El Teorema (44 page)

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Authors: Adam Fawer

Tags: #Ciencia-Ficción, Intriga, Policíaco

BOOK: El Teorema
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Se arrastró rápidamente hasta el cráneo destrozado de SiekJin, sin preocuparse de la pierna entablillada. Se estremeció al pensar en lo que iba a hacer, pero tenía claro que el reloj continuaba corriendo. Metió la mano en el interior de la cabeza del norcoreano y cogió un buen puñado de los sesos y después unió las manos para conservar el máximo de sangre posible. La tibieza del cerebro lo sorprendió; era como meter la mano en lasaña caliente. El asco casi lo hizo vomitar, pero siguió con su tarea.

Se arrastró de nuevo, esta vez con los codos, y procuró no doblar la rodilla. Consiguió mantener el equilibrio mientras avanzaba con la macabra carga hasta Nava. En cuanto llegó a su lado, le embadurnó el rostro y el pelo con los sesos y la sangre. Si alguien miraba con atención, descubriría que la sangre y la materia gris no eran suyas, pero había una probabilidad inferior al 2,473 por ciento de que alguien lo hiciera.

Caine recogió la mochila de Nava, cojeó hasta la cocina; y cerró la puerta 1,3 segundos antes de que tres soldados irrumpieran en la habitación.


Sus nombres son Martin Crowe, Juan Espósito y Charlie Rainer. Todos visten de negro de pies a cabeza, y los chalecos antibalas les protegen el pecho. Sus rostros son irreconocibles detrás de las viseras ahumadas de los cascos.

—¡Al suelo! —grita Rainer, aunque ya todos están en el suelo.


Caine pasó por encima del cadáver de Eitan, que yacía en medio de un charco de sangre en el suelo de la cocina. Cogió un abrigo largo negro y un sombrero del perchero en la pared, al tiempo que abría la puerta trasera. Mantuvo los ojos cerrados. Le resultaba más fácil ver así.


Espósito estrella a Doc contra la pared.

Una bota pisa la espalda de Jasper mientras Crowe le apoya el cañón de la pistola en la cabeza. En cuanto ve el rastro del morado en la mejilla de Jasper, sabe que éste no es el gemelo que busca. Una rápida mirada a la habitación le dice lo que necesita saber.

—Leary, el objetivo va hacia ti.

—Ya lo veo.


—¡Quieto!

Caine se forzó a sí mismo a seguir caminando, sin hacer caso de su miedo. El hombre (Mark Leary) retrocedió poco a poco, con el arma apuntada a su pecho, tal como él ya sabía.

—¡Quieto o disparo! —gritó el mercenario.

—No, no lo harás —afirmó Caine. Siempre con los ojos cerrados, levantó la Glock 9 mm de Nava, y


apunta el arma y aprieta el gatillo. El proyectil atraviesa la pantorrilla de Leary, pero no lo detiene. Él hace girar la pistola en la mano y descarga un culatazo en la cabeza de Caine. (bucle)

Apunta el arma y aprieta el gatillo. El proyectil falla el blanco, rebota en el suelo. Leary da un salto y tumba a Caine. (bucle)

Apunta el arma y aprieta el gatillo. El proyectil destroza el pie de Leary. Se tambalea, agita los brazos como un poseso y arrastra a Caine en la caída.

(bucle)

Apunta el arma y aprieta el gatillo.


El proyectil atravesó el muslo de Leary, le destrozó el fémur y le abrió un enorme orificio de salida. El mercenario cayó de espaldas con un tremendo aullido de dolor. Caine continuó caminando y sólo se desvió un poco a la izquierda para no tropezar con el hombre caído. En cuanto salió por la puerta trasera, se puso el sombrero negro.

En el segundo en que Crowe vio a Leary en el suelo, echó a correr, pero era demasiado tarde. Cuando llegó a la esquina, Caine ya no se veía por ninguna parte. La calle estaba llena de judíos hasídicos; todos vestidos de negro.

