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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

El testamento (30 page)

BOOK: El testamento
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Habían perdido al Audi y al Mercedes, pero ahora el BMW circulaba en sentido contrario. Las bocinas sonaron y los neumáticos chirriaron sobre el asfalto cuando los incrédulos conductores trataban de apartarse de su camino sin colisionar contra otros coches o los quitamiedos. Afortunadamente, había una área de servicio que Rule aprovechó para cambiar de sentido y unirse velozmente al flujo del tráfico antes de que sus pasajeros tuviesen tiempo de recobrar el aliento.

Ahora se encontraban al noroeste de Chartres y, en la salida de la ciudad de Dreux, Rule cruzó la autopista de lado a lado para alcanzar la rampa de salida. Cuando redujo la velocidad del X5, sacó un teléfono móvil e hizo una breve llamada con un tono de voz tan bajo que Bravo y Jenny no pudieron oír lo que decía.

Seis minutos más tarde llegaron a Dreux. Era una pequeña ciudad industrial llena de enormes fundiciones, refinerías y fábricas de televisores, radiadores y productos químicos. Era un lugar feo y vagamente deprimente, a pesar de sus árboles y sus parterres de flores. La austera y formidable iglesia gótica de Saint Pierre era uno de los pocos edificios medievales que habían conseguido sobrevivir para recordarles a aquellos con sentido de la historia que Dreux había pertenecido en otro tiempo a los condes de Vexin y a los duques de Normandía.

—Todos los condes de Vexin eran miembros de la orden en aquella época —explicó Rule—. Por ello, Dreux nos pertenece. Ésta es mi gente, puedo responder por todos y cada uno de ellos.

En la entrada de la iglesia de Saint Pierre fueron recibidos por un joven vestido con tejanos y una camiseta, los ojos completamente cubiertos por un par de gafas de cristales reflectantes, que, ignorando por completo la presencia de Jenny y Bravo, intercambió unas llaves con Rule. Luego se dirigió al BMW y se alejó.

El interior de Saint Pierre estaba frío y en penumbra. El aire estaba ligeramente impregnado de olor a incienso, y las voces de los asistentes a la misa se elevaban en un hipnótico canto litúrgico. Rule los condujo hasta una capilla lateral particularmente sombría y dominada por la figura sufrida de Cristo, el cuerpo inclinado hacia adelante y los ojos elevados al cielo.

Los tres permanecieron juntos, atentos al sonido de pasos apresurados o a algún movimiento furtivo entre las sombras. Bravo sintió que el Voire Dei se cerraba a su alrededor, como si se hubiesen hundido debajo de la bahía de Saint Malo. De vez en cuando alcanzaba a ver pequeños grupos de turistas, o a un sacerdote que pasaba de prisa con algún cometido desconocido, y le impresionó cuán alejado se sentía de ellos; era como si existiesen en un antiguo y difuso grabado que alguien le estuviese mostrando. Y entonces pensó que Jenny tenía razón: nunca podría regresar a su realidad.

Finalmente, Rule se quitó las gafas de sol y le dijo a Bravo con voz muy suave:

—Debes escucharme atentamente porque sospecho que quizá no tenga otra oportunidad de confiarte lo que tu padre me pidió que te dijese. El secreto que la orden ha guardado durante siglos, el secreto que Roma ha querido poseer más que cualquier otro es éste: tenemos un fragmento del Testamento.

—¿Testamento? —preguntó Bravo—. ¿Qué testamento?

Los ojos de Rule se encendieron con una especie de fervor que Bravo no había visto nunca antes.

—El Testamento de Jesús.

El corazón de Bravo pareció sacudirse dolorosamente dentro de su pecho.

—¿Estás hablando en serio?

—No he hablado más en serio en toda mi vida —dijo Rule.

En ese momento, otro sacerdote pasó junto a ellos y asintió con una sonrisa. Los tres hicieron silencio hasta que se hubo alejado.

