Read El vencedor está solo Online
Authors: Paulo Coelho
Al día siguiente le pidió a su secretaria que anulara todas las visitas: tenía otras cosas importantes que hacer. Estaba organizando un gran plan para purificar el mundo, necesitaba ayuda, y ya se había puesto en contacto con un grupo que se disponía a trabajar para él.
Dos meses después, la mujer que amaba lo abandonó. Por culpa del Mal que la había poseído. Porque no pudo explicarle exactamente las razones de ciertas actitudes suyas.
Volvió a la realidad de Cannes con el brusco sonido de una silla que era arrastrada. Delante de él hay una mujer con un vaso de whisky en una de las manos y un cigarrillo en la otra. Bien vestida, pero visiblemente borracha.
—¿Puedo sentarme aquí? Todas las mesas están ocupadas.
—Acaba usted de sentarse.
—No es posible —dice la mujer como si lo conociera desde hace mucho tiempo—. Simplemente no es posible. La policía me ha echado del hospital. Y el hombre por el que he viajado durante casi un día entero, ha alquilado una habitación de hotel pagando el doble de su precio, se debate ahora entre la vida y la muerte. ¡Mierda!
¿Alguien de la policía?
¿O acaso nada de lo que esa mujer decía tenía relación con lo que él estaba pensando?
—Usted, o mejor dicho, tú ¿qué haces aquí? ¿No tienes calor? ¿No crees que es mejor quitarte la chaqueta, o quieres impresionar a los demás con tu elegancia?
Como siempre, la gente escogía su propio destino. Esa mujer lo estaba haciendo.
—Siempre uso chaqueta, independientemente de la temperatura. ¿Es usted actriz?
La mujer soltó una carcajada histérica.
—Digamos que sí. Sí, soy actriz. Interpreto el papel de alguien que tiene un sueño desde su adolescencia, cree en él, lucha durante siete miserables años de su vida para hacer que se convierta en realidad, hipoteca su casa, trabaja sin parar...
—Sé lo que es eso.
—No, no lo sabes. Es pensar día y noche en una única cosa. Ir a sitios a los que no he sido invitada. Estrechar manos de gente que desprecias. Llamar una, dos, diez veces, hasta conseguirla atención de personas que no tienen ni la mitad de tu valor ni de tu coraje, pero que está en una determinada posición y decide vengarse de todas las frustraciones de su vida familiar, haciendo imposible la vida a los demás.
—... y no encontrar otro placer en la vida más que perseguir aquello que deseas. No tener diversiones. Pensar que todo es aburrido. Acabar destruyendo a tu familia.
La mujer lo mira con asombro. La borrachera parece haber desaparecido.
—¿Quién es usted? ¿Cómo puede saber lo que estoy pensando?
—Estaba pensando precisamente en eso cuando usted llegó. Y puede seguir tuteándome. Creo que puedo ayudarla.
—Nadie puede ayudarme. La única persona que podría ayudarme en este momento está en la unidad de cuidados intensivos del hospital. Y por lo poco que he podido saber antes de que llegara la policía, no va a salir con vida. ¡Dios mío!
Ella acaba de beber lo que le queda en el vaso. Igor le hace una seña al camarero, pero éste lo ignora y va a servir a otra mesa.
—En la vida siempre he preferido un elogio cínico a una crítica constructiva. Por favor, dígame que soy hermosa, que puedo serlo.
Igor se ríe.
—¿Cómo sabe que no puedo ayudarla?
—¿Es usted por casualidad distribuidor de películas? ¿Tiene contactos en el mundo entero, en las salas de cine de todo el planeta?
Puede que ambos estuviesen pensando en la misma persona. Si fuera el caso, y si eso era una trampa, era demasiado tarde para huir; debían de estar vigilándolo, y en cuanto se levantase lo detendrían. Nota que el estómago se le encoge, pero ¿por qué tiene miedo? Horas antes había intentado, sin éxito, entregarse a la policía. Había escogido el martirio, había ofrecido su libertad como sacrificio, pero dicho ofrecimiento había sido rechazado por Dios.
Y ahora, los Cielos habían reconsiderado su decisión.
Tiene que pensar cómo defenderse de la escena que se desarrollará a continuación: el sospechoso es identificado, una mujer que finge estar borracha va por delante, confirma los datos. Después, con discreción, un hombre entra y le pide que lo acompañe para hablar un momento. Ese hombre es un policía. En ese momento Igor lleva una especie de bolígrafo en la chaqueta que no despierta ninguna sospecha, pero la Beretta lo delatará. Ve su vida entera desfilar ante sus ojos.
¿Puede usar la pistola y reaccionar? El policía que aparecerá en cuanto se confirme la identificación debe de tener a otros amigos observando la escena, y lo matarán antes de que pueda hacer nada. Por otro lado, no ha ido allí a matar inocentes de manera salvaje e indiscriminada; tiene una misión, y sus víctimas —o mártires del amor, como prefiere llamarlos— sirven a un propósito mayor.