—¡Maldita sea! —gritó. Miró a la multitud. Se negaba a creer lo que evidentemente era verdad: David Caine había desaparecido.

Volvió al apartamento. A juzgar por la cantidad de restos de cerebro en la cabeza de Vaner, era obvio que la mujer estaba muerta, lo mismo que un asiático caído a su lado. No se molestó en buscarle el pulso. No podía creer que Dalton los hubiese matado a los dos. Crowe ya le ajustaría las cuentas. Al menos el gemelo estaba vivo; él y el doctor estaban contra la pared.

—Rainer, mete a esos dos en la furgoneta —ordenó Crowe—. Espósito, ve atrás y ayuda a Leary. Luego… —Se interrumpió al oír el aullido de sirenas. Parecía como si toda una flota de vehículos de la policía estuviera convergiendo hacia el apartamento. No quedaba mucho tiempo. Lo que menos le interesaba era tener que darle explicaciones a la policía sobre los dos cadáveres. Ahora lo importante era llevarse a los otros dos y desaparecer.

—Tienes veinte segundos. Yo ayudaré a Leary. Espósito, limpia esto cuando te vayas.

Sus hombres conocían el procedimiento. Espósito colocó detonadores eléctricos en paredes opuestas y conectó las cargas explosivas. Crowe estaba seguro de que no quedaría ninguna prueba; nunca había conocido a un experto en demoliciones que decidiera ser prudente y utilizar una pequeña cantidad de C-4, y Juan Espósito no era la excepción.

Se alejaban del apartamento con los dos prisioneros cuando Crowe oyó un sonido sordo seguido por una tremenda explosión. Cuando la policía llegara al lugar de los hechos sólo encontrarían dos cadáveres carbonizados y un montón de preguntas sin respuesta.

Capítulo 28

Forsythe todavía rabiaba ante la humillación de haber sido escoltado hasta la puerta principal del edificio del laboratorio por una pareja de guardias armados. Intentó olvidarlo mientras caminaba por su nuevo despacho como una fiera enjaulada, dos plantas por debajo de las calles de Manhattan. Afortunadamente se había asegurado el dinero de los inversores para instalar su nuevo laboratorio varios meses antes. Todo el equipo científico ya estaba operativo, aunque había algunos problemas con el sistema eléctrico y de telecomunicaciones.

Al otro lado de la pared de cristal, vio que Grimes corría de un lado al otro de la sala con sus freakies, que estaban instalando los nuevos servidores e iniciaban el sistema de seguridad. Si no surgía algún imprevisto, los tendrían funcionando al cabo de una hora.

Sonó el teléfono. Aunque Forsythe llevaba esperando con ansia la llamada, el sonido de la campanilla lo sobresaltó. Se dio prisa en atenderla, para interrumpir el ruido.

—¿Lo tiene?

—No. Nos estaban esperando. Habían improvisado una barricada en la puerta y el objetivo ya tenía preparada una ruta de escape.

Forsythe se pasó una mano por la incipiente calva. Al menos Crowe no adornaba las malas noticias.

—¿Qué hay del gemelo?

—Lo tenemos. Le suministré cincuenta miligramos de Amorbabital. Estará durmiendo durante las tres próximas horas.

Forsythe respiró mucho más tranquilo.

—Es absolutamente necesario que permanezca inconsciente. Si ve cualquier señal de lucidez, adminístrele otros veinticinco miligramos.

—Comprendido. —Hubo una pausa un tanto incómoda y después Crowe añadió—: Señor, el guardaespaldas de David Caine está muerto y tenemos a su hermano. Caine está indefenso y solo. No tardará en aparecer; la próxima vez no escapará.

