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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

Entre nosotros (42 page)

BOOK: Entre nosotros
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No sé cuánto tiempo duró aquel viaje hacia ninguna parte, soy un desastre en lo que se refiere a medir el tiempo sin reloj. Tampoco podría decir la hora exacta en la que llegamos a una enorme mansión, del tamaño de la que tienen los ricachones de las series de televisión, pero sospecho que serían algo más de las seis de la madrugada, pues estaba empezando clarear el horizonte. Al bajar del coche, a punta de pistola otra vez, pude comprobar dos cosas interesantes: que quien viviera allí tenía el mismo tipo de falsos ventanales que tenía Gregor Strasser y que algo raro había pasado esa noche, ya que aparcado frente a la puerta principal estaba el todoterreno del señor Shine.

Como a los vampiros, aparte de morder y chupar sangre, se ve que les gusta empujar, a empujones nos metieron en la casa y a empujones también nos llevaron a un salón, en el que había uno de esos grandes ventanales de alta definición, donde con un último empujón nos sentaron a los tres en un sofá. Gabriel, Arisa y yo nos mirábamos sin decir nada —por las mordazas, básicamente—, pero teníamos la sensación de que algo muy malo nos iba a pasar. ¿Cómo lo deduje? ¿Porque soy el hijo secreto de Sherlock Holmes? ¿O por el hecho de estar atado y amordazado y con un vampiro apuntándome con una pistola? Arisa no pudo aguantar más la presión y empezó a llorar. Gabriel intento abrazarla, haciendo que ella pasara su cabeza entre sus brazos atados por las muñecas, pero el vampiro que nos apuntaba con la pistola —al que llamaré X— lo evitó dándole un puñetazo a mi amigo en la cara, por suerte con la mano que tenía libre, no con la pistola. El otro vampiro —al que llamaré Y— había ido a buscar a su jefe y dueño de aquella mansión, al que reconocí enseguida gracias a aquella foto suya que había visto en internet. Sí, se trataba de Donald Troughton. Ver al presidente de Thom entrando sonriendo en aquel salón habría sido menos traumático si no hubiera hecho acompañado de Tom S. Braker, quien portaba un maletín nuevecito. Al parecer nuestro amigo Tom nos la había jugado. No podíamos hablar por las mordazas, pero estoy seguro de que no le diríamos nada bueno a ese cabrón traidor y por parte de Arisa seguro que le caía algún insulto en japonés, que suenan mucho peor que en inglés.

—Así que estos son mis enemigos mortales, ¿no? —dijo Troughton cuando el vampiro Y le condujo hasta nuestra presencia.

—El de la izquierda es Gabriel, el hijo de Elijah —le dijo Tom a Troughton señalando al pobre Gabriel.

—Él mató a Samuel y el otro chaval le cortó la cabeza. ¿Es eso lo que me has dicho?

—Sí, Gabriel le clavó una estaca a Samuel Hide y Abel, no recuerdo su apellido, le cortó la cabeza.

—¿Abel? Vaya, se llama como el hermano tonto de la Biblia. —«Y tú como el pato marica de Disney», habría dicho yo de no estar amordazado.

—Luego se cambiaron los papeles entre Abel y Gabriel cuando mataron a Strasser —le explicó Tom a su nuevo amigo—. Y ella es Arisa, la que mato a Helmut Martin con su ballesta.

—La verdad es que, sentaditos aquí, no parecen tan peligrosos, ¿verdad? —dijo Troughton riéndose—. Es una pena comprobar cómo ha ido degenerando la juventud americana durante los últimos años. Ya no tienen respeto por nada y van matando vampiros por ahí con toda impunidad. Todo es por culpa de la televisión, Braker, y de unos padres que dejan que sean unos desconocidos los que los eduquen con programas lamentables.

—Bueno, gracias por todo, señor Troughton —dijo Torn—, me quedaría un rato más, pero el sol ya ha salido y quiero llegar a casa antes de que mi mujer se despierte.

