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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Fronteras del infinito (19 page)

BOOK: Fronteras del infinito
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—Un supersoldado. Diseñado por un comité. Dios mío. Tiemblo sólo de pensarlo. —Miles estaba fascinado—. ¿Y qué pasó?

—A muchos de nosotros nos parecía… que los límites físicos de lo humano ya se habían alcanzado. Una vez que un… digamos un sistema muscular tiene una salud perfecta, está estimulado al máximo por las hormonas correspondientes, ejercitado hasta sus límites, eso es todo lo que se puede hacer. Así que buscamos otras especies para mejorarlo. Yo, por ejemplo, me interesé mucho en los metabolismos aeróbicos y anaeróbicos de los músculos del caballo de carrera…

—¿Qué? —preguntó Thorne, impresionado.

—Hubo otras ideas. Demasiadas. Y juro que no fueron todas mías.

—¿Mezclaron genes animales y humanos? —preguntó Miles.

—¿Por qué no? Los genes humanos se separaron de los animales al principio… fue lo primero que se intentó. La insulina humana extraída de las bacterias y así. Pero hasta ahora nadie se había atrevido a hacerlo en dirección contraria. Rompí la barrera, quebré los códigos… Parecía tan bueno al principio. Sólo cuando los primeros llegaron a la pubertad comprendimos el alcance de los errores que habíamos cometido. Bueno. Fue sólo un intento. Se suponía que iban a ser formidables. Pero terminaron convertidos en monstruos.

—Dígame —preguntó Miles horrorizado—, ¿había algún soldado con experiencia real de combate en el comité?

—Supongo que el cliente los tenía. Ellos fueron los que nos dieron los parámetros.

Thorne dijo en voz sofocada:

—Ya veo. Estaban tratando de reinventar el soldado raso o algo así.

Miles echó una mirada fulminante a Thorne y golpeó el reloj con un dedo.

—Siga, doctor, no deje que lo interrumpamos.

Hubo un silencio corto. Canaba empezó de nuevo.

—Hicimos diez prototipos. Después el cliente… cerró el negocio. Perdió la guerra…

—¿Por qué será que no me sorprende? —musitó Miles entre dientes.

—Se cortaron los fondos, el proyecto se dejó de lado antes de que pudiéramos aplicar lo que habíamos aprendido de nuestros primeros errores. De los diez prototipos murieron nueve. Quedó uno. Lo teníamos en los laboratorios por… ciertas dificultades para mantenerlo… Puse mis complejos genéticos en ese prototipo. Todavía están ahí. Lo último que pensaba hacer antes de irme era matar al prototipo. Un acto piadoso… una responsabilidad… Mi expiación, si usted quiere.

—¿Y después? —lo apuró Miles.

—Hace unos pocos días, alguien lo vendió de repente a la Casa Ryoval. Como novedad, aparentemente. El barón Ryoval colecciona seres extraños de todo tipo, para sus bancos de tejidos…

Miles y Bel intercambiaron una mirada.

—Yo no tenía idea de que iban a venderlo. Entré en el laboratorio esa mañana y no estaba… No creo que Ryoval tenga idea de lo que vale de verdad. Ahí está, por lo que sé, en las instalaciones de Ryoval.

Miles presintió que le iba a coger un fuerte dolor de cabeza. Por el frío, sin duda.

—Y puedo preguntarle qué es lo que usted pretende que nosotros hagamos al respecto…

—Entrar de alguna forma. Matarlo. Buscar una muestra de tejido… Sólo así iré con ustedes.

Y dolor de estómago.

—¿Qué, las dos orejas y el rabo?

Canaba lo miró con frialdad.

—El músculo gastronemio izquierdo. Ahí puse los complejos. Los virus de almacenamiento no son virulentos, no pueden haber ido muy lejos. La mayor concentración tiene que seguir en el mismo lugar.

—Ya veo. —Miles se frotó las sienes y se apretó los ojos—.

—De acuerdo. Nos ocuparemos de eso. Este contacto personal entre nosotros es muy peligroso. Preferiría no repetirlo. Arrégleselas para venir a mi nave en cuarenta y ocho horas. ¿Le parece que podemos tener algún problema para reconocer a su criatura?