—Eso espero —respondió Forsythe y colgó. Le contrariaba que todavía no tuvieran al sujeto Beta, pero Crowe tenía razón: sólo era una cuestión de tiempo. Mientras tanto, podía hacer unas cuantas pruebas al gemelo. Si el sujeto Beta de verdad tenía el don, había múltiples razones para creer que su hermano también lo tenía.

Forsythe no veía la hora de que llegaran al laboratorio para comenzar de inmediato con las pruebas. Si bien deseaba saltarse los pasos intermedios y efectuar de entrada una sección transversal del lóbulo temporal del gemelo, sabía que eran necesarios meses de análisis químicos antes de que estuviesen acabados. Hasta entonces, probablemente sería necesario mantener al gemelo en un estado casi catatónico.

Sólo después de haber aprendido del sujeto todo lo posible le trepanarían el cráneo.

Caine continuó caminando a pesar del dolor en la rodilla. En cuanto oyó la explosión, entró en una cafetería Starbucks. Primero fue a los lavabos para quitarse la sangre de las manos. Tenía la camisa llena de salpicaduras rojas, pero no podía hacer nada al respecto más que mantener abrochado el largo abrigo negro.

Después de que la cafeína y el azúcar de su segundo café hicieran su efecto, Caine abrió la mochila de Nava con mucho disimulo. Aunque ya conocía el contenido, le tranquilizó verlo con sus propios ojos. Había dos pistolas —una Sigsauer y una Glock— veinte cargadores, un distorsionador de señales, un receptor de GPS y tres documentos de identidad de diferentes nombres y nacionalidades, junto con las correspondientes tarjetas de crédito. Sin embargo, lo que le interesaba de verdad eran los tres fajos de billetes de veinte dólares. Había cincuenta billetes en cada uno. Ciento cincuenta en total.

Tres mil dólares no bastaban para hacer lo que tenía planeado, pero eran un comienzo. Cerró los ojos por un instante y luego salió del local. Sólo tardó cuarenta segundos en conseguir un taxi.

—¿Adonde? —preguntó el taxista, con una voz carrasposa.

—Al East Village —respondió Caine—. A la avenida A con la Séptima.

Nava tuvo conciencia de que su cuerpo se asaba. Su carne tenía un color rojo rubí a medida que se llenaba de ampollas y luego se desprendía la piel en largas tiras sanguinolentas. El calor era algo vivo, un animal que la lamía con una lengua de fuego.

El humo le envolvía la cabeza y se colaba en sus pulmones. Le ardía en los labios, las encías y la garganta. Resistió el impulso de abrir los ojos, consciente de que si lo hacía el humo la privaría de la visión. Se concentró en la respiración.

Lo último que recordaba era a Caine, que se ponía encima de ella y le golpeaba la cabeza contra el suelo para dejarla inconsciente. Ahora tenía los brazos sujetos a los costados. Movió las muñecas y los dedos. Tocó una tela raída… el sofá. Había caído encima de ella y la había protegido del fuego. Apoyó el rostro contra uno de los cojines, para que la tela actuara de filtro. Tenía que salir de allí cuanto antes. No aguantaría mucho más.

Sólo le quedaban fuerzas para un empujón. Era entonces o nunca. Empujó el sofá con el brazo derecho. Durante unos segundos el sofá se balanceó en un ángulo de cuarenta y cinco grados, el lado derecho alzado en el aire, en un equilibrio inestable. Nava utilizó las puntas de los dedos de la mano derecha para aguantarlo. El fuego llenó en el acto el espacio entre ella y el sofá, y el aire se volvió irrespirable. Dio un último empujón y el sofá cayó sobre su lado izquierdo. Estaba libre.

Nava se levantó tambaleante y corrió hacia la pared de la fachada del apartamento. La pared exterior había desaparecido casi del todo; lo único que quedaban eran las columnas de cemento. Salió a la calle y respiró el aire fresco. Se alejó a trompicones del edificio en llamas. Casi no se dio cuenta cuando se desplomó, pero no hizo caso; la acera era fresca y el aire limpio.

