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Authors: John Locke

Gente Letal (16 page)

BOOK: Gente Letal
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—Toxina botulínica.

—Ja. ¡A ver si se había metido tanto bótox que se había vuelto inmune!

—Puede que Victor mandara a alguien a recogerla cuando nos marchamos, alguien que le diera una dosis de heptavalente.

—¿Eso es una especie de antídoto?

—Es una antitoxina, pero sí, básicamente funciona igual. La botulina paraliza los músculos respiratorios, pero sus efectos pueden invertirse con el heptavalente. No es infalible; se tardan semanas e incluso meses.

—Gracias, doctor Creed —ironizó Callie, y añadió—: ¿Crees que Victor está detrás de esta historia del satélite?

—Seguramente.

—Pero ¿para qué arriesgarse? ¿Te parece que quizá sólo quería verlo en directo?

—Puede. No tiene una vida muy emocionante, así que a lo mejor se distrae con esas cosas. También es posible que manipulara el satélite para que sus hombres consiguieran encontrarla.

—Pero si sabía dónde iba a estar. Si hasta nos marcó el sendero.

—Sí, vale, pero es el primer trabajo que nos encarga. Suponte que en realidad la quisiera viva. No podía estar seguro al cien por cien de que haríamos todo exactamente como nos lo pidió. Además, ¿y si otro coche hubiera tenido un pinchazo en la carretera cerca del sendero? ¿Y si hubiera habido gente de acampada por