—No soy distribuidor —responde—. No tengo absolutamente nada que ver con el mundo del cine, ni de la moda, ni del glamour. Trabajo en telecomunicaciones.
—Perfecto —dice la mujer—. Debe de tener dinero. Debe de haber tenido sueños en la vida y sabe de qué le hablo.
Estaba perdiendo el rumbo de la conversación. Vuelve a hacerle una seña al camarero. Esta vez lo atiende y pide dos tazas de té.
—¿No ve usted que estoy tomando whisky?
—Sí. Pero como le he dicho antes, creo que puedo ayudarla. Y para eso tiene que estar sobria, ser consciente de cada paso.
Maureen cambió de tono. Desde que aquel extraño había adivinado lo que estaba pensando, tenía la impresión de estar volviendo a la realidad. Sí, tal vez pudiera ayudarla. Hacía muchos años que nadie intentaba seducirla con una de las frases más famosas en el sector: «Conozco a gente influyente.» No hay nada mejor para cambiar el estado de ánimo de una mujer que saber que alguien del sexo opuesto la desea. Tuvo el impulso de levantarse e ir al baño, a mirarse en el espejo, a retocarse el maquillaje. Pero eso podía esperar; antes debía dejar claro que estaba interesada.
Sí, necesitaba compañía, estaba abierta a las sorpresas del destino; cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana. ¿Por qué, de todas las mesas que había en la terraza, ésa era la única ocupada por una sola persona? Tenía sentido, era una señal oculta: ambos tenían que encontrarse.
Se rió de sí misma. En su actual estado de desesperación, cualquier cosa era una señal, una salida, una buena noticia.
—En primer lugar, necesito saber qué necesita —dice el hombre.
—Ayuda. Tengo una película acabada, con un elenco de primera categoría, que debería ser distribuida por una de las pocas personas que todavía creen en el talento de alguien que no pertenece al sistema. Iba a reunirme con un distribuidor mañana. Estaba en el mismo almuerzo que él y de repente vi que se encontraba mal.
Igor se relaja. Puede que fuera verdad, ya que en el mundo real las cosas son más absurdas que en los libros de ficción.
—Salí, averigüé el nombre del hospital al que lo llevaron y fui allí. Por el camino imaginaba qué iba a decir: que era su amiga y que estábamos a punto de trabajar juntos. Nunca había hablado con él, pero estoy segura de que alguien que está en una situación crítica se siente cómodo cuando una persona, cualquier persona está cerca.
«Es decir, iba a aprovechar la tragedia en beneficio propio», pensó Igor.
Son todos iguales. Absolutamente iguales.
—¿Y qué es exactamente un elenco de primera categoría?
—Me gustaría ir al baño, si me disculpa.
Igor se levanta educadamente, se pone las gafas oscuras y, mientras ella se aleja, intenta aparentar calma. Se toma el té mientras sus ojos recorren incesantemente la terraza. En principio, no hay ninguna amenaza a la vista, pero en cualquier caso es mejor abandonar el lugar en cuanto la mujer vuelva.
Maureen se queda impresionada con la caballerosidad de su nuevo amigo. Hacía años que no veía a nadie comportarse según las reglas de etiqueta que sus padres le habían enseñado. Al salir de la terraza se dio cuenta de que algunas chicas jóvenes, guapas, que estaban en la mesa de al lado, seguramente habían escuchado parte de la conversación, lo miraban y sonreían. Vio que él se ponía las gafas oscuras, tal vez para poder observar a las mujeres sin que ellas se dieran cuenta. Quizá cuando volviera estarían tomando el té, juntos.
Pero la vida es así: no hay nada de qué quejarse ni nada que esperar.
Se mira al espejo; ¿cómo un hombre podría interesarse por ella? Tenía que volver a la realidad, tal como él le había sugerido. Tiene los ojos cansados, vacíos, está exhausta como todos los que participan en el festival de cine, pero sabía que tenía que seguir luchando. Cannes aún no se había acabado, Javits podía recuperarse o tal vez apareciera otra persona que representara a su distribuidora. Tenía entradas para asistir a las películas de los demás, una invitación para la fiesta de la revista Gala —una de las más importantes de Francia—, y podía aprovechar el tiempo disponible para ver qué hacen los productores y los directores independientes en Europa para exhibir sus trabajos. Tenía que sobreponerse rápidamente.
En cuanto al hombre guapo, mejor dejar sus ilusiones de lado. Vuelve a la mesa convencida de que se va a encontrar a las chicas sentadas allí, pero el hombre está solo. Se levanta otra vez educadamente y le acerca la silla para que pueda sentarse.
—No me he presentado. Me llamo Maureen.
—Igor. Mucho gusto. Interrumpimos la conversación cuando decías que tenías al elenco ideal.
Ahora podía aprovechar para lanzarles un dardo a las chicas de la mesa de al lado. Habló un poco más alto de lo habitual.
