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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

Entre nosotros (13 page)

BOOK: Entre nosotros
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—Pues te juro, hija mía, que si me dieran a elegir entre impartir este seminario y que una tarántula infectada de gonorrea pusiera sus huevos en mi oído, preferiría esta segunda opción.

Los dos comenzaron a reírse como posesos. Aquella misma mañana se odiaban a muerte y ahora parecían colegas de juergas californianas de actores de capa caída y cantantes femeninas que ya no saben qué estupidez hacer para llamar la atención.

—Solamente me interesa el seminario para conseguir una beca y poder empezar mi doctorado. —En realidad dijo
drotado
, pero era evidente a qué se refería Arisa—. El inútil de mi hermano se ha quedado con todo mi dinero y creo que mi padre me odia.

—No te preocupes, hija —dijo el señor Shine—, si necesitas un certificado o algo así para tu beca, yo te lo daré. ¿Y no te interesa ser escritora?

—No, no me interesa en absoluto. Hasta creo que empiezo a odiarlo. No, lo que yo quiero es ser profesora, dar clases, dirigir investigaciones, suspender a mucha gente —contestó Arisa.

—¡Perfecto! Me alegro, de verdad que me alegro mucho —dijo el señor Shine—. Y tú, Abel, ¿tampoco quieres ser escritor?

—No, señor Shine, yo he nacido para regentar una ferretería —le contesté.

—¡Perfecto! —repitió el señor Shine—. Esto hay que celebrarlo.

Volvió a llenar su copa, la de Arisa y la mía y nos invitó a brindar por la cándida adolescencia. Yo bebí un pequeño sorbo solamente porque no sabía muy bien qué estábamos celebrando. Era evidente que Arisa y el señor Shine llevaban un pedal del quince y medio y no sabían muy bien lo que estaban diciendo. No sería de extrañar que a la mañana siguiente se sintieran avergonzados del numerito que estaban montando. Al parecer a la gente que se emborracha le suele pasar eso. En la película favorita de Mary,
Jerry Maguire
, Tom Cruise, completamente borracho, le toca un pecho a Renée Zellweger y al hacerlo dice que vislumbra la vergüenza que sentirá a la mañana siguiente. La segunda vez que vi la película fue en casa de Mary y a mí se me ocurrió imitar a Cruise cuando veíamos esa escena. Me dio una bofetada. No fue porque le molestara que hubiese aprovechado la ocasión para sobarla un poco, sino porque me había equivocado de teta. Mary era fan de Renée Zellweger porque se parecía mucho a ella, sobre todo en
Jerry Maguire
; por suerte no en
El diario de Bridget Jones
. Vaya mierda de película, por cierto. «Estoy gorda, uso bragas grandes, salgo con un gilipollas y me acuesto con otro más gilipollas aún, hago el ridículo siempre», todo el rato así, como si fuese una película de vampiros de Nueva Orleans, pero sin mordiscos.

El señor Shine después de, al parecer, librarse del seminario, nos preguntó por qué habíamos escrito aquellos relatos de vampiros. Arisa le explicó lo de aquel curso de novela histórica que me había contado en biquini y, tal vez el alcohol ya hablaba por ella, aprovechó la ocasión para confesar su copia de la abadía con eco. El señor Shine dijo que no se había dado cuenta y que de todas maneras no tenía ninguna importancia y que muchos escritores hacen cosas similares. Aplaudió su sinceridad y prometió, sin que nadie se lo pidiera, que guardaría el secreto.

—Abel, ¿tú por qué escribiste
El juramento
si tampoco quieres ser escritor? —me preguntó el señor Shine cuando me llegó mi turno de sincerarme.

—Fue un encargo de mi tutor, el señor Higgins —contesté.

—¿Higgins? ¿Heathcliff Higgins?

—Sí, ese mismo. ¿Le conoce?

—No, he oído hablar de él a alguien, pero no le conozco personalmente.

Supongo que el señor Shine había oído hablar de Higgins a algún tipo de
Circle Books
, después de que llegara mi relato a la editorial o aunque también podía ser que conociese al amigo neoyorquino de mi tutor. En realidad me daba igual saberlo o no porque lo importante era que el seminario estaba finiquitado y yo me iba a librar de ser escritor. El señor Shine me preguntó si yo quería también un certificado de asistencia y le dije que me daba igual, aunque tal vez me sirviera para algo que en aquel momento no se me ocurría. Seguimos hablando durante un rato sobre nuestros relatos, el seminario y sobre por qué no queríamos ser escritores hasta que Arisa cambió inesperadamente de tema.

—Señor Shine, ¿Gabriel tiene novia?

—No, hija, creo que no.

—¡Perfecto! —contestó Arisa, repitiendo la exclamación estrella de la noche, y llenó su copa, la del señor Shine y la mía, aunque en esta ocasión no bebí nada porque consideré que eso de que Gabriel no tuviera novia no era un motivo de celebración.

