—Tom, mi madre no murió cuando tú crees que lo hizo —empezó diciendo Gabriel—. Ni siquiera está enterrada en Ithaca. Abel y yo desenterramos su ataúd y estaba vacío.
—¿No murió en un accidente? —preguntó sorprendido Tom.
—No, ellos la mataron. Yo la vi, hace siete años, cuando un vampiro la estaba obligando a entrar en El Año del Dragón. Puede que debido a lo de la novela y a las investigaciones de mi padre esos tipos la secuestrasen para evitar que mi padre abriera la boca y luego la mataron.
—¿Crees que está en la fosa del sótano del restaurante?
—Estoy seguro de que está allí. Yo vi cómo la obligaban a entrar, y después de oír lo que has contado, creo que mi padre quiso evitar que nos pasara lo mismo que a ella y buscó la manera de protegerme.
Gabriel le contó entonces lo de su esquizofrenia falsa y sus constantes entradas y salidas del sanatorio. No le contó que había visto a Helen Shine cuando era un crío de seis o siete años porque consideró que no era relevante, pues todo hacía indicar, como el mismo Gabriel nos había explicado antes, que simplemente eran los deseos de un niño que creía haber perdido a su madre o una extraña conexión con ella. Después de hablar con Tom, la historia que estábamos protagonizando sin quererlo se podía resumir fácilmente y ligando casi todos los cabos.
Helen Shine llama a su marido una noche porque ha entrado un cadáver que parece haber sido víctima de un extraño asesinato. Es el cadáver de una joven llamada Julia Hertz y en su cuerpo aparecen marcas de mordiscos en el cuello y una ingle. Elijah Shine y Tom Braker van al depósito y cuando Helen Shine está a punto de iniciar la autopsia, la joven resucita. No está aparentemente muerta, pero tiene pocas pulsaciones y su temperatura es extremadamente baja. No está muerta, pero debería estarlo. Elijah Shine sostiene que esa chica es una vampiro y su mujer no le toma en serio, por lo que él la acaba engañando, secuestra a la muerta viviente y ordena a Tom Braker que la lleve a Ithaca y la acomode en el sótano de la cabaña que los Shine tienen allí. Al día siguiente se presenta en la cabaña Elijah Shine acompañado por dos expertos en literatura fantástica y del romanticismo, Heathcliff Higgins y Helmut Martin. Le hacen pruebas a Julia Hertz basándose en los conocimientos que tienen sobre el mundo de los vampiros, y tras darse cuenta de que quizá están perdiendo el tiempo, deciden llevar a la muchacha de nuevo a Nueva York y dejarla en un hospital. Esa misma noche, Julia Hertz toma conciencia de su nueva naturaleza y ataca a Helmut Martin, convirtiéndole en vampiro. Ambos regresan esa noche a Nueva York, en el coche de Heathcliff Higgins, y encuentran a un vampiro que los acomoda en la sala de los nichos de El Año del Dragón. Aunque en principio no les deberían dejar quedarse en la ciudad, al final consiguen que los desterrados sean los dos vampiros que atacaron a Julia Hertz. Mientras sucede eso, Elijah Shine y Tom Braker comienzan a investigar el caso de los supuestos vampiros. Después de un año documentándose sobre el mundo de los vampiros, los dos investigadores entran en el restaurante chino abandonado y encuentran a siete vampiros durmiendo en los nichos. Regresan al día siguiente para tomar pruebas gráficas del lugar y se encuentran con Julia Hertz y Helmut Martin quienes, después de explicarles lo que les había ocurrido, intentan matarlos, pero Elijah Shine y Tom Braker consiguen huir. Elijah Shine sigue con sus investigaciones y escribe una novela que enseña a Tom Braker y a Heathcliff Higgins y este, por las razones que sean, se va de Nueva York y se esconde en el condado de Macon. Los vampiros se enteran de que Elijah Shine quiere publicar la novela y secuestran a su mujer, obligándole a fingir la muerte de ella. Pasan los años y Gabriel, por azar, descubre que su madre está viva, aunque él no sabe que esa noche los vampiros van a matarla. Muerta de verdad su mujer, Elijah Shine decide hacer todo lo posible para proteger a su hijo, haciéndole creer que padece esquizofrenia y aceptando montar el seminario de
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para controlar futuras publicaciones que pudieran poner en peligro a los vampiros haciendo sospechar a la gente que existen realmente. Arisa Imai y yo nos inscribimos en el seminario y conocemos a Gabriel Shine. Por una serie de causalidades Gabriel Shine y yo descubrimos lo que hay en el sótano de El Año del Dragón. Los vampiros deciden venir a Ithaca para matarnos. Nos escondemos y los vampiros, entre los que se encuentra Helmut Martin, secuestran a Elijah Shine.
