K
ENNETH
R
ING,
catedrático de Psicología,
Life at Death
{xxix}
El tiempo no es la única cosa ilusoria en un universo holográfico. También el espacio debe ser contemplado como producto de nuestra manera de percibir. Nos resulta más difícil entender esto que la idea de que el tiempo sea una construcción mental, porque a la hora de intentar conceptualizar «el sin-espacio» no hay analogías fáciles, ni imágenes de universos ameboides o de futuros cristalizantes a las que podamos recurrir. Estamos tan programados para pensar en el espacio como categoría absoluta, que nos cuesta incluso empezar a imaginar lo que sería existir en un ámbito en el que no existiera el espacio. Sin embargo, hay indicios de que, en última instancia, no estamos más limitados por el espacio que por el tiempo.
Un indicio convincente de lo anterior se puede encontrar en el fenómeno de abandono del cuerpo, una experiencia en la que parece que la consciencia consciente de la persona se separa del cuerpo físico y viaja a otro sitio. A lo largo de la historia, se sabe que han tenido experiencias fuera del cuerpo (EFC) individuos de todas las profesiones y condiciones sociales; Aldous Huxley, Goethe, D. H. Lawrence, August Strindberg y Jack London dijeron que las tenían. Las conocían los egipcios, los indios norteamericanos, los chinos, los filósofos griegos, los alquimistas medievales, los pueblos oceánicos, los hindúes, los hebreos y los musulmanes. En un estudio comparativo de culturas de 44 sociedades no occidentales, Dean Shiels descubrió que sólo tres de ellas
no
creían en las experiencias extracorpóreas.
[1]
En un estudio similar, la antropóloga Erika Bourguignon examinó 488 sociedades del mundo —aproximadamente el 57 por ciento de las sociedades conocidas— y descubrió que en 437, es decir el 89 por ciento, había al menos alguna tradición relacionada con ellas.
[2]
Hay estudios actuales, incluso, que revelan que las EFC siguen siendo un fenómeno muy extendido todavía. El difunto doctor Robert Crookall, geólogo de la Universidad de Aberdeen y parapsicólogo aficionado, investigó los suficientes casos como para llenar nueve libros sobre el tema. En la década de 1960, Celia Green, directora del Institute of Psychological Research de Oxford, hizo una encuesta a 115 alumnos de la Universidad de Southampton y descubrió que el 19 por ciento admitió haber tenido alguna EFC. Cuando se preguntó de manera similar a 380 alumnos de Oxford, el 34 por ciento contestó afirmativamente.
[3]
En un estudio de 902 adultos, Haraldson descubrió que el 8 por ciento había experimentado lo que era estar fuera del cuerpo una vez en la vida cuando menos.
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Y en 1980, un estudio dirigido por el doctor Harvey Irwin en la Universidad de Nueva Inglaterra en Australia reveló que el 20 por ciento de 177 alumnos había tenido una EFC.
[5]
El promedio de estas cifras indica que aproximadamente una de cada cinco personas tendrá una en algún momento de su vida. Aunque otros estudios sugieren que el índice podría estar más cerca del 10 por ciento, el hecho es que son mucho más comunes de lo que la gente piensa.
La EFC típica suele ser espontánea y la mayoría de las veces tiene lugar durante el sueño, la meditación, la anestesia, la enfermedad y en los casos de dolor traumático (aunque puede ocurrir también en otras circunstancias). De pronto se tiene la viva sensación de que la mente se ha separado del cuerpo. Con frecuencia uno se encuentra flotando encima de su cuerpo y descubre que puede viajar o volar a otros sitios. ¿Cómo es la experiencia de verse libre de lo físico y de contemplar el propio cuerpo ahí abajo? En un estudio realizado en 1980, el doctor Glen Gabbard de la Menninger Foundation de Topeka, el doctor Stuart Twemlow del Topeka Veterans' Administration Medical Center y el doctor Fowler Jones del centro médico de la Universidad de Kansas descubrieron que de 339 casos de viajes fuera del cuerpo, la friolera del 85 por ciento de los viajeros dijo que era una experiencia agradable y más de la mitad dijo que era gozosa.
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Conozco la sensación. De adolescente, tuve una EFC espontánea y tras recobrarme del susto de encontrarme flotando sobre mi propio cuerpo y contemplándome dormido allá abajo en la cama, lo pasé increíblemente bien volando a través de las paredes y encaramándome a las copas de los árboles. Durante mi viaje sin cuerpo, encontré por casualidad un libro de la biblioteca que había perdido una vecina y al día siguiente pude decirle dónde estaba. Describo esta experiencia con detalle en
Más allá de la teoría cuántica
.
