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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

Entre nosotros (28 page)

BOOK: Entre nosotros
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—No, Abel, entre ellas a construir casas —contestó Gabriel—. Casas para vampiros, supongo. Estaban desenterrando ataúdes porque aquel cementerio lo había comprado Thorn para construir en aquel lugar unas cuantas casas. Les pregunté si ese cementerio tenía algo especial para que la empresa se interesase por él y me dijeron que no, que lo único interesante que tenía es que lindaba con una urbanización que Thorn había comenzado a construir ese mismo año. Una de esas personas me acompañó hasta el muro sur del cementerio y desde allí pude ver esa urbanización. La de la foto. Como podéis observar, solo hay una casa construida, los demás solares están en obras. ¿Y quién vive en esa casa?

—Gregor Strasser —contestó Arisa.

Gabriel asintió y nos mostró una foto, la de un señor en el porche de la casa. La foto estaba algo borrosa porque en ella era de noche y aquel señor solo estaba iluminado por la luz del porche. La foto estaba borrosa, pero pudimos ver que sí, que se trataba del nazi Gregor Strasser.

—Cuando oscureció, entré con el coche en la urbanización y lo dejé aparcado detrás de una valla de madera que hay frente a la casa de Strasser —continuó explicando Gabriel—. Esa valla rodea una casa que también está en construcción. Esperé allí pacientemente y a las tres de la madrugada salió Strasser a la calle, hablando con alguien por su móvil, y le hice la foto. Cuando volvió a entrar, me acerqué e hice fotos a la casa.

Gabriel nos mostró entonces una serie de fotos de la casa de Strasser. Era la típica casa unifamiliar de los suburbios de cualquier ciudad. Aparentemente no tenía nada de especial, pero Gabriel hizo que nos fijáramos en un detalle, en un gran ventanal que había en su fachada.

—Es raro lo de un ventanal en la casa de un vampiro, ¿no? —dije yo.

—Bueno, si te fijas verás que los cristales del ventanal son espejos y puede que no dejen entrar mucho la luz del sol —apuntó Gabriel.

—Ya, pero de todas maneras dejan entrar luz y eso sería suficiente para matar a cualquier vampiro —señalé yo, dándole a mi voz un tono grave que me salió del alma y que creo que servía para dar la sensación de que estaba muy seguro de lo que decía.

—Bueno, ahí no he llegado, Abel —dijo Gabriel—, no sé si deja entrar mucha o poca luz, pero supongo que con poca que entre para ellos es mortal. Ya vimos cómo huían de la luz del comedor de El Año del Dragón y allí había muy poca. Lo de los espejos puede ser una prueba de que son vampiros, pero entiendo que no definitiva, ya que hay muchos edificios con este tipo de ventanas.

—¿Crees que con esa foto que le has hecho a Strasser podemos ir a algún sitio para que alguien escuche nuestra historia de vampiros? —preguntó Arissa.

—No sé si servirá —contestó Gabriel—. Nosotros sabemos que es un vampiro porque está en una lista que nos dio mi padre, partimos de una teoría, pero no sé qué pensará otra gente. Lo que tendríamos que hacer ahora es llegar a él de alguna manera, entrar en su casa y hacerle fotos o grabarlo en vídeo. Después de cenar podríamos ponernos manos a la obra y encontrar entre todos la manera de hacerlo.

—De acuerdo, después de cenar lo hablamos —dijo Arisa.

—¿Y por qué has tardado tanto tiempo en regresar? —le pregunté.

—Bueno, es que poco antes del amanecer me he dormido y no me he despertado hasta el mediodía —contestó Gabriel—. Por suerte no había obreros trabajando en la zona. Doy por hecho que están esperando a despejar el cementerio para seguir con las obras. Ahora se puede ir allí, pero supongo que si se deshacen del cementerio, impedirán el acceso a la urbanización una vez acabada. Y cuando he salido de allí, me he perdido. Cosas que pasan. Bueno, ¿y a vosotros cómo os ha ido?

