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Authors: Michael Talbot

Tags: #Autoayuda, Ciencia, Ensayo

El Universo holográfico (15 page)

BOOK: El Universo holográfico
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La recomendación de Achterberg de que nos libremos de las imágenes negativas es acertada, porque hay pruebas de que las imágenes pueden causar enfermedades tanto como curarlas. En
Amor, medicina milagrosa
, Bernie Siegel dice que a menudo se encuentra con ejemplos en los que parece que las imágenes mentales que utilizan los pacientes para describirse a ellos mismos o sus vidas juegan un papel en la creación de sus dolencias. Entre otros ejemplos incluye los siguientes: una paciente a la que habían practicado una mastectomía que le dijo que «necesitaba sacarse algo fuera del pecho»; un paciente con un mieloma múltiple en la columna vertebral que le dijo que «siempre se consideró que yo no tenía suficiente aplomo», y un hombre con un carcinoma de laringe cuyo padre le castigaba de niño estrujándole el cuello con frecuencia y diciéndole «¡cállate!»

A veces la relación entre la imagen y la enfermedad es tan asombrosa que cuesta entender por qué no es evidente para la persona afectada, como en el caso de un psicoterapeuta al que operaron de urgencia para quitarle muchos centímetros de intestino enfermo y luego comentó a Siegel: «Estoy contento con que haya sido usted mi cirujano. Yo he practicado el análisis didáctico y no podía liberarme ni digerir toda aquella porquería que salía fuera».
[8]
Incidentes como éstos han convencido a Siegel de que casi todas las enfermedades se originan en la mente, al menos hasta cierto punto; ahora que, en su opinión, eso no hace que sean enfermedades psicosomáticas o irreales. Prefiere decir que son
soma-significativas
, término derivado del griego
soma
que significa «cuerpo» y acuñado por Bohm para resumir mejor la relación. A Siegel no le preocupa que todas las enfermedades puedan originarse en la mente. Lo ve más bien como un signo de gran esperanza, como un indicador de que si uno tiene poder para crear enfermedades, también lo tiene para crear bienestar.

La conexión entre la enfermedad y la imagen es tan potente que las imágenes se pueden utilizar incluso para predecir las posibilidades de supervivencia de un paciente. En otro experimento famoso, Simonton y su esposa, la psicóloga Stephanie Matthews-Simonton, junto con Achterberg y el psicólogo G. Frank Lawlis, hicieron una batería de análisis de sangre a 126 pacientes con cáncer avanzado. Luego sometieron a los pacientes a una serie igualmente amplia de tests psicológicos y entre ellos había ejercicios en los que pedían a los pacientes que dibujaran imágenes de sí mismos, de su cáncer, de su tratamiento y de sus sistemas de inmunización. Los análisis de sangre proporcionaron datos sobre la enfermedad de los pacientes, pero no aportaron revelaciones importantes. No obstante, los resultados de los tests psicológicos, y de los dibujos en particular, fueron como verdaderas enciclopedias de información sobre la salud del paciente. En efecto, analizando sólo los dibujos, Achterberg obtuvo un 95 por ciento de aciertos en la predicción de quién moriría en unos cuantos meses y quién vencería la enfermedad y conseguiría que empezara a remitir.
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Juegos de baloncesto de la mente

Por increíbles que puedan ser los datos obtenidos por los investigadores mencionados anteriormente, no son sino la punta del iceberg en cuanto se refiere al control que ejerce sobre el cuerpo la mente holográfica. Y las aplicaciones prácticas de ese control no se limitan estrictamente a temas de salud. Numerosos estudios realizados en todo el mundo han demostrado que las imágenes tienen también un efecto enorme en el rendimiento físico y atlético.

En un experimento reciente, el psicólogo Shlomo Breznitz, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, hizo que varios grupos de soldados israelíes caminaran cuarenta kilómetros, pero dio a cada grupo una información diferente. Unos grupos anduvieron treinta kilómetros y se les dijo entonces que les quedaban otros diez kilómetros que andar. A otros les dijo que iban a hacer una marcha de sesenta kilómetros, pero en realidad solamente anduvieron cuarenta. A algunos les permitió ver los mojones que marcaban la distancia y a otros no les dio pista alguna sobre lo que habían andado. Al final del estudio, Breznitz descubrió que los niveles hormonales de cansancio reflejaban las estimaciones de los soldados y no la distancia real que habían recorrido.
[10]
En otras palabras:
sus cuerpos no respondían a la realidad, sino a lo que ellos imaginaban que era la realidad
.

