Entrada + Consumición (21 page)

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Authors: Carlos G. García

Tags: #Romántico, #LGTB

BOOK: Entrada + Consumición
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Lorenzo asintió con la cabeza. No podía negarse, a tenor de su título de Periodismo del que presumía a veces y de que su voz era, desde luego, singular y agradable, razón por la cual él siempre había estado muy orgulloso de haber obtenido las mejores puntuaciones en locución radiofónica y de que todavía, de vez en cuando, lo llamaran de alguna agencia para locutar algo. Así fue como Luis, tal vez para hacerme de rabiar un poco por aquel piropo indirecto, consiguió ganar la batalla de aquella tarde. Sin saberlo, también logró que la voz de Lorenzo no me abandonara hasta mucho después de su muerte.

Cuando la cuña comenzó a emitirse, Lorenzo ya había roto nuestra relación. Y mientras estuve iracundo por el hecho de que me hubiera dejado, durante el tiempo en que pensaba en él y me dominaban sentimientos muy dispares que abarcaban desde la rabia hasta el ansia irrefrenable de volver a abrazarle, me prohibí a mí mismo sintonizar la emisora en la que se emitía. Era una cuestión de principios. Si quería escuchar la voz de Lorenzo lo llamaría o iría a verle y de paso le cantaría las cuarenta, me cagaría en sus muertos para desahogarme. No iba a sentarme como un idiota en la soledad de mi habitación a esperar junto a la radio a que su voz saltase anunciando precios irrisorios en las copas de La Mota. Era demasiado humillante incluso para mí.

No obstante, cuando Lorenzo murió, el mundo se paró. Y no lo digo como una forma de describir lo enamorado que estaba de él y lo mucho que le quería; no es como esa metáfora que utiliza la gente para expresar que todo a su alrededor dejó de tener sentido en cuanto el ser amado se marchó al otro barrio. Lo digo porque entre todas las posibilidades que alguna vez se me pasaron por la cabeza como fin de todo contacto entre nosotros, la muerte nunca estuvo. Es decir, uno no se plantea esas cosas, uno no cree que el tipo por el que está sufriendo y al que critica constantemente mientras continúa queriendo y deseando desde lo más profundo de sí mismo vaya a aparecer al día siguiente en su cama atiborrado de pastillas y con una bolsa de plástico en la cabeza. Eso fue lo que me anunció una voz extraña, lejana, la voz temblorosa de un desconocido cuando un número que nunca antes había visto apareció en el identifícador de llamada de mi teléfono para comunicarme que Lorenzo había muerto y para invitarme a contestar unas preguntas. Puesto que el último número que aparecía en las llamadas enviadas desde su móvil era el mío, todos parecían muy interesados en hablar conmigo.

Y es que al principio de la madrugada que culminó con el suicido de Lorenzo, él me llamó desde el bar para pedirme que acudiera urgentemente a verle. Habían transcurrido algunos meses desde que me dejó, mas estaría mintiendo si dijera que lo había superado. Es obvio que no lo hice. Aun así, estaba inmerso en el proceso, yo sentía que estaba en el camino adecuado para conseguirlo. Había logrado acumular varias semanas sin verle, sin oír su voz, sin saber nada de él; me hallaba en uno de esos puntos de fortaleza que suelen producirse en los inicios de las etapas de recuperación, cuando uno se atreve a presumir que ya queda poco para el final del suplicio. Por explicarlo de alguna forma, estaba en rehabilitación. Trataba de no pensar en él y aunque tenía mis momentos malos, creía que estaba pasando página. Mis esperanzas de que volviéramos a estar juntos habían tomado la determinación de disiparse: Lorenzo, además de follar asiduamente con tipos diversos como Ojos Bonitos, había empezado a salir con Luis, hecho que ratificaba mis sospechas, según él infundadas y provocadas por mis celos patológicos. Me sentía engañado y traicionado por muchos motivos. O sea que mi rabia hacia él estaba servida.