Cuando Rule volvió a hablar, su voz era más baja y su tono más urgente.

—Dime una cosa, Bravo, en el curso de tus estudios, ¿te encontraste con el Evangelio secreto de Marcos?

—Por supuesto —dijo Bravo—. En 1958, un estudioso de estos temas lo descubrió en la biblioteca del monasterio de Mar Saba, cerca de Jerusalén. Ese hombre encontró un texto manuscrito en las guardas de una edición de 1646 de la
Epistolae genuinae S. Ignatii Martyris
de Isaac Voss.

Rule sonrió.

—«Y ellos llegaron a Betania —recitó Bravo del Evangelio secreto—. Y allí había una mujer cuyo hermano había muerto. Y, acercándose, se postró ante Él y le dijo: «Hijo de David, ten piedad de mí». Pero los discípulos la increparon. Y Jesús, enfadado, fue con ella al jardín donde se encontraba la tumba y, acercándose donde estaba el joven, extendió la mano y lo levantó…». Rule se echó a reír.

—Por supuesto, tu memoria eidética.

—El Evangelio secreto, básicamente, ha sido ridiculizado por parte de los eruditos de la Biblia porque en él se describe a Jesús como un obrador de milagros, algo que va contra la doctrina formal de la Iglesia. En ese evangelio se describe con lujo de detalles cómo Jesús hizo resucitar no sólo a Lázaro, como se cuenta en el capítulo undécimo de Clemente, sino también a ese chico y a muchos más.

—Eso es correcto —asintió Rule—. Y el Evangelio secreto fue considerado tan peligroso que la Iglesia lo suprimió en el siglo IV, para luego destruirlo. O, al menos, eso pensaron.

—¿Éste es uno de los secretos que mi padre protegía?

—Así es —dijo Rule.

—¿Y dices que tú crees que es verdad?

—Sé que es verdad —aseguró Rule—, porque el fragmento del Testamento de Jesús así lo confirma. Por eso resulta vital que ése y otros documentos tan celosamente guardados durante siglos no caigan en manos de los caballeros de San Clemente, ya que ellos seguramente destruirían cualquier vestigio de los mismos como si jamás hubiesen existido.

—Si lo que dices es verdad —dijo Bravo—, entonces, ¿por qué guardáis ese secreto para vosotros? No se trata sólo de un objeto religioso, sino de un milagro arqueológico, una parte de la historia. ¿Por qué no revelarlo al mundo?

—Si sacásemos el Testamento a la luz estaríamos violando nuestros principios básicos, y eso es algo que jamás haremos.

—No lo entiendo.

—No sólo poseemos el Testamento —dijo Rule—. También tenemos la Quintaesencia.

—¿Qué? —Bravo se sobresaltó, como si le hubiesen pinchado con una aguja.

Rule asintió.

—Ya me has oído.

—El mítico Quinto Elemento —dijo Bravo casi sin aliento—. Los filósofos medievales estaban convencidos de que las regiones celestiales estaban compuestas de tierra, aire, fuego, agua y la Quintaesencia, la esencia de la vida misma. Yo siempre supuse que la Quintaesencia era una leyenda, como la alquimia y la conversión del agua en vino.

—Es absolutamente real, puedo asegurártelo —dijo Rule.

—Pero ¿qué es, exactamente? ¿Puedes verla, sentirla y probarla, o bien observarla y cuantificarla, es algo que está más allá de la capacidad del hombre?

—En Su Testamento, Jesús la describe como un «aceite», pero ese término puede o no guardar un parecido con la sustancia que nosotros conocemos como aceite. —Rule se inclinó hacia adelante y bajó la voz—. Lo que convierte al fragmento del Testamento de Jesús en algo tan explosivo, tan potencialmente peligroso para la Iglesia, es que en él Jesús escribe que es a través de la Quintaesencia que consiguió resucitar a Lázaro y a los demás.