Arisa y yo nos miramos, esperando que a alguno de los dos se nos ocurriera la mejor manera de empezar una historia que iba a acabar muy mal, sobre todo para el bueno de Gabriel. Como Arisa me había dicho que llegado el momento ella hablaría con él a solas sobre el tema, decidí ser yo quien empezara a contar nuestro día en Nueva York.

—Como nos sobraba tiempo dimos una vuelta por Manhattan —empecé explicando—, comimos perritos calientes, subimos al Empire State…

—No, hombre, lo que quiero que me contéis es cómo ha ido la vigilancia —dijo Gabriel.

—Bueno, Samuel Hide es el vampiro cojo —dijo Arisa y entendí que a partir de ese momento debía dejarla al mando.

—¡No me digas! ¿Samuel Hide es el vampiro cojo? ¡Eso es un buen descubrimiento! —exclamó Gabriel entusiasmado—. Ya tenemos caras para los tres nombres, genial. Sigue, sigue explicando, por favor.

—Salió poco después de la medianoche, con el
Vampmóvil
, lo dejó aparcado delante del edificio y llegó Helmut y se subió en el coche —explicó Arisa—. Les seguimos hasta el puerto y entraron en un almacén.

—¡Qué pasada! ¿No os vieron?

—No, no nos vieron —contestó Arisa.

—¿Descubristeis qué hicieron en ese almacén?

—Sí, lo descubrimos, Gabriel —dijo Arisa, casi susurrando y agachando el rostro.

—Pues vamos, mujer, cuéntamelo —pidió Gabriel.

—Es que antes de contarte eso, me gustaría hablar contigo a solas —le dijo Arisa y yo me sentí aliviado.

—¿A solas? ¿Es que Abel te ha hecho algo?

—No, no es por eso. Por favor, ¿Podemos ir a hablar un momento a tu habitación?

—¡Uy, qué misteriosa se ha vuelto esta chica! —dijo Gabriel bromeando—. No estarás intentando seducirme, ¿verdad?

—Por favor, Gabriel, es importante. Vámonos a tu habitación —dijo Arisa en tono serio mientras abandonaba el salón.

—De acuerdo, mujer, no te pongas así —dijo Gabriel—. ¿A ti no te importa que te dejemos solo, Abel?

Negué con la cabeza y Gabriel salió corriendo tras Arisa. Pensé que no me gustaría estar en el pellejo de ninguno de los dos en esa situación. Gabriel lo iba a pasar fatal cuando se enterase de cómo había muerto su padre y la pobre Arisa otro tanto teniéndoselo que contar. Una hora después de que mis amigos me dejaran solo, bajó Arisa, un poco alterada, preguntándome si creía que en la basura aún podríamos encontrar la medicación de Gabriel.

—¿Le sucede algo? —le pregunté.

—Está temblando y tiene náuseas —contestó Arisa—. A lo mejor no debió dejar la medicación; aunque no estuviera enfermo, son drogas.

—Voy a mirarlo ahora mismo.

—Si las encuentras, sube. Y llama a la puerta.

—¿Y si no están?

—Si no están, cogemos el coche, vamos a ver a Peter y que nos diga dónde está el hospital más cercano.

Arisa regresó a la habitación con Gabriel y yo me puse a buscar las pastillas en la basura. Como solamente habíamos cenado y desayunado una vez, el cubo estaba casi totalmente vacío. Cogí dos bolsas de plástico para que hiciesen de guantes improvisados, saqué el pequeño cubo de debajo del fregadero, lo puse encima de la mesa de la cocina y, tras mirar en su interior, saqué los frascos de pastillas de Gabriel. Estuve a punto de coger de paso el paquete de tabaco, por si acaso él también necesitaba fumar, pero algún tipo de líquido se había vertido sobre él y supuse que esos cigarrillos serían ya infumables. Limpié los frascos de las pastillas y subí a la habitación. Llamé a la puerta y salió Arisa.

