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Authors: Paulo Coelho

El vencedor está solo (12 page)

BOOK: El vencedor está solo
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Aquí aprendimos a sobrevivir a la intemperie y a los invasores. No se vende el lugar que Dios nos ha encargado cuidar en este mundo.»La historia vuelve a su cabeza.

Los emisarios aumentaron el precio de la compra. Como no conseguían nada, volvieron enfadados y dispuestos a hacer lo posible para sacar a aquel hombre de allí. El jeque empezaba a impacientarse; quería comenzar cuanto antes su proyecto porque tenía grandes planes, el precio del petróleo había subido en el mercado internacional, había que usar el dinero antes de que se agotaran las reservas y ya no quedasen posibilidades de crear una infraestructura atractiva para las inversiones extranjeras.

Pero el viejo Hussein seguía rechazando cualquier precio por su propiedad. Hasta que un día el jeque decidió hablar directamente con él.

—Puedo ofrecerte todo lo que deseas —le dijo al comerciante de tejidos.

—Entonces dele una educación adecuada a mi hijo. Ya tiene dieciséis años, y aquí no tiene futuro.

—A cambio, me vendes la casa.

Hubo un largo momento de silencio, hasta que oyó a su padre, mirando a los ojos al jeque, decir aquello que jamás esperaba oír:

—Tiene usted la obligación de educar a sus súbditos. No puedo cambiar el futuro de mi familia por su pasado.

Recuerda haber visto una profunda tristeza en sus ojos al seguir:

—Si mi hijo puede tener al menos una oportunidad en la vida, acepto su oferta.

El jeque se marchó sin decir nada. Al día siguiente, le pidió al comerciante que le enviara al muchacho para hablar con él. Lo encontró en el palacio construido al lado del antiguo puerto, después de pasar por calles cortadas, gigantescas grúas metálicas, obreros que trabajaban sin parar, barrios enteros que estaban siendo demolidos.

El gobernante fue directamente al grano:

—Sabes que deseo comprar la casa de tu padre. Queda muy poco petróleo en nuestra tierra y antes de que nuestros pozos den el último suspiro tenemos que cambiar nuestra dependencia, y descubrir otros caminos. Demostraremos al mundo que no sólo tenemos capacidad para vender nuestro crudo, sino también nuestros servicios. Sin embargo, para dar los primeros pasos es necesario hacer algunas reformas importantes, como construir un buen aeropuerto, por ejemplo. Necesitamos tierras para que los extranjeros puedan construir sus edificios. Mi sueño es justo, y mi intención, buena. Vamos a necesitar a gente versada en el mundo de las finanzas; ya escuchaste mi conversación con tu padre.

Hamid procuraba disfrazar el miedo; había más de una decena de personas que asistían a la audiencia. Pero en su corazón tenía una respuesta preparada para cada pregunta que le formularan.

—¿Qué quieres hacer?

—Estudiar alta costura.

Los presentes se miraron unos a otros. Puede que no supieran de qué estaba hablando.

—Estudiar alta costura. Gran parte de los tejidos que mi padre compra se revende a los extranjeros, que a su vez obtienen beneficios cien veces mayores cuando los convierten en ropa de lujo. Estoy seguro de que eso podemos hacerlo aquí. Estoy convencido de que la moda será una de las maneras de acabar con los prejuicios que el resto del mundo tiene contra nosotros. Si se dan cuenta de que no nos vestimos como salvajes, nos aceptarán mejor.

Esta vez se oyó un murmullo en la corte ¿Hablaba de ropa? Ésas eran cosas de occidentales, más preocupados por lo que sucede en el exterior que en el interior de una persona.

—Por otro lado, el precio que mi padre está pagando es muy alto. Prefiero que siga con la casa. Yo trabajaré con los tejidos que tiene, y si Dios misericordioso así lo desea, conseguiré realizar mi sueño. Al igual que su alteza, también sé adónde quiero llegar.

La corte escuchaba, sorprendida, a un joven desafiar al gran líder de la región y negarse a cumplir el deseo de su propio padre. Pero el jeque sonrió al oír su respuesta.

—¿Dónde se estudia alta costura?

—En Francia. En Italia. Practicando con los maestros. En realidad, hay algunas universidades, pero nada sustituye a la experiencia. Es muy difícil, pero si Dios misericordioso quiere, lo conseguiré.

El jeque le pidió que volviese a última hora de la tarde. Hamid caminó por el puerto, visitó el bazar, se quedó deslumbrado con los colores, los tejidos, los bordados; adoraba cada oportunidad que tenía de pasear por allí. Imaginó que todo aquello sería destruido en breve, y se entristeció porque iba a perderse una parte del pasado, de la tradición. ¿Era posible detener el progreso? ¿Era inteligente impedir el desarrollo de una nación? Recordó las muchas noches en vela que había pasado dibujando a la luz de una vela, reproduciendo los modelos que usaban los beduinos, temiendo que también las costumbres tribales acabaran destruidas por las grúas y por las inversiones extranjeras.

A la hora prevista, volvió al palacio. Había más gente alrededor del gobernante.

