WEIRDO:
No lo hagas! Tu blog es mi única compañía.
OSCURA:
Qué?
WEIRDO:
Por las noches. Sin tu blog me sentiría muy solo.
OSCURA:
Trabajas de noche?
WEIRDO:
No. Vivo de noche.
OSCURA:
Puedo preguntarte qué edad tienes?
WEIRDO:
Casi tu misma edad.
OSCURA:
Pareces mayor.
WEIRDO:
Tú también.
OSCURA:
Me han pasado muchas cosas, eso ayuda a crecer (creo).
WEIRDO:
Entonces, yo debo de haber crecido justamente por lo contrario.
OSCURA:
Explícate.
WEIRDO:
Mi vida es aburridísima.
OSCURA:
Por qué?
WEIRDO:
Sería largo de explicar. Tal vez algún día.
OSCURA:
Te gusta hacerte el misterioso?
WEIRDO:
Claro. Como a todo el mundo. A ti no?
OSCURA:
Crees que yo soy misteriosa?
WEIRDO:
Eres muchas cosas. Misteriosa, también.
OSCURA:
Qué otras cosas soy?
WEIRDO:
Interesante.
OSCURA:
Pero si no me conoces!!!!!
WEIRDO:
Da lo mismo. No hace falta ver a una persona para saber que es interesante.
OSCURA:
Eres raro. Me gustas.
WEIRDO:
Gracias. Tú también a mí.
OSCURA:
Y eres muy directo. Un ligón?
WEIRDO:
Mmmm… No me importaría. Pero no doy exactamente la talla. Decepcionada?
OSCURA:
Estoy cansada de ligones.
WEIRDO:
Mejor para mí.
OSCURA:
Y, a decir verdad, también de tíos, en general.
WEIRDO:
Ese punto no puedo remediarlo. Soy un tío y no lo puedo cambiar.
OSCURA:
Aclaración: no pienso quedar contigo.
WEIRDO:
Aclaración: has notado que no te lo he pedido?
OSCURA:
Vale, qué corte.
WEIRDO:
Tú te lo has buscado.
OSCURA:
Debes de pensar que soy una creída, verdad?
WEIRDO:
Pienso que tienes miedo.
OSCURA:
Ah. Y cómo lo sabes?
WEIRDO:
Porque es un sentimiento que conozco bien.
OSCURA:
A qué tienes miedo?
WEIRDO:
A muchas cosas.
OSCURA:
Por ejemplo?
WEIRDO:
Por ejemplo… a la soledad. Por ejemplo… a ti.
OSCURA:
Tienes miedo de mí?
WEIRDO:
Le tengo miedo a las consecuencias que puedas traer.
OSCURA:
Huy, Weirdo, no te pongas filosófico.
WEIRDO:
De acuerdo. Eso me ha salido un poco grandilocuente.
OSCURA:
Oye, ahora tengo que irme.
WEIRDO:
Entonces, chao!
OSCURA:
Hablamos otro día.
WEIRDO:
Cuando tú quieras.
OSCURA:
Me ha gustado conocerte.
WEIRDO:
Y a mí me ha gustado reconocerte.
OSCURA:
Buenas noches, Weirdo.
WEIRDO:
Ídem, Oscura.
OSCURA:
Ah. Oye.
WEIRDO:
Sí.
OSCURA:
Lee mañana mi blog.
WEIRDO:
Claro. Cada día lo hago.
OSCURA:
Entonces, hasta mañana.
WEIRDO:
Ídem, chica interesante.
Ayer pasó algo. Algo importante, creo.
Mantuve una conversación silenciosa, anónima, pero llena de palabras bonitas, con alguien que se hace llamar «Extraño». Weirdo en inglés.
En las últimas semanas he tenido que aprender a prescindir de todo el mundo. Mi novio, mi mejor amiga, mi familia… Parece que no encajo en el mismo mundo donde ellos se mueven como pez en el agua. Me siento como si perteneciéramos a universos diferentes. Ha sido muy doloroso comprenderlo.
