Como Bohm, Shainberg cree también que la consciencia se despliega constantemente desde el orden implicado; a su juicio, cuando permitimos que se formen los mismos vórtices repetidamente, estamos erigiendo una barrera entre nosotros y las ilimitadas interacciones positivas y novedosas que podríamos tener con la fuente infinita de todo ser. Sugiere que contemplemos a un niño para vislumbrar lo que nos estamos perdiendo. Los niños todavía no han tenido tiempo de formar vórtices y eso se refleja en su forma de interactuar con el mundo, una forma abierta y flexible. Según Shainberg, la viveza chispeante de un niño representa la esencia misma de la propiedad intrínseca de la consciencia por la cual se envuelve y se desenvuelve cuando está libre de trabas.
Si queremos saber si tenemos vórtices de pensamiento bloqueados, Shainberg recomienda que prestemos atención a nuestro comportamiento durante una conversación. Cuando la gente con creencias fijas conversa con otras personas, intenta justificar su identidad apoyando y defendiendo sus opiniones. Rara vez cambian de opinión como consecuencia de obtener información nueva y muestran poco interés en dejar que se produzca un verdadero intercambio en la conversación. Una persona abierta a la naturaleza fluida de la consciencia está más dispuesta a ver el bloqueo que imponen los vórtices del pensamiento sobre las relaciones. Son más proclives a intercambiar opiniones que a repetir incesantemente una letanía estática de argumentos. Como dice Shainberg, «la respuesta humana y la articulación de la misma, el eco de las reacciones ante la respuesta y la explicación de las relaciones existentes entre respuestas distintas constituyen la manera en que los seres humanos participan en el flujo del orden implicado».
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Otro fenómeno psicológico que presenta varios rasgos definitorios del orden implicado es el desorden mental de la personalidad múltiple o DPM. Es un síndrome muy raro que manifiestan aquellos que tienen dos o más personalidades distintas habitando en un solo cuerpo. Muchas veces, las personas que lo padecen (o «múltiples») no son conscientes de ello. No se dan cuenta de que el control de su cuerpo se traspasa de una personalidad a otra distinta y creen en cambio que sufren una especie de amnesia, una confusión o una pérdida temporal de consciencia. La mayoría de los múltiples tienen entre 8 y 13 personalidades de media, aunque los llamados «supermúltiples» pueden tener más de cien.
Uno de los datos estadísticos más elocuentes en relación con los múltiples es que el 97 por ciento ha tenido un trauma severo durante la niñez, con frecuencia en forma de monstruosos abusos psicológicos, físicos o sexuales. Este dato ha hecho que muchos investigadores lleguen a la conclusión de que convertirse en un múltiple es la manera en que la psique hace frente a un dolor extraordinario y desgarrador. La psique, al dividirse en una o más personalidades, consigue repartir el dolor en cierto modo y contar con varias personalidades para que sufran lo que sería demasiado para que una sola pudiera resistirlo.
En este sentido, convertirse en un múltiple podría ser el ejemplo más extremo de lo que quiere decir Bohm al hablar de fragmentación. Es interesante señalar que cuando la psique se fragmenta, no se convierte en una colección de añicos, sino en un conjunto de totalidades más pequeñas, pero completas y autosostenibles, que tienen sus propios rasgos, motivos y deseos. Aunque no son copias idénticas de la personalidad original, esas totalidades pertenecen a la dinámica de la personalidad original, lo cual indica la participación de un proceso holográfico de algún tipo.
El síndrome de la personalidad múltiple refleja de forma evidente la afirmación de Bohm de que al final siempre se demuestra que la fragmentación es destructiva. Aunque convertirse en un múltiple permite a la persona sobrevivir a una niñez por otra parte insoportable, puede traer consigo una gran cantidad de efectos secundarios indeseables. Entre otros, depresión, ansiedad y ataques de pánico, fobias, problemas cardíacos y respiratorios, una náusea inexplicable, dolores de cabeza tipo migraña, tendencias hacia la automutilación y muchos otros desórdenes mentales y físicos. Sorprendentemente, pero con la precisión de un reloj, a la mayoría de los múltiples se les diagnostica entre los 25 y los 35 años, una «coincidencia» que sugiere que tal vez a esa edad se dispara algún sistema de alarma interno que advierte que es crucial que se les diagnostique el desorden para obtener así la ayuda que necesitan. Esta idea parece confirmarse por el hecho de que los múltiples que alcanzan los cuarenta años antes de ser diagnosticados, cuentan a menudo que tenían la sensación de que si no buscaban ayuda pronto, perderían la oportunidad de recuperarse.
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A pesar de las ventajas temporales que obtiene la psique torturada fragmentándose, está claro que el bienestar físico y mental, y quizá la supervivencia, sigue dependiendo de la totalidad.