Por eso, el hecho de que me telefoneara con total normalidad y tranquilidad me sacó de mis casillas y creo que fue el motivo por el que contesté a su llamada en lugar de estampar el puto teléfono contra la pared y hacerlo añicos, como mis impulsos me ordenaron. Estuve a punto de mandarlo a la mierda en cuanto descolgué, utilizando para ello un buen montón de improperios que se agolpaban en la punta de mis pensamientos y terminar cantándole el
Strong Enough
de Cher; sin embargo su tono solemne, preocupado, muy diferente al que era habitual en él, constituyó una razón de peso para que abandonara mi artillería pesada. Por mucho que me costara admitirlo, todavía estaba enamorado de Lorenzo y a pesar de mis maneras duras y crueles de despechado, era relativamente sencillo para él desarmarme. Así que aparecí a la hora de cierre, colándome en La Mota por debajo de la chapa, completamente mojado por la lluvia que arreciaba. Y llorando, porque durante el camino hacia el bar a la una y pico de la madrugada me había sentido como un completo idiota debido a que había accedido sin pensármelo dos veces a aparecer cuando y como él había estipulado. Era humillante. Lo había estado rumiando y no había cabida para otro sentimiento que no fuera la vergüenza de haber recaído en algo en cuya recuperación concentraba todas mis fuerzas.

Cuando entré y le mostré mis mejillas llenas de lágrimas, él no dijo nada, prefirió escudarse tras el silencio. Únicamente se acercó a mí, me miró a los ojos, me besó y luego me cogió de la mano y me llevó a su piso, donde nos acostamos por última vez.

Recuerdo que terminamos de hacer el amor y que durante algunos minutos estuvimos abrazados en calma y sin mediar palabra. Parecía que habíamos viajado en el tiempo, porque esa escena se había producido con mucha frecuencia entre nosotros en otros instantes, en meses anteriores, incluso nos estábamos abrazando adoptando la misma postura, ensayada a base de muchas noches de dormir juntos. De repente, no sé, empecé a pensar que aquello no estaba bien. Me asaltaron las dudas. Le pregunté a Lorenzo qué significaba aquel encuentro a destiempo entre nosotros. Desde luego, albergaba la tenue esperanza de que me dijera que quería volver a intentarlo conmigo. Tengo costumbre de ser así de estúpido. Pero Lorenzo sólo me dijo: «Quería despedirme de ti». Y me sentí en un segundo tan humillado, tan utilizado, tan ultrajado y tan todos esos adjetivos propios de actriz de película dramática en blanco y negro, que me levanté, me vestí y me fui de allí sin decir una palabra y dando un portazo.

Al parecer, un par de horas después él se suicidó.

Durante los meses posteriores, me quedé en estado de shock. No entendía nada de lo que ocurría a mi alrededor. Para ser sincero, me encontraba totalmente ajeno a todo y lo peor era que no me importaba, me daba lo mismo no ser capaz de sentir ni frío ni calor. No alcanzaba a comprender lo que había pasado. Nunca nadie supo por qué Lorenzo decidió suicidarse así, sin más. Algunos dijeron que siempre había tenido demasiados problemas consigo mismo, tesis que yo apoyé cuando me preguntaron, aunque nunca lo vi seriamente atormentado hasta el punto de decidir llevar a cabo semejante acción. Otros aducieron que Lorenzo tenía demasiados problemas familiares, lo cual también era verdad pero… No sé, ninguna de esas tesis me cuadraba lo suficiente. De modo que mientras me deshacía en cavilaciones tratando de comprender qué había sucedido, me negaba a dejarle marchar y a pasar esa página que antes de que me llamara yo sostenía con mis dedos y estaba a punto de voltear heroicamente. Ya no era posible, todo había cambiado. Comencé, de nuevo, a echarle de menos. Su voz en aquellas cuñas pasadas de moda que Luis no quiso retirar de la emisora de radio, probablemente como prueba última de su amor, me sirvió de consuelo. Puede que el mismo Luis se consolara también con esa cuña que hablaba sobre su negocio.

