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Authors: Dan Simmons

Tags: #Los cantos de Hyperion 3

Endymion (31 page)

BOOK: Endymion
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De Soya hace una pausa.

—¿Preguntas?

Entre los conocidos que ve se encuentran los capitanes Lempriére, Sati, Wu y Hearn, el padre Brown, la madre capitana Boulez, la madre comandante Stone y la comandante Barnes-Avne. El sargento Gregorius, Kee y Rettig están en posición de descanso cerca del fondo de la sala, presentes en medio de esta augusta compañía sólo porque son sus guardias personales.

—¿Y si la nave intenta aterrizar en Vector Renacimiento, Renacimiento Menor o una de las lunas? —pregunta la capitana Marget Wu.

De Soya se aparta del podio.

—Como comentamos en nuestra última reunión, si la nave intenta aterrizar haremos una evaluación oportunamente.

—¿Basándonos en qué factores, padre capitán? —pregunta el almirante Serra, de la nave C
3
Santo Tomás de Aquino.

De Soya titubea sólo un segundo.

—Varios factores, almirante. El rumbo de la nave... si es más seguro para la niña permitir que aterrice o tratar de incapacitarla en ruta... si existen probabilidades de que la nave escape...

—¿Existen? —pregunta la comandante Barnes-Avne. La mujer parece nuevamente saludable y se ve temible con su uniforme negro.

—No diré que no existen. No después de Hyperion. Pero reduciremos esas probabilidades.

—Si aparece el Alcaudón... —sugiere el capitán Lempriére.

—Hemos previsto esa posibilidad, y no veo motivos para apartarnos de nuestros planes. Esta vez dependeremos en mayor medida del control de fuego por ordenador. En Hyperion la criatura sólo permaneció en el mismo sitio por menos de dos segundos. Esto era demasiado rápido para las reacciones humanas y confundió la programación de los sistemas automáticos de control de fuego. Hemos reprogramado esos sistemas, incluidos los sistemas de control de los uniformes de los combatientes.

—¿Los infantes abordarán la nave? —pregunta el capitán de una nave exploradora desde la última fila.

—Sólo si falla todo lo demás —responde De Soya—. O una vez que la niña y sus acompañantes estén inconscientes y encerrados en campos de estasis.

—¿Y se usarán varas de muerte contra la criatura? —pregunta el capitán de un destructor.

—Sí, mientras ello no ponga en peligro la vida de la niña. ¿Más preguntas?

Hay silencio en la sala.

—El padre Maher del monasterio de la Ascensión cerrará la ocasión con una bendición —dice el padre capitán De Soya—. Dios los bendiga a todos.

27

No sé qué nos hizo subir al dormitorio del cónsul en el ápice de la nave para observar la traslación al espacio normal. La enorme cama —la cama donde yo había dormido las últimas semanas— estaba en el centro de la habitación, pero se plegaba formando una especie de diván, y eso hice ahora. Detrás de la cama había dos cubículos —guardarropa y lavabo—, pero cuando el casco se ponía transparente estos cubículos eran sólo bloques oscuros contra el campo estelar. Mientras la nave abandonaba las velocidades Hawking, pedimos que el casco se hiciera transparente.

Lo primero que vimos, antes de que la nave iniciara su rotación disponiéndose a desacelerar, fue el mundo de Vector Renacimiento, tan cerca que era un disco blanco y azul en vez de una mancha borrosa, con dos de sus tres lunas visibles. El sol de Renacimiento brillaba a la izquierda del planeta y sus lunas. Se veían veintenas de estrellas, lo cual era inusitado, pues el resplandor del sol habitualmente oscurecía el cielo y sólo dejaba ver las estrellas más brillantes. Aenea comentó esto.

—No son estrellas —dijo la nave mientras completaba su lenta rotación.

El motor de fusión se activó mientras iniciábamos la desaceleración y el descenso hacia el planeta. Normalmente no habríamos salido de C-plus tan cerca de un planeta y sus lunas —sus pozos de gravedad volvían muy peligrosas las velocidades de entrada—, pero la nave nos había asegurado que sus campos mejorados podían manejar cualquier inconveniente. Pero no este problema.

—No son estrellas —repitió la nave—. Hay más de cincuenta naves dentro de un radio de cien mil kilómetros. Hay docenas más en posiciones orbitales de defensa. Tres de esas naves (naves-antorcha, a juzgar por su signatura de fusión) están a menos de doscientos kilómetros y se están acercando.

Nadie dijo una palabra. No era preciso que la nave nos diera este último dato. Las tres estelas de fusión parecían estar encima de nosotros, ardiendo sobre nuestra nave como llamas de soplete.

—Nos están saludando —dijo la nave.

—¿Canal visual? —preguntó Aenea.

—Audio solamente. —La voz de la nave sonaba más cortante que de costumbre. ¿Era posible que una IA sintiera tensión?

—Oigámoslo —dijo la niña.

