George se sintió muy dolido por la negativa de Percy, pero por otro lado pensó que quizá el hecho de que aquel libro jamás fuese publicado calmaría al vampiro y no cumpliría su amenaza de matarle a él y a su amigo. Se equivocaba. Percy Shelley apareció ahogado cerca de la ciudad italiana de Lerici, tras naufragar su velero sin causa aparente, el 8 de julio de 1822. El cuerpo fue incinerado en una playa de esa misma costa. Su corazón le fue extraído, antes de la incineración del cadáver, y sepultado en Inglaterra, siguiendo los deseos del propio Percy. Su viuda, en una carta que envió a George comunicándole el trágico suceso, le dijo que no recordaba que su esposo deseara que le incinerasen en una playa perdida del Mediterráneo ni que le extrajesen el corazón. Lord Byron, al leer aquella carta, entendió que Percy también había muerto a manos de August Devrall: Percy había naufragado en un día soleado y con el mar en calma, su cuerpo había sido incinerado para borrar las pistas del asesinato del vampiro y el hecho de extraerle el corazón era un macabro mensaje dirigido a lord Byron.
El asesinato de Percy Shelley hundió irremediablemente a George en la más profunda de las tristezas. La muerte y la desgracia se habían instalado en su vida y en la de los que le rodeaban desde aquella noche en la que conoció a Helen. El vampiro había vencido; era un ser maligno y poderoso y él un simple poeta. La palabra no puede vencer a la muerte; jamás lo ha hecho y jamás lo hará. Lo único que podía hacer George era evitar morir a manos del vampiro, evitar que se regocijara bebiendo su sangre. Su muerte debería ser noble y heroica, como un sacrificio postrero por todos aquellos que habían muerto en manos de aquel ser maligno. Un sacrificio que sirviera para redimir su alma, eso fue lo que empezó a anhelar George tras leer la carta de Mary Shelley. Grecia le daría esa oportunidad.
Un año después de la muerte de Percy Shelley, George entró a formar parte del Comité de Londres para la Independencia de Grecia. Los griegos se habían levantado en armas contra el Imperio otomano y lord Byron decidió apoyar a su Hélade soñada. Su lucha a favor de la libertad de los griegos no se limitó a artículos y discursos en la confortable Londres, sino que él mismo, a bordo de la goleta Hércules, viajó a Grecia para luchar codo con codo junto a aquellos valerosos rebeldes. No había muerte más noble y heroica que aquella que se daba a cambio de liberar de la esclavitud a los oprimidos. Teniendo siempre presentes a aquellos inocentes asesinados por el vampiro, lord Byron luchó con fiereza al lado de los bandidos de Soulitas contra los turcos. Los griegos elevaron a George al Olimpo de los héroes, pues jamás habían conocido a un ser que se enfrentara diariamente a la muerte con tanto descaro. Cuando quienes combatían junto a él le preguntaban si no temía morir, él contestaba diciendo: «Morir luchando con el alma no es morir, es la mejor manera de alcanzar la inmortalidad». Sus hazañas llegaron a oídos del príncipe Alejandro, el líder de los rebeldes, y este pidió a George que luchara a su lado en la que iba a ser la batalla más importante de todas las celebradas hasta aquel momento en la guerra, la batalla de Missolonghi. George aceptó entusiasmado; tenía ganas de ponerse al frente de las tropas que el príncipe le asignara lo antes posible. Con ese ánimo viajó a Missolonghi, pero la misma noche en la que llegó a la ciudad, sufrió un ataque epiléptico, producido quizá por el cansancio acumulado por los meses de lucha sin tregua a la que había sometido su cuerpo desde su llegada a Grecia. Casi totalmente inconsciente, fue trasladado a un pequeño palacete de la villa, acompañado por el propio príncipe Alejandro.
A la mañana siguiente, el estado de salud de George empeoró, y la fiebre se convirtió en el síntoma principal de una dolencia a la que los médicos del príncipe Alejandro no sabían encontrar remedio. La muerte del nuevo héroe de los griegos parecía inminente y nadie confiaba en que George volviera a ver el amanecer. El príncipe Alejandro estaba destrozado, ya que sentía un gran aprecio por aquel inglés venido de la otra punta de Europa para defender su causa. También preocupaba al príncipe que sus tropas vieran la muerte de lord Byron como un revés de la fortuna y que fueran al campo de batalla con el ánimo decaído. Estando el príncipe absorto en estos pensamientos, llegó al palacete la noticia de que acababa de llegar a Missolonghi un médico inglés. El príncipe pensó que ese médico quizá podría tener éxito donde sus galenos habían fracasado y por esa razón hizo que lo llevaran a su presencia. Después de hablar con él durante un par de minutos, el príncipe Alejandro lo acompañó hasta la habitación en la que se hallaba el moribundo George. Este, al ver entrar al médico, comenzó a gritar, pidiendo al príncipe que matara a ese hombre. El príncipe se dio cuenta de que lord Byron empezaba a agonizar y de que su agonía se manifestaba con esa absurda petición. El médico pidió al príncipe que le dejara a solas con el enfermo, y aseguró que intentaría hacer todo lo posible por salvarle la vida, pero que no podía prometer nada. El príncipe abandonó la habitación y dio órdenes a sus hombres de que no entraran en ella a no ser que el médico lo solicitase. Al ver que el príncipe le dejaba a solas con el médico, George comenzó a llorar de impotencia. Había viajado a Grecia para morir por todas las batallas que había perdido al enfrentarse a aquel vampiro y ni siquiera Dios le había dado esa última oportunidad de redimirse. Las lágrimas ya no le permitían ver el rostro del médico cuando este se acercó para susurrarle al oído:
—Ya ve, mi querido lord Byron —dijo August Devrall—, de camino a Esmirna, donde dejé algunos asuntos pendientes, el diablo me ha dado la oportunidad de probar su sangre. Espero que me produzca tanto placer como la que me proporcionó la de la dulce Helen.
JUAN IGNACIO CARRASCO ROIG (Peñíscola, 1973), es licenciado en Ciencias de la Comunicación y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona. Se ha dedicado al cine desde el punto de vista periodístico, tanto en prensa, radio como en televisión, y ha sido director del Festival Internacional de Cine de Peñíscola (2007), certamen que fue galardonado con el premio Expocine, por la promoción de séptimo arte en el ámbito local.
En 2010 publicó su primer libro,
Entre nosotros
, una novela enmarcada dentro del género de terror.