—Pero eso va contra la doctrina de la Iglesia. Las Escrituras dicen que Jesús resucitó a Lázaro por Su divino poder.

—Ésa ha sido la interpretación aceptada desde tiempos inmemoriales —dijo Rule—. Pero el Testamento de Jesucristo establece claramente que es la Quintaesencia lo que devuelve la vida a Lázaro. Cristo no menciona en ningún momento el poder divino.

Bravo estaba azorado.

—Espera un momento…

—Sí, sí, puedes ver las alucinantes implicaciones de todo este asunto. Si fue la Quintaesencia lo que resucitó a Lázaro y no el poder divino de Jesús, entonces las historias que lo describen como un sanador, las historias que la Iglesia ha suprimido sistemáticamente, son verdaderas. Y también podría ser verdad que, cuando Jesús murió, sus discípulos lo resucitaron empleando para ello la Quintaesencia.

A Bravo le daba vueltas la cabeza. Finalmente lo entendía.

—Toda la estructura de la Iglesia católica se derrumbaría porque cuestionaría si Jesús era, realmente, el hijo de Dios.

—Ésa es la razón de que, a lo largo de los siglos, los reyes hayan sido asesinados, los regímenes derribados, se perdieran incontables vidas y se derramase la sangre. —De vez en cuando, Rule trataba de descifrar las sombras que había más allá de las columnas—. Tu padre me contó que leyó el Testamento, lo autenticó. No hay ninguna duda de que se trata de un fragmento del Testamento de Jesucristo, absolutamente ninguna.

Bravo permanecía completamente inmóvil. Para alguien con su entrenamiento y su formación, la idea de encontrar siquiera un fragmento del Testamento de Jesucristo era algo parecido a desenterrar de pronto el Santo Grial. Y, además, ¡tener también la Quintaesencia! La sola posibilidad de que el tío Tony estuviese en lo cierto lo dejaba sin aliento.

—Si la orden ha tenido en su poder la Quintaesencia durante todo este tiempo, si realmente esa sustancia existe —dijo Bravo—, ¿por qué no la utilizaron entonces para curar a los enfermos?

—Esa cuestión fue precisamente el motivo de un intenso debate en el siglo XII entre fray Leoni, el custodio, y fray Próspero, el
magister regens
de la orden. —Rule no dejaba de pasear la mirada por el interior de la iglesia—. Hubo dos razones que prevalecieron por encima de las demás para mantener en secreto la existencia de la Quintaesencia: primero, el hombre no debía ser inmortal, ni siquiera debía alargarse su vida de forma artificial. Segundo, la noticia de que existía la Quintaesencia hubiera sacado lo peor que había en la gente. ¿Qué crees que habría pasado? Una estampida, un pánico incontenible entre la gente. Pero nunca llegaría tan lejos, porque los ricos y poderosos se las ingeniarían para robarla y mantener el secreto en su propio beneficio, para alargar sus vidas. Aplicándose la Quintaesencia a intervalos, ellos podrían vivir para siempre.

La mente de Bravo se movía a la velocidad del rayo. Ésa era la razón por la que los caballeros se habían lanzado súbitamente en su persecución para encontrar el escondite, el Vaticano estaba presionándolos para dar con la Quintaesencia. El papa se encontraba gravemente enfermo. ¿Estaba a punto de morir? Si era así, la Quintaesencia era su única esperanza. Cuanto más cerca de la muerte se hallase el pontífice, mayor sería la presión del Vaticano sobre los caballeros y mayor sería el poder que ellos ejercerían. Tendría que recordarlo. Incluso en la actualidad, el poder del Vaticano era una red que se extendía a través del globo allí donde se había introducido a Cristo.

