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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

Entre nosotros (30 page)

BOOK: Entre nosotros
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Drácula
de Terence Fisher era muy buena, pese a ser inglesa. Drácula tenía los dientes bien puestos y cara de malo. Lo mejor de la película eran las tías que salían, todas estaban buenísimas. Posiblemente sea una de las mejores películas de la historia del cine. A Arisa no le gustó, pero Gabriel y yo aplaudimos al final. Drácula muere de un cortinazo. Bueno, muere cuando Van Helsing retira una cortina y el sol lo abrasa. Una película genial, en serio.

De
Blacula
no vimos la película, solamente el tráiler y con eso tuvimos suficiente. Era algo espeluznante. En el principio de los setenta la gente tomaba demasiado LSD.

El baile de los vampiros
era muy buena. Sí, por las chicas. Tampoco nos aportó nada interesante porque al ser comedia, nos despistó desde el comienzo. Nos gustó a los tres, cosa rara.

Kung-Fu contra los siete vampiros de oro
posiblemente es la mejor película que jamás se ha rodado. Impresionante: patadas, estacazos, una batalla alucinante al final… No sé cuántos Oscar ganó esta película, pero si no se llevó más de siete, ese año el concurso estuvo amañado.

De
Amor al primer mordisco
vimos cinco minutos, los suficientes para darnos cuenta de que Drácula lucía un bronceado caribeño impropio de un personaje que se supone que no puede tomar el sol.

Memorias de África
no era una película de vampiros. Era una cosa extraña que no sabría explicar, y que solamente puede servirle a alguien que tenga más de ochenta años y quiera cazar algún bicho salvaje en África. La vimos entera porque Arisa dijo que si la quitábamos nos haría alguna barbaridad japonesa que no sé lo que era, pero sonaba muy mal. Ahora bien, valió la pena tragarse toda la película, solamente por el hecho de ver a Arisa llorando como una Magdalena. Gabriel y yo no entendíamos por qué lloraba. «Es que vosotros no tenéis sensibilidad, merluzos», nos dijo cuando se lo preguntamos, y después se puso a hacerle cariñitos a Gabriel rogándole que la llevara a África para revivir con él esa preciosa historia de amor. «Por haberme traído esta maravillosa película, te perdono por lo de las porno, amor», acabó diciéndole Arisa a Gabriel mientras salían los títulos de créditos de la cosa más aburrida y sin argumento que había visto en mi vida.

Jóvenes ocultos
también la descartamos enseguida, aunque tenía buena pinta, porque estaba ambientada en California y no parecía lógico que hubiera vampiros en una zona playera.

Drácula
de Bram Stoker estaba bien, además fue la que más cosas útiles aportó para nuestro propósito. La secuencia más interesante del filme era cuando se cargaban a una pelirroja con pinta de viciosa a la que Drácula había convertido en vampiro. Le hicieron un completo: estacazo en el corazón y decapitación. Gabriel dijo que en el caso de que tuviéramos que hacer lo que acabábamos de ver, él se pedía dar el estacazo y que Arisa o yo nos encargásemos de cortar la cabeza. Al final la película se fastidia porque Drácula parece un buen tipo al que se le murió la mujer por un malentendido y cogió una depresión que acabó convirtiéndolo en vampiro. Una estupidez. Arisa lloró al final, le dio pena el pobre Drácula.

Abierto hasta el amanecer
estaba bastante bien, aunque es una película carente de argumento. El problema es que nos asustó mucho porque vimos que si nos teníamos que enfrentar a un grupo de vampiros, lo teníamos muy crudo. De esta película Arisa destacó la posibilidad de utilizar una ballesta como arma contra los vampiros y Gabriel y yo lo buena que estaba Salma Hayek.