La voz estaba diciendo «la nave que acaba de entrar en el sistema de Renacimiento». Era una voz familiar. La habíamos oído en el sistema de Parvati. El padre capitán De Soya.

«Atención, la nave que acaba de entrar en el sistema de Renacimiento», repitió.

—¿De qué nave viene la llamada? —preguntó A. Bettik, observando las tres naves-antorcha que se aproximaban. La luz azul de las estelas de plasma bañaba su rostro azul.

—Desconocido —dijo la nave—. Es una transmisión en haz angosto y no he localizado la fuente. Podría venir de cualquiera de las setenta y nueve naves que estoy rastreando.

Me sentí obligado a hacer un comentario socarrón.

—¡Ánimo! —exclamé.

Aenea me echó una ojeada y volvió a mirar las naves que se aproximaban.

—¿Tiempo para Vector Renacimiento? —preguntó.

—Catorce minutos a delta-V constante —dijo la nave—. Pero este nivel de desaceleración sería ilegal dentro de cuatro distancias planetarias.

—Continúa en este nivel —ordenó Aenea.

«Atención, la nave que acaba de entrar en el sistema de Renacimiento —dijo la voz de De Soya—. Prepárense para un abordaje. Toda resistencia nos obligará a dejarlos inconscientes. Repito, atención, la nave que acaba de entrar...”

Aenea me miró sonriendo.

—Supongo que no puedo usar el truco de la despresurización, ¿eh, Raul?

No se me ocurrió ninguna otra socarronería. Alcé las manos.

—«Atención, la nave que acaba de entrar en el sistema. Nos aproximamos. No se resistan mientras fusionamos los campos de contención externa.»

Mientras Aenea y A. Bettik erguían el rostro para ver cómo las tres estelas se separaban y las naves-antorcha se hacían visibles a menos de un kilómetro, una en cada vértice de un triángulo equilátero que nos rodeaba, observé el rostro de la niña. Sus rasgos estaban tensos —una leve tensión en las comisuras de la boca—, pero en general conservaba la compostura y una actitud alerta. Sus ojos oscuros eran grandes y luminosos.

—«Atención, la nave —repitió la voz del capitán de Pax—. Fusión de campos dentro de treinta segundos.»

Aenea caminó hacia el linde de la habitación, tocando el casco invisible. Desde mi punto de vista, era como si estuviéramos de pie en la cima circular de una montaña muy alta, con estrellas y azules colas de cometas por todas partes, y Aenea estuviera al borde del precipicio.

—Nave, por favor, dame audio de banda amplia, para que todas las naves de Pax puedan oírme.

El padre capitán De Soya observa el procedimiento en realidad táctica y en el espacio real. En realidad táctica, se yergue sobre el plano de la eclíptica y ve sus naves dispuestas en torno del blanco como puntos de luz a lo largo de los rayos y el aro de una rueda. Cerca del cubo, casi superpuestas con la nave de la niña, están la
Melchor
, la
Gaspar
y la
Baltasar
. Más allá, pero desacelerando en perfecta sincronía con las cuatro naves del centro, hay más de una docena de naves-antorcha bajo el atento mando del capitán Sati, a bordo del
San Antonio
. Diez mil kilómetros más allá, en torno de un perímetro de rotación lenta, también desacelerando en el espacio cislunar de Vector Renacimiento, están los destructores clase Bendición, tres de los seis navíos C
3
, y el portanaves
Saint-Malo
, en el cual De Soya observa los acontecimientos desde el Centro de Control de Combate.

Habría preferido estar con el grupo REYES, aproximándose al blanco, pero comprendió que era inadecuado estar en ese puesto. Habría sido irritante para la madre capitana Stone —ascendida tan sólo una semana atrás por el almirante Serra— que socavaran de ese modo su primera misión como comandante.

De Soya observa desde el
Saint-Malo
, mientras el
Rafael
gira en órbita de Vector Renacimiento con los piquetes de defensa y los cazas protectores. Pasando de la atestada y rojiza realidad del CCC del
Saint-Malo
a la vista azulada del espacio táctico, ve las chispas en medio de esa rueda rotativa de naves, las docenas de naves colocadas en una esfera gigante para impedir la fuga de la nave de la niña. Volviendo su atención al CCC, repara en las caras rojizas de los observadores Wu y Brown, así como la comandante Barnes-Avne, que está en contacto de haz angosto con los cincuenta infantes que van a bordo de las naves del grupo REYES. En las esquinas del atestado Centro de Control de Combate, De Soya ve a Gregorius y sus dos guardias. Los tres se sienten defraudados por no estar en las partidas de abordaje, pero De Soya los retiene como guardias personales para el viaje a Pacem con la niña.

De nuevo enfoca el canal de haz angosto hacia la nave de la niña.

—Atención, la nave —dice, sintiendo las palpitaciones de su corazón como ruido de fondo—, fusionaremos campos dentro de treinta segundos.