Este era el resumen de nuestra historia, uniendo lo que Tom sabía y lo que nosotros habíamos vivido en primera persona. Ahora solamente faltaba saber qué hacer a continuación.
—¿Qué os dijo tu padre que hicierais si a él le pasaba algo? —preguntó Tom a Gabriel.
—Me dio dinero y documentos falsos para que huyéramos a Canadá, y dijo que si no nos llamaba al día siguiente, yo fuera a buscarte y Arisa y Abel regresaran a casa y explicaran lo sucedido —contestó Gabriel—, pero los vampiros fueron a casa de Abel a buscarle y ya no me parece una buena idea.
—Además, no creo que mi padre me creyese si le contaba lo sucedido —dije yo.
—Ni el mío tampoco —añadió Arisa.
—Está claro que tarde o temprano os encontrarán —señaló Tom—. Lo mejor sería adelantarse a ellos de alguna manera.
—¿Cómo se supone que nos podemos adelantar? —preguntó Gabriel a Tom.
—Lo único que se me ocurre es que hagáis lo que en un principio teníamos pensado hacer Elijah y yo, conseguir pruebas de que ellos existen. Incluso pruebas de que han secuestrado a tu padre.
—¿Volver al restaurante chino? —pregunté yo.
—Es una posibilidad, pero quizá sea demasiado arriesgado —contestó Tom—. Gabriel, ¿tu padre aparte de dinero y documentos falsos te dejó algo más, algún tipo de prueba que podamos utilizar?
—Sí, me dejó una carpeta con documentos —dijo Gabriel—. La tengo en la habitación, ahora mismo la traigo.
Gabriel se fue a nuestra habitación y pocos minutos después bajó con una carpeta en la que había un listado con los alumnos que habían participado en los seminarios de
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, una hoja con tres nombres y direcciones y un mapamundi que parecía estar allí por error, ya que no había nada escrito en él.
—Lo del mapa no sé lo que puede ser —dijo Tom—, pero aquí tenéis algo con lo que comenzar a investigar. Quizá algún antiguo alumno de los seminarios os pueda dar información, y esos tres nombres os pueden llevar al lugar en el que está Elijah o encontrar otro tipo de pruebas. Yo empezaría por investigar esos nombres y me pondría en contacto con la gente de la lista de alumnos. Sí con eso encontráis pruebas suficientes para presentar el caso a los padres de Arisa y Abel, ganaréis mucho.
—Me parece que es lo mejor que podemos hacer —dijo Gabriel—. Mañana mismo nos pondremos manos a la obra.
—Muy bien. Yo os voy a dejar ahora —dijo Tom—, pero ya sabéis que si tenéis alguna urgencia debéis poneros en contacto conmigo a través de Peter. Por si acaso, dadme algún número de teléfono para ponerme yo en contacto con vosotros por si ocurre algo o me entero de cualquier cosa que os pueda interesar.