—Gracias a ti, Braker, y en breve me pondré en contacto contigo para perfilar el tema de
Circle Books
.

El vampiro jefe y el Judas negro se estrecharon las manos y el vampiro Y acompañó a Tom hasta la puerta. Troughton cogió una silla y se sentó frente a nosotros.

—Bien, bien, bien —empezó diciendo Troughton—. Ahora, ¿qué se supone que he de hacer con vosotros? ¿Liquidaros sin más? ¿Torturaros hasta morir? Como soy un ser maligno que disfruta con el sufrimiento de mis víctimas, supongo que mataros sin más no tendría mucho sentido, ¿verdad? Dejaréis este mundo en la flor de la vida, por el simple hecho de meteros en un asunto que no os incumbía. Ah no, perdón, supongo que al quereros matar llegasteis a la conclusión de que si era algo de vuestra incumbencia. Si, posiblemente yo habría hecho lo mismo, aunque, por supuesto, no habría sido tan torpe, no habría dejado mi vida en manos de un tipo al que acababa de conocer. Bueno, antes de que os matemos, ¿alguno quiere ser vampiro? No puedes ir a la playa y el alcohol y las drogas se te suben enseguida a la cabeza, pero aparte de eso, no se vive nada mal. Bueno, no se vive nada mal pese a estar muerto. Hasta hace poco el cupo de vampiros estaba cubierto en la zona, pero hemos tenido un par de bajas inesperadas, así que hay dos vacantes. ¿Nadie quiere saber que se siente al ser un vampiro? ¿Nadie? Quizá sea una experiencia excesivamente romántica para la juventud digital, ¿no?

Gabriel hizo un gesto con la cabeza para que le quitaran la mordaza y así poder hablar. Troughton asintió mirando al vampiro X y este le quitó a Gabriel el trozo de tela que le tapaba la boca.

—Señor Troughton, yo soy el único responsable de lo ocurrido —dijo Gabriel tartamudeando un poco—, ellos no tienen culpa de nada.

—Según Braker, tus amigos son tan malos como tú —replicó el vampiro—, sobre todo la putilla esa que se ve que es una fiera oriental cuando va armada.

—Yo les enredé, les manejé, les mentí —siguió diciendo Gabriel—, todo para que me ayudasen a vengarme de ustedes por haber matado a mi padre y a mi madre. Déjeles ir, por favor, le aseguró que no dirán nada de lo que saben.

—Gabriel, si te das cuenta por mis canas, me convirtieron en vampiro cuando ya era algo madurito, y esta táctica de que la culpa es solo tuya no te va a servir para nada. Además, sabes que ya íbamos a matarles desde un principio, desde que se les ocurrió escribir lo que no debían. Por cierto, Gabriel, me parece muy bien que quisieras vengarte de nosotros por haber matado a tu padre, pero quiero que sepas que no matamos a tu madre.

—¿No la mataron? ¡Yo vi cómo la obligaban a entrar en El Año del Dragón!

—Sí, pero no para matarla, sino porque tenía que abandonar Nueva York. Tu madre es una de los nuestros, es una vampiro. No solo eso, tu madre es…

—¡Jefe, mire! —interrumpió el vampiro X señalando hacia el falso ventanal.

Troughton se volvió, y al hacerlo me dejó el campo de visión libre y pude ver algo increíble: a Tom dirigiéndose a toda velocidad hacia el falso ventanal conduciendo el todoterreno del señor Shine. Instintivamente, cerré los ojos y me lancé al suelo, justo en el momento en el que Tom estrelló el coche contra la gran pantalla de video, provocando un sonido similar al de la explosión de una bomba en una cristalería. Sentí varios pedazos del ventanal cayendo sobre mi espalda y oí a los tres vampiros dar un grito muy agudo que duro varios segundos. Cuando llegó el silencio total, abrí los ojos y comprobé que Arisa y Gabriel estaban sanos y salvos tumbados a mi lado. Nos levantamos los tres al mismo tiempo, suspirando aliviados. La mitad delantera del todoterreno había entrado en el salón, el ventanal había desaparecido por completo, convirtiéndose en una infinidad de trozos de vidrio con cables adheridos y los tres vampiros ya no eran más que tres montones de ceniza que iban deshaciéndose por la corriente de aire que entraba por el gran boquete de la pared que daba al exterior de la casa. Tom bajó del todoterreno y me desató las manos para que yo pudiera desatar a Arisa, mientras él desataba a Gabriel.