—Y de ese modo, el poder, ya concentrado, estaría más concentrado todavía —continuó diciendo Rule—. Luego habría gobiernos, individuos sin escrúpulos, terroristas que querrían utilizar la Quintaesencia para sus propios fines y no para el progreso de la humanidad. Un desastre absoluto. —Meneó la cabeza con una expresión de tristeza—. No, la Quintaesencia es demasiado poderosa para la humanidad; parece un regalo, pero en el fondo ésa es la naturaleza de todas las influencias corruptas.

—Si eso es lo que piensas, ¿por qué no la destruyes?

—Eso no depende de mí, ¿no crees? Cualquier arqueólogo te dirá (sé que ya lo sabes y me estás poniendo a prueba) que sería un acto criminal destruir deliberadamente un legado tan milagroso de la época de Cristo. El propio Jesús tuvo la Quintaesencia en sus…

En ese momento Rule debió de percatarse de algún movimiento que estaba esperando, porque dijo: «¡Vamos, de prisa, de prisa!», y con ambos brazos los guió hacia las sombras de la capilla. Tanteando a lo largo del yeso de la pared posterior, Rule encontró un pequeño tirador de vidrio, tiró de él y se abrió una pequeña puerta.

De inmediato los empujó hacia la entrada oscura al tiempo que les decía:

—Este pasadizo os llevará hasta una entrada lateral. Hay varios recodos, pero la puerta que da al exterior se encuentra en el extremo más alejado, no a lo largo de las paredes.

—¿A quién has visto? —preguntó Jenny.

—Eso no importa ahora —dijo Bravo—. Vamos, tío Tony.

—Yo no voy con vosotros.

Rule puso en las manos de Jenny las llaves que el joven le había dado en la puerta de la iglesia.

—Oh, no, no puedes hacerlo —dijo Jenny—. No voy a permitir que…

—Tú harás tu trabajo —replicó Rule con brusquedad—, que es proteger a Bravo con tu vida. Yo me encargaré de esa gente. Además, tenéis que coger un avión y, si yo no los distraigo, nunca lo conseguiréis.

—No pienso dejarte —dijo Bravo—. Tú me enseñaste que nunca debes huir de una pelea, y te aseguro que no pienso empezar ahora.

Rule apoyó ambas manos en los hombros de Bravo.

—Aprecio el sentimiento, Bravo, de verdad que sí, pero los sentimientos no tienen cabida en el Voire Dei.

—No te creo.

—Pronto aprenderás que así es. —Aumentó la presión sobre los hombros de Bravo—. En cualquier caso, todos tenemos que desempeñar nuestro papel en esta guerra, y el tuyo consiste en proteger el Testamento y la Quintaesencia. Eres el custodio: nunca debes olvidarlo.

Rule miró a Bravo fijamente a los ojos. Tenía la virtud de hacer que sintieras que tú y él erais las únicas dos personas sobre la faz de la Tierra.

—Desde el asesinato de Dex y las muertes de los otros miembros de la Haute Cour, hemos estado virtualmente sin guía, terriblemente vulnerables. Si no consigues encontrar el escondite de los secretos, peor aún, si los caballeros de San Clemente consiguieran arrebatártelos, estaríamos perdidos. Ellos tendrían en su poder todo el conocimiento secreto que nosotros hemos adquirido. Con la promesa de la inmortalidad que la Quintaesencia proporciona, los caballeros podrían crear un caos sin precedentes, dispondrían del medio para seducir a personal clave dentro de los gobiernos, grupos económicos o incluso organizaciones terroristas para que cumpliesen sus deseos. Podrían convertirse en una fuerza imparable, subvirtiendo la política mundial a todos los niveles.

Jenny cerró con fuerza el puño sobre las llaves.

Rule asintió levemente a modo de agradecimiento.

—El coche es un Audi negro descapotable, deportivo, una buena tapadera. —Luego les dijo dónde estaba aparcado—. ¡Marchaos!

—El hombre con el pendiente de oro en forma de lágrima en la oreja izquierda.

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