—No creo. Este espécimen en particular medía unos dos metros y medio. Quiero… quiero que sepan que los colmillos no fueron idea mía.

—Ya… ya veo.

—Se mueve muy, pero muy rápido, si todavía está sano. ¿Les puedo ayudar en algo? Tengo acceso a venenos indoloros…

—Ya ha hecho bastante, gracias. Por favor, déjenos esto a los profesionales, ¿eh?

—Sería mejor si se pudiera destruir su cuerpo por completo. Que no queden células. Si pueden.

—Para eso se inventaron los arcos de plasma. Mejor será que se vaya.

—Sí. —Canaba dudada—. ¿Almirante Naismith?

—¿Si…?

—Yo… sería mejor que mi futuro patrón no supiera nada acerca de esto. Tienen intereses militares importantes. Tal vez la noticia los excite demasiado.

—Ah —dijo Miles/almirante Naismith /teniente lord Vorkosigan del Servicio Imperial de Barrayar—. No creo que deba preocuparse por eso.

—¿Le parece que cuarenta y ocho horas son suficientes para su incursión? —se preocupó Canaba—. Ya sabe que si no consigue el tejido, volveré abajo. No pienso dejarme atrapar en su nave.

—Usted tiene que estar conforme, está en mi contrato —dijo Miles—. Ahora, váyase.

—Tengo que confiar en usted, señor. —Canaba asintió, angustiado, y se retiró.

Esperaron unos minutos en la habitación congelada para que Canaba se alejara un poco. El edificio crujía a causa del viento; desde un corredor superior llegó un chillido extraño y, después, una risa que se cortó abruptamente. El guardia que seguía a Canaba regresó enseguida.

—Se ha ido a su coche, señor.

—Bien —dijo Thorne—. Supongo que vamos a necesitar un plano de las instalaciones de Ryoval, señor.

—Creo que no —dijo Miles.

—Si vamos a atacar…

—Atacar, y un cuerno. No pienso arriesgar a mis hombres en algo tan idiota. Dije que iba a matar a su pecado por él. No le dije cómo pienso hacerlo.

La red de comunicación comercial del puerto de transbordadores del planeta parecía tan adecuada como cualquier otro punto. Miles se deslizó dentro de la cabina y colocó su tarjeta de crédito en la máquina mientras Thorne se quedaba en un punto de observación y los guardias esperaban fuera. Marcó el código.

En un momento el panel de vídeo produjo la imagen de una recepcionista de cara dulce con hoyuelos y una cresta blanca de piel en lugar de cabello.

—Casa Ryoval, Servicios al Cliente. ¿En qué puedo servirle, señor?

—Me gustaría hablar con el señor Deem, director de Ventas y Demostraciones —dijo Miles con voz suave—; acerca de una posible compra para mi organización.

—¿De parte de quién?

—El almirante Miles Naismith, de la Flota de los Mercenarios Libres de Dendarii.

—Un momento, por favor.

—¿De verdad cree que se lo venderán así como así? —murmuró Bel a su lado mientras la cara de la chica se esfumaba y aparecía un diseño de luces y de colores y una música dulzona.

—¿Recuerdas lo que oímos ayer? —dijo Miles—. Te apuesto a que está en venta. Y barato. —Pero tenía que intentar no parecer demasiado interesado.

En un breve espacio de tiempo, el diseño de colores dejó paso a una cara de un hombre sorprendentemente hermoso, un albino de ojos azules con una camisa de seda roja. Tenía un golpe lívido muy visible en la mejilla.

—Soy Deem. ¿En qué puedo ayudarle, almirante?

Miles se aclaró la garganta con cuidado.

—Me ha llegado un rumor de que la Casa Ryoval tal vez haya adquirido hace poco de la Casa Bharaputra un artículo de algún interés profesional para mí. Supuestamente, sería el prototipo de algún tipo de luchador mejorado ¿Sabe algo acerca de eso?

La mano de Deem fue hasta el golpe y lo palpó con cuidado. Después se alejó.

—Sí, señor, tenemos un artículo así.