Teme por la seguridad de la niña. Si algo ha de salir mal, será en los próximos minutos. Las simulaciones han afinado el proceso para que haya sólo un seis por ciento de probabilidades proyectadas de que la niña sufra algún daño, pero seis por ciento es demasiado para De Soya. Ha soñado con ella durante ciento cuarenta y dos noches.

De pronto la banda común cruje y la voz de la niña sale por los altavoces del Centro de Control de Combate.

—Padre capitán De Soya —dice ella, sin imágenes visuales—. Por favor no intente fusionar campos ni abordar esta nave. Cualquier intento de hacerlo será desastroso.

De Soya mira las lecturas. Quince segundos para fusión de campos. Han pasado por esto. Ninguna amenaza de suicidio les impedirá abordar esta vez. Menos de una centésima de segundo después de la fusión, las tres naves-antorcha rociarán el blanco con rayos de aturdimiento.

—Piense, padre capitán —dice la suave voz de la niña—. Nuestra nave está controlada por una IA de tiempos de la Hegemonía. Si usted nos aturde...

—¡Detener fusión de campos! —ruge De Soya, con menos de dos segundos de tiempo.
Melchor
,
Gaspar
y
Baltasar
irradian señales de asentimiento.

—Ustedes han pensado en silicio —continúa la niña—, pero el núcleo IA de nuestra nave es totalmente orgánico, del viejo tipo ADN de los bancos procesadores. Si nos dejan inconscientes, también aturdirán la nave.

—Maldición, maldición, maldición —oye De Soya. Al principio cree que es él mismo, pero al volverse ve a la capitana Wu maldiciendo entre dientes.

—Estamos desacelerando a ochenta y siete gravedades —continúa Aenea—. Si nuestra IA queda inconsciente... bien, ella controla todos los campos internos, los motores...

De Soya pasa a las bandas de ingeniería del
Saint-Malo
y las naves REYES.

—¿Es verdad? ¿Esto desmayaría a la IA?

Hay una insoportable pausa de diez segundos. Al fin la capitán Hearn, que en la Academia obtuvo un diploma de ingeniería, habla por haz angosto.

—No lo sabemos, Federico. La Iglesia ha perdido o eliminado la mayoría de los detalles de la biotecnología IA. Es pecado mortal...

—Sí, sí —ruge De Soya—, ¿pero está diciendo la verdad? Alguien tiene que saberlo. ¿Una IA con base de ADN corre peligro si rociamos la nave con paralizadores?

Interviene Bramly, jefe de máquinas del
Saint-Malo
.

—Señor, creo que los diseñadores habrían protegido el cerebro contra semejante posibilidad.

—¿Pero está seguro? —pregunta De Soya.

—No, señor —responde Bramly al cabo de un momento.

—¿Pero esa IA es totalmente orgánica? —insiste De Soya.

—Sí —responde el capitán Hearn por haz angosto—. Salvo por las interfaces electrónica y de memoria de burbuja, la IA de una nave de esa época tendría una estructura helicoidal ADN cruzada con...

—De acuerdo —dice De Soya en haces angostos múltiples para todas las naves—. Mantengan sus posiciones. No permitan, repito, no permitan que la nave cambie de curso o intente traslación a C-plus. Si lo intenta, fusionen campos y usen paralizadores.

El grupo REYES y las demás naves irradian unas luces de asentimiento.

—Por favor, no provoque un desastre —finaliza Aenea—. Sólo intentamos descender en Vector Renacimiento.

El padre capitán De Soya se comunica con ella en haz angosto.

—Aenea —dice afablemente—, permítenos abordar y te llevaremos al planeta.

—Preferiría ir por mi cuenta —responde la niña.

De Soya cree detectar cierta sorna en la voz.

—Vector Renacimiento es un mundo grande —dice De Soya, observando las lecturas tácticas—. Faltan diez minutos para que entréis en la atmósfera. ¿Dónde quieres aterrizar?

Una pausa, luego la voz de Aenea:

—El puerto espacial Leonardo en Da Vinci estaría bien.

—Hace más de doscientos años que ese puerto está clausurado —dice De Soya—. ¿Tu nave no tiene bancos de memoria más recientes?

Silencio.

—Hay un puerto espacial de Mercantilus en el cuadrante occidental de Da Vinci —dice De Soya—. ¿Servirá?

—Sí —dice Aenea.

—Tendrás que cambiar de rumbo, entrar en órbita y aterrizar bajo el control de tráfico espacial. Enviaré los cambios de delta-V.

—No —dice la niña—. Mi nave nos llevará.

De Soya suspira y mira a la capitana Wu y al padre Brown.

—Mis infantes pueden abordar en dos minutos —dice Barnes-Avne.

—Esa nave entrará en la atmósfera dentro de... siete minutos —dice De Soya—. A esa velocidad, el error más leve sería fatal. —Activa el haz angosto—. Aenea, hay demasiado tráfico espacial y aéreo sobre Da Vinci para que intentes este aterrizaje. Por favor, ordena a tu nave que obedezca los parámetros de inserción orbital que acabo de transmitir y...

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