Arisa desayunó a la mañana siguiente con gafas del sol y me rogó que de hablar, lo hiciera en voz baja. Ella y el señor Shine solo desayunaron café, mucho café. Aquella mañana también nos acompañó Gabriel, quien nada más entrar en la cocina dijo que había dormido como un tronco encima de un tronco. Durante el desayuno Arisa volvió a sacar el tema de nuestro escaso interés por el seminario con la intención de comprobar si lo dicho la noche anterior por el señor Shine seguía en pie o si, por el contrario, había sido el alcohol y no él quien había decidido cargarse aquel suplicio literario. El señor Shine dijo que ya había firmado nuestros certificados de asistencia, pero que antes de dárnoslos debíamos aceptar una serie de condiciones.

—Debéis firmar este documento y yo os entregaré los certificados —nos dijo el señor Shine mostrándonos un papel que sacó de su escritorio, una vez que los tres nos reunimos en su despacho.

—¿De qué se trata? —preguntó Arisa.

—Es una cesión de los derechos de tu novela y del relato de Abel. Al firmar os comprometéis a no publicarlos en otro sello editorial que no sea
Circle Books
. Me dijisteis que no queríais ser escritores, ¿verdad?

—Y es cierto, en principio —contestó Arisa.

—Ya, en principio, pero nunca se sabe —dijo el señor Shine—. Por eso, por si os interesa algún día publicar lo que habéis escrito, deberá ser en
Circle Books
.

—¿Y si queremos escribir otra cosa? —preguntó Arisa—. A mí la novela no me gusta, pero sí quiero escribir ensayos.

—Entonces, y ahí lo podrás leer,
Circle Books
, tendrá derecho a tanteo. Es decir, ellos te harán una oferta y si no es mejorada por otra editorial, deberás vendérsela a
Circle
.

—No pinta mal. De todas maneras no se rompe el vínculo con
Circle Books
—dijo Arisa con cierto entusiasmo.

A mí me daban igual esas cláusulas, no tenía ni la más remota intención de volver a escribir algo en mi vida que tuviera más de dos líneas, pero supongo que a Arisa la oportunidad de poder publicar obras aburridas de historia le interesaba y mucho. Los dos firmamos finalmente el compromiso con
Circle Books
y recibimos nuestros certificados. El seminario había muerto, pero según el señor Shine quedaba por resolver un pequeño problemilla.

—Mirad, en realidad lo que habéis firmado tiene fecha de cinco de agosto, pues es la fecha oficial de finalización del seminario —dijo el señor Shine—. Eso quiere decir que deberéis permanecer aquí hasta entonces.

—¿Por qué? —pregunté yo.

—Pues porque un día puede aparecer alguien de
Circle Books
y si descubre que no estás te pueden anular el certificado y a mí me meterías en un lío.

—Por mí no hay ningún problema —dijo Arisa—. Aprovecharé el tiempo para hacer el trabajo que me piden también para la beca. He de hacer un trabajo relacionado con este seminario y que tenga que ver con la historia. La pega es que ni siquiera he empezado y no tengo muy claro cómo enfocar este trabajo.

—Si quieres yo te puedo echar una mano en eso —dijo el señor Shine—. Podemos aprovechar las horas matinales que habíamos previsto para el seminario.

—Gracias, suena genial —dijo Arisa—. Muchas gracias.

Para mí tampoco suponía un problema quedarme, ya que no le hacía falta a mi padre en la ferretería. Me iba a tomar ese mes que tenía por delante en Ithaca como unas vacaciones muy bien pagadas, en un lugar paradisíaco lejos de cualquier paraíso para turistas y compartiendo el tiempo con dos personas, Arisa y Gabriel, a las que había empezado a coger cariño. Es decir, no es que quedarme un mes más allí no fuera un problema, es que casi era una bendición.

Los días que siguieron al final vinícola del seminario fueron posiblemente los más agradables de mi vida. Gabriel y yo dedicábamos las mañanas a dibujar, mientras su padre y Arisa trabajaban en el despacho. Las tardes las dedicábamos a bañarnos en el lago —me compré tres bañadores, uno que hacía juego con el biquini de Arisa— o a hacer excursiones por los alrededores. Después de cenar solíamos pasarnos horas y horas en el porche charlando, contando historias y anécdotas y riéndonos, riéndonos mucho; sobre todo los dos fans del vino tinto. Disfrutaba muchísimo de todo lo que hacía, incluso disfrutaba de no hacer nada. Me encantaba ver que mis nuevos amigos se divertían conmigo y la diferencia de edad no se notaba en absoluto. Aunque también es cierto que el hecho de que Arisa y Gabriel solamente se llevaran un año de diferencia, puede que incluso menos, hacía que ellos se entendieran mejor entre sí que conmigo, pero en ningún momento, como digo, me hicieron sentir fuera de lugar. Gabriel me trataba a veces como el hermano pequeño que nunca tuvo, dándome consejos que nunca le pedía, pero que me gustaba recibir. En cuanto a Arisa, cada día que pasaba me parecía más encantadora. Quizá la palabra encantadora se queda muy corta, ya que en muchas ocasiones Arisa me hacía dudar sobre si Mary Quant debía ser la dueña y señora del cien por cien de mi corazón. Incluso me hacía dudar de que la frase «hay muchos peces en el mar» fuera errónea. La pega es que todo lo bueno, no sé por qué, pero un día se acaba y además lo hace a lo grande, dándole la vuelta a la tortilla, convirtiendo tu felicidad en preocupación y tu calma en tormenta. Lo curioso es que esa tormenta metafórica de la que hablo fue también real en nuestro caso. Llegó la tormenta y arrasó con aquellos maravillosos días de verano e indirectamente nos llevó a un lugar que jamás habríamos creído que existiera.