—Aquí, en Cannes, o en cualquier otro festival, todos los años se descubren actrices, y todos los años una gran actriz pierde un gran papel porque la industria piensa que es demasiado vieja, aunque todavía sea joven y esté llena de entusiasmo. Entre las que se descubren —«ojalá las chicas de al lado estén escuchando»—, algunas toman el camino del puro glamour. Aunque ganen poco en las películas que hacen (todos los directores lo saben y se aprovechan cuanto pueden), invierten en la cosa más errónea del mundo.
—Es decir...
—La propia belleza. Se convierten en celebridades, cobran por acudir a las fiestas, las llaman para hacer anuncios, para recomendar productos. Conocen a los hombres más poderosos y a los actores más deseados del planeta. Ganan una cantidad inmensa de dinero, porque son jóvenes, guapas, y sus agentes les consiguen numerosos contratos.
»En verdad, se dejan guiar por sus agentes, que estimulan su vanidad en todo momento. Ellas son el sueño de las amas de casa, de las adolescentes, de los jóvenes artistas que no tienen dinero ni para desplazarse a la ciudad de al lado, pero que la consideran una amiga, alguien que está viviendo lo que a ellos les gustaría experimentar. Siguen haciendo películas, ganan un poco más, aunque los asesores de prensa divulgan salarios altísimos; todo una mentira, que ni los propios periodistas se creen, pero lo publican porque saben que al público le gusta la noticia, no la información.
—¿Y cuál es la diferencia? —pregunta Igor, cada vez más relajado, pero sin dejar de prestar atención a su alrededor.
—Supongamos que te has comprado un ordenador chapado en oro en una subasta en Dubai y que has decidido escribir un nuevo libro usando esa maravilla tecnológica. El periodista, en cuanto se entere, te llamará para preguntarte: «¿Cómo es tu ordenador de oro?» Ésa es la noticia. La verdadera información, es decir, lo que estás escribiendo, no tiene la menor importancia.
«¿Estará Ewa recibiendo noticias en vez de información?» Nunca se le había ocurrido pensar en ello.
—Sigue.
—El tiempo pasa. Mejor dicho, pasan siete u ocho años. De repente, ya no te llaman para hacer películas. Los eventos y el dinero de los anuncios empiezan a escasear. El agente parece más ocupado que antes; no atiende con la misma frecuencia a tus llamadas. La gran estrella se rebela: ¿cómo pueden hacerle eso a ella, el gran símbolo sexual, el mayor icono del glamour? Primero culpa al agente, decide cambiar a la persona que la representa y, para su sorpresa, se da cuenta de que éste no se enfada. Al contrario, le pide que firme un papel en el que dice que todo fue bien mientras estuvieron juntos, le desea buena suerte, y punto final de la relación.
Maureen recorre el local con los ojos para ver si encuentra algún ejemplo de lo que está diciendo. Gente que todavía es famosa pero que ha desaparecido por completo del escenario y que hoy en día busca desesperadamente una nueva oportunidad. Todavía se comportan como grandes divas, todavía tienen el mismo aire distante de siempre, pero su corazón está rebosante de amargura, la piel llena de Botox y cicatrices invisibles de cirugía estética. Vio Botox, vio cirugía estética, pero ninguna de las celebridades de la década pasada estaba allí. Puede que ni siquiera tuvieran dinero para ir a un festival como ése; en ese momento animaban bailes, fiestas de productos como chocolate y cerveza, comportándose siempre como si aún fuesen lo que una vez fueron, pero sabiendo que ya no lo son.
—Has dicho que había dos tipos de personas.
—Sí. El segundo grupo de actrices tiene exactamente el mismo problema, con una única diferencia. —Otra vez su voz subió de tono, porque entonces las chicas de la mesa de al lado estaban visiblemente interesadas en ella, alguien que conocía el medio—. Saben que la belleza es pasajera. No se las ve tanto en anuncios ni en las portadas de las revistas, porque están ocupadas en perfeccionar su arte. Siguen estudiando, consiguiendo contactos que serán importantes para el futuro, prestando su nombre y su imagen a determinados productos, no en la condición de modelos, sino de socias. Ganan menos, claro. Pero ganan el resto de su vida.
»Y entonces aparece alguien como yo, que tengo un buen guión, dinero suficiente y me gustaría que estuvieran en mi película. Aceptan; tienen el talento suficiente para interpretar los papeles que les son confiados, y la inteligencia necesaria para saber que, aunque la película no sea un gran éxito, al menos siguen en las pantallas, se las ve trabajando en la edad madura, y puede que algún otro productor se interese de nuevo por lo que hacen.
Igor también se da cuenta de que las chicas están atendiendo a la conversación.
—Tal vez sea buena idea caminar un poco —dice en voz baja—. En este bar no tenemos intimidad. Conozco un lugar más tranquilo, donde podemos ver la puesta de sol; es un hermoso espectáculo.