Volví en mí cuando Jorge y yo comenzamos a salir juntos a quemar las noches. Había pasado suficiente tiempo desde lo de Lorenzo. Un sábado por la tarde nos encontramos de compras en un centro comercial y nos sorprendimos admitiendo que no teníamos plan alguno para esa noche. Así que quedamos. Creo que ambos, sin proponérnoslo, comenzamos a hacer lo que Olga me susurró al oído aquella tarde en el periódico en la que yo estaba tan enfadado: decidimos frivolizar y reírnos del dolor que ambos sentíamos como consecuencia de haber perdido a alguien importante en nuestras vidas. Nos pareció una decisión inteligente, al menos mucho más que quedarnos en casa y continuar lamentándonos y preguntándonos por qué Lorenzo se había largado de sopetón y sin ofrecer explicación alguna sobre su abrupta marcha, su abandono inesperado.

En el momento en que me sentí lo suficientemente cómodo con Jorge, lo bastante unido a él, le confesé una madrugada, sentado en un portal y completamente borracho, que todavía, a veces, escuchaba la cuña de La Mota locutada por Lorenzo. Jorge me reprendió y me regañó largamente e incluso me prohibió terminantemente oírla. Y le hice caso. Durante un tiempo. Luego volví a caer.

Esta noche su discurso no ha sido muy diferente. Aunque benévolo, Jorge no ha ocultado su frustración y su enfado, producto de mi desobediencia. Me ha hecho prometer que no lo volveré a hacer. Pero, en el fondo, sé que no hace falta. Ya no.

Aun a día de hoy desconozco las razones por las que Lorenzo se quitó la vida. Creo que eso siempre será un misterio para todos.

Al principio me sentí halagado por el hecho de haber sido la última persona que le vio con vida, de haber disfrutado de ese privilegio, de que me cediera, en un alarde de romanticismo, sus últimos abrazos. Pero esta tarde me he dado cuenta de que estoy muy enfadado con él porque por mucho que tratara de recubrir sus actos de un ansia por mostrar amor hacia mí en el último instante, creo que Lorenzo fue un egoísta. Lo fue en todo momento. Para él nunca nadie fue lo suficientemente importante como para concederle el don de la especialidad; salvo él mismo, claro. A Lorenzo lo único que le importaba era que le devolviéramos la imagen de sí mismo que ansiaba tener a toda costa. No podía sorprenderse con los demás, estaba demasiado ocupado consigo mismo, encontrándose en la admiración ajena. Nunca pensó en mí ni en nadie. No creo que decidiera suicidarse de repente, creo que lo había planeado. Así que fue un egoísta hasta el final e incluso para echar el último polvo antes de su muerte tuvo que recurrir a mí, solicitar mi presencia; no porque me amara enormemente sino porque adoraba la imagen de sí mismo que yo le devolvía. Podría haberse llevado a cualquiera a casa esa noche, como hacía siempre. Pero no, tuvo que elegirme a mí. Y lo hizo por la sencilla razón de que yo le adoraba: era su imagen en el espejo de mis ojos lo que anhelaba ver por última vez.

—No entiendo por qué haces esto, a dónde quieres ir a parar con esto, de verdad —me ha reprendido Jorge en un momento de enfado durante nuestra conversación telefónica.

—No quiero ir a parar a ningún sitio.

—¿Todavía te preguntas por qué se quitó la vida? ¿Es eso?

Entonces he suspirado, he comenzado a pensar en Lorenzo y no he podido evitar echarme a llorar.

—¡No lo sé! ¡No, no es eso, joder! ¡Pienso que fue un cabrón, que fue un puto egoísta! ¡Pienso que si quería echar su último polvo podía haber llamado a Ojos Bonitos en vez de llamarme a mí, joder! Para algo se lo había estado follando a él durante meses… No sé por qué coño tenía que hacerme pasar a mí por ese suplicio, como si no hubiera tenido ya bastante, el muy hijo de puta. Tenía que haberlo llamado a él, no a mí. ¡Tenía que habérselo follado a él, no a mí!