No carece de importancia el hecho de que Gabbard, Twemlow y Jones estudiaran también el perfil psicológico de quienes habían tenido una EFC y descubrieran que eran psicológicamente normales y que estaban extraordinariamente bien adaptados, por lo general. Presentaron sus conclusiones en la reunión anual de 1980 de la American Psychiatric Association y dijeron a sus colegas que tranquilizar al paciente afirmando que las experiencias extracorpóreas son acontecimientos comunes y remitirle a libros sobre el tema podía ser «más terapéutico» que el tratamiento psiquiátrico. Llegaron a insinuar incluso que ¡los pacientes obtendrían más alivio hablando con un yogui que con un psiquiatra!
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A pesar de esos hechos, ningún resultado estadístico por concluyente que sea es tan convincente como los relatos reales de las experiencias. Por ejemplo, Kimberly Clark, trabajadora social del hospital de Seattle, Washington, no se tomaba las EFC en serio hasta que se encontró con una paciente llamada María que tenía una enfermedad coronaria. Varios días después de ingresar en el hospital, María tuvo una parada cardíaca y enseguida le hicieron revivir. Clark fue a visitarla poco después, aquella tarde, esperando encontrarla sumida en un estado de ansiedad por el hecho de que se le hubiera parado el corazón. Como esperaba, María estaba agitada, pero no por la razón que Clark había anticipado.
María le contó que había tenido una experiencia muy extraña. Cuando se le paró el corazón, se encontró de repente en el techo mirando hacia abajo y viendo a los médicos y a las enfermeras trabajar sobre ella. Entonces, ocurrió algo en la entrada de la sala de urgencias que la distrajo y en cuanto «se pensó» allí, allí
estaba
. Después, María «pensó que se dirigía» hacia arriba, al tercer piso del edificio, y se encontró «con la cara pegada al cordón» de una zapatilla de tenis. Era una zapatilla vieja y notó que el dedo pequeño había hecho un agujero en la tela. También se dio cuenta de varios detalles más, como por ejemplo de que el cordón estaba pegado por debajo del talón. Cuando María terminó su relato, pidió a Clark que por favor fuera al alféizar y mirara si había alguna zapatilla para poder confirmar si su experiencia era real o no.
Escéptica pero intrigada, Clark se asomó y levantó la vista hacia la moldura que había arriba, pero no vio nada. Subió al tercer piso y empezó a entrar y salir de las habitaciones de los pacientes y a mirar por las ventanas con tan poco margen que tenía que pegar la cara al cristal para poder ver el alféizar. Por fin, encontró una habitación desde la cual, pegando la cara al cristal y mirando hacia abajo, vio la zapatilla de tenis. Pero desde su posición ventajosa no podía decir si el dedo pequeño había hecho un agujero en la zapatilla, ni si los demás detalles que había descrito María eran correctos. Hasta que recuperó la zapatilla no pudo confirmar todo lo que había visto María. «La única manera de tener la perspectiva necesaria para ver esos detalles era haber estado completamente fuera, flotando en el aire muy cerca de la zapatilla de tenis», declara Clark, que desde entonces cree en las EFC. «Fue una prueba muy clara para mí».
[8]
Experimentar una EFC durante una parada cardíaca es relativamente común, tanto que Michael B. Sabom, cardiólogo y profesor de Medicina de la Emory University y médico de plantilla del Atlanta Veterans' Administration Medical Center, se hartó de oír a sus pacientes contar tales «fantasías» y decidió zanjar la cuestión de una vez por todas. Seleccionó a dos grupos de pacientes, uno formado por 32 enfermos cardíacos veteranos que afirmaban haber tenido una EFC durante sus ataques cardíacos, y otro con 25 enfermos cardíacos veteranos que nunca habían tenido una. Después entrevistó a los pacientes y pidió a los que habían tenido una EFC que describieran su resucitación tal y como la habían presenciado desde fuera del cuerpo; a los que no habían experimentado una EFC les pidió que describieran lo que imaginaban que debió de pasar durante su resucitación.
De los que no habían experimentado una EFC, 20 cometieron errores importantes al describir su resucitación, 3 dieron descripciones correctas pero generales y 2 no tenían ni idea de lo que había pasado. De los que habían tenido una EFC, 26 hicieron una descripción correcta pero general, 6 hicieron descripciones muy detalladas y acertadas de su resucitación y 1 hizo un relato pormenorizado tan exacto que Sabom se quedó pasmado. Los resultados le indujeron a profundizar en el fenómeno más aún y, a semejanza de Clark, ahora se ha convertido en un creyente fervoroso e imparte muchas conferencias sobre el tema. A su juicio, «las observaciones relativas a los sentidos físicos normales aparentemente no tienen una explicación posible. Según parece, la hipótesis de la experiencia fuera del cuerpo es la que mejor cuadra con los datos que tenemos a mano».
