—¿Y mi madre no sospechó nada en ningún momento?
—No, tu madre no sospechó nada. Además, creo que por el incidente le abrieron un expediente.
—¿Y Julia no tenía familia?
—En Nueva York no tenía a nadie. Ella era de algún sitio cerca de Filadelfia y había viajado a Nueva York para las pruebas de un musical. La pobre quería ser actriz.
—¿Mi padre fue a Ithaca al día siguiente?
—Sí, vino a la mañana siguiente, acompañado de dos personas más. Dos profesores de Columbia, también de literatura: Heathcliff Higgins y Helmut Martin.
Levanté la mano como si estuviera en clase y quisiera preguntar algo al profesor de turno. Más aún, levanté la mano como si estuviera en clase y tuviera la imperiosa necesidad de ir a mear. Era evidente que podía intervenir en la conversación por alusiones y Gabriel me hizo un gesto de asentimiento, pues estaba claro, por mi insistencia, que lo que iba a decir era muy importante.
—Heathcliff Higgins es mi tutor en el instituto —le dije a Tom.
—¿Tu tutor?
—Sí, en el instituto del condado de Macon, Tennessee.
—Pues yo pensaba que estaba muerto, te lo juro. Un buen día desapareció y pensé que se lo habían cargado, pero veo que no, que el tipo huyó a otro estado.
—¿Por qué pensaste que estaba muerto? —preguntó Gabriel.
—De eso prefiero hablaros después. No quiero perder el hilo de lo que os estoy contando. Bueno, apareció Elijah acompañado por estos dos profesores. El profesor Higgins era experto en relatos fantásticos y Helmut era una especie de niño prodigio que acababa de doctorarse y le habían colocado enseguida a dar clase. Él era experto en poesía y novela del romanticismo, sobre todo del alemán. Se ve que estos dos, según las habladurías, eran más que colegas fuera de la universidad.
—¿Por qué los llevó mi padre a Ithaca? —preguntó Gabriel.
—Tu padre estaba convencido de que Julia era una vampiro, así que pensó que sería una buena idea que Higgins la conociese para saber su opinión, y Higgins se lo dijo a Helmut y también se apuntó al experimento. Bueno, no fue un experimento propiamente dicho, se trató más bien de hablar con Julia y ver cómo evolucionaba. La pobre seguía perdida y empezó a preocuparse mucho porque cualquier cosa que comía la vomitaba, y pensó que a lo mejor sí la habían violado y estaba embarazada. Como te digo, la pobre estaba hecha un lío y lo que le estábamos haciendo allí no iba a hacer que mejorara. Eso es lo que yo le dije a tu padre, y él vio que quizá tenía razón y le comentó a Higgins que dejáramos de experimentar con la cría porque iba a ser imposible saber si era o no una vampiro. A ver, no mordía, le ofrecieron un vaso de sangre de cordero y casi se muere de asco al verlo, le enseñaron un crucifijo y ella lo besó, nada parecía indicar que fuera una vampiro. No era una vampiro y ya hacía tres noches, con aquella, que la teníamos retenida con engaños. Lo mejor era acabar con aquella tontería, y decidieron que a la mañana siguiente volveríamos todos a Nueva York y llevaríamos a Julia a un hospital, pero al final no pudimos hacer eso porque ella desapareció.
—¿Desapareció? ¿Qué quieres decir con que desapareció? —preguntó de nuevo Gabriel.
—No sé lo que pasó esa noche, pero a la mañana siguiente no estaban ni ella ni Helmut ni el coche de Higgins.
—¿Helmut se llevó a Julia sin deciros nada? —pregunté yo en esta ocasión y a Gabriel le dio igual.
—Yo no sé qué pasó concretamente esa noche, pero sé que Julia convirtió a Helmut en vampiro y los dos huyeron de allí. Eso lo sé porque un año después me lo dijo el propio Helmut Martin.