—Espero que esto le calme —dijo Arisa cogiendo los frascos.

—¿Se lo has contado todo? —le pregunté.

—Sí, todo, pero luego hablamos, ¿vale?

—Oye, ¿preparo algo para cenar?

—Sí, haz algo, pero no creo que bajemos a cenar. Bueno, si veo que él se tranquiliza y se duerme, igual luego bajo yo y me caliento lo que hayas preparado.

Arisa volvió a entrar en la habitación y mientras lo hacía pude ver a Gabriel acostado en la cama en posición fetal. Me dio mucha pena verle así. No lloré porque Mary Quant se había llevado todas mis lágrimas, pero sí sentí aquella angustia de la lágrima no derramada propia de los hombres que no cortan cebollas.

Para cenar preparé huevos revueltos con tomate y unas salchichas, pero no pude probar bocado. A lo mejor estaba inmerso en una especie de crisis de empatía con mis dos amigos, y si ellos no cenaban, yo tampoco tenía cuerpo para hacerlo solo. Metí la cena en el horno y me puse a ver la tele para dejar pasar el tiempo hasta que tuviera noticias del piso de arriba. Me vi una película y media. Mejor dicho, mis ojos vieron una película y media, pero mi cerebro no captó nada de lo que salía en la pantalla, pues él no estaba en el salón, sino en la habitación, con Gabriel y Arisa. A mitad de la segunda película bajó Arisa y dijo que estaba muerta de hambre, así que los dos nos sentamos en la mesa de la cocina para cenar.

—El pobre se ha quedado como un tronco —empezó diciendo Arisa—. Yo esperaba que algo así le sucediera, incluso antes, pero, claro, la muerte de su padre le ha afectado muchísimo más de lo que pensaba.

—¿Pensabas que le iba a pasar esto, sin tener en cuenta lo que vimos anoche?

—Sí, estaba segura de que algún tipo de crisis iba a tener porque para todo lo que estaba ocurriendo, parecía estar excesivamente entero. ¿Entiendes lo que quiero decir? Hay gente a la que le pasa un montón de cosas malas y sus miedos o sus tristezas no los exterioriza. No lloran, no gritan, no se desahogan y llega un momento en el que todo eso explota en su interior. Era evidente que le iba a pasar eso. Se había enterado de que su madre no había muerto en un accidente, sino que había sido asesinada, y había visto con sus propios ojos cómo secuestraban a su padre y su reacción fue seguir adelante, sin más.

—Quizá tampoco podía hacer otra cosa.

—Sí, teníamos que salvar el cuello, pero es que no lloró ni se enfadó ni nada. Además, hay una cosa importante, cuando le dijimos que nos queríamos quedar algunos días más con él, me di cuenta de que Gabriel era consciente de que estaba caminando por el filo de la navaja. Lo que le ha ocurrido ahora le iba a ocurrir de todas maneras. A lo mejor mañana o a lo mejor dentro de un año, pero creo que ha sido una suerte que estuviéramos aquí.

—¿Una suerte?

—Ya, sí, hablar de suerte en estas circunstancias parece una estupidez.

—Además hemos sido nosotros los que le hemos dicho que su padre ha muerto.

—Sí, pero hablando ahora con él, me ha dicho que ya era consciente de eso. ¿Por qué crees que quería volver junto a su padre? Pues porque sabía que su padre se estaba sacrificando por nosotros. Estaba ofreciendo su vida a los vampiros.

—¿Crees que su padre les ha contado algo?

—¿Sobre dónde podemos estar?

—Sí, sobre eso y sobre los documentos falsos de Gabriel y sobre Tom.