—¿Y está en venta?

—Ah, sí… bueno, quiero decir… que me parece que hay algún arreglo pendiente. Pero todavía se puede ofrecer algo por él…

—¿Podría inspeccionarlo?

—Por supuesto —le contestó Deem con alegría reprimida. ¿Cuándo?

Hubo un estallido de estática y la imagen del vídeo se dividió. La cara de Deem se desplazó a un lateral.

La nueva cara era demasiado familiar. Bel hizo un ruido de profundo disgusto entre los dientes.

—Yo contestaré esta llamada. Deem —dijo el barón Ryoval.

—Sí, señor. —Los ojos de Deem reflejaron sorpresa y cortó. La imagen de Ryoval se agrandó hasta ocupar todo el espacio disponible.

—Bueno, betano —sonrió el barón—, parece que sí tengo algo que usted quiere, después de todo.

Miles se encogió de hombros.

—Puede —contestó con un tono neutro—. Si está dentro de mis posibilidades en cuanto al precio.

—Creía que le había dado todo su dinero a Fell.

Miles abrió las manos.

—Un buen comandante siempre tiene reservas escondidas. Sin embargo, todavía no se ha establecido el verdadero valor del objeto. En realidad, ni siquiera se ha establecido su existencia.

—Ah, existe, se lo aseguro. Y es… impresionante. Para mí fue un placer increíble agregarlo a mi colección. Realmente, no me gustaría desprenderme de… Pero para usted —dijo Ryoval y sonrió todavía más—, tal vez sea posible arreglar una tarifa especial que recorte los gastos. —Rió entre dientes, como ante alguna broma secreta que a Miles se le escapaba.

A mí me gustaría cortarte el cuello, no los gastos
.

—¿Ah, sí?

—Le propongo un trueque simple —dijo Ryoval—. Carne por carne.

—Tal vez está haciendo una estimación errónea de mi interés, barón.

Los ojos de Ryoval brillaron en la pantalla.

—No lo creo.

Sabe que no me acercaría ni a dos kilómetros si no fuera algo que me interesa de verdad
.

—Dígame el precio.

—Voy a ser completamente justo. Le cambio el monstruo de los Bharaputra… ah, debería verlo, almirante…, por tres muestras de tejidos. Tres muestras que, si usted es inteligente, no le costarán nada. —Ryoval levantó un dedo—. Una de su hermafrodita betano —segundo dedo—, otra de usted mismo —Y tercer dedo—, y otra de la intérprete cuadrúmana del barón Fell.

En el rincón de la cabina, Bel Thorne parecía estar dominándose para no tener un ataque de apoplejía. En silencio, por suerte.

—Esa tercera muestra puede resultarme muy difícil de obtener —contestó Miles, que quería ganar tiempo para pensar.

—Menos difícil para usted que para mí —dijo Ryoval—. Fell conoce a mis agentes. Le dije mis intenciones y ahora está en guardia. Usted representa una oportunidad única para conseguir lo que quiero sorteando su guardia. Si le doy una motivación suficiente, estoy seguro de que la cosa no está fuera de sus posibilidades, mercenario.

—Si me dan suficiente motivación, hay muy pocas cosas que estén fuera de mis posibilidades, barón. —Contestó Miles, casi sin pensar.

—Bueno, entonces espero que usted me llame en… digamos veinticuatro horas. Después de eso retiraré mi oferta. —Ryoval saludó contento—. Buenos días, almirante. —El vídeo se puso en blanco.

—Bueno, bueno —dijo Miles como un eco del «bueno» del barón.

—Bueno, ¿qué? —dijo Thorne en tono de sospecha—. No te estarás tomando en serio la oferta, ¿verdad?

—¿Para qué quiere una muestra de mis tejidos, por el amor de Dios? —se preguntó Miles en voz alta.

—Seguramente para su espectáculo de enanos y perros —soltó Thorne con rabia.

—Venga, venga. Lamento decir que se sentirá terriblemente desilusionado cuando mi clon crezca y mida un metro ochenta. —Miles se aclaró la garganta—. Supongo que eso no hace daño a nadie… Tomar una pequeña muestra de tejidos. En cambio, un ataque significa arriesgar muchas vidas.

