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Authors: Dan Simmons

Tags: #Los cantos de Hyperion 3

Endymion (29 page)

BOOK: Endymion
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Se lo pregunté a la nave, pero la nave no recordaba.

—Sorpresa, sorpresa —murmuré.

Las armas de mano eran más antiguas que el rifle de asalto, pero mucho más prometedoras. Eran objetos de colección, pero usaban cargadores de cartucho que aún se conseguían, al menos en Hyperion. No sabía si estarían accesibles en los mundos que visitaríamos. El arma más grande era un Steiner-Ginn calibre 60 con penetrador automático. Era un arma respetable pero pesada: los cargadores pesaban tanto como el arma, y estaba diseñada para usar municiones a velocidad prodigiosa. La guardé. Las otras dos eran más prometedoras: una pistola de dardos pequeña, liviana y muy portátil, la bisabuela del arma con que Herrig había intentado matarme. Venía con varios cientos de lustrosos huevos de agujas —el cargador contenía cinco por vez— y cada huevo contenía varios miles de dardos. Era un buen arma para alguien que no fuera necesariamente buen tirador.

El arma final me asombró. Tenía su propia funda de cuero engrasado. La desenfundé con dedos trémulos. La conocía sólo por libros antiguos: una pistola semiautomática calibre 45, con esos cartuchos reales que venían en estuches de bronce, no una plantilla-cargador que las creaba a medida que el arma disparaba; tenía culata con viñetas, mirilla de metal, acero azul. Hice girar el arma en mis manos. Debía de tener más de mil años.

Miré el estuche donde la había encontrado: cinco cajas de cartuchos calibre 45, cientos de municiones. Pensé que también debían de ser antiguas, pero encontré la etiqueta del fabricante: Lusus. Unos tres siglos.

¿Brawne Lamia no portaba una antigua 45, según los
Cantos
? Más tarde, cuando le pregunté a Aenea, la niña dijo que nunca había visto a su madre con un arma.

Aun así, esta pistola y la pistola de dardos parecían armas que podíamos llevar con nosotros. No sabía si los cartuchos 45 aún servirían, así que llevé uno al balcón, advertí a la nave que el campo externo debía impedir que el proyectil rebotara, y halé el gatillo. Nada. Luego recordé que esos aparatos tenían un seguro manual. Lo encontré, lo destrabé y probé de nuevo. Por Dios, era ensordecedor. Pero las balas aún funcionaban. Guardé el arma en su funda y me enganché la funda al cinturón. Era agradable sentirla encima. Desde luego, cuando hubiera disparado la última bala 45, debería despedirme de ella para siempre a menos que encontrara un club de armas antiguas que las fabricara.

«No planeo disparar cientos de balas», pensé en el momento. Si hubiera sabido...

Más tarde, cuando me reuní con la niña y el androide, les mostré la escopeta y el rifle de plasma que había escogido, la pistola de dardos y la 45.

—Si vamos a merodear por lugares extraños e inhabitados, deberíamos ir armados —dije.

Les ofrecí la pistola de dardos, pero ambos rehusaron. Aenea no quería armas; el androide señaló que no podía usar un arma contra un ser humano, y confiaba en que yo estuviera cerca si una fiera lo perseguía.

De mala gana, guardé el rifle, la escopeta y la pistola.

—Yo llevaré esto —dije, palpando la 45.

—Va bien con tu ropa —dijo Aenea con una leve sonrisa.

Esta vez no hubo una deliberación desesperada de último momento acerca de un plan. Ninguno de nosotros creía que la amenaza de autodestrucción de Aenea funcionara de nuevo si Pax estaba esperando. Nuestra deliberación más seria sobre el futuro próximo se produjo dos días antes de entrar en el sistema de Vector Renacimiento. Habíamos comido bien —A. Bettik había preparado un filete de manta de río con una salsa liviana, habíamos investigado la bodega buscando un buen vino de los viñedos del Pico y al cabo de una hora de música, con Aenea al piano y el androide tocando una flauta que había traído consigo, hablamos del futuro.

