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Tengo que acabar de contar lo ocurrido. Las historias necesitan un final. Me pregunto cuál será el de esta.
Por ahora, la siguiente escena tiene lugar en la cocina (un lugar muy poco solemne, lo reconozco) entre mi padre y yo, actores principales. Como figurantes tenemos a Benjamín y a mi madre, mirándonos en silencio.
Se levanta el telón.
Mi padre está hecho una furia. Benjamín le ha contado que la semana pasada escribí a mi tutor del instituto para hacerle algunas preguntas importantes. Por si acaso, ha aportado las pruebas del delito: tres correos electrónicos que no dejan lugar a dudas.
Hola, Toni:
Seguramente te extrañará recibir una carta mía, pero necesito hacerte una consulta muy importante de cara al próximo curso. Lo primero, te cuento que me encuentro muy bien, aunque los médicos dicen que tengo que seguir haciendo reposo (es un rollo, me aburro). Aunque te parezca mentira, tengo ganas de volver a estudiar. Echo de menos los madrugones, las broncas del dire y hasta las regañinas de la de Filosofía.
Estos días en que tengo tanto tiempo para pensar, me ha dado por ponerme trascendental y por pensar en el futuro, en lo que quiero hacer con el. Supongo que en algún momento hay que comenzar a pensar estas cosas, ¿no? Además, he decidido escribir en serio (bueno, más o menos) y he descubierto que esto es lo que más feliz me hace del mundo. Escribir, leer, contar historias. Ya sé que no es fácil llegar a ser escritora, pero me gustaría intentarlo. Yo creo que todo el mundo debe estudiar aquello para lo que vale, ¿no? De esto también me he dado cuenta durante estos días, gracias al consejo de un amigo muy especial (que es músico).
Yo nunca seré una buena abogada, como quiere mi padre. Ni siquiera seré una abogada satisfecha de serlo. Odio las leyes, odio los tribunales, me parecen lo más aburrido del mundo. Cuando veo películas de juicios me entra un sueño terrible… Por eso me gustaría empezar a tomar decisiones importantes, comenzando por la primera, que es elegir otro bachillerato, el que de verdad debería haber elegido si no hubiera hecho caso de los deseos de otros: el artístico. Si es que, una vez empezado otro, aún estoy a tiempo de cambiar. Eso es lo que necesitaría que me expliques, ¿qué tengo que hacer?
No te preocupes por mi padre. Sabes tan bien como yo que no estará de acuerdo, pero tendrá que hacerse a la idea. Se lo diré dentro de unos meses, cuando se recupere del mal momento que está pasando. Confío en ser capaz de convencerle, aunque igual necesitaré un poco de ayuda. Tú siempre dices que debemos ser valientes para pensar por nosotros mismos, ¿verdad? Pues creo que estoy pensando por mi cuenta por primera vez en la vida.
¡Un abrazo, profe!
O.
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Querida O.:
Creo que has tomado la decisión correcta. No soy el único que se ha dado cuenta de las enormes facultades que tienes para la escritura. Mauricio, de Literatura, está harto de repetirlo. Serás una escritora magnífica, estamos seguros, y apostamos firmemente por ti desde este momento. Que sepas que cuando publiques tu primera novela, la compraremos para presumir de alumna.
Por mi parte, haré todo lo que esté en mi mano no solo por conseguir que cambies de bachillerato, sino para convencer a tu padre. Si después de que tú hables con él sigue sin rendirse a la evidencia, le citaré para una entrevista y le contaré nuestro punto de vista. No te desanimes antes de empezar: ya verás cómo al final entenderá lo que es mejor para ti, que es siempre permitirte disfrutar de tu vocación y del amor que te despierta la literatura. Continúa pensando por ti misma. Veo que se te da muy bien.
Otro abrazo para ti.
Toni
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Hola, profe.
¡Muchísimas gracias! Todo lo que dices es muy importante para mí. Gracias, gracias, gracias. Seguiré escribiendo. Un beso.
O.
Mi padre, rojo de rabia, arroja los papeles sobre la mesa y pregunta:
—¿Me explicas por qué tienes que contarle mis problemas a un desconocido?