Bel se reclinó contra la pared de la cabina y se cruzó de brazos.

—No es verdad. Tendrías que pasar por encima de mi cadáver para conseguir mi muestra. Y la de
ella
.

Miles sonrió con amargura.

—Entonces…

—Entonces…

—Entonces, vayamos a buscar un mapa de ese pozo de carne de Ryoval. Creo que vamos de caza.

Las instalaciones biológicas principales del palacio de la Casa Ryoval no eran realmente una fortaleza, sólo algunos edificios vigilados y dispersos. Edificios muy bien vigilados, con guardias enormes. Miles se puso sobre la furgoneta alquilada y estudió la situación a través de los lentes nocturnos. Tenía gotas de niebla sobre la barba. El viento frío y húmedo buscaba resquicios de ropa mientras él los buscaba en el sistema de seguridad de Ryoval.

El complejo blanco se alzaba amenazador contra la ladera de la montaña cubierta de bosques oscuros, con los jardines delanteros inundados de luz, fantasmales, en la niebla y el frío. Las entradas de servicio parecían más prometedoras. Miles asintió para sí mismo y bajó de la furgoneta, que había colocado artísticamente sobre el pequeño sendero de montaña que subía por encima de la Casa Ryoval. Abrió otra vez la puerta trasera y entró para protegerse del viento helado.

—De acuerdo, chicos, escuchadme.

La patrulla se agrupó a su alrededor mientras él colocaba el mapa de holovídeo en el centro. Las luces coloreadas del dibujo brillaban sobre las caras, la del alférez Murka, alto como siempre; la de la sargento Laureen Anderson, que llevaba la furgoneta y debía quedarse fuera como apoyo, junto con el soldado Sandy Hereld y el capitán Thorne. Un viejo prejuicio de Miles, típico de Barrayar, hacía que la idea de llevar soldados mujeres a la Casa Ryoval le disgustara especialmente; esperaba estar disimulándolo bien. En el caso de Bel Thorne la cosa era doble. No era que el sexo representara diferencia alguna en las aventuras que les esperaban, por lo menos, a juzgar por los rumores extraños que había escuchado. Y sin embargo… Laureen decía que podía hacer pasar cualquier vehículo construido por el hombre a través del ojo de una aguja, aunque Miles no podía creer que ella hubiera hecho en toda su vida algo tan doméstico como enhebrar una aguja. No, Laureen no iba a cuestionar su decisión de dejarla en la furgoneta.

—El problema principal sigue siendo que todavía no sabemos a ciencia cierta en qué lugar de las instalaciones tienen a la criatura de Bharaputra. Así que primero cruzamos la valla, luego los patios exteriores, y el edificio principal, ahí y aquí. —Un hilo de luz roja trazó el recorrido sobre el mapa al contacto del dedo de Miles—. Después, con el mayor sigilo, atrapamos a un empleado del interior y le inyectamos pentarrápida. Desde ese momento, corremos contrarreloj porque es posible que descubran muy pronto que el empleado no está en su puesto.

»La palabra clave es silencio. No hemos venido a matar a nadie, y no estamos en guerra con los empleados de la Casa Ryoval. Llevad los bloqueadores y dejad los arcos de plasma y los destructores nerviosos en su lugar hasta que localicemos el objetivo. Lo liquidamos lo más rápido posible, sin hacer ruido, y yo consigo la muestra. —Se tocó la chaqueta. Allí debajo llevaba el equipo de recolección que mantendría el tejido vivo hasta que pudieran volver al
Ariel
—. Después, desaparecemos. Si algo sale mal antes de que consiga ese pedacito de carne, no nos preocupamos por pelear. No vale la pena. Tienen formas muy peculiares de ejecutar las penas de muerte en este lugar y no veo la necesidad de que todos terminemos como repuesto de los bancos de tejidos de los Ryoval. Esperaremos a que el capitán Thorne arregle un rescate y después intentamos otra cosa. En caso de emergencia, tengo un par de cosas que pueden ayudarme a negociar con Ryoval.

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