Zaitsev siempre había dicho que ya tendría tiempo para descansar cuando estuviera muerta, pero decidió no hacer caso del mantra de su instructor, sólo por esta vez. Ese momento era ideal para descansar. Lo último que vio antes de perder el conocimiento fue a un desconocido que se inclinaba sobre ella.

Llevaba una pajarita roja.

Forsythe comparó la resonancia magnética del gemelo con la del sujeto Beta. No se correspondía exactamente, pero el hermano presentaba la misma anomalía en el lóbulo temporal derecho. Esto era todavía mejor de lo que había esperado. Si le suministraba el medicamento experimental antiepiléptico, podría reproducir la química cerebral del sujeto Beta. Entonces tendría lo que deseaban todos los científicos: un sujeto de prueba y su control. Era una pena que no hubiesen sido trillizos.

De pronto parpadearon los tubos fluorescentes y luego se apagaron.

El pulso de Forsythe se aceleró inmediatamente al doble y comenzó a jadear. Reinaba un silencio absoluto. No había advertido el ruido del sistema de ventilación hasta que había dejado de funcionar. Ahora no había nada más que la oscuridad total y el sonido de su respiración cada vez más forzada. Movió los brazos y comenzó a pasar las manos por la mesa. Se oyó un súbito estrépito cuando hizo caer algo que se estrelló contra el suelo.

Por fin su mano encontró el teléfono. Se llevó el auricular al oído. Afortunadamente había tono. Marcó los cuatro números de la extensión de Grimes. Sonó ocho veces antes de que lo atendiera. —¿Sip?

—¿Qué demonios ha pasado? —Forsythe se daba cuenta de que su voz sonaba frenética y asustada, pero le daba lo mismo—. ¿Por qué no hay luz? ¿Por qué no se encienden las malditas luces?

—Eh, tranquilo, doctor Jimmy —respondió Grimes—. ¿Qué pasa? ¿Le da miedo la oscuridad?

Forsythe quería responderle, pero no podía. Apenas si podía respirar. Sólo pensaba en el armario. La oscuridad había reavivado el recuerdo: las veces en que su madre lo encerraba en el armario cuando era un niño. Algunas veces sólo había sido durante unos minutos, pero cuando se había portado muy mal, lo dejaba encerrado durante horas. Aún recordaba el olor de las bolas de naftalina y el roce con las prendas de su padre en la cabeza, además del calor. Después de diez minutos, el armario se convertía en un horno; el sudor lo empapaba de pies a cabeza, y la camiseta se le pegaba a la espalda.

Pero lo peor era la oscuridad. La implacable y opresiva oscuridad. No tardaría en perder la noción de si tenía los ojos abiertos o cerrados. Comenzaba a ver cosas. Entonces gritaba. Sabía que gritar no le serviría de nada; su madre nunca le dejaba salir cuando gritaba, pero no podía evitarlo.

De pronto, Forsythe notó una corriente de aire y las luces se encendieron de nuevo. De inmediato disminuyó el ritmo del corazón y pudo respirar con un poco más de normalidad.

—¿Lo ve? —dijo Grimes—. Todo solucionado.

—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Forsythe. Ya se sentía mejor, pero aún no había vuelto a ser él mismo.

—Una cuestión de lenguajes —respondió Grimes y se echó a reír—. Culpa mía, aunque no fuera nada grave. Sólo estaba comprobando la conexión principal del sistema eléctrico y provoqué un cortocircuito.

—Que no vuelva a pasar.

—A la orden, mi capitán…

Forsythe le colgó antes de que Grimes pudiera acabar con sus estupideces. Consultó su reloj. Las once. El sujeto Beta llevaba desaparecido cinco horas. Sin ninguna pista, Forsythe dependía en esos momentos exclusivamente del programa espía que Grimes había instalado en el sistema informático de la ANS.

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