Blade
la vimos seleccionando escenas porque yo dije que la había visto y no la recordaba excesivamente buena. La película estaba bien hecha, pero para nosotros no valía de mucho porque Wesley Snipes estaba cuadrado y sabía artes marciales. Le pregunté a Arisa si ella sabía artes marciales y se lo tomó a mal. «¿Por qué lo preguntas? ¿Por qué soy japonesa y crees que todos los japoneses tenemos que saber algo de artes marciales?»

Al final no vimos
Vampiros
porque desde el comienzo nos dimos cuenta de que nos encontrábamos en un caso similar al de
Blade
, demasiada acción para gente como nosotros.

Underworld
tampoco la vimos entera porque era absurda. Una guerra entre vampiros y hombres lobos. Una tontería. No la vimos entera, pero Gabriel y yo intentamos que así fuese porque la chávala que la protagonizaba, Kate Beckinsale, estaba tremenda. Tan tremenda que Connie Nielsen bajó del puesto número uno de mi lista, para dejar su sitio a Kate. Arisa se enfadó con Gabriel porque el bobo no supo buscar un argumento decente para convencerla de seguir viendo la película y ella se dio cuenta de que era por la Beckinsale. Nos acusó de machistas que pensábamos que todas las actrices eran mujeres objeto.

Van Helsing
fue la demostración de que Dios existía porque, sí señor, volvía a salir Kate Beckinsale, además acompañada de un par de mujeres vampiro que no estaban nada mal. Posiblemente sea una de las películas más estúpidas de la historia, pero la vimos entera porque, de nuevo, Arisa volvió a sacar el tema de la ballesta como arma a utilizar en nuestra guerra particular.

Tras la sesión de cine, a la que dedicamos dos días, llegó el momento de poner en común todo lo que habíamos aprendido de las películas que habíamos visto. Arisa fue una mañana a Congers y compró una pizarra para ir apuntando en ella las diferentes aportaciones que fuésemos haciendo sobre el particular. Arisa escribió en la pizarra «LO QUE SABEMOS SOBRE LOS VAMPIROS» y utilizó un tono entre maestra aburrida y doctor House para dar inicio a aquella tormenta de ideas.

—A ver, chicos, ¿qué sabemos de los vampiros? —dijo Arisa señalando lo que acababa de escribir en la pizarra.

—Los vampiros son muertos vivientes —apunté yo.

—Muy bien, los vampiros son muertos vivientes —repitió Arisa mientras lo escribía en la pizarra.

—Tienen colmillos afilados y muy mala leche —dijo Gabriel, y Arisa lo apuntó también, aunque en vez de mala leche, puso que eran muy irascibles—, y se dedican a chuparle la sangre a la gente y para ello les muerden normalmente en el cuello, pero de una manera muy extraña.

—¿Por qué de una manera muy extraña? —pregunté yo.

—Pues porque en los cuellos solamente dejan la marca de los colmillos superiores, nunca de los dientes inferiores —dijo Gabriel—. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—No, no mucho —le contesté.

—Si no dejan marca de los dientes inferiores es como si no utilizasen la mandíbula inferior —explicó Gabriel—. O sea, que no muerden, sino que parece que se limitan a hincar los colmillos porque no hay ninguna marca más en los cuellos de sus víctimas. ¿Habéis intentado morder solamente utilizando los dientes de arriba?

—Ya te entiendo —dijo Arisa—, para poder dejar esa marea que sale en las películas, deberían ayudarse de los dientes de la mandíbula inferior para que los colmillos pudieran perforar la piel, parte de la carne y llegar a la yugular. Además, Tom dijo que en el cuerpo de Julia Hertz estaban también las marcas de los dientes inferiores.

—Lo siento, tíos, pero me estoy perdiendo —dije yo.

—Pues es muy sencillo, Abel —dijo Arisa—, ven aquí y te lo demostraré.