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Las experiencias extracorpóreas de aquellos pacientes eran espontáneas, pero también hay personas que han llegado a dominar la capacidad de abandonar el cuerpo lo bastante bien como para hacerlo cuando quieren. Una de las más famosas es un antiguo ejecutivo de radio y televisión llamado Robert Monroe. Cuando tuvo su primera EFC a finales de la década de 1950, pensó que se estaba volviendo loco e inmediatamente buscó un tratamiento médico. Los médicos a quienes consultó no le encontraron nada malo, pero él siguió teniendo aquellas extrañas experiencias y continuó estando muy preocupado por ellas. Por fin, tras escuchar a un amigo psicólogo decir que los yoguis indios contaban que abandonaban el cuerpo continuamente, empezó a aceptar su habilidad no deseada. «Tenía dos opciones —recuerda Monroe—. Una era la sedación para el resto de mi vida; la otra era aprender algo sobre este estado para poder controlarlo».
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Desde aquel día, Monroe empezó a llevar un diario de sus experiencias, documentando cuidadosamente todo lo que aprendía sobre el estar fuera del cuerpo. Descubrió que podía pasar a través de los objetos sólidos y viajar a grandes distancias en un abrir y cerrar de ojos, simplemente «pensándose» allí. Descubrió que las demás personas apenas se daban cuenta de su presencia, aunque los amigos a los que fue a ver mientras estaba en ese «segundo estado» le creyeron rápidamente en cuanto les describió exactamente cómo iban vestidos y la actividad que estaban haciendo en el momento de la visita. También descubrió que no era el único que viajaba fuera del cuerpo y de vez en cuando se topaba con otros viajeros sin cuerpo. Hasta ahora ha catalogado sus experiencias en dos libros fascinantes:
Journeys Out of The Body
y
Far Journeys
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.
También se han documentado experiencias fuera del cuerpo en laboratorios. En un experimento, el parapsicólogo Charles Tart consiguió que una mujer experimentada en EFC, identificada como Miss Z, identificara correctamente un número de cinco dígitos escrito en un trozo de papel que sólo podría alcanzar estando fuera del cuerpo.
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Karlis Osis y la parapsicóloga Janet Lee Mitchell, en una serie de experimentos realizados en la American Society for Psychical Research en Nueva York, encontraron a varios individuos con dotes especiales que podían «llegar volando» desde varios sitios de todo el país y describir correctamente una amplia gama de imágenes-objetivo, además de objetos situados sobre una mesa, dibujos geométricos de colores colocados en una repisa cerca del techo e ilusiones ópticas que sólo podían ser vistas por un observador que mirara por una pequeña ventana de un aparato especial.
[12]
El doctor Robert Morris, director de investigación del Psychical Research Foundation en Durham, Carolina del Norte, ha utilizado animales incluso para detectar visitas de gente que está fuera del cuerpo. Por ejemplo, en un experimento averiguó que un gatito, que pertenecía a un experto viajero fuera del cuerpo llamado Keith Harary, sistemáticamente dejaba de maullar y empezaba a ronronear siempre que Harary estaba presente de forma invisible.
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Las experiencias extracorpóreas como fenómeno holográfico
Los indicios, considerados conjuntamente, parecen ser inequívocos. Aunque nos enseñan que «pensamos» con el cerebro, no siempre es verdad. En las circunstancias adecuadas, la consciencia —nuestra parte pensante y perceptiva— se puede separar del cuerpo físico y existir en el sitio que quiera. Ese fenómeno, si bien no puede ser explicado con arreglo a la interpretación científica actual, es mucho más fácil de entender según la idea holográfica.
Recordemos que, en un universo holográfico, la posición en sí misma es una ilusión. Así como la imagen de una manzana no tiene una posición específica en una placa holográfica, tampoco las cosas y los objetos tienen una ubicación definida en un universo organizado a partir de principios holográficos; en última instancia, todo es no local, la consciencia incluida. Así pues, aunque parezca que la consciencia está localizada en la cabeza, en ciertas condiciones y con la misma facilidad también puede estar localizada aparentemente en la esquina superior de la habitación, o planeando sobre el césped o flotando justo enfrente de una zapatilla de tenis sobre la moldura del tercer piso de un edificio.
Si la idea de que la consciencia no es local nos parece difícil de entender, podemos encontrar nuevamente una semejanza útil en el sueño. Imagina que sueñas que estás en una exposición atestada de gente. Mientras paseas entre los asistentes y contemplas las obras de arte, tu consciencia parece estar situada en la cabeza de la persona que eres tú en el sueño. Ahora bien, ¿dónde está la consciencia realmente? Un rápido análisis revelará que está en todo lo que hay en el sueño: en las otras personas que asisten a la exposición, en las obras de arte e incluso en el espacio mismo del sueño. En un sueño, la situación también es una ilusión porque todo —la gente, los objetos, el espacio, la consciencia…— se desenvuelve desde la realidad más profunda y más fundamental del soñador.