El templo (55 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

BOOK: El templo
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»Gobiernos del mundo, ustedes son los culpables de lo que está a punto de ocurrir. Comunistas, capitalistas y fascistas, todos ustedes han ido engordando mientras la gente a la que gobernaban se moría de hambre. Se han hecho ricos mientras ellos se volvían cada vez más pobres. Han vivido en mansiones mientras ellos vivían en guetos.

»La naturaleza humana desea gobernar al prójimo. Se da de muchas formas distintas y en muchas situaciones, desde la política hasta la limpieza étnica, y todos nosotros somos responsables, desde un capataz hasta el presidente de los Estados Unidos. Pero en esencia sigue tratándose de lo mismo: el poder y el deseo de ejercerlo. Es un cáncer para este mundo, un cáncer al que se le debe poner fin.

»A todas las televisiones que reciban este mensaje, contacten con la Armada o la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa y pregúntenles qué ha ocurrido con su Supernova. Pregúnteles acerca de su existencia y su objetivo. Pregúntenles por los diecisiete miembros de seguridad que murieron hace dos días cuando mis hombres entraron en las dependencias de la PARKA en Virginia. Estoy seguro de que nadie les ha informado de este incidente, porque esa es la forma en que funciona el Gobierno en la actualidad. Después de haberlo hecho, pregúntenle al Gobierno si esto —Señaló al arma que tenía a sus espaldas—, es lo que estaban buscando.

Bittiker miró a la cámara con dureza.

—Gente del mundo, no exijo nada. No pido dinero por el arma. No quiero que liberen a ningún prisionero político de sus celdas. No hay forma de impedir que haga explosionar este dispositivo. Ni ahora, ni nunca. No hay nada que puedan hacer para evitar que esto ocurra. A las doce del mediodía, todos estaremos ya en el Infierno.

La imagen de la pantalla se cortó.

Se produjo un largo silencio mientras todos los allí presentes digerían lo que Bittiker acababa de decir. Incluso Bluey James estaba horrorizado.

—Joder…

—Muy inteligente —dijo Demonaco—. Solo ha informado de la hora a la que explotará. Las doce del mediodía. Ahora lo único que tiene que hacer es encontrar el tirio y ponerse en contacto con Bluey y su plan estará listo.

Se giró para mirar a Mitchell.

—Creo que acabamos de encontrar su Supernova, comandante. —Después se volvió hacia Bluey—. ¿Debo suponer que todavía no has recibido esa llamada?

—¿Tú qué crees, gilipollas?

—¿Qué es lo que sabes de todo esto, Bluey? —le preguntó Demonaco cambiando el tono.

—Lo que siempre sé, tío. Una puta mierda.

—Si no me dices algo ahora mismo, te acusaré formalmente de haber ayudado y secundado el asesinato de diecisiete miembros de seguridad en un edificio federal…

—Eh, tío. ¿Es que no lo has escuchado o qué? El mundo está a punto de terminar. ¿Qué me importan a mí esos cargos ahora?

—Supongo que todo depende de quién crees que va a ganar esta pequeña contienda, si nosotros o Bittiker.

—Bittiker —respondió Bluey categórico.

—Entonces todo apunta a que vas a pasar tus últimas horas en la tierra en la cárcel —dijo Demonaco asintiendo con la cabeza a los dos policías que custodiaban la entrada—. Llévense a esta rata de aquí.

Los dos policías cogieron a Bluey por los brazos.

—Oh, no, espera un minuto, joder… —dijo Bluey.

—Lo siento, Bluey.

—De acuerdo, tío. ¡Escúchame bien! Yo no tengo nada que ver con ningún asesinato, ¿entiendes? Yo soy solo el enlace. Cierro
tratos en nombre deBittiker
. Como un abogado. Algo que no ha sido especialmente fácil desde que perdió el control y la cabeza.

—¿Que ha perdido la cabeza? —Demonaco les hizo un gesto a los policías para que volvieran a sus puestos.

—Sí. ¿Dónde has estado, tío? Primero deja que ese grupo de putos descerebrados se unan al Ejército Republicano de Texas. Japoneses, tío. Putos
japos
. Deberías ver a esos hijos de puta. Son unos putos kamikazes, tío. Pertenecen a algún culto de Japón. Quieren acabar con el mundo y todas esas mierdas. Pero Earl decidió que le gustaba lo que tenían que decir y les dejó entrar en la organización. Pero entonces, joder, va y hace la cosa más extraña de todas. Va y se une a los putos Freedom Fighters.

—¿Qué!

—Para adquirir sus conocimientos y experiencia técnica. Si me preguntaras por ellos, tío, te diría que los Freedom Fighters son una panda de chupapollas, pero conocen su tecnología. Es decir, joder, mandar mensajes al mundo en un VCD. ¿Creéis que fui yo el que compró este reproductor?

—El Ejército Republicano de Texas se ha unido a los Freedom Fighters… —dijo Demonaco—. ¡Joder!

Bluey seguía cotorreando.