Arisa y yo le dimos nuestros números de móvil y Tom se despidió de nosotros deseándonos buena suerte. Ahora estábamos solos: la japonesa pedante, el ex esquizofrénico y el
pringao
que no las veía venir. ¡Vaya equipo! Lo único que podíamos hacer era dejarnos llevar por la situación y seguir con el plan que acabábamos de diseñar, conseguir pruebas para poder contar nuestra historia sin que nos tomaran por unos bromistas sin gracia o unos locos sin peligro. Gabriel, por edad y por ser el que estaba más implicado en el asunto, se propuso a sí mismo como jefe del grupo para esta nueva etapa de nuestra aventura vampiril.
Como a Arisa y a mí nos pareció perfecto, él comenzó su jefatura repartiendo tareas. Lo primero que íbamos a hacer era conseguir un coche nuevo; para ello iríamos a ver a Peter a fin de que nos indicara dónde adquirirlo. Aprovechando ese viaje, yo me quedaría en la estación de servicio e intentaría ponerme en contacto con los antiguos alumnos del seminario, llamando a los teléfonos que aparecían en la lista. En esa lista había dieciocho nombres, contándonos a mí y a Arisa, así que eran dieciséis personas a las que tenía que llamar. Tenía que llamar desde la estación de servicio porque la casa de los padres de Tom no tenía teléfono y mi móvil no era de contrato, por lo que seguramente me iba a quedar sin saldo a la cuarta o quinta llamada. Llamaría desde algún fijo de Peter y ya le abonaríamos de alguna manera las llamadas. Arisa y Gabriel irían, mientras tanto, a por el coche nuevo, y si les daba tiempo aprovecharían la mañana para ir a alguna biblioteca desde donde buscar información en internet sobre los tres nombres que aparecían en aquella hoja suelta de la carpeta que le había dado a su hijo el señor Shine. Estos nombres eran: Samuel Hide, Gregor Strasser y Donald Troughton. Después nos volveríamos a reunir para comer en algún lugar de Congers y con la información que tuviéramos trazaríamos un nuevo plan de actuación.
—En principio, me parece bien —dije yo—; la única pega es que no quiero ser el único que conduzca.
—Bueno, como hoy mismo he decidido dejar de medicarme —dijo Gabriel—, definitivamente yo también puedo conducir ya con mi permiso falso.
—Yo no os he dicho nada, pero resulta que también sé conducir —comentó Arisa.
—¿Por qué no lo has dicho antes? —preguntó Gabriel.
—Pues porque no lo habéis preguntado y hasta ahora no lo he visto como algo vital —contestó Arisa—, pero creo que si hay dinero de sobra, a lo mejor podríamos comprar dos coches en vez de uno.
—¿Por qué dos? —pregunté yo.
—Si tenemos que hacer de investigadores, creo que podría ser útil formar dos equipos para hacer seguimientos o lo que haga falta —explicó Arisa—. Si, por ejemplo, hemos de vigilar o seguir a los tres tipos de la lista con dos coches podríamos ganar tiempo; dividiéndonos en dos grupos, como os digo, podríamos vigilar a dos tipos al mismo tiempo.
—No creo que el dinero sea problema —apuntó Gabriel—, y tu idea me parece muy buena, Arisa. Además podríamos comprar un par de cámaras de fotos y de vídeo, algo sencillo, pero que nos sirva. También me compraré un móvil para mí porque no puedo estar sin teléfono.
—¿Por qué no tienes móvil? —pregunté yo.
—En el sanatorio no me dejaban tenerlo y en casa no me servía para nada —contestó Gabriel—, pero ahora debemos estar los tres localizables en todo momento.
—Bien, entonces dos coches, dos cámaras de vídeo, un móvil… —empezó a enumerar Arisa.
—Y dos cámaras de fotos —apunté yo.
—No, con una que compremos nos sobra, yo tengo una que va muy bien —dijo Arisa.