Salí a la pizarra, como en el colegio, y la «seño» me iba a enseñar la lección. Arisa extendió el dedo índice de su mano derecha y me lo puso delante de la cara, tocando la punta de mi nariz. Entonces me pidió que la mordiera con todas mis fuerzas, pero solamente utilizando los dientes de arriba, como al parecer hacían los vampiros. Pensé que le haría daño, pero cuando empecé a morder al estilo vampiro, me di cuenta de que no, que eso no era morder, y apreté mis dientes contra su dedo con todas mis fuerzas hasta que ella lo apartó. Aquel mordisco no era un mordisco y su marca se limitó a una ridícula línea roja que desapareció casi de inmediato.

—Ahora me toca a mí —dijo Arisa—, pero yo te morderé de verdad, para que veas cómo deberían ser las marcas reales del mordisco de un vampiro. Dame tu dedo. Cuando te duela, aparta el dedo, ¿vale?

Como había hecho antes ella, yo extendí el índice de la mano derecha. Arisa lo cogió con delicadeza, lo miró un instante y mordió la parte más carnosa del dedo, la que estaba tocando con el grueso de la mano, cerrando los ojos al hacerlo. Primero sentí solo sus pequeños dientes, pero al hacer más fuerza, sentí también su lengua aplastada contra mi dedo. Era una extraña sensación de dolor húmedo, y todo mi ser se estaba concentrando en lo que Arisa me estaba haciendo y no quería que parara de hacerlo. Me hacía daño, pero era un dolor compensado por su lengua, por sus labios, que también había comenzado a sentir cubriendo mi dedo, por su olor, por… Arisa dejó de morderme y se me quedó mirando fijamente, para después señalarme con la mirada que me fijara en mi dedo y… había sangre. Volví a mirar a Arisa y me di cuenta de que se estaba pasando la lengua por los labios y de que en sus comisuras se podían ver restos de mi sangre. Me volví hacia Gabriel y estaba alucinando, con los ojos como platos. Arisa también se volvió hacia él y al darse cuenta de cómo la miraba, tragó algo de saliva.

—Bueno, Abel, como podrás comprobar si miras tu dedo, en un mordisco de verdad se dejan marcas de los dientes de arriba y de los de abajo —dijo Arisa con un tono que me sonaba a excusa o a estar ocultando algo.

Yo volví a sentarme, mientras Arisa apuntó en la pizarra que las marcas de mordeduras de los vampiros de las películas no son creíbles. Gabriel miró mi dedo de cerca y me dijo que fuera a limpiarme la herida y a ponerme una venda. Me fui al lavabo y no encontré vendas en el botiquín, así que improvisé una utilizando un pañuelo que tenía en un bolsillo lateral de mi maleta. Sí, aún no la había deshecho. Al volver con mis amigos, vi que Arisa había apuntado en la pizarra: «Los vampiros sienten placer al morder y sus víctimas al ser mordidas». No pregunté por qué había escrito tal cosa, ya que entendí que Gabriel y Arisa habían hablado sobre su mordisco y nuestras reacciones. Aun así, Gabriel quiso añadir algo al respecto para dejarnos claro que no quería reprocharnos nada con relación a lo que había ocurrido minutos antes.

—Creo que a los vampiros les gusta morder, no porque sea una manera de chupar la sangre de sus víctimas, sino porque hay algo sexual en ello —comenzó diciendo—. Esto que acabo de decir se ve claramente en el
Drácula
inglés.

—¿En el de Terence Fisher? —preguntó Arisa.

—Sí, en ese, y además creo que en
El baile de los vampiros
también se ve esto —siguió explicando Gabriel—. Las víctimas de los vampiros no parecen sufrir cuando son mordidas y, en algunos casos, parece que disfrutan.

—Como la pelirroja de
Drácula
de Bram Stoker —dije yo para que quedara claro que no me sentía aludido por ese comentario de Gabriel.

—Sí, Abel, como la pelirroja de esa película —dijo Gabriel, pero utilizando un tono de «aceptamos barco como animal acuático»—. El mordisco tiene su importancia porque de no ser así, los vampiros utilizarían objetos para provocar las heridas, como punzones o cuchillas.