Helmut Martin
M
e había impactado tanto que el señor Higgins apareciese de repente en esa historia de vampiros que no me había dado cuenta de que el Helmut Martin del que hablaba Tom era nuestro Helmut, el tipo que nos había recogido a Arisa y a mí en el aeropuerto de Syracuse y había secuestrado después al señor Shine. Gabriel preguntó enseguida por esa conversación que al parecer había mantenido con Helmut y en la que este le había dicho que era un vampiro, pero Tom dijo lo de antes, que quería seguir contando lo ocurrido cronológicamente y que explicaría ese tema concreto más adelante.
—Dos días después de que Julia y Helmut se fueran de Ithaca, Higgins denunció la desaparición de su compañero a la policía. No explicó lo de la vampiro secuestrada, pero denunció la desaparición. Higgins estaba destrozado y yo no sabía ni qué pensar, en serio.
—¿Y mi padre cómo estaba? —preguntó Gabriel.
—¿Tu padre? Tu padre estaba en su salsa. Aquello era como un regalo para él. Era una historia con todos los ingredientes para ser una novela de éxito, pero además él era su protagonista. Me convenció para que le ayudase en la investigación del caso. Pidió la excedencia para centrarse en el tema, pero de las clases generales, no del doctorado. Lo primero que hicimos fue ir al lugar en el que asaltaron a Julia Hertz. Tu padre había tenido la previsión de mirar la ficha de Julia en el depósito de cadáveres y de apuntar la dirección del lugar en el que la había encontrado muerta la policía. Fuimos allí y era el callejón trasero de un restaurante chino que no creo que haga falta que te diga cómo se llama. No encontramos ninguna pista interesante aquel día, y tu padre pensó que lo mejor sería enfocar el tema de otra manera y que, antes de seguir investigando, nos dedicásemos a estudiar todo lo que se sabía sobre el fantástico mundo de los vampiros. Leímos todos los libros habidos y por haber, vimos películas y documentales, y cuando pensamos que ya lo sabíamos todo, volvimos a hacer de detectives. Le dedicamos un año entero a esta documentación exhaustiva, un año que también aprovechamos para terminar mi tesis doctoral. Conseguí el título de doctor y tu padre me enchufó como profesor interino; así podía seguir cobrando algo mientras le ayudaba en la investigación de los vampiros. Entre mi tesis y el estudio del tema vampírico, había pasado ya un año y medio de la desaparición de Helmut y de Julia, y tu padre consideró que debíamos volver al lugar de los hechos, al callejón en el que habían encontrado a la supuesta vampiro. Volvimos allí y a tu padre se le ocurrió la genial idea de entrar en el restaurante abandonado.
—¿Ya estaba abandonado por entonces? —preguntó Gabriel.
—Sí, ya lo estaba. Entramos y encontramos una trampilla en el suelo del comedor. Encontrar una trampilla para un autor de novelas de misterio es casi como encontrar el Santo Grial, así que tu padre la levantó alegremente y descubrimos una escalera, al final de la cual había una puerta de madera medio rota.
—Ahora es de metal —señaló Gabriel, que puede que no fuera un futuro escritor de
thrillers
, pero era evidente que había heredado de su padre algo de ese interés por meterse en sótanos peligrosos.
—Bueno, por entonces era de madera —prosiguió Tom—. La abrimos y nos encontramos con la habitación de mármol blanco y los nichos.
—¿Estaba a oscuras cuando estuvisteis vosotros? —preguntó Gabriel.
—No, lo único que estaba a oscuras era la escalera que bajaba desde el comedor hasta allí. La sala estaba iluminada por unos candelabros antiguos de varios brazos y con velas de cera negras. En la habitación había siete vampiros durmiendo.
—¿Siete? —pregunté yo alucinando.
—Siete. Más que dormidos parecían muertos, os lo aseguro. Elijah se acercó a varios de ellos y respiraban. Entonces decidimos irnos de allí y regresar al día siguiente con una cámara de vídeo y una máquina de fotos.