—He tomado dos decisiones —dijo el jeque—. La primera: correré con tus gastos durante un año. Creo que tendremos suficientes jóvenes interesados por las finanzas, pero hasta ahora nadie ha venido a decirme que le interesa la costura. Me parece una locura, pero todos dicen que estoy loco por mis sueños, y aun así he llegado a donde estoy ahora. Así pues, no puedo ir contra mi propio ejemplo.

»Por otro lado, ninguno de mis asesores tiene contacto alguno con la gente a la que te has referido, así que te voy a pagar una pequeña mensualidad para que no te veas obligado a mendigar en la calle. Cuando vuelvas lo harás como un vencedor; representas a nuestro pueblo y la gente tiene que aprender a respetar nuestra cultura. Antes de salir, tendrás que aprender las lenguas de los países a los que vas. ¿Cuáles son?

—Inglés, francés, italiano. Agradezco mucho su generosidad, pero el deseo de mi padre...

El jeque le hizo una señal para que se callase.

—Y mi segunda decisión es la siguiente. La casa de tu padre permanecerá donde está. En mis sueños se verá rodeada de rascacielos, el sol ya no podrá entrar por las ventanas, y tendrá que mudarse. Pero la casa será conservada allí para siempre. En el futuro, la gente se acordará de mí, y dirá: «Fue grande porque cambió su país. Y fue justo porque respetó el deseo de un vendedor de tejidos.»

El helicóptero se posa sobre un costado del muelle y los recuerdos quedan a un lado. Hamid baja primero y tiende la mano para ayudar a Ewa. Toca su piel, mira con orgullo a la mujer rubia, toda vestida de blanco, cuya ropa irradia el sol que brilla a su alrededor, con la otra mano agarrando el discreto y bonito sombrero de un suave tono beige. Caminan entre las filas de yates anclados a ambos lados, hacia el coche que los espera con el chófer sujetando la puerta abierta.

Agarra la mano de su mujer y le susurra al oído:

—Espero que te haya gustado la comida. Son grandes coleccionistas de arte. Y el hecho de haber puesto un helicóptero a disposición de sus invitados es muy generoso de su parte.

—Me encantó.

Pero lo que realmente quería decir Ewa era: «Me horrorizó. Además, estoy asustada. He recibido un mensaje en el móvil, y sé quién lo ha enviado, aunque no pueda identificar el número.»Entran en el enorme coche acondicionado sólo para dos personas; el resto era espacio vacío. El aire acondicionado está a la temperatura ideal, la música es perfecta para un momento como ése; ningún ruido externo llega al habitáculo, completamente aislado. Se sienta en el confortable asiento de cuero, alarga la mano hasta la consola de madera, le pregunta a Ewa si quiere un poco de champán helado. No, un agua mineral es suficiente.

—Vi a tu ex marido ayer en el bar del hotel, antes de salir a cenar.

—Imposible, no tiene negocios que atender en Cannes.

A ella le habría gustado decir: «Puede que tengas razón, tenía un mensaje en el teléfono. Es mejor coger el primer avión y marcharnos inmediatamente de aquí.»

—Estoy seguro.

Hamid se da cuenta de que a su mujer no le apetece hablar. Lo educaron para respetar la intimidad de aquellos a los que ama, y se obliga a pensar en otra cosa.

Se excusa y hace la llamada que tenía pendiente a su agente en Nueva York. Escucha con paciencia dos o tres frases e interrumpe con delicadeza las noticias sobre las tendencias del mercado. La conversación no dura más de dos minutos.

Hace una segunda llamada al director que ha escogido para su primera película: en ese momento se dirige al barco para reunirse con la Celebridad, y sí, han seleccionado a la chica, que debería aparecer a las dos de la tarde.

Se vuelve otra vez hacia Ewa; pero aparentemente ella sigue sin tener ganas de hablar, la mirada distante, sin fijarse absolutamente en nada de lo que ocurre más allá de los cristales de la limusina. Puede que esté preocupada porque no va a disponer de mucho tiempo en el hotel: tendrá que cambiarse rápidamente de ropa y acudir a un desfile no demasiado importante, de una costurera belga. Tiene que ver con sus propios ojos a la modelo africana, Jasmine, de la que sus asesores dicen que sería ideal para su próxima colección.

Quiere saber cómo va a llevar esa chica la presión de un evento en Cannes. Si todo sale bien, será una de sus principales estrellas en la Semana de la Moda de París, prevista para octubre.

Ewa mantiene los ojos fijos en la ventanilla del coche, pero no ve absolutamente nada de lo que sucede del otro lado. Conoce bien al hombre bien vestido, de suaves maneras, creativo, luchador, que está sentado junto a ella. Sabe que la desea como jamás un hombre ha deseado a una mujer, salvo aquel al que dejó. Puede confiar en él, aunque siempre está rodeado de las mujeres más bellas del planeta. Es una persona honesta, trabajadora, atrevida, que se ha enfrentado a muchos desafíos para llegar hasta esa limusina y poder ofrecerle una copa de champán o un vaso de su agua mineral favorita.

Poderoso, capaz de protegerla de cualquier peligro, menos de uno, el peor de todos.