—Estoy convencida de que no porque lo han torturado hasta dejarle casi muerto, es lo que vimos y él no abrió la boca. Si hubiese hablado, en este momento tú y yo no estaríamos aquí.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

—Ahora lo único que podemos hacer es estar pendientes de Gabriel. Si se recupera, ya veremos lo que hacemos, pero si no se recupera, supongo que tendremos que llevarle al sanatorio, y tú y yo tendremos que seguir solos.

—Tenemos la foto de Strasser.

—No sé, ya hablaremos del tema más adelante. Es que ahora solamente se me ocurre que, aparte de lo de Strasser, deberíamos entrar de nuevo en el restaurante chino.

—Eso es muy peligroso, Arisa.

—Ya, por eso te digo que antes de planear algo, es mejor ver cómo evoluciona.

Después de cenar, Arisa puso en una bandeja un poco de pan, algo de embutido y dos piezas de fruta y se lo llevó a Gabriel. Luego volvió a bajar y me comentó que ella se quedaría a dormir con Gabriel y que yo me acostara en su cama. Me preguntó si necesitaba algo de la habitación y yo le dije que para dormir solamente me ponía una camiseta grande que encontraría debajo de la almohada, pero que también me haría falta alguna muda para cambiarme y el neceser.

—¿Eso lo encontraré en el armario o en la cómoda de la habitación? —me preguntó Arisa.

—No, está todo en la maleta, no la he deshecho aún.

—Entonces, sube un momento conmigo, saco tu maleta y la llevamos a mi habitación. Aprovecharé y me cogeré el pijama y lo que necesite para mañana.

—Oye, ¿yo no puedo entrar a ver a Gabriel?

—Se lo he preguntado y me ha dicho que no quiere que le veas así.

—A mí me da igual, somos amigos.

—Ya, pero a él no le da igual. Supongo que piensa que sigue siendo responsable de ti de alguna manera y no quiere que le veas hundido.

Fuimos al piso de arriba y trasladamos mi maleta a la habitación de Arisa. Ella cogió algo de ropa y una infinidad de botes y frascos para el aseo. Aún era temprano, ni siquiera había oscurecido del todo, pero Arisa me dio las buenas noches, dando por hecho que no nos veríamos hasta la mañana siguiente. No me apetecía bajar a ver la tele, así que, sorprendiéndome a mí mismo, cogí
Los señores de la peste
, me tumbé en la cama y me puse a leer aquel libro con todo el cariño del mundo. Por cierto, la cama de Arisa olía muy bien.

La reclusión de Gabriel duró tres días, en los que Arisa y yo desayunamos, comimos y cenamos solos. Arisa se pasó la mayor parte de esos tres días en la habitación de Gabriel, así que a ella casi la veía tan poco como a él. Tuve que encargarme yo de hacer las comidas, de limpiar, de ir a comprar, cosas todas que hacía con mucho gusto, ya que entendía que con ello estaba colaborando en la recuperación de Gabriel y ayudaba a que Arisa pudiera estar más descansada. Gabriel seguía sin querer verme y yo respeté su deseo en todo momento. Aproveché el tiempo libre para pasar al portátil toda la información que teníamos sobre los vampiros que habíamos investigado y para acabarme
Los señores de la peste
. El libro terminó gustándome mucho, no exclusivamente porque lo hubiese escrito Arisa, sino porque era muy entretenido y los vampiros que salían en él eran de los de mi relato, muy malos e inteligentes. Me chocó comprobar cómo, sin haber estado ella allí, en un capítulo de su novela Arisa había descrito un lugar muy semejante al sótano de El Año del Dragón. No se trataba en este caso de un sótano, sino de la bodega de un barco que los vampiros abandonaban en alta mar y que estaba repleta de cadáveres en descomposición. Al leer la descripción de esa bodega, volví a viajar mentalmente a la fosa del restaurante abandonado y pensé que, quizá, una de las razones por las que los vampiros querían que esa novela no viese la luz fuera, precisamente, por haber descrito por casualidad aquel horripilante lugar.

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