Teníamos la intención de cruzar la frontera para visitar a nuestros amigos canadienses. Un viaje relámpago después de comer para que yo tuviera el supuesto placer de volver a casa con tierra extranjera en mis zapatos. Jamás había salido en mi vida de Tennessee y ese verano no solamente iba a viajar a otro estado, sino que iba a visitar otro país. Vale que Canadá no es gran cosa, nadie se mata por ir allí, pero no deja de ser extranjero y en principio esa era la gracia del viaje. Estábamos a punto de salir rumbo al país de los cabezas partidas, cuando el tiempo cambió rápidamente. Como surgidos de la profundidad del Cayuga, en pocos minutos nubarrones negros cubrieron la casa de los Shine y todo el paisaje que desde allí se podía contemplar. Viento, lluvia, rayos y truenos nos obligaron a guarecernos en la casa y dejar Canadá para una mejor ocasión. Aquella tormenta era un espectáculo de la naturaleza provisto de gran belleza, no como un atardecer en el lago Cayuga con una estudiante de Harvard al lado, pero casi. Gabriel, Arisa y yo subimos a la buhardilla, pues desde su ventana podíamos tener una visión panorámica de la mayor parte de un lago que se había convertido en un mar embravecido. Gabriel cogió su bloc porque dijo que aquello debía ser inmortalizado, pero ni siquiera pudo dibujar ni una sola línea, ya que un rayo cayó en un árbol cercano y arrancó una rama de este con tal violencia que la lanzó contra la ventana en la que nos encontrábamos. El cristal de la ventana explotó en varios pedazos, alcanzado uno de estos a Arisa y produciéndole un corte en la mano derecha. Arisa salió corriendo en busca del señor Shine para que le curase la herida mientras Gabriel y yo cerrábamos las contraventanas.

—Vaya desastre —dijo Gabriel, contemplando los cristales rotos esparcidos por toda su habitación—. Mañana llamaremos a alguien para que arregle este estropicio.

—Si quieres puedo hacerlo yo —le propuse.

—¿Sabes arreglar ventanas?

—No soy un experto, pero soy algo mañoso y me he pasado toda la vida en una ferretería.

—Da igual, Abel, ya llamaremos a algún cristalero de Ithaca.

—No por favor, déjame hacerlo a mí. Será como pagarte por tus clases de dibujo y, además, si me ayudas te puedo enseñar algo de bricolaje.

Gabriel aceptó el ofrecimiento y a la mañana siguiente llamé a mi padre para explicarle lo sucedido con la intención de que me diera un par de instrucciones rápidas. Aparte de explicarme lo que debía hacer con la puñetera ventana rota, me dictó la lista de herramientas que necesitaría para llevar a buen término la reparación. Le enseñé el listado al señor Shine y me dijo que había tres o cuatro cosas de la lista que no tenía y me pidió que fuese a comprarlas a Young’s, una ferretería que se encontraba al otro extremo de Ithaca y que, aparte de las herramientas que necesitaba, podía suministrarme también los vidrios que debía cambiar. El señor Shine me dio las llaves de su todoterreno y Gabriel se ofreció a acompañarme a Young’s como guía copiloto, pues él no tenía carnet debido a que se lo habían retirado porque su medicación provocaba somnolencia.

En menos de veinte minutos llegamos a Young’s, una ferretería que podía ser considerada la hermana mayor de la Young de mi padre, ya que por tamaño era unas treinta veces más grande. Nada más entrar me di cuenta de que aquello era otro mundo, un mundo que mi padre jamás habría podido imaginar. Decidí fijarme en todos los detalles para explicarle con pelos y señales a mi padre lo que era el cielo del país de las ferreterías. Había de todo, pero de todo todo todo, incluso cosas que no sé lo que eran ni para qué servían. Me hizo gracia descubrir que en Young’s también tenían el «pack Noé», pero no como chiste contando después con venderle a un señor una cantidad abusiva de herramientas que no necesitaba. No, el «pack Noé» de Young’s era un pack de verdad, físico y mesurable, al que le habían puesto ese nombre: mazos, martillos, destornilladores, cepillos, cuerdas, siete millones de tipos de clavos, lijas, una mini grúa, un par de bidones de brea, etcétera. Doy por hecho que se trataba de algún tipo de reclamo publicitario porque aquella exposición de artefactos estaba coronada por un cartel gigante en el que salía un Noé, vestido con una camiseta de la ferretería, diciendo en un típico bocadillo de cómic: «Dios pone la idea, el agua y los animales. Tú, tu tiempo libre y tus habilidades. Las herramientas… Las herramientas siempre son cosa de Young’s».

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