—Ya, pero no podemos descartar que el mordisco sea parte de un ritual —apuntó Arisa—. Los vampiros, y ahora lo voy a apuntar en la pizarra, convierten a humanos en sus semejantes después de morderlos.

—¿Quieres decir que no basta con beberse su sangre? —preguntó Gabriel.

—No lo sé, puede que sí o puede que no —contestó Arisa—, pero no limitaría el mordisco a un tema solamente sexual.

¡Ah, de eso habían hablado los dos cuando yo no estaba! Llevaban tres días juntos y ya estaban poniendo las bases para un divorcio antes de casarse. Vale, sí, Gabriel tenía razón, fue algo sexual, muy sexual, espectacularmente sexual, y eso que Arisa no era un vampiro de verdad. Eso sí, no hubo ningún tipo de maldad en lo que había pasado, simplemente no pude retirar el dedo, de la misma manera que ella no pudo dejar de morderme. Cosas que pasan.

—Bueno, continuemos —dijo Arisa para que el tema del mordisco no fuera a mayores—. ¿Qué más se os ocurre?

—Los vampiros pueden transformarse en animales, en niebla, en todo lo que quieran —señalé yo.

—Yo creo que no, es algo absurdo —dijo Gabriel—. Los vampiros sufren mutaciones físicas cuando van a atacar a alguien o cuando se cabrean. Eso lo sabemos por experiencia propia, cuando nos topamos con Julia Hertz, pero no creo que se transformen en nada porque son seres físicos.

—Bien, descartamos entonces lo de las metamorfosis, pero apunto lo de la mutación parcial —dijo Arisa—. A mí me gustaría que comentásemos un momento el tema de los crucifijos y el agua bendita. ¿Creéis que son armas que podemos utilizar?

—Creo que para utilizarlas, deberíamos hacerlo con fe —dijo Gabriel— No creo que sean armas por sí mismas, sino que lo son en el modo que las utilicemos. Mirad, en
Drácula
de Bram Stoker parece que no acaba de funcionar el tema de la cruz, pero en el inglés sí. Supongo que depende de quién y por qué utilice las creencias religiosas para enfrentarse a un vampiro.

—Yo creo que el tema religioso viene porque Bram Stoker era cristiano y quería enfrentar a Dios contra un ser maligno y demoníaco como Drácula —dijo Arisa—, pero un objeto sagrado solamente lo es si ha de cumplir una función ritual y en nuestro caso no creo que funcionara.

—Además, ¿qué pasa si el vampiro es ateo? —pregunté yo—. O si el vampiro no es cristiano. Yo soy cristiano y si fuera vampiro tal vez me afectaría la cruz, pero… ¿Tú eres cristiana, Arisa?

—No, yo soy budista —me contestó.

—Pues eso, a ti la cruz te debería dar igual —dije—. ¿Contigo qué funcionaría, enseñarte al tipo gordo sonriente que tenéis como Dios?

—No, capullo, en mi caso funcionaría una foto de tu culo —contestó Arisa muy enfadada—. Pero ¿tú de dónde sales?

—Yo soy medio judío, por mi madre, pero en mi casa no hemos sido nunca religiosos —dijo Gabriel—. Yo no descartaría el tema de los elementos religiosos como arma contra los vampiros, pero creo que en nuestro caso no funcionaría porque veo que no tenemos mucha fe, y basarnos en algo en lo que parece que no acabamos de creer puede ser contraproducente.

—Vale, por si acaso no tendremos en cuenta las cruces y el agua bendita —dijo Arisa—. Centrémonos entonces en lo que sí podemos utilizar para matarlos.

—Bien, está clarísimo que las mejores armas son la estaca de madera y la luz del sol —dije yo—. Es algo que sale en casi todas la películas.

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