—¿No viste la fosa? —preguntó Gabriel.
—No la vi entonces ni después, pero sé de su existencia.
Entonces Gabriel le explicó lo que él y yo habíamos visto después de atravesar la sala de los nichos y bajar por la escalera de caracol. Tom explicó que aunque no bajó a la fosa, sabía que los vampiros lanzaban allí sus cadáveres para no levantar sospechas.
—Eso lo supe al día siguiente, cuando nos encontramos con Helmut y con Julia —siguió explicando Tom—. Volvimos al restaurante con las cámaras y bajamos a la sala de los nichos, donde nos estaban esperando Julia y Helmut; no había ningún vampiro más. De alguna manera alguien se enteró de que habíamos estado allí, y habían enviado a Helmut y a Julia para que nos matasen. Eso es lo que nos dijeron nada más entrar. Posiblemente aprendimos más sobre vampiros hablando con ellos que en todo el año que habíamos dedicado a su estudio. La verdad es que Julia casi no dijo nada; el que llevaba la voz cantante era Helmut. Como parecía que tenía clarísimo que no íbamos a salir de allí con vida, nos contó todo lo que quisimos saber.
—¿Le hicisteis una especie de interrogatorio? —preguntó Gabriel.
—No, en verdad fue más bien una charla de colegas, como si estuviéramos tomando un café en la sala de profesores de la facultad. Helmut nos contó que aquella noche en Ithaca, Julia se transformó, como si hubiese nacido de nuevo, pero como vampiro. Se abalanzó sobre él, le mordió y le chupó la sangre. Cuando Helmut recobró el sentido, él ya sabía que se había convertido en vampiro y le propuso a Julia que volvieran a Nueva York para buscar a otros como ellos y estar a salvo. Así lo hicieron; fueron a Nueva York, Julia llevó a Helmut al callejón y allí apareció un vampiro que los llevó al sótano del restaurante.
—¿Es una casa de vampiros? —pregunté yo entonces.
—No, no es una casa. Por lo que nos contó Helmut, es una zona de paso. Hace muchos años sí que vivía allí una comunidad de vampiros. Hace muchos años es el siglo XIX. Al parecer, entonces sí dormían allí, pero ahora viven en casas normales, aunque acondicionadas de alguna manera para evitar a intrusos y que entre la luz del sol. Esa habitación de los nichos se utilizaba entonces, y supongo que ahora también, como refugio para vampiros que están de paso o que esperan algún lugar en el que vivir. Esos siete que vimos eran cuatro que vivían en una casa que se estaba reformando y otros tres que tenían que irse la noche siguiente a alguna ciudad del Sur.
—¿Viajaban en el
Vampmóvil
? —pregunté yo.
—¿El
Vampmóvil
? Ah, quieres decir ese coche con mamparas opacas. Sí, viajaban en eso, pero creo que también tienen otro tipo de vehículos. Una cosa importante, que os cuento ahora antes de que se me olvide: Helmut nos dijo que los nichos eran sesenta porque era el número máximo de vampiros que podían estar en Nueva York. A Julia no la querían convertir en vampiro, fue un accidente. Solamente querían su sangre y luego lanzar el cadáver al foso con los demás, pero se ve que se asustaron por algo y la dejaron allí tirada.
—¿Quieres decir que si las matan después de beberse su sangre, sus víctimas no se transforman en vampiros? —preguntó Arisa, apuntándose finalmente a la entrevista con el señor que sabía de vampiros.
—Deduzco que sí, pero no conozco ese tema en profundidad —contestó Tom—. Lo único que nos dijo Helmut es que Julia y él no debían haber sido convertidos en vampiros y que les dijeron que tenían que abandonar el estado, pero al final él les convenció para que les dejaran quedarse y echaron a los dos vampiros que habían atacado a Julia. Al parecer tienen sus propias reglas.
—¿Helmut y Julia eran pareja? —preguntó Gabriel.