—Pensé que nos habías traicionado, Tom —dijo Gabriel—. ¿Todo esto que has hecho formaba parte de algún plan?

—La verdad es que sí —respondió Tom—, ya sé que te parecerá raro, pero te juro que lo que ha pasado lo tenía planeado. Bueno, ahora salgamos de aquí, ya tendremos tiempo para explicaciones.

Subirnos los cuatro al todoterreno, sentándose Gabriel con Tom delante y Arisa y yo detrás. Tom y Gabriel se deshicieron de los airbargs delanteros que habían saltado a consecuencia del choque. Nuestro salvador arrancó el vehículo y salimos de allí marcha atrás. Una vez fuera de la casa, me di cuenta de que aquella mansión era más grande de lo que me había imaginado, ya que al fondo, a unos cien metros, se podía ver un gran muro que rodeaba el terreno en el que se había erigido la casa. Tom se dirigió a toda velocidad hacia la gran puerta metálica de la entrada de la finca. Justo antes de reventar aquella puerta con el morro del todoterreno, aparecieron cuatro tipos armados que empezaron a ametrallamos desde los laterales del camino que nos llevaba a la salida. Tom nos gritó que nos agacháramos y le obedecimos. Cuando sentí el impacto del vehículo contra la valla de metal, crucé los dedos esperando que aquel choque no fuera un accidente provocado por los disparos de aquellos tipos. El grito de alegría que dio Gabriel me hizo saber que habíamos tenido suerte y volví a incorporarme, momento en el que Arisa me abrazó con todas sus fuerzas y me llenó de besos, antes de hacer lo mismo a Gabriel. ¡Nos habíamos salvado! Di gracias a san Van Helsing y a santa Ballesta de Tokio por haber salido de aquello con vida.

Poco después de entrar en una carretera principal, Tom detuvo el coche en el arcén y dijo que no podía seguir conduciendo porque una bala le había alcanzado en el hombro derecho y el brazo se le había dormido. Arisa se acercó para verle la herida y por suerte esta era superficial, la bala solamente le había rozado. Gabriel fue a buscar el botiquín al maletero y Arisa le pidió a Tom que pasara a la parte posterior para curarle la herida.

—¿Quién conducirá? —preguntó Tom—. Vais los tres descalzos.

—¿Qué talla gastas de zapatos? —pregunté.

—Un cuarenta y cuatro —contestó Tom.

—Entonces, déjame tus zapatos y ya conduzco yo —le dije—. Gasto un cuarenta y tres, me bailará un poco, pero da igual.

Tom me dio sus zapatos y pasó a la parte de atrás del coche mientras yo ocupé la plaza del conductor. Gabriel se subió de nuevo al todoterreno, le entregó a Arisa el botiquín y nos contó que había impactos de bala a ambos lados del vehículo, y eso, evidentemente, podía levantar muchas sospechas. Yo le dije que no se preocupara por eso, ya que en Nueva York el verdadero coche sospechoso es aquel que no tiene impactos de bala o un par de lunas rotas. Nos pusimos de nuevo en marcha.

—Conduce suave, Abel, para que pueda curar bien la herida de Torm —me pidió Arisa.

—Sí, tranquila, conduciré con mucho cuidado —le dije.

—¿Arisa, estás herida? —le preguntó entonces Gabriel cogiéndole una mano de la que parecía brotar sangre.

—¡Uy, parece que sí! Si no me lo dices, ni me entero contestó ella—. Parece un corte hecho por alguno de los cristales que saltaron del ventanal.