—Nave, ¿qué puedes decirnos sobre Vector Renacimiento?—preguntó la niña.

Hubo esa breve pausa que yo había llegado a asociar con una sensación de vergüenza de la nave.

—Lo lamento, M. Aenea, pero me temo que no tengo ninguna información sobre ese mundo, salvo datos de navegación y mapas de aproximación orbitales que están obsoletos desde hace siglos.

—Yo estuve allí —dijo A. Bettik—. También hace siglos, pero hemos monitoreado tráfico de radio y televisión que se refiere al planeta.

—Yo he oído charlas de algunos cazadores —intervine—. Algunos de los más ricos eran de Vector Renacimiento. ¿Por qué no empiezas tú? —le sugerí al androide.

A. Bettik cabeceó y se cruzó de brazos.

—Vector Renacimiento era uno de los mundos más importantes de la Hegemonía. Muy parecido a la Tierra en la escala Solmev, fue colonizado por naves semilleras y estaba totalmente urbanizado en tiempos de la Caída. Era famoso por sus universidades, sus centros médicos (allí se administraba la mayoría de los tratamientos Poulsen para los ciudadanos de la Red que podían pagarlos), su arquitectura barroca y su producción industrial. Allí se fabricaba la mayoría de las naves de FUERZA. De hecho, esta nave debió de construirse allá... era un producto del complejo Mitsubishi-Havcek.

—¿De veras? —preguntó la nave—. Si yo sabía eso, he perdido los datos. Qué interesante.

Por vigésima vez, Aenea y yo intercambiamos miradas de preocupación. Una nave que no recordaba su pasado ni su lugar de origen no inspiraba confianza durante las complejidades del vuelo interestelar.

«Bien —pensé por enésima vez—, ha podido entrar y salir del sistema de Parvati.»

—Da Vinci es la capital de Vector Renacimiento —continuó A. Bettik—, aunque toda la masa terrestre y gran parte del único y vasto mar están urbanizados, así que hay poca distinción entre uno y otro centro urbano.

—Es un activo mundo de Pax —añadí—. Fue uno de los primeros en unirse a Pax después de la Caída. Hay efectivos militares en abundancia. Vector Renacimiento y Renacimiento M. tienen guarniciones orbitales y lunares, además de bases en todo el planeta.

—¿Qué es Renacimiento M.? —preguntó Aenea.

—Renacimiento Menor —dijo A. Bettik—. El segundo mundo a partir del sol. Vector Renacimiento es el tercero. Menor también está habitado, pero mucho menos. Es un mundo agropecuario con enormes granjas automatizadas, y alimenta a Vector. Después de la Caída de los teleyectores, ambos mundos se beneficiaron con esta situación; antes de que Pax reiniciara el comercio interestelar regular, el sistema de Renacimiento era bastante autónomo. Vector Renacimiento manufacturaba bienes, Renacimiento Menor suministraba alimentos para los cinco mil millones de habitantes de Vector Renacimiento.

—¿Cuál es la población actual de Vector Renacimiento? —pregunté.

—Creo que es la misma... cinco mil millones, aproximadamente —dijo A. Bettik—. Como decía, Pax llegó tempranamente y ofreció a ambos el cruciforme y el régimen de control de natalidad que lo complementa.

—Dices que estuviste allá. ¿Cómo es ese mundo?

—Ah —dijo A. Bettik con una sonrisa amarga—. Estuve en el puerto espacial de Vector Renacimiento durante menos de treinta y seis horas, mientras me embarcaban desde Asquith, en preparación para nuestra colonización de la nueva tierra del rey Guillermo en Hyperion. Nos despertaron del sueño criogénico pero no nos permitieron abandonar la nave. No tengo muchos recuerdos personales de ese mundo.