Ha sido justo en este instante, entre sollozos, con Jorge al otro lado del teléfono manteniendo un silencio sepulcral, cuando me he percatado de que estoy culpando a Ojos Bonitos del egoísmo de Lorenzo.

Un chupito de ron miel

—Hola, guapo.

—Hola, Jesusito de mi vida, ¿cómo estás?

—Deseando verte esta noche en el concierto.

—Mmmm… Yo también, gordo.

—Tengo unas ganas de pillarte por banda… Te quedarás hasta que terminemos de recoger, ¿no?

—Anda, ¿y tú para qué quieres que me quede hasta tan tarde, eh?

—Pues… porque me apetece achucharte y que te vengas conmigo al local de ensayo a dormir…

—Me encanta la idea. Pero no le digas nada a José Carlos, que se pone de un pesado diciendo que somos novios…

—¿Qué tal lo de José Carlos?

—Me lo preguntas para eludir el tema de los novios, que lo sé yo…

—Que no, Jorge, no seas picajoso… Ya te he dicho que sí, que somos novios y que… Bueno… Que me gustas mucho…

—Jo, cómo eres. Tú también me encantas a mí… Así que, ¿somos novios?

—Claro que sí. Como la canción. Somos novios, nos queremos…

—Eso significa que tenemos exclusividad, ¿no?

—Pues claro, tonto.

—Es que con los maricones nunca se sabe. Que hoy te dicen que les encantas y al día siguiente te enteras de que se están tirando a un tercio de la población mundial al mismo tiempo.

—Sabes que no, que me gustas tú y que contigo tengo ya bastante… Además, con lo que me cuesta sacar tiempo para verte a ti, como para tener siete u ocho. ¡Es que no daría abasto! ¡Aunque quisiera, no podría!

—Ah, entonces quieres pero no tienes tiempo, ¿no?

—Que no, tonto. Yo sólo quiero estar contigo.

—¿De verdad?

—De verdad. Cuéntame, anda, ¿cómo va lo de José Carlos?

—Pues lo de José Carlos parece que va viento en pompa. Ha conseguido darle la entrada a Ojos Bonitos.

—¿Cómo lo ha hecho? Pero si Ojos Bonitos ni quería cogerle el teléfono ni nada, ¿no?

—Pero resulta que Ojos Bonitos trabaja en la asociación anti-sida y hoy se pasaba el día en una plaza del centro, en una mesa informativa. Y como José Carlos lo sabía, ha mandado a Milton, el novio de una amiga suya, para que se acercara esta mañana y le diera el sobre.

—Joder, cómo se lo curra tu amigo, de verdad.

—Y qué lo digas. Es una locura, pero bueno. A ella le gusta ir de princesa Disney. Crucemos los dedos.

—¿Y el Milton éste no trabajaba hoy?

—Pues no, hijo. Es lo que tiene que estemos todos en el paro, que da todo el tiempo del mundo para hacer tonterías.

—No, para hacer tonterías no. Para ponernos románticos, gordo. ¿Y tú crees que Ojos Bonitos vendrá?

—Pues no sé…

—Ay, Jorge pero si tú lo conoces y eso…

—Y dale… Que yo conozco a Ojos Bonitos de tres ratos que coincidí con él, cuando estaba medio liado con Lorenzo y yo iba a La Mota a verle. Y a que me invitara a copas, claro. Pero lo que importa es que ya se le está pasando lo de Lorenzo.

—Es que… menuda historia. Es un drama total.

—Ya. Pero no puede pasarse la vida llorando en su casa, coño. Que pase página de una vez, que Ojos Bonitos es una buena oportunidad. Es un buen tío y además le pega un montón.

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