Creo que, en parte, comencé el blog porque no tenía a nadie dispuesto a escuchar de verdad mis problemas. Por eso, y porque escribir siempre ha sido mi refugio, mi verdadero mundo, el territorio donde me siento libre de verdad, sin que nadie me diga lo que espera de mí o lo que tengo que hacer. Escribir ha sido un modo de hablar con mi silencio, de decirme a mí misma cosas que a nadie parecían interesarle… y de algún modo es como si mi silencio me hubiera contestado, como si las palabras me hubieran hecho un regalo maravilloso: tú, Weirdo.
Había perdido la costumbre de tener a alguien. Por eso ayer me sentía rara, avergonzada, y te lo dije. Luego lo pensé mejor. Me dormí contenta. Por primera vez en muchas semanas desde que todo ocurrió, estaba alegre. Me gusta saber que estás ahí, en mitad de la noche, esperando mis palabras.
Creo que nunca podré dejar de escribir para ti y que nunca más volveré a estar sola.
Hoy papá ha salido a cazar con Elíseo antes de que amaneciera. Mamá ha instalado una tumbona para mí en el porche y hemos desayunado juntas, sintiendo el fresco de la mañana y todos los olores del bosque.
—El campo huele a gloria —ha dicho ella—. La tormenta ha limpiado la atmósfera.
Ha estado toda la noche lloviendo, dice, aunque yo no me he enterado de nada.
Al principio, los olores del campo mojado me han mareado un poco. Me parecían mucho más abundantes y mucho más intensos que otras veces. La madera húmeda de los robles o de los castaños, los montones de hojarasca pudriéndose, el frescor del arroyo, los animales atreviéndose a salir tras el chaparrón, aquella manzana que rodó entre los arbustos hace unos días y que ahora sirve de alimento a los ratones… es como si el mundo ya no tuviera secretos para mí. Puedo adivinar todo lo que ocurre a mi alrededor sin necesidad de verlo. Me da miedo pensar que algo en mí se está transformando sin que yo pueda evitarlo. Ni siquiera me atrevo a pensar hacia dónde me conduce. Aunque, en el fondo, lo sé. No quiero aceptarlo, pero lo sé.
Mamá ha hecho tortitas para desayunar. También había zumo de naranja, leche caliente, queso y chocolate. Como en los domingos de mi infancia. Ha sido estupendo.
Mamá estaba muy guapa con el pelo recogido en una coleta. Y tenía ganas de hablar. Me ha contado cómo se enamoró de papá cuando tenía solo un año más que yo. Lo que más le gustó de él, dice, fue su seguridad, esa especie de autoridad que desprende todo lo que dice.
Apenas se habían visto un par de veces cuando papá la llamó para invitarla al cine.
—Soy la mejor opción en muchos kilómetros a la redonda —le aseguró—. No lo pienses ni un segundo. Dime que sí.
La frase me ha hecho reír a carcajadas. ¡Menuda manera de ligar más extraña tenía mi padre! Mamá también se reía, reconociendo que su método fue un poco «peculiar», pero muy efectivo, porque ella aceptó la invitación. Y también la merienda a que la convidó después del cine. Incluso se acuerda de la película que vieron: una de Bruce Lee llamada
El furor del dragón
, que a ella la horrorizó pero que a mi padre le pareció buenísima. Veo que su disparidad de criterios viene de antiguo.
La verdad, hacía tiempo que no la veía tan relajada.
Así estábamos, tranquilas y risueñas, yo cubierta por tres mantas, cuando los cazadores han regresado. Llevaban cuatro liebres y dos perdices sujetas en un hatillo. También ellos parecían relajados y contentos.
Los acompañaba Bravo, el perro mastín de Eliseo.
Ya dije hace unos días que Bravo y yo somos buenos amigos, me conoce desde que era una niña. Siempre fui su humana favorita.
Sin embargo, esta mañana Bravo estaba muy raro. Nada más verme, ha comenzado a gruñir. No como jugando, sino en serio, como si en cualquier momento pensara morderme.
He intentado acercar una mano a su hocico, dejar que me huela, que me reconozca, acariciarle la cabeza. Pero ha sido peor.