—¿La mayoría de los habitantes son cristianos renacidos? —preguntó Aenea. La niña parecía pensativa y algo retraída. Noté que de nuevo se mordía las uñas.

—Sí. La mayoría de los cinco mil millones, me temo.

—Y yo no bromeaba al hablar de los efectivos militares —dije—. Los soldados de Pax que nos entrenaban en la Guardia Interna de Hyperion tenían su base en Vector Renacimiento. Es una guarnición sumamente importante y un punto de trasbordo para la guerra con los éxters.

Aenea asintió, pero aún parecía distraída.

Decidí ir al grano.

—¿Por qué vamos allá? —pregunté.

La niña me miró. En ese momento sus ojos oscuros eran bellos pero lejanos.

—Quería ver el río Tetis.

Sacudí la cabeza.

—El río Tetis existía gracias a los teleyectores. No existía fuera de la Red. Mejor dicho, existía como mil tramos pequeños de otros ríos.

—Lo sé. Pero quiero ver un río que formó parte del Tetis en tiempos de la Red. Mi madre me habló de él. Me dijo que era como la Confluencia, pero más tranquilo. Que uno podía viajar en barca de mundo en mundo durante semanas... meses.

Contuve el impulso de enfurecerme.

—Sabes que es casi imposible burlar las defensas de Vector Renacimiento. Y si llegamos allá, el río Tetis no estará... sólo un tramo que formaba parte de él. ¿Por qué es tan importante?

La niña iba a encogerse de hombros, pero no lo hizo.

—¿Recuerdas que dije que hay un arquitecto con quien quiero estudiar?

—Sí. Pero no sabes su nombre ni su paradero. ¿Por qué venir a Vector Renacimiento para iniciar la búsqueda? ¿No podríamos buscar en Renacimiento Menor, al menos? ¿O saltear este sistema e ir a un sitio desierto como Armaghast?

Aenea sacudió la cabeza. Noté que se había cepillado muy bien el cabello, y los mechones rubios eran muy visibles.

—En mis sueños —dijo—, uno de los edificios del arquitecto está a orillas del río Tetis.

—Hay cientos de otros mundos por donde pasaba el Tetis —dije, acercándome a ella para que notara que hablaba muy en serio—. Y no en todos ellos Pax nos apresaría o mataría. ¿Tenemos que empezar en este sistema?

—Eso creo —murmuró.

Bajé mis manazas. Martin Silenus no había dicho que este viaje fuera fácil o tuviera sentido. Sólo había dicho que me transformaría en héroe.

—De acuerdo —suspiré resignado—. ¿Cuál es el plan?

—No hay plan. Si nos están esperando, simplemente les diré la verdad. Que descenderemos en Vector Renacimiento. Creo que nos dejarán aterrizar.

—¿Y en tal caso? —dije, tratando de imaginar la nave rodeada por miles de soldados de Pax.

—Entonces veremos —dijo la niña, y sonrió—. ¿Queréis jugar al billar en un sexto de gravedad? ¿Esta vez con dinero?

Yo iba a decir una frase cortante, pero cambié el tono.

—No tienes dinero —dije.

La sonrisa de Aenea se ensanchó.

—Entonces no puedo perder, ¿verdad?

26

Durante los ciento cuarenta y dos días en que el padre capitán De Soya aguarda que la niña entre en el sistema de Renacimiento, sueña con ella todas las noches. La ve claramente tal como era cuando la encontró en la Esfinge de Hyperion: delgada como un sauce, ojos alertas pero no aterrados a pesar de la tormenta de arena y las figuras amenazadoras que la esperaban, las manitas alzadas como para taparse la cara o correr a abrazarlo. En sus sueños a menudo ella es su hija y recorren las atestadas calles-canales de Vector Renacimiento, hablando de la hermana mayor de De Soya, María, a quien han enviado al centro médico San Judas, en Da Vinci. En sus sueños De Soya y la niña caminan de la mano por las calles cercanas al enorme complejo médico mientras él le explica que ahora piensa salvar la vida de su hermana, que no piensa permitir que María muera como la primera vez.