—Todo es por culpa de los
japos
. Desde que llegaron aquí, esos cabezahuecas le han estado diciendo a Earl que si quiere acabar con el mundo necesitará un equipo para hacerlo. No pistolas ni mierdas de esas, sino bombas. Armas nucleares. Y entonces cuando se enteraron de lo de Supernova, bueno…

Pero Demonaco no le estaba escuchando.

Se volvió hacia Mitchell.

—El Ejército Republicano de Texas ha absorbido a los Freedom Fighters. Esa es la razón por la que su superior Aaronson no encontró a nadie en el emplazamiento de los Freedom Fighters. Ya no existen. Dios, por eso usaron las balas de tungsteno. Compraron tiempo haciéndonos creer que se trataba de un grupo terrorista que ya no existe. El Ejército Republicano de Texas y los Freedom Fighters no estaban librando una guerra territorial. Se estaban uniendo…

—¿Qué está diciendo? —preguntó Mitchell.

—Lo que digo es que acabamos de presenciar la unión de tres de las más peligrosas organizaciones terroristas del mundo. Una de ellas es una unidad brillantemente organizada, la segunda es quizá el grupo paramilitar estadounidense que dispone de la tecnología más avanzada y la tercera es un culto del día del Juicio Final de Japón.

«Júntelo todo —dijo Demonaco—, y obtendrá un gran problema, porque esos son los tipos que robaron su Supernova y, a juzgar por lo que acabamos de ver en ese vídeo, están ahí fuera intentando hacerse con algo de tirio.

Bajo la tenue luz previa al amanecer se estaba preparando un gran festín.

Después de haber derrotado al caimán, Race había declinado amablemente la adulación de los indígenas y había pedido poder descansar un rato. Dios, cómo necesitaba dormir. Habían pasado casi treinta y seis horas desde la última vez que había podido conciliar el sueño. Se levantó tras el amanecer.

Le habían preparado una comida digna de reyes. Habían dispuesto alimentos crudos de la selva en grandes hojas verdes. Maíz, bayas, manducas. Incluso algo de carne cruda de caimán. Llovía ligeramente, pero a nadie parecía importarle demasiado.

Race y la gente del Ejército estaban sentados en un amplio círculo en el claro situado delante del santuario de la aldea. Comían bajo la atenta mirada del ídolo auténtico, que permanecía con orgullo en su altar de madera tallada.

A pesar de que los indígenas les habían devuelto las armas, todavía había un ligero halo de recelo en el aire. Cerca de doce guerreros indígenas permanecían fuera del círculo, armados con arcos y flechas, observando con cautela a Nash y a su gente, como habían estado haciendo durante toda la noche.

Race se sentó con el jefe de la tribu y el antropólogo, Miguel Moros Márquez.

—El jefe Roa quiere expresarle su gratitud por haber venido a nosotros —le dijo Márquez, traduciendo las palabras del anciano jefe.

Race sonrió.

—Hemos pasado de ladrones a invitados honrados.

—Más de lo que se puede imaginar —dijo Márquez—. Más de lo que se puede imaginar. Si no hubiese sobrevivido a su encuentro con el caimán, sus amigos habrían servido de sacrificio a los
rapas
. Ahora sus amigos disfrutan de su gloria.

—No son mis amigos realmente —dijo Race.

Gaby López estaba sentada al otro lado del antropólogo. Su alegría por estar al lado de semejante leyenda era patente. Después de todo, como le había dicho a Race su primer día en Perú, Márquez se había adentrado nueve años atrás en la selva para estudiar las tribus amazónicas primitivas y nunca había regresado.

—Doctor Márquez —dijo Gaby—, por favor, háblenos de esta tribu. Sus experiencias aquí deben de haber sido fascinantes.

Márquez sonrió.

—Así es. Estos indígenas son una gente realmente extraordinaria, una de las últimas tribus intactas que han sobrevivido en Sudamérica. A pesar de que me han dicho que llevan viviendo en esta aldea durante siglos, son nómadas, al igual que la mayoría de las tribus de esta región. A menudo se desplazan a otros emplazamientos en busca de comida o de un clima más cálido, durante seis meses o incluso un año. Pero siempre vuelven a la aldea. Dicen que tienen una conexión con esta zona, un vínculo con el templo del cráter y los dioses felinos que habitan en él.

—¿Cómo se hicieron con el Espíritu del Pueblo? —le preguntó Race interrumpiéndolo.

—¿Perdón? No le entiendo.

—Según el manuscrito de Santiago —dijo Race—, Renco Capac utilizó el ídolo para encerrar a los
rapas
dentro del templo. Él se quedó en el interior del templo con ellos. ¿Entraron en algún momento en él y sacaron el ídolo?

Márquez tradujo lo que Race había dicho al jefe indígena, Roa. El jefe negó con la cabeza y dijo algo rápidamente en quechua.

—El jefe Roa dice que el príncipe Renco era un hombre muy inteligente y valeroso, como cabría esperar del Elegido. El jefe también dice que los miembros de esta tribu están muy orgullosos de ser sus descendientes directos.