Según el doctor Charles A. Garfield, antiguo investigador de la NASA y actual presidente del Performance Sciences Institute de Berkeley (California), los soviéticos han investigado exhaustivamente la relación que existe entre las imágenes y el rendimiento físico. En un estudio, se dividió un equipo de atletas soviéticos de élite en cuatro grupos. El primer grupo pasó el cien por cien del tiempo de entrenamiento ejercitando el cuerpo. El segundo pasó el 75 por ciento del tiempo entrenando y el 25 visualizando los movimientos exactos y los logros que querían conseguir en el deporte. El tercero pasó el 50 por ciento entrenando y el otro 50 visualizando, y el cuarto, el 25 por ciento entrenando y el 75 visualizando. Increíblemente, en los Juegos de Invierno de Lake Placid (Nueva York), de 1980, el cuarto grupo mostró la mayor mejora en su actuación, seguido por los grupos tercero, segundo y primero, en ese orden.
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Garfield, que ha pasado cientos de horas entrevistando a atletas e investigadores deportivos por todo el mundo, dice que los soviéticos han introducido sofisticadas técnicas de visualización en muchos programas de entrenamiento de los atletas y que creen que las imágenes mentales actúan como precursores en el proceso de generación de impulsos neuromusculares. Según Garfield, la formación de imágenes funciona porque el movimiento se graba en el cerebro según principios holográficos. En su libro
Rendimiento máximo: las técnicas de entrenamiento mental de los grandes campeones
, declara: «Estas imágenes son holográficas (tridimensionales) y funcionan principalmente a nivel subliminal. El mecanismo de imágenes holográfico te permite solucionar con rapidez problemas espaciales como montar una máquina compleja, idear la coreografía de un baile rutinario, u organizar imágenes visuales de obras de teatro».
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El psicólogo australiano Alan Richardson ha obtenido resultados similares con jugadores de baloncesto. Cogió a tres grupos de jugadores de baloncesto y probó su capacidad para hacer tiros libres. Luego, dijo al primer grupo que pasara veinte minutos al día practicando tiros libres; al segundo grupo le dijo que no practicara, y al tercero, que pasara veinte minutos al día visualizando que estaban haciendo canastas perfectas. Como era de esperar, el grupo que no hizo nada no mostró mejora alguna. El primer grupo mejoró un 24 por ciento; pero el tercer grupo, gracias únicamente al poder de las imágenes, mejoró un asombroso 23 por ciento, casi tanto como el grupo que había practicado los tiros libres.
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La falta de división entre la salud y la enfermedad

El médico Larry Dossey cree que la formación de imágenes no es la única herramienta que puede usar la mente holográfica para producir cambios en el cuerpo. Otro instrumento es el mero reconocimiento de la totalidad continua que forman todas las cosas. Como observa Dossey, tenemos tendencia a contemplar la enfermedad como algo externo a nosotros. La enfermedad viene de fuera y nos asedia, perturbando nuestro bienestar. Pero si es verdad que el espacio y el tiempo y las demás cosas del universo son inseparables, entonces tampoco podemos hacer distinción entre la salud y la enfermedad.

¿Cómo podemos llevarlo a la práctica? Según Dossey, a menudo mejoramos cuando dejamos de contemplar la enfermedad como algo independiente de nosotros mismos y la vemos en cambio como parte de un todo mayor, de un contexto de conducta, dieta, sueño, modelos de ejercicios y otras relaciones diversas con el mundo en general. A modo de prueba, llama la atención sobre un estudio en el que se pidió a personas que sufrían dolor de cabeza crónico que apuntaran en un diario la frecuencia y la severidad de sus dolores de cabeza. Aunque al principio se pretendía que el informe fuera un primer paso para preparar a los pacientes para seguir un tratamiento, la mayoría de las personas descubrieron que cuando empezaron a llevar el diario ¡sus dolores desaparecieron!
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En otro experimento citado por Dossey, se grabó en vídeo a un grupo de niños epilépticos interactuando con sus familias. Durante las sesiones se produjeron algunos momentos de intensa carga emocional que muchas veces venían seguidos de crisis epilépticas reales. Cuando los niños vieron los vídeos y la relación existente entre los momentos emocionales y sus ataques, prácticamente dejaron de tenerlos.
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¿Por qué? Porque al llevar un diario o al contemplar una cinta de vídeo, tanto los niños como los pacientes pudieron ver su situación en el contexto más amplio de sus vidas. Y cuando esto ocurre, Dossey afirma que la enfermedad deja de ser considerada como, «una enfermedad intrusa que se origina en alguna parte fuera de mí» y se ve «como parte de un proceso de vida que puede ser descrito con precisión como un todo continuo. Cuando nos centramos en un principio de relación y unidad y nos alejamos de la fragmentación y el aislamiento, sobreviene la salud».
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A juicio de Dossey, el término «paciente» es tan equívoco como la palabra «partícula». Más que unidades biológicas independientes y esencialmente aisladas, somos pautas y procesos fundamentalmente dinámicos que, como ocurre con los electrones, no se pueden dividir y analizar por partes. Y, más aún: estamos conectados; conectados con las fuerzas que crean tanto la salud como la enfermedad, con las creencias de nuestra sociedad, con las actitudes de nuestros amigos, nuestra familia y nuestros médicos, con las imágenes, creencias y hasta con las palabras mismas que utilizamos para entender el universo.

En un universo holográfico, también estamos conectados con nuestros cuerpos; en páginas anteriores hemos visto algunas formas en que se manifiestan esas conexiones. Sin embargo, hay muchas otras formas, acaso infinitas. Como afirma Pribram, «si cada parte de nuestro cuerpo es realmente un reflejo del todo, entonces tiene que haber toda clase de mecanismos que controlen lo que está ocurriendo. Nada hay en firme en relación con este punto».
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Dada nuestra ignorancia en la materia, en vez de preguntar
cómo
controla la mente el cuerpo holográfico, tal vez fuera más interesante preguntar… ¿hasta dónde llega el control? ¿Tiene alguna limitación? ¿Cuál es la limitación en caso de que la tenga? Ahora vamos a dirigir la atención a esta cuestión.

El poder curativo de nada en absoluto

Otro fenómeno médico fascinante que nos permite vislumbrar el control de la mente sobre el cuerpo es el efecto placebo. El placebo es un tratamiento médico que no realiza ninguna acción específica sobre el cuerpo, sino que se da para complacer al paciente, o bien como medio de control en un experimento a doble ciego, es decir, un estudio en el que un grupo de personas recibe un tratamiento real y otro grupo recibe un tratamiento falso. En tales experimentos, ni los investigadores ni los sujetos de la prueba saben en qué grupo están, con el fin de poder evaluar con exactitud los efectos del tratamiento-real. Muchas veces se utilizan píldoras de azúcar como placebos en estudios de medicinas; también se usa una solución salina (agua destilada con sal), aunque los placebos no tienen que por qué ser siempre medicinas. Mucha gente cree que los beneficios médicos derivados de cristales, brazaletes de cobre y otros remedios no tradicionales se deben también al efecto placebo.

Hasta la cirugía se ha utilizado como placebo. En la década de 1950, la cirugía era el tratamiento habitual para la angina de pecho, un dolor recurrente en el pecho y en el brazo izquierdo provocado por la disminución del riego sanguíneo en el corazón. Posteriormente, unos médicos resolutivos decidieron hacer un experimento y, en vez de hacer la cirugía acostumbrada que consistía en ligar la arteria mamaria, abrían a los pacientes y después les cosían sin más. Los pacientes sometidos al simulacro de cirugía dijeron que sentían tanto alivio como los que habían sufrido la operación quirúrgica completa. El resultado era que la cirugía completa sólo estaba produciendo un efecto placebo.
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No obstante, el éxito de la cirugía de pega indica que tenemos la capacidad de controlar la angina de pecho en alguna parte dentro de nosotros.

Y eso no es todo. En la última mitad del siglo veinte, se llevó a cabo una investigación exhaustiva sobre el efecto placebo en centenares de estudios distintos realizados en todo el mundo. Sabemos que de todas las personas a las que se suministra un placebo determinado, en un 35 por ciento de media producirá un efecto significativo, aunque la cifra puede variar mucho de una situación a otra. Entre las dolencias que han respondido al efecto placebo, además de la angina de pecho, cabe citar la migraña, la fiebre, las alergias, el catarro común, el acné, el asma, las verrugas, dolores de varios tipos, las náuseas y mareos, las úlceras pépticas, síndromes psiquiátricos como la depresión y la ansiedad, la artritis reumatoide y degenerativa, la diabetes, el malestar producido por la radioterapia, la enfermedad de Parkinson, la esclerosis múltiple y el cáncer.

Es obvio que entre ellas figuran desde enfermedades que no son serias hasta las que ponen la vida en peligro; pero el efecto placebo puede implicar cambios fisiológicos casi milagrosos hasta en las afecciones más leves. Tomemos por ejemplo la verruga simple. La verruga es un pequeño crecimiento tumoral en la piel provocado por un virus. Es extraordinariamente fácil de curar utilizando placebos, como demuestra el número casi infinito de rituales populares utilizados en diversas culturas para librarse de las verrugas, siendo el propio ritual un tipo de placebo. Lewis Thomas, presidente emérito del Memorial Sloan-Kettering Cáncer Center de Nueva York, habla de un médico que solía librar a sus pacientes de las verrugas limitándose a aplicar sobre ellas un tinte púrpura inofensivo. Thomas cree que explicar ese pequeño milagro diciendo que no es más que la mente inconsciente en funcionamiento, no hace justicia al efecto placebo. Como él dice, «si mi inconsciente es capaz de descubrir cómo manipular los mecanismos necesarios para esquivar ese virus y para desplegar todas las diversas células en el orden correcto para rechazar el tejido, entonces lo único que tengo que decir es que mi inconsciente está mucho más adelantado que yo».
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