En la realidad, Federico de Soya tenía seis años estándar cuando él y su familia llegaron a Vector Renacimiento desde la aislada región de Llano Estacado, en el provinciano mundo de Madre de Dios. Casi todos los escasos habitantes de ese mundo desértico y pedregoso eran católicos, pero no católicos renacidos de Pax. La familia De Soya había formado parte del movimiento mariano aislacionista y se había ido de Nueva Madrid más de un siglo antes, cuando ese mundo había votado por unirse a Pax y someter todas sus iglesias cristianas al Vaticano. Los marianos veneraban a la Santa Madre de Cristo más de lo que permitía la ortodoxia vaticana, así que el joven Federico había crecido en un mundo marginal con su devota colonia de sesenta mil católicos herejes que, como forma de protesta, rehusaron aceptar el cruciforme.

Entonces María, que tenía doce años, enfermó con un retrovirus de otro mundo que barrió como una hoz la región ganadera de la colonia. La mayoría de los que padecían la muerte roja moría a las treinta y dos horas o se recobraba, pero María había resistido, y los terribles estigmas carmesíes oscurecieron sus hermosos rasgos. La familia la había llevado al hospital de Ciudad de la Madre, en la ventosa extremidad sur de Llano Estacado, pero los enfermeros marianos de allí no podían hacer nada salvo rezar. En Ciudad de la Madre había una misión de cristianos renacidos, discriminada pero tolerada por los lugareños, y el sacerdote —un hombre bondadoso llamado padre Maher— rogó al padre de Federico que permitiera a su hija moribunda aceptar el cruciforme. Federico era demasiado pequeño para recordar los detalles de las intensas discusiones de sus padres, pero recordaba que toda la familia —su madre y su padre, sus otras dos hermanas y su hermano menor— estaban de rodillas en la iglesia mariana, rogando la guía e intercesión de la Santa Madre.

Los otros hacendados de la Cooperativa Mariana de Llano Estacado recaudaron el dinero para enviar a toda la familia a uno de los famosos centros médicos de Vector Renacimiento. Mientras su hermano y sus otras hermanas se quedaban con una familia vecina, el pequeño Federico fue escogido para acompañar a sus padres y su hermana moribunda en el largo viaje. Fue la primera experiencia de todos en sueño frío —más peligroso pero más barato que la fuga criogénica— y De Soya luego recordaría ese escalofrío en los huesos, que pareció durar las varias semanas que estuvieron en Vector Renacimiento.

Al principio los enfermeros de Da Vinci parecieron detener la propagación de la muerte roja en el organismo de María, e incluso eliminaron algunos de los sangrantes estigmas, pero al cabo de tres semanas locales el retrovirus comenzó a recobrar terreno. Una vez más la gente de Pax —en este caso, sacerdotes que estaban en el personal del hospital— suplicó a los padres que olvidaran sus principios marianos y permitieran que la niña moribunda aceptara el cruciforme antes de que fuera demasiado tarde. Más tarde, al entrar en la madurez, De Soya pudo imaginar el dolor de la decisión de sus padres: la muerte de sus creencias más profundas o la muerte de su hija.

En su sueño, donde Aenea es su hija y caminan por las calles cerca del centro médico, le cuenta que María le dejó su pertenencia más preciada —un diminuto unicornio de porcelana— pocas horas antes de entrar en coma. En su sueño, él lleva a la niña de Hyperion de la mano y le dice que su padre —un hombre fuerte en su físico y sus creencias— al fin cedió y pidió a los sacerdotes de Pax que administraran a su hija el sacramento de la cruz. Los sacerdotes del hospital aceptaron, pero exigieron que los De Soya se convirtieran formalmente al catolicismo universal para que María recibiera el cruciforme.

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