—Pues eso es todo, mañana por la mañana empezaremos la investigación y Dios quiera que tengamos suerte —dijo Gabriel—. Ahora a dormir, que tenemos que estar descansados para los que nos espera mañana.
No sé si eso de ir a dormir era una orden, pero de todas maneras la cumplí, ya que estaba muerto de sueño.
Una vez en la habitación, Gabriel y yo tuvimos una pequeña discusión sobre quién escogía el lado de la cama que quería para dormir. Ambos preferíamos el izquierdo, y Gabriel dijo que él se lo quedaba porque lo había dicho primero y yo se lo rebatí diciéndole que eso no era cierto, ya que ninguno de los dos había comentado con anterioridad que quería dormir en ese lado de la cama. Entonces Gabriel dijo que de todas maneras se lo quedaba él porque aunque no lo hubiera dicho, sí lo había pensado. Le dije que a lo mejor yo lo había pensado antes y empezó la fase más idiota de la discusión.
—Pues yo lo he pensado justo al entrar esta tarde en la habitación —dijo Gabriel.
—¿Ah, sí? Pues yo cuando estábamos en la estación de servicio de Peter —repliqué yo.
—Eso no me lo creo, ya que entonces no sabías que íbamos a compartir cama.
—No lo sabía, pero pensé que si tuviera que compartir la cama con alguien en la casa de Tom, esperaba que fuera con Arisa y que me pediría el lado izquierdo de la cama.
—Pues mira, majo, yo también pensaba compartir la cama con Arisa y pedirme el lado izquierdo.
—¿Cuándo, en la estación de servicio?
—No, en Ithaca, un día de esos que fuimos a bañarnos al lago. Me puse algo tonto y se me pasó por la cabeza que no estaría mal compartir un día cama con ella.
—Ya, pero no para dormir, eso no vale.
—Para dormir también.
—Pues seguro que a mí se me ocurrió antes, porque yo la vi primero.
—Pero a ti no se te podía ocurrir porque seguramente tu cerebro sería consciente de que una chica como ella no se liaría con un niñato sureño.
—Eso habría que comprobarlo, pero hasta entonces lo que cuenta es que yo la vi primero, así que me quedo con el lado izquierdo de la cama.
—Ya, pero tú la viste primero porque te inscribiste en un seminario que daba mi padre.
—¡Vaya seminario! Una trampa mortal. Joder, casi me matan tres veces por el seminario de tu padre.
—Eso no tiene nada que ver en esta discusión.
—Claro que tiene que ver.
—No, lo de los vampiros son daños colaterales, no vale. Has conocido a Arisa gracias a mi padre, por lo tanto es un punto para mí y me quedo con el lado izquierdo de la cama.
—Pues no me parece bien.
—Pues me da igual que no te parezca bien. Además, soy mayor que tú y tu jefe nombrado por aclamación popular.
—Por aclamación popular de dos personas.
—El ciento por ciento de los que podían aclamar.
Al final tuve que rendirme y cederle el lado izquierdo de la cama. El problema es que a la hora de acostarnos, nos pusimos los dos en el derecho y yo me quedé a cuadros. Resulta que eso del lado de la cama depende del punto de vista. Mi lado izquierdo era su lado derecho, ya que yo me refería a la izquierda de la cama estando yo tumbado boca arriba y él al lado izquierdo mirando la cama desde los pies. Fue una discusión estúpida, pero al menos supe que a Gabriel le gustaba un poco Arisa, si no me había engañado con eso del día tonto en el lago Cayuga. A mí también me gustaba Arisa, pero aparte de no poder dejar de pensar en Mary, el hecho de que un grupo de vampiros quisieran liquidarme hacía que tuviera otras necesidades vitales más importantes que el sexo. Tenía dieciocho años y se supone que debería estar más tonto por las tías que nunca, pero es que mi prioridad entonces era llegar a los diecinueve, cosa que no estaba seguro de lograr. No se puede tener sexo después de muerto. Bueno, quizá si eres vampiro sí.