Al decir eso me di cuenta de una cosa curiosa y es que aquella historia de terror vampírico se había iniciado con la rotura de una ventana, la de la habitación de Gabriel, y con otro corte en la mano de Arisa debido a un pedazo de cristal desprendido de aquella ventana. Para poder repararla —la ventana, no a Arisa—, Gabriel y yo fuimos a Young’s y compramos el diamante de Thorn, y a partir de ahí se fueron desencadenando los acontecimientos. Era curioso que aquella historia hubiera acabado de la misma manera que comenzó, con la rotura de una ventana —en este caso el falso ventanal del salón de Troughton— y con un corte en la mano de Arisa.

Siguiendo las instrucciones de Arisa, estaba conduciendo con mucha suavidad. La verdad es que me sorprendió sentirme tan tranquilo después de lo que acababa de vivir, aunque me inquietaba un poco que nos pudiera parar algún policía de tráfico, ya que no sabría qué contarle si miraba al interior del vehículo y se encontraba con dos chicos blancos en calzoncillos, una joven japonesa en pijama y con una herida en la mano y un señor negro herido en un hombro y medio mareado. Aparte, claro está, del detallito de los impactos de bala en la carrocería del todoterreno. Por suerte, no nos topamos con ningún policía en el trayecto desde la mansión de Troughton hasta Congers, por lo que el viaje fue muy plácido. Tom aprovechó para contarnos todo lo que había hecho hasta encontrarnos con él aquella mañana.

—Cuando os dejé ayer, se me ocurrió ir a comprobar qué había en la dirección de Troughton que me habíais dado empezó explicando. Cuando Llegue allí y vi que era una finca muy grande y que en la puerta había un par de tipos armados, me preocupe mucho. Los vampiros tienen el problema de que no pueden actuar de día, pero tienen gente como aquellos guardas armados o como Samuel Hide que trabajan a sus órdenes. Era evidente que tarde o temprano descubrirían que vuestras víctimas habían desaparecido, atarían cabos, irían tras vosotros y os cazarían. Eso iba a pasar seguro, ya que no dejabais de ser una panda de jóvenes novatos luchando contra vampiros organizados. Evidentemente, el problema no era solo vuestro, ya que si os cogían, seguro que os torturarían y acabaríais nombrándome.

—No lo haríamos —dijo Gabriel.

—Sí lo haríais, Gabriel —le replicó Tom—. Tu padre aguantó lo que aguantó porque era tu padre y quiso protegerte, pero mi relación contigo, por ejemplo, no es tan estrecha y llegaría un momento en el que te rendirías y les dirías mi nombre. Mira, yo no sé por qué me libré de todo hace veinte años, quizá fuera porque Helmut no me tuvo en consideración ni me nombró cuando le explicó el caso a sus jefes. Lo lógico es que me hubieran matado o tuviera que haber huido como hizo Higgins, pero no fue así. Ahora podría volver a estar en el punto de mira de esa gente, pero también mi mujer y mis hijas.

—Sentimos haberte metido en esto, Tom —dijo Arisa.

—No fuisteis vosotros, me metí yo solo hace veinte años cuando entré con Elijah en aquel restaurante abandonado —dijo Tom—. Muchas veces haces cosas a lo largo de tu vida que cuando salen mal o te asustan, las dejas de lado e intentas olvidarlas, pero al final siempre vuelven, ya que todo lo que empiezas has de finalizarlo. Eso pensé cuando estaba delante de la mansión de Troughton, que debía hacer algo para acabar con aquella historia de una vez por todas. El problema es que no se me ocurría qué hacer. Entonces me fijé en algo: al fondo de la finca se podía ver parte de la casa y un gran destello. Este destello era el sol reflejándose en los espejos exteriores del ventanal del salón y recordé lo que me habíais contado de la casa de Strasser. Ligué mentalmente a Strasser con Alemania, los ventanales y el sol y encontré la solución:
Nosferatu
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