No se me ocurre qué decir. «No son tus problemas, son los míos», pienso. Por otra parte, todo lo que pueda explicarle está en esos correos electrónicos. Sé que no solo está molesto por mi decisión, también porque haya metido a mi tutor en esto. Mi padre no soporta que otros le digan cómo tiene que educar a sus hijos. Ni siquiera cuando esos otros son educadores profesionales: él siempre considera que sabe más que nadie o que haber contribuido a mi llegada al mundo le hace infalible.
Pienso una respuesta, pero no llega. Mi hermano pone cara de no haber roto nunca un plato. Mamá se frota las manos con nerviosismo.
—¡Contesta! ¡Te he hecho una pregunta! —grita papá, fuera de sí.
Otro silencio insoportable. La mente en blanco. Cuanto más pienso en algo que decir, menos se me ocurre.
—Por lo visto, has decidido unilateralmente hacer cambios en tu vida —sigue papá.
—Sí. Me gustaría estudiar el bachillerato artístico —mi voz es apenas un murmullo, tan suave que mi padre me ordena, a gritos, que repita lo que acabo de decir. Odio que haga eso. Es humillante.
—Quiero hacer el bachillerato artístico —repito, un poco más alto.
Mi padre propina un golpe a la mesa con las dos manos. Los cubiertos del desayuno se sobresaltan. Un tenedor cae al suelo. Mamá se apresura a recogerlo, lo limpia con el trapo y lo deja de nuevo sobre la mesa. De inmediato comienza a recoger el resto de los cubiertos, los platos y las tazas del desayuno. Como si formara parte de otra escena, o como si lo que está ocurriendo aquí no tuviera nada que ver con ella.
—¿Bachillerato artístico? —repite mi padre—, y luego, ¿qué?
—No lo sé —murmuro—. Filología. Historia del Arte.
Mi respuesta le enfurece.
—¿Y para dedicarte a qué, si puede saberse?
—No lo sé —reconozco bajando aún más la voz—. Aún no lo he decidido.
—¿Cómo dices? —atruena él.
—Que no lo sé —repito.
Se hace otro silencio. Mi padre respira ruidosamente. Sus dedos tamborilean sobre la mesa. Después de mirarme durante más de sesenta insoportables segundos, suelta:
—No tienes nada que decidir. Olvídate de esas idioteces.
No puedo controlar más mis nervios y comienzo a llorar. Él ignora este hecho y continúa:
—Vas a estudiar una carrera de provecho, que te sirva para merecer un trabajo serio, seguro y para toda la vida. Aunque no lo valores, tienes mucha suerte de tener un trabajo asegurado en las empresas de tu familia. ¡En los tiempos que corren! ¡Eres una inconsciente! ¿Escritora? —una mueca de desprecio—. ¿Y por qué no te vas directamente a un albergue para pobres? Por lo menos te ahorrarás mucho trabajo. ¡Ser escritor no es una ocupación, joder, es una desgracia!
Se calma durante diez segundos (los cuento, para entretener los nervios) y luego comienza de nuevo, más tranquilo:
—Y con respecto a ese tutor tuyo… Le escribiré y le diré dónde puede meterse sus consejos. Ese hombre no es tu padre. A él le da lo mismo si pierdes el tiempo de la peor manera o si estudias algo que no te sirve para nada. ¿Qué más le da? ¿Qué pierde? Cuando le escriba le diré que, como él mismo te propuso, va a haber cambios, pero serán de otro tipo. Vas a cambiar de colegio.
Se me disparan los latidos del corazón. No entiendo lo que estoy escuchando, pero por la cara de mi padre sé que es gravísimo.
—¿Por qué? —balbuceo.
—Voy a matricularte en un internado —dice él, resolutivo, firme, casi orgulloso.
Mamá deja de fregar, cierra el grifo y se da la vuelta hacia nosotros mientras se seca las manos con el trapo de cocina. Mira a papá, me mira a mí y sus ojos van y vienen, perplejos, como si estuvieran asistiendo a un partido de tenis.
A mí la palabra «internado» me suena a novela pasada de moda y también a horror moderno. A algo demasiado estrafalario para ser real.
