacaba la palabra alemana
dringend
. «Urgente».

Schroeder también la vio.

Bajó el tabulador hasta el décimo mensaje y pulsó la tecla «intro».

Apareció un mensaje que ocupaba toda la pantalla. Race vio las palabras en alemán y las tradujo:

El mensaje dice:

Atención equipo de Perú, atención equipo de Perú

Aquí la segunda unidad de Chile, repito, aquí la segunda unidad de Chile. La primera unidad ha caído. Repito, la primera unidad ha caído.

Hace 15 minutos la primera unidad entró en Colonia Alemania junto con la Guardia Nacional Chilena. Informaron de que el complejo estaba desierto. Repito, la primera unidad informó de que todo el complejo estaba desierto.

Test preliminares indicaron la presencia de uranio y plutonio, pero antes de poder obtener más datos tuvo lugar una explosión dentro del complejo.

Todo apunta a que la explosión ha sido nuclear, repito. Todo apunta a que la explosión ha sido nuclear.

Toda la primera unidad ha caído, repito. Toda la primera unidad ha caído.

Debemos asumir que los soldados de asalto ya están de camino a Perú.

Race apartó la vista del mensaje horrorizado.

Colonia Alemania estaba vacía cuando el equipo de la BKA había llegado. Habían colocado una bomba trampa, lista para explotar en cuanto alguien pusiera un pie en el laboratorio.

Un escalofrío le recorrió la espalda cuando volvió a mirar la línea final:

Debemos asumir que los soldados de asalto ya están de camino a Perú.

Race miró su reloj.

Eran las 11.05 a. m.

—¿En cuánto tiempo estarán aquí?: —le preguntó Nash a Schroeder.

—Eso es imposible saberlo —respondió Schroeder—. No hay forma de saber cuándo dejaron el complejo. Pueden haberse marchado hace dos horas o hace dos días. De cualquier forma, el viaje de Chile hasta aquí no es largo. Debemos dar por sentado que se encuentran muy cerca.

Nash se giró hacia Scott.

—Capitán, quiero que contacte por radio con Panamá y averigüe cuándo demonios va a llegar el equipo de evacuación. Necesitamos armas y las necesitamos ahora.

—Entendido. —Scott asintió con la cabeza a Doogie y este fue corriendo al lugar donde se encontraba la radio.

—Cochrane —dijo Nash—. ¿Qué hay del Huey que nos queda?

Buzz
Cochrane negó con la cabeza.

—Está tocado. Resultó golpeado cuando el Apache se volvió loco durante el ataque de los felinos. Fue alcanzado por disparos perdidos que dañaron el rotor de cola y el sistema de encendido.

—¿Cuánto tiempo llevará arreglarlo?

—Con las herramientas que tenemos aquí, podemos fijar los puertos, pero llevará su tiempo. Respecto al rotor de cola, bueno, no podemos volar sin él, y es muy jodido de reparar. Supongo que podremos desmontar y quitar algunos de los sistemas secundarios y utilizarlos, pero lo que realmente necesitamos son ejes e interruptores rotatorios nuevos, y no los vamos a encontrar aquí.

—Sargento. Haga que ese Huey vuelva a volar. Cueste lo que cueste —dijo Nash.

—Sí, señor.

Cochrane abandonó el círculo llevándose a Reichart consigo.

Se produjo un largo silencio.

—Así que estamos atrapados aquí… —dijo Lauren.

—Con un grupo de terroristas de camino… —añadió Gaby López.

—A menos que decidamos marcharnos de aquí a pie —sugirió Race.

El capitán Scott se giró hacia Nash.

—Si nos quedamos aquí, moriremos.

—Y, si nos marchamos, los nazis conseguirán el ídolo —dijo Copeland.

—Y una Supernova lista para ser activada —dijo Lauren.

—No es una opción —dijo con firmeza Nash—. No, solo hay una cosa que podamos hacer.

—¿Cuál?

—Coger el ídolo antes de que los nazis lleguen aquí.

Los tres soldados recorrieron cautelosamente el sendero de la ribera del río bajo el martilleo de la lluvia subtropical.

El capitán Scott y el cabo Chucky Wilson encabezaban la marcha, apuntando recelosos con sus M-16 al denso follaje de su derecha. Uno de los paracaidistas alemanes, Graf, ahora armado con un M-16 estadounidense, recorría el sendero tras ellos, cerrando la marcha.

Cada uno de ellos llevaba una diminuta cámara de fibra óptica en un lateral del casco que enviaba las imágenes a los que estaban en el pueblo.

Tras caminar durante un rato, los tres soldados llegaron a la fisura de la ladera de la montaña, la fisura que conducía a la torre de piedra y al templo.

Scott asintió con la cabeza a Wilson y el cabo entró por el estrecho pasillo de piedra con su arma en ristre.

En el pueblo, Race y los demás observaban por un monitor cómo Scott, Wilson y Graf se adentraban por la fisura. Las imágenes de las cámaras de los tres soldados eran en blanco y negro, lo que les profería un aire un tanto espectral, y se reproducían en tres rectángulos separados en la pantalla.

El plan era sencillo.

Mientras Scott, Wilson y Graf entraban en el templo y cogían el ídolo, los restantes boinas verdes y el otro paracaidista alemán, un soldado llamado Molke, se pondrían a reparar el Huey. Una vez hubiesen obtenido el ídolo, se marcharían en el helicóptero de Vilcafor antes de que los terroristas nazis llegaran.

Other books

The Acid House by Irvine Welsh
The Hundred Years War by Desmond Seward
Protection by Elise de Sallier
Pure & Sinful (Pure Souls) by McRae, Killian
A Story of Now by O'Beirne, Emily