—De extrema emergencia —musitó Bel.
—Si algo sale mal después de que acabemos con nuestra misión de carniceros, hay que guiarse por las reglas del combate. Esa muestra es irreemplazable y debe llegar al capitán Thorne a cualquier precio. Laureen, ¿estás segura de que sabes cuál es el punto de reencuentro?
—Sí, señor —dijo Laureen y señaló un punto en el mapa.
—Todos lo habéis entendido? ¿Alguna pregunta? ¿Sugerencias? ¿Observaciones de último minuto? Entonces, controlemos las comunicaciones. Capitán Thorne.
Parecía que todos los comunicadores de muñeca funcionaban bien. El alférez Murka se inclinó sobre el equipo de armas. Miles guardó con cuidado el cubo del mapa holo, que les había costado casi el precio de un rescate pagado a cierta compañía constructora bastante flexible en sus tratos. Los cuatro miembros del equipo de incursión se deslizaron fuera de la furgoneta y emergieron en la oscuridad congelada.
Se deslizaron por entre los bosques. La capa crujiente de escarcha parecía muy resbaladiza bajo los pies y apenas cubría un suelo de barro. Murka vio un ojo espía antes de que el ojo los viera a ellos y lo cegó con un estallido muy breve de estática de microondas al pasar a su lado. Les costó muy poco trabajo aupar a Miles sobre la pared. Trató de no pensar en el viejo deporte de los bares de antaño, el de tirar a los enanos por el aire. El patio interno era sobrio y muy funcional, plataformas de embarque con grandes puertas cerradas, depósitos para recolección de basura y unos pocos vehículos estacionados.
Resonaron pasos en el silencio y todos se escondieron detrás de un gran depósito de basura. Pasó un guardia vestido de rojo, balanceando un detector de infrarrojos. Miles y su gente se agacharon y escondieron la cara en los ponchos antiinfrarrojos. Sin duda, parecían bolsas de basura. Después avanzaron de puntillas hasta las plataformas de embarque.
Conductos. La clave de la entrada a las instalaciones de los Ryoval había resultado ser la red de conductos, la de la calefacción, la de los cables de energía óptica, la de los sistemas de comunicación. Conductos muy estrechos. Bastante intransitables para un individuo corpulento. Miles se sacó el poncho y se lo tendió a uno de los hombres para que lo guardara.
Se aupó sobre los hombros de Murka y pasó al primer conducto a través de una rejilla de ventilación bien alta sobre la pared que daba a las puertas de embarque. Miles sacó la rejilla, se la alcanzó a uno de los hombres de abajo en silencio y, después de mirar si había moros en la costa, se deslizó adentro. Era estrecho incluso para él. Se dejó caer despacio sobre el suelo de cemento, encontró la caja de control, cortó la alarma y levantó la puerta como un metro. Su equipo se deslizó por ella y él volvió a poner la puerta en su lugar con el menor ruido posible. Hasta ahora bien; ni siquiera habían tenido que intercambiar una palabra.
Llegaron al otro lado del patio de recepción justo antes de que pasara un empleado de uniforme rojo con un carro eléctrico cargado de robots de limpieza. Murka tocó la manga de Miles y lo miró como preguntándole ¿Éste? Miles meneó la cabeza. Todavía no. Un hombre de mantenimiento sabría menos que un empleado acerca de lo que había en el interior, donde estaba su objetivo, y no tenían tiempo para sembrar todo el lugar de hombres inconscientes que habrían sido un fracaso como informantes. Encontraron el túnel al edificio principal justo en el sitio en que lo fijaba el mapa. La puerta al final del túnel estaba cerrada con llave, tal como se esperaban.
De nuevo sobre los hombros de Murka. Con un gesto rápido Miles aflojó un panel en el techo y se deslizó por allí —ese marco de soporte del techo, bien frágil, no habría aguantado a un hombre de mucho peso— y encontró los cables de energía que alimentaban el cierre de la puerta. Miles estaba examinando la situación y sacando las herramientas de la chaqueta de su uniforme llena de bolsillos cuando la mano de Murka se alzó para dejar el paquete de armas a su lado y volver a colocar el panel en su lugar. Miles se acostó boca abajo y apretó el ojo contra la grieta mientras oía el grito de una voz en el pasillo, abajo.
—¡Quietos!
La cabeza de Miles se llenó de insultos. Apretó la mandíbula para que no se le escapara ninguno. Miró las coronillas de sus hombres. En un momento, estuvieron rodeados por media docena de guardias armados y vestidos con casaca roja y pantalones negros.
—¿Qué hacéis aquí? —soltó el sargento de guardia.
—¡Mierda! —exclamó Murka—. ¡Por favor, por favor, señor no le diga a mi comandante que nos ha atrapado aquí! ¡Me va a degradar a soldado raso!
—¿Eh? —dijo el sargento de guardia. Empujó a Murka con su arma, un destructor nervioso letal. ¡Arriba las manos! ¿Quién eres?
—Me llamo Murka. Hemos venido en un barco mercenario desde la estación Fell. El capitán no nos quería dar pases de tierra. Imagínese… hemos venido hasta Jackson's Whole y el hijo de puta no nos deja bajar… ¡El muy cabronazo no nos quiere dejar ver Ryoval!