—Y olvídate de salir —zanja mi padre, levantándose y sacudiéndose de los pantalones las migas del desayuno—. Hasta que empieces el curso, se acabaron las idas y venidas. ¿Lo has entendido?
—Sí.
Miro de reojo a mi hermano. Si no puedo salir, tampoco podrá chantajearme. Es la única buena noticia del día.
Me siento muy rara. Es como si la energía me sobrara, siento unas enormes ganas de correr. Se me ha ocurrido tomarme el pulso. 180 pulsaciones en un minuto (normalmente estoy en 65). Me da mucho miedo todo esto, pero ya no puedo esperar más para estar segura del todo. Esta noche lo confirmaré de una vez por todas.
He tenido una conversación con mamá. Dice que debo tener paciencia con mi padre, que está pasando por una mala racha y tiene que acostumbrarse a todos los cambios.
—No dejes que vaya a un internado, mamá —le he pedido.
Ella ha callado. Me ha mirado a los ojos. Los suyos se han llenado de lágrimas.
—Tu padre es cabezota, hija. Sobre todo cuando está convencido de que hace lo correcto —ha dicho acariciándome el pelo.
He comprendido perfectamente lo que significan sus palabras: no piensa oponerse al jefe de la manada. Ni siquiera sabría cómo hacerlo.
Menos mal que en mi vida hay, desde no hace tanto, algo más. Alguien más. Las canciones sin música que no dejo de recibir son la única salida de este infierno. Ojalá pudiera escuchar también la música. Ojalá.
OSCURA:
No me mandaste la foto.
WEIRDO:
Hola.
OSCURA:
Me lo prometiste.
WEIRDO:
Oye, salúdame antes de regañarme.
OSCURA:
Hola. No me mandaste la foto.
WEIRDO:
Es verdad. Como nuestra conversación acabó de aquella manera tan repentina…
OSCURA:
Oye, no tienes móvil?
WEIRDO:
No.
OSCURA:
Por qué?
WEIRDO:
No lo necesito.
OSCURA:
Todo el mundo necesita un móvil.
WEIRDO:
Yo no.
OSCURA:
Debes de ser el único de nuestra edad que no tiene móvil.
WEIRDO:
Tal vez.
OSCURA:
No piensas comprarte uno?
WEIRDO:
Tal vez.
OSCURA:
No sabes decir otra cosa?
WEIRDO:
Tal vez… no.
OSCURA:
Mándame la foto YA!
WEIRDO:
Qué prisas.
OSCURA:
Tengo que saber si eres tan raro como dices.
WEIRDO:
Espera… Busco una.
OSCURA:
Tienes antenas?
WEIRDO:
Dos docenas.
OSCURA:
Ojos en la frente?
WEIRDO:
Cuatro.
OSCURA:
La piel verde?
WEIRDO:
No… Anaranjada.
OSCURA:
Grandes colmillos?
WEIRDO:
Del tamaño de los de una morsa.
OSCURA:
Jaja, qué guapo eres.
WEIRDO:
Ya está. La foto va hacia ti.
OSCURA:
Ah, qué emoción. A ver…
WEIRDO:
La tienes?
OSCURA:
Sí. Acaba de entrar.
WEIRDO:
Dime qué te parece.
OSCURA:
Espera, que la abro.
WEIRDO:
Sé totalmente sincera, por favor.
OSCURA:
(…)
WEIRDO:
Si no te gusto, no pasa nada. Igualmente, podemos ser amigos… si quieres, claro. Llega o no?
OSCURA:
(…)
WEIRDO:
Ay…
OSCURA:
Tienes cara de niño bueno. No pareces nada raro.
WEIRDO:
Ya sabes: las apariencias…
OSCURA:
Y por qué llevas corbata?
WEIRDO:
Es una foto de trabajo. La envío con el curriculum.
OSCURA:
Cuánto hace que te la tomaste?
WEIRDO:
Unos seis meses.
OSCURA:
Has cambiado?
WEIRDO:
Sí.
OSCURA:
?
WEIRDO:
Me han salido dos granos. Uno en la punta de la nariz, especialmente purulento. Si le diriges la palabra dice: «Buenos días».
OSCURA:
Jajaja.
WEIRDO:
Te parezco horrible?