—No lo sé. Quizá se establezca algún tipo de vínculo entre el vampiro y su víctima, pero no sé si eran pareja o vivían juntos. Además, por lo que te he comentado antes, parece que quien mandaba de los dos era Helmut.
—¿Cómo lograsteis escapar de allí? —preguntó Arisa.
—Fue relativamente fácil. Utilizamos un viejo truco de las películas. Sé que va a parecer algo muy tonto, pero lo que hicimos fue deslumbrarles con el flash de la cámara de fotos. Se me ocurrió a mí pensando en que debían de ser muy sensibles a la luz y funcionó. Les deslumbré y salimos de allí corriendo. No nos siguieron. Una vez fuera, estuvimos hablando sobre la posibilidad de denunciar el tema en alguna comisaría, pero no lo hicimos porque pensamos que era muy difícil que nos creyesen y, además, a lo mejor esa gente tenía infiltrados dentro de la policía. Elijah propuso seguir investigando para poder denunciar el caso con pruebas físicas, pero yo le dije que no quería continuar porque aquello me superaba y estaba muy asustado.
—¿Mi padre siguió investigando solo? —preguntó Gabriel.
—Sí, siguió solo. No supe nada de él hasta un año después. Me citó en casa de Higgins y allí, durante una cena, nos enseñó la novela que acababa de escribir y en la que relataba todo lo que os he contado más algunas cosas que él había descubierto en sus investigaciones posteriores. Esa novela jamás fue publicada. En esa cena le contó a Higgins que Helmut también era un vampiro. Higgins dejó la universidad un par de meses después, y al parecer se fue a Tennessee. Yo creo que huyó, que se asustó por todo aquello. Luego tu padre me llamó para comunicarme que tu madre había muerto y que el funeral iba a ser en Ithaca. Algunos meses después del funeral me envió una carta en la que me decía que dejaba Columbia y que había conseguido que me dieran su puesto.
Con aquel comentario sobre la carta del señor Shine, Tom parecía habernos contado todo lo que sabía. Gabriel tomó la palabra y dijo que todo lo que había explicado Tom ligaba con lo que nosotros habíamos vivido. Había quedado claro por qué Julia Hertz le había pedido a Gabriel que saludara a su padre de su parte. También se entendía después de lo dicho por Tom para qué eran aquellos cojines dorados de la sala de los nichos, para reposar cabezas de vampiros. Sobre Helmut, Gabriel dedujo que seguramente debía de ser uno de los vampiros principales de Nueva York, ya que había sido protagonista en el pasado y también lo estaba siendo en el presente. Higgins se asustó y huyó a Tennessee, y por casualidades de la vida me metió en ese jaleo. Pobrecillo, seguro que le daría algún arrechucho si le explicaba lo que me había hecho sin querer.
De las preguntas que teníamos pensado hacerle a Tom, solamente quedaban un par de asuntos por resolver: lo que ocurrió en verdad con la madre de Gabriel y qué era realmente
Circle Books
. Al preguntarle sobre la editorial, Tom dijo no conocerla y que si eso era así, quería decir que no existía realmente. Le explicamos lo del seminario y lo que buscaban con ello los vampiros, y Tom dijo que eso cuadraba con el hecho de que jamás se publicara la novela del señor Shine. Me di cuenta de que había sido un estúpido al no comprobar si esa editorial existía, pero como no me interesaba para nada el mundo de las letras, tenía una excusa para ello. El caso de Arisa es diferente, ya que a mí, un
pringao
de instituto, me la podían dar con queso en ese tema, pero ella era una estudiante brillante de Harvard y tampoco averiguó si esa editorial existía. A lo mejor, alguien de Harvard, la misma persona que había pasado su novela a los vampiros, la engañó. No sé, a esas alturas de la tragedia, ya no importaba cómo uno había entrado en el laberinto, sino cómo podía salir de él. De eso queríamos también hablar con Tom, pero antes de hacerlo, Gabriel quiso sacar el tema de la presunta muerte de su madre y su muerte real después.