Los guardias de casaca roja les registraron con el detector, sin demasiada gentileza, y sólo encontraron bloqueadores y los instrumentos para penetración que había llevado Murka.
—Aposté a que entraríamos aunque no pudiéramos usar la puerta principal. —Murka hizo un gesto de desilusión—. Parece que he perdido.
—Parece que sí —gruñó el sargento, retrocediendo.
Uno de sus hombres levantó la pobre colección de instrumentos que les había confiscado a los de Dendarii.
—No parecen un grupo de asesinos —observó.
Murka se enderezó y lo miró, absolutamente ofendido.
—¡Claro que no! ¡Y no lo somos!
El sargento de guardia dio varias vueltas a un bloqueador.
—Ausentes Sin Aviso, ¿eh?
—No si volvemos antes de medianoche. —El tono de Murka se convirtió en un ruego—. Mire, nuestro comandante es un hijo de puta. ¿Cree que puede haber alguna forma de que no se entere de esto? —Una de las manos de Murka pasó, sugerente, cerca del bolsillo donde guardaba la billetera.
El sargento de guardia lo miró de arriba abajo con un gesto de orgullo.
—Tal vez.
Miles escuchaba con la boca abierta de alivio y satisfacción.
Murka, si esto funciona te asciendo a
…
Murka hizo una pausa.
—¿Podríamos echar un vistazo, primero? Ni siquiera le hablo de las chicas… ¿sólo dar una vuelta por lo menos? Así podría decir que lo he visto…
—¡Esto no es un prostíbulo, soldadito! —gritó el guardia.
Murka lo miró, de una pieza.
—¿Qué?
—Ésta es la instalación
biológica
.
—Ah —dijo Murka.
—Imbécil —dijo uno de los soldados de Miles entre dientes.
Miles rezó una plegaria de agradecimiento. Ninguno de los tres había echado ni una sola mirada hacia arriba.
—Pero el hombre de la ciudad me aseguró… —empezó a decir Murka.
—¿Qué hombre? —preguntó el sargento de guardia.
—El hombre que se llevó el dinero —dijo Murka.
Un par de los guardias de rojo se estaba empezando a reír. El sargento de guardia empujó a Murka con el destructor.
—Vete, soldadito. Vuelve a tu nave. Hoy es tu día de suerte.
—¿Quiere decir que nos va a dejar ver el interior? —Insistió Murka, esperanzado.
—No —dijo el sargento—. Quiero decir que te vamos a romper las dos piernas antes de echarte a patadas. —Hizo una pausa y agregó—: Hay un prostíbulo en la ciudad. —Sacó la billetera de Murka del bolsillo, controló el nombre en la tarjeta de crédito y sacó todo el dinero. Los guardias hicieron lo mismo a los otros soldados que los miraban indignados y se repartieron el dinero—. Aceptan tarjetas de crédito y tenéis tiempo hasta la medianoche. ¡Ahora, fuera!
Y así desapareció el escuadrón de Miles, en una retirada ignominiosa. Pero por lo menos estaban intactos, todos, cuando salieron caminando por el túnel hacia fuera. Miles esperó a que todos estuvieran lejos antes de apretar el control del comunicador.
—¿Bel?
—Sí —La respuesta fue inmediata.
—Problemas. Los guardias acaban de atrapar a Murka y los demás. Creo que el ingenio de ese chico acaba de salvarlos y lo único que van a hacer es sacarlos por la puerta de atrás en vez de descuartizarlos. Voy a seguirlos apenas pueda y nos reagruparemos para intentarlo de nuevo. —Miles hizo una pausa. El asunto se le había ido de las manos. Estaban peor que cuando empezaron. La seguridad de Ryoval estaría alerta durante el resto de la larga noche de Jackson's Whole. Añadió—: Voy a ver si por lo menos puedo averiguar dónde está la criatura antes de retroceder. Eso puede mejorar las posibilidades de éxito la próxima vez.
—Ten cuidado —refunfuñó Bel.
—Por supuesto que sí. Vigila para ver si vuelven Murka y los suyos. Naismith fuera.
Una vez que identificó los cables, tardó apenas un momento en abrir la puerta. Después tuvo que colgarse de los dedos mientras trataba de hacer que el panel del techo volviera a su lugar y se dejó caer al suelo, con mucho miedo por sus huesos. No se le rompió nada. Se deslizó por el portal hacia el edificio principal y apenas pudo se metió por los conductos, porque los corredores, evidentemente, eran peligrosos. Se quedó tendido boca arriba sobre el estrecho conducto y balanceó el cubo holo entre los dedos, sobre su vientre para elegir una nueva ruta que a ser posible evitara las tropas de vigilancia. ¿Dónde había que buscar un monstruo? ¿En el baño?
Más o menos en la tercera curva, cuando se arrastraba a través del sistema llevando el paquete de armas, se dio cuenta de que la realidad no encajaba con el mapa. Mierda y más mierda. ¿Había habido cambios en el sistema desde su construcción o era que el mapa estaba sutilmente saboteado? Bueno, no importaba, en realidad no estaba perdido, todavía sabía cómo regresar.