Ha reculado de un salto. Me ha mirado con rabia y me ha enseñado los colmillos, gruñendo.
—Bravo, bonito, ¿qué te pasa? ¿No me conoces? —le he preguntado, como si pudiera comprenderme.
Mi voz lo enervaba más aún. Al fin, viendo que no se calmaba, Eliseo ha agarrado a su perro de la correa, muy fuerte, me ha mirado con esos ojos profundos, cansados y enmarcados en arrugas y me ha dicho:
—Es mejor que no le provoques.
¿Provocarle? ¿Quién estaba provocando a Bravo? Eliseo ha decidido llevarlo a la parte trasera y dejarle un rato amarrado a un árbol, mientras se tomaba la taza de café que mi madre acababa de servirle. Desde la parte de atrás, Bravo seguía gruñendo y ladrando.
Ladrándome.
Yo, en cambio, sentía el olor del animal como nunca antes. Me parecía fuerte y muy desagradable.
Durante un momento se ha hecho un profundo silencio en el bosque. Como si el mundo entero se hubiera parado a escuchar lo que iba a ocurrir. O como si alguien lo hubiera paralizado todo al pronunciar un maleficio. Los ojos vidriosos del lobero me miraban con fijeza. Creo que nadie más que yo se ha dado cuenta.
He sentido un escalofrío. Y he tenido una certeza: él
sabe
. Como Bravo. Los dos saben algo terrible que yo aún me niego a aceptar.
Luego, ha pasado un mirlo y el maleficio se ha roto. Elíseo se ha sentado en la mecedora. Mi madre rellenaba las tazas de los cazadores y yo he puesto una excusa:
—Me está dando frío. Me voy un rato a la cama.
Mamá me ha ayudado a librarme de las mantas y a subir los escalones del porche. Todavía estoy un poco débil. Papá, como viene siendo habitual en estos días, se ha limitado a mirarme en silencio, ceñudo. Sigue enfadado conmigo.
Un rato más tarde, he escuchado los pasos de Eliseo haciendo crujir la hojarasca seca de la parte trasera de la casa. Le hablaba a Bravo en susurros, pero no me ha costado nada entender sus palabras:
—Ni que hubieras visto un lobo, amigo.
Los fines de semana hay más ajetreo. Ayer, por ejemplo, estuvo por aquí mi hermano Benjamín, acompañado de su inseparable amigo raro.
Me di cuenta de que el amigo me mira como si yo fuera un pastelito de nata. Reconozco que es guapo y viste bien, pero no saldría con él aunque fuera el único chico que quedara sobre la faz de la Tierra. Creo que él no lo entendería, porque se cree irresistible. Mi hermano tampoco lo entiende.
—Hazle un poco de caso, pobrecito.
Qué manía, la de mi familia, de organizar mi vida sentimental.
Mi madre los invitó a cenar, pero no quisieron quedarse.
—No puede comer casi nada —explicó mi hermano refiriéndose a su colega—. Tiene un montón de alergias rarísimas. Por eso nunca prueba bocado fuera de casa.
Mi madre mascullaba por lo bajo:
—Qué amigos más raritos te buscas, hijo.
En el único momento en que nos quedamos solos, el rarito y yo, él me miró muy fijamente y me dijo:
—Tú y yo deberíamos estar juntos, princesa. Somos muy parecidos.
Me explicó un rollo larguísimo de que las criaturas nocturnas están hechas para trabajar en equipo, para colaborar en su supervivencia. No porque lo digan los cuentos de miedo, puntualizó, sino porque de algún modo el mundo está contra nosotros. Solo estando juntos seremos fuertes, porque somos mucho más vulnerables de lo que parecemos.
Todo eso dijo, hablando a toda prisa y desnudándome con la mirada. Y al fin concluyó:
—Resumiendo: estamos hechos el uno para el otro.
No me gusta nada el modo en que me mira. Puede sonar exagerado, pero me provoca escalofríos. Lo único que fui capaz de decirle fue:
—No creo.