—Sus descendientes directos —dijo Race—. Pero eso significa que Renco logró salir del templo…

—Sí, eso significa —respondió Márquez crípticamente, traduciendo las palabras del jefe.

—¿Pero cómo? —dijo Race—. ¿Cómo logró salir del templo?

En eso, el jefe le gritó una orden a uno de sus guerreros indígenas y el guerrero se dirigió a una cabaña cercana. Regresó instantes después portando algo diminuto en sus manos.

Cuando el guerrero regresó al lado del jefe, Race vio que el objeto que llevaba en las manos era un cuaderno encuadernado en cuero. Las cubiertas parecían muy antiguas, pero las páginas parecían intactas.

El jefe habló. Márquez le tradujo.

—Señor Race, Roa dice que la respuesta a su pregunta está en la construcción del templo. Después de la famosa lucha de Renco y Alberto con Hernando Pizarro, sí, Renco entró en el templo con el ídolo. Pero también logró salir de allí con él. La historia completa de lo que ocurrió después de que Renco entrara en el templo está en este cuaderno.

Race miró al cuaderno que el jefe tenía en las manos.

Se moría por saber qué decía.

F.I jefe le pasó el diminuto cuaderno a Race.

—Roa se lo ofrece como un regalo —dijo Márquez—. Después de todo, usted es la primera persona que ha llegado a esta aldea en cuatrocientos años capaz de leerlo.

Race abrió el cuaderno al instante y vio unas seis hojas color crema con la escritura de Alberto Santiago.

Lo miró con reverencia.

Era el final auténtico de la historia de Santiago.

—Tengo una pregunta —dijo pomposamente Johann Krauss de repente, inclinándose un poco desde su lugar en el círculo—. ¿Cómo han logrado sobrevivir los
rapas
durante tanto tiempo dentro del templo?

Tras consultarlo con el jefe, Márquez contestó:

—Roa dice que encontrará la respuesta a esa pregunta en el cuaderno.

—Pero… —comenzó Krauss.

Roa lo cortó con un rugido.

—Roa dice que encontrará la respuesta a esa pregunta en el cuaderno —le respondió con firmeza Márquez. Mientras que la hospitalidad de Roa para con Race no tenía límites, no era así el caso para con el resto de sus compañeros.

Comenzó a llover con más fuerza. Después de unos minutos, Race escuchó el estruendo de un trueno lejano. Doogie y Van Lewen también se giraron al oírlo.

—Se avecina tormenta —dijo Race.

Doogie negó con la cabeza mientras miraba el cielo. El estruendo del trueno se tornó más fuerte.

—No —dijo cogiendo su G-11del suelo.

—¿De qué está hablando?

—No es un trueno, profesor.

—¿Entonces qué es?

En ese momento, antes de que Doogie pudiera responderle, un enorme helicóptero Super Stallion rugió sobre sus cabezas.

Al instante apareció otro helicóptero idéntico sobrevolando la aldea. Las palas del rotor golpeaban el aire y agitaban los árboles con su movimiento vertical.

Race, Doogie y Van Lewen se pusieron en pie. Los indígenas cogieron sus arcos.

El estruendo de los dos Super Stallions planeando sobre la pequeña aldea era ensordecedor. De repente, ocho cuerdas cayeron de cada helicóptero. En menos de un segundo, dieciséis hombres con ropa de combate se deslizaron por las cuerdas con sus armas en ristre. Sombras de mal augurio en el cielo previo al amanecer.

Las armas de los hombres que descendían de los helicópteros comenzaron a escupir balas.

La gente echó a correr en todas direcciones. Los indígenas cogieron sus flechas y arcos se pusieron a cubierto en el follaje que rodeaba a la aldea. Van Lewen y Doogie dispararon sus G-11después de que las balas de los dieciséis hombres impactaran en el barro, a su alrededor.

Race se giró y vio cómo Doogie recibía dos impactos brutales en su pierna izquierda. Después se giró al otro lado y vio al zoólogo alemán, Krauss, convulsionarse violentamente cuando toda la parte delantera de su cuerpo (su rostro, sus brazos, su pecho…) se convirtió en una masa indistinguible de jirones de carne ensangrentados tras el impacto de cerca de un millón de disparos de ametralladoras.

Los dos Super Stallions se mantenían en el aire a unos seis metros por encima de la aldea mientras sus cañones disparaban sin cesar. Cuando se puso en pie, Race vio una palabra estampada en sus laterales: «Armada».

Era el equipo de Romano.

Finalmente habían llegado.

Y entonces, justo entonces, cuando corría a ponerse a cubierto de los dos enormes helicópteros que se cernían amenazadores sobre la aldea, se le pasó por la mente un pensamiento un tanto extraño.

¿No se suponía que Romano venía con tres Super Stallions?

De repente, una ráfaga de disparos impactaron a su alrededor y Race echó a correr hacia la zona arbolada. Mientras corría se volvió un instante y vio a Frank Nash alejándose a toda velocidad del santuario con Lauren y Copeland detrás.

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