Se arrastró durante una media hora y descubrió y desactivó dos sensores de alarma antes de que pudieran descubrirlo. El factor tiempo se estaba complicando. Pronto tendría que… ah, ahí. Miró a través de una rejilla de ventilación. Una habitación en penumbra llena de equipos de holovídeo y comunicaciones.
El mapa la llamaba
Reparaciones Menores
. No parecía un taller de reparaciones. ¿Otro cambio desde que Ryoval había subido al poder? Pero había un hombre solo, sentado con la espalda hacia la pared donde estaba Miles. Perfecto. Demasiado bueno para dejarlo pasar.
Respirando sin hacer ruido, moviéndose lentamente, Miles sacó el revólver de dardos de su paquete y se aseguró de cargarlo con el cartucho correcto, pentarrápida y paralizador, un cóctel adorable que había fabricado ex profeso un técnico médico del
Ariel
. Suspiró, y a través de la rejilla apuntó el revólver con precisión y disparó justo en el blanco. El hombre se llevó la mano a la nuca una vez y se quedó sentado y quieto, la mano suelta, sin tensión, al lado del cuerpo. Miles sonrió, sacó la rejilla y se dejó caer al suelo.
El hombre iba de civil, muy bien vestido. ¿Uno de los científicos, tal vez? Se tambaleaba en la silla con una sonrisita en los labios y miraba a Miles con interés y sin alarma. Empezó a caerse.
Miles lo agarró y lo colocó de nuevo en su lugar.
—Siéntese, así está bien. No puede hablar con la boca contra la alfombra, ¿verdad?
—Noooo… —El hombre hizo girar su cabeza y sonrió con alegría.
—¿Sabe algo de una fabricación genética, una criatura monstruosa, que acaban de traer de la Casa Bharaputra a estas instalaciones?
El hombre parpadeó y sonrió.
—Sí.
Los sujetos sometidos a la pentarrápida solían interpretar todo literalmente, recordó Miles.
—¿Dónde lo tienen?
—Abajo.
—¿Dónde, exactamente?
—En el subsuelo. El espacio alrededor de los cimientos. Esperamos que atrape alguna de las ratas, ¿entiende? —El hombre se rió—. ¿Los gatos comen ratas? ¿Las ratas comen gatos?
Miles lo buscó en el cubo. Sí. Parecía un buen lugar para penetrar y salir, aunque era un área bastante grande para registrarla, un área dividida en una masa de elementos estructurales que bajaban hacia el lecho de piedra con columnas especialmente preparadas como elementos de baja vibración que corrían hacia arriba, hasta los laboratorios. En el extremo inferior, donde la ladera se alejaba, bajando, el espacio tenía un techo muy alto y estaba muy cerca de la superficie y ése era tal vez un buen punto para entrar. El espacio se hacía más y más estrecho y después bajaba al lecho de piedra hacia atrás donde el edificio se hundía en la ladera. De acuerdo. Miles abrió la caja de los dardos para encontrar algo que dejara fría a su víctima. Así nadie podría interrogarle durante el resto de la noche. El hombre le miró y manoteó y se subió la manga, revelando un comunicador casi tan complejo como el de Miles. Una luz parpadeaba en él. Miles miró el aparato, inquieto de pronto. Esa habitación…
—A propósito, señor, ¿quién es usted?
—Moglia, jefe de seguridad, Instalaciones Biológicas Ryoval —recitó el hombre contento—. A su servicio, señor.
—Ah, claro. —Los dedos un poco torpes de Miles buscaron rápidamente en su caja de dardos. Mierda, mierda, mierda…
La puerta se abrió de golpe.
—¡Alto!
Miles tocó el control de alarma y autodestrucción rápida del comunicador de muñeca y levantó las manos sacándoselo en un solo movimiento rápido. No por casualidad. Moglia estaba sentado entre Miles y la puerta, perturbando los reflejos de disparo de los guardias. El comunicador se fundió mientras hacía un arco en el aire… ninguna posibilidad de que la guardia de Ryoval rastreara al escuadrón a través del aparato y por lo menos Bel sabría que algo había salido mal.
El jefe de seguridad rió entre dientes, fascinado con la tarea de contarse los dedos.
El sargento de guardia, apoyado por su escuadrón, entró en lo que era el Cuarto Base de Operaciones de Seguridad —ahora a Miles le parecía obvio—, rodeó a Miles, lo puso contra la pared y empezó a registrarlo con una eficiencia muy molesta. En unos momentos lo había separado de una pila de instrumentos incriminatorios, su chaqueta, sus botas y su cinturón. Miles se aferró a la pared y tembló con el dolor de varios choques de energía bien aplicados en los nervios y con el espanto de su cambio de suerte.
Cuando por fin se libró de la penta, el jefe de seguridad no quedó nada contento con la confesión del sargento de guardia sobre tres hombres uniformados a quienes había dejado ir con apenas una multa, hacía unas horas esa misma noche. Puso a su guardia en alerta roja y envió un escuadrón armado a tratar de rastrear a los Dendarii que habían huido.