Su ex marido.

No quiere despertar sospechas ahora cogiendo el teléfono móvil para releer lo que está escrito en él; de hecho, se sabe el mensaje de memoria: «He destruido un mundo por ti, Katyusha.»No entiende el contenido. Pero ninguna otra persona sobre la faz de la Tierra la llamaría por ese nombre.

Ha aprendido a amar a Hamid, aunque detesta la vida que lleva, las fiestas que frecuenta, los amigos que tiene. No sabe si lo ha conseguido; hay momentos en los que se sume en una depresión tan profunda que piensa en suicidarse. Lo que sabe es que él fue su salvación en un momento en el que se creía perdida para siempre, incapaz de salir de la trampa de su matrimonio.

Hace muchos años se enamoró de un ángel que tuvo una infancia triste, que fue llamado por el ejército soviético para luchar en una guerra absurda en Afganistán, volvió a un país que empezaba a desintegrarse y, aun así, supo superar todas las dificultades. Se puso a trabajar duro, sufrió grandes tensiones para conseguir préstamos de personas peligrosas, pasó noches enteras en vela pensando cómo pagarlos, aguantó sin quejarse la corrupción del sistema, algo necesario al tener que sobornar a algún funcionario del gobierno siempre que pedía una nueva licencia para emprender algo que iba a mejorar la calidad de vida de su pueblo. Era idealista y cariñoso. De día, era capaz de ejercer su liderazgo sin ser cuestionado porque la vida lo educó y el servicio militar le hizo entender el sistema de jerarquía. De noche, se abrazaba a ella y le pedía que lo protegiese, que lo aconsejase, que rezase para que todo saliera bien, para lograr salir de las muchas trampas que se encontraba diariamente en su camino.

Ewa acariciaba su cabello, le aseguraba que todo estaba bien, que era un buen hombre, y que Dios siempre recompensaba a los justos.

Poco a poco, las dificultades fueron dando lugar a las oportunidades. La pequeña empresa que fundó después de mucho mendigar para firmar contratos empezó a crecer, porque era uno de los pocos que había invertido en algo en lo que nadie creía que pudiera funcionar en un país que todavía sufría debido a los sistemas de comunicación obsoletos. El gobierno cambió y la corrupción disminuyó. Empezó a ganar dinero, al principio lentamente, después, en grandes, enormes cantidades. Aun así, no olvidaban las dificultades por las que habían pasado y nunca malgastaban ni un céntimo; contribuían en obras de caridad y asociaciones de ex combatientes, vivían sin grandes lujos, soñando con dejarlo todo algún día e irse a vivir a una casa retirada del mundo. Cuando eso sucediese, olvidarían que se habían visto obligados a convivir con gente sin ética ni dignidad. Pasaban gran parte de su tiempo en aeropuertos, aviones y hoteles, trabajaban dieciocho horas diarias, y durante años jamás pudieron disfrutar de un mes de vacaciones juntos.

Pero alimentaban el mismo sueño: llegaría el momento en que ese ritmo frenético se convertiría en un recuerdo distante. Las cicatrices dejadas por ese período serían las medallas de una lucha trabada en nombre de la fe y de los sueños. Al fin y al cabo, el ser humano —así lo creía entonces— ha nacido para amar y convivir con la persona amada.

Y el proceso empezó a invertirse. Ya no mendigaban más contratos, sino que éstos aparecían espontáneamente. Una importante revista de negocios publicó un artículo de portada sobre su marido, y la sociedad local empezó a enviarles invitaciones para fiestas y eventos. Los trataban como reyes y el dinero entraba en cantidades cada vez mayores.

Había que adaptarse a los nuevos tiempos: compraron una bonita casa en Moscú con todas las comodidades. Los antiguos socios de su marido, que al principio le habían prestado dinero y él había devuelto céntimo a céntimo a pesar de los intereses desorbitados, acabaron en prisión por razones que ella no sabía ni quería saber. Aun así, a partir de un determinado momento, Igor empezó a ir acompañado de guardaespaldas; al principio, sólo dos, veteranos y amigos de los combates de Afganistán. Los demás se fueron incorporando a medida que la pequeña firma se convertía en una gran multinacional, abriendo sucursales en varios países, presente en diferentes husos horarios, con inversiones cada vez más altas y más diversificadas.

Ewa se pasaba el día en centros comerciales o tomando tés con amigas, hablando siempre de las mismas cosas. Pero Igor quería ir más lejos.

Siempre más lejos, lo cual no era de extrañar; después de todo, había llegado hasta donde estaba gracias a su ambición y a su trabajo incansable. Cuando Ewa le preguntaba si no habían llegado ya mucho más allá de lo que habían planeado y si no sería el momento de apartarse de todo para realizar el sueño de disfrutar simplemente del amor que sentían el uno por el otro, él le pedía un poco más de tiempo. Fue entonces cuando empezó a beber. Una noche, después de una larga cena con unos amigos regada con vodka y vino, ella sufrió una crisis nerviosa al volver a casa. Dijo que ya no soportaba más aquella vida vacía, tenía que hacer algo o se iba a volver loca.

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