Otra característica inusual de las personas con DPM es que cada una de sus personalidades posee un patrón de ondas cerebrales diferente. Es algo sorprendente, porque como señala Frank Putnam, psiquiatra del Instituto Nacional de Salud que ha estudiado el fenómeno, lo normal es que el patrón de ondas cerebrales
no
cambie ni siquiera en estados de emoción extrema. El patrón de ondas cerebrales no es lo único que varía de una personalidad a otra. El ritmo de circulación sanguínea, el tono muscular, el ritmo cardíaco, la postura y hasta las alergias pueden variar cuando un múltiple cambia de una personalidad a otra.
El hecho de que los patrones de ondas cerebrales no se limiten a una sola neurona o a un grupo de neuronas, sino que corresponden al conjunto del cerebro, puede implicar también que haya algún tipo de proceso holográfico funcionando. Al igual que un holograma de múltiples imágenes puede almacenar y proyectar docenas de escenas completas, quizá el holograma del cerebro puede almacenar y evocar una multitud similar de personalidades completas. En otras palabras: quizá lo que llamamos «ser» es también un holograma, y cuando el cerebro de un múltiple cambia súbitamente de un ser holográfico a otro, esas rápidas idas y venidas cual sucesión de diapositivas se reflejan en los cambios globales que tienen lugar en la actividad de las ondas cerebrales, así como en el cuerpo en general. Los cambios fisiológicos que se producen cuando un múltiple cambia de una personalidad a otra tienen también hondas consecuencias en la relación entre la mente y la salud y las trataremos con mayor extensión en el siguiente capítulo.
Un fallo en el tejido de la realidad
Otra de las grandes aportaciones de Jung fue la definición del concepto de sincronicidad. Como se ha mencionado en la introducción, la sincronicidad es una coincidencia tan inusual y tan significativa que difícilmente podría atribuirse al azar exclusivamente. Todos hemos experimentado una sincronicidad en algún momento de la vida, como por ejemplo cuando aprendemos una palabra nueva y extraña y después la oímos en las noticias unas cuantas horas después, o cuando pensamos en un tema no habitual y luego nos damos cuenta de que hay otras personas hablando de él.
Hace unos cuantos años, viví una serie de sincronicidades relacionadas con la estrella del rodeo Buffalo Bill. A veces enciendo la televisión por la mañana mientras realizo una sencilla tabla de ejercicios de gimnasia antes de empezar a escribir. Una mañana de enero de 1983 estaba haciendo flexiones mientras veía un concurso y de repente me encontré gritando el nombre «Buffalo Bill». Al principio mi reacción me dejó perplejo, pero luego me di cuenta de que el presentador del concurso había preguntado: «¿Por qué otro nombre era conocido William Frederick Cody?». Aunque no había estado prestando atención al programa conscientemente, por alguna razón mi mente inconsciente se había concentrado en la pregunta y la había contestado. En aquel momento, no pensé mucho en lo sucedido y seguí con mis ocupaciones cotidianas. Unas horas después, me llamó un amigo por teléfono para preguntarme si podía acabar con una discusión amistosa que tenía sobre una trivialidad acerca del mundo del espectáculo. Me ofrecí a intentarlo y entonces me preguntó: «¿Es verdad que las últimas palabras de John Barrymore fueron? “¿No eres tú el hijo ilegítimo de Buffalo Bill?”». Me pareció extraño ese segundo encuentro con Buffalo Bill pero lo achaqué a la casualidad, hasta que poco después abrí un ejemplar de la revista
Smithsonian
que me llegó por correo aquel mismo día. Uno de los artículos principales se titulaba «Ha vuelto el último de los grandes
scouts
». Trataba sobre… lo has adivinado: Buffalo Bill. (Por cierto, fui incapaz de contestar la pregunta de mi amigo y sigo sin tener ni idea de si aquéllas fueron o no las últimas palabras de Barrymore).
Por increíble que fuera esa experiencia, lo único que me pareció significativo fue su carácter improbable. No obstante, hay otra clase de sincronicidad que merece la pena observar no sólo por su carácter improbable, sino también por su aparente relación con lo que sucede en las profundidades de la psique humana. El ejemplo clásico es la historia del escarabajo de Jung. Jung estaba tratando a una mujer que tenía una visión de la vida tan absolutamente racional que le costaba beneficiarse de la terapia. Después de una serie de sesiones frustrantes, la mujer le contó un sueño en el que aparecía un escarabajo. Jung sabía que el escarabajo representaba el renacer según la mitología egipcia y se preguntaba si el inconsciente de la mujer le estaba anunciando simbólicamente que iba a experimentar algún tipo de renacer psicológico. Cuando estaba a punto de decírselo, oyó que algo golpeaba la ventana, y cuando levantó la mirada vio que había un escarabajo verde y dorado al otro lado del cristal (fue la única vez que apareció un escarabajo en su ventana). Abrió la ventana mientras presentaba su interpretación del sueño. La mujer se quedó tan asombrada que moderó su excesiva racionalidad y desde entonces mejoró su respuesta a la terapia.
Jung se topó con muchas coincidencias significativas como ésta mientras ejercía la psicoterapia y se dio cuenta de que casi siempre acompañaban a periodos de transformación y de intensidad emocional debidos a cambios fundamentales en las creencias, revelaciones nuevas y repentinas, muertes, nacimientos e incluso cambios de profesión. Se percató también de que tendían a producirse más a menudo cuando la revelación o la constatación de la novedad estaba a punto de aflorar en la consciencia del paciente. Cuando se difundieron sus ideas, otros terapeutas empezaron a contar sus propias experiencias con la sincronicidad.
Por ejemplo, Carl Alfred Meier, psiquiatra establecido en Zurich y asociado durante mucho tiempo con Jung, cuenta un ejemplo de sincronicidad que se prolongó durante muchos años. Una mujer americana que sufría una depresión seria viajó a Suiza desde Wuchang, en China, para que la tratase Meier. Era cirujana y había dirigido el hospital de la misión de Wuchang durante veinte años. También se había empapado de la cultura del país y era una experta en filosofía china. Durante la terapia, le contó a Meier un sueño en el que había visto el hospital con una de las alas destruida. Como su identidad estaba muy ligada al hospital, Meier creyó que el sueño le estaba diciendo que estaba perdiendo el sentido de quién era, su identidad americana, y que ésa era la causa de su depresión. Le aconsejó que regresara a Estados Unidos, y cuando lo hizo, su depresión desapareció rápidamente, tal y como él había predicho. Antes de partir, Meier le pidió que hiciera un dibujo detallado del hospital.
Años después, los japoneses atacaron China y bombardearon el hospital de Wuchang. La mujer envió a Meier un ejemplar de la revista
Life
que contenía una fotografía a doble página del hospital parcialmente destruido, idéntica al dibujo que había hecho ella nueve años antes. El mensaje simbólico y muy personal de su sueño había rebasado los límites de la psique de la paciente de alguna manera hasta llegar a la realidad física.
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Dado el carácter llamativo de las sincronicidades, Jung se convenció de que no eran hechos que ocurrían por casualidad sino que estaban relacionados con los procesos psicológicos de las personas que las experimentaban. Como no podía concebir cómo algo que ocurría en lo más hondo de la psique podía
causar
un hecho o una serie de acontecimientos en el mundo físico, al menos en un sentido clásico, lanzó la idea de que tenía que intervenir algún principio nuevo, un principio de conexión
acausal
, desconocido para la ciencia hasta entonces.
Cuando Jung presentó la idea, la mayoría de los físicos no se la tomaron en serio (aunque un físico eminente de la época, Wolfgang Pauli, pensó que era lo bastante importante como para escribir con Jung un libro sobre el tema titulado
La interpretación y naturaleza de la psique: la sincronicidad como un principio de conexión acausal
). Sin embargo, ahora que la existencia de las conexiones no locales es un principio establecido, algunos físicos están contemplando de nuevo la idea de Jung.
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El físico Paul Davies afirma que, «esos efectos cuánticos no locales son realmente una forma de simultaneidad en el sentido de que establecen una conexión —de forma más precisa sería una correlación— entre los sucesos entre los que está prohibido cualquier tipo de nexo causal».
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Otro físico que se toma en serio la sincronicidad es F. David Peat. A su juicio, sincronicidades como las de Jung no sólo son reales, sino que constituyen indicios adicionales del orden implicado. Como hemos visto, la aparente separación entre la consciencia y la materia es una ilusión, según Bohm, un artefacto que tiene lugar únicamente cuando ambas se han desplegado en el orden explicado de los objetos y el tiempo secuencial. Si no hay división entre mente y materia en el orden implicado, la base de la que surgen todas las cosas, entonces no es raro esperar que la realidad todavía esté plagada de huellas de esa conexión profunda. Peat cree que las sincronicidades son «defectos» en el tejido de la realidad, grietas momentáneas que nos permiten echar un vistazo al orden inmenso y unitario que subyace tras la naturaleza entera.
Dicho de otra forma: en opinión de Peat, las sincronicidades revelan la falta de división entre el mundo físico y nuestra realidad psicológica interior. Así, la relativa escasez de experiencias sincrónicas en nuestras vidas muestra no sólo hasta qué punto nos hemos desgajado del campo general de la consciencia, sino también el grado de aislamiento que tenemos con respecto al potencial infinito y deslumbrante de los órdenes más profundos de la mente y la realidad. De acuerdo con Peat, cuando experimentamos una sincronicidad, lo que realmente estamos experimentando «es la mente humana funcionando, por un momento, en su orden verdadero y extendiéndose a través de la sociedad y la naturaleza, moviéndose a través de órdenes de creciente sutileza, extendiéndose más allá de la fuente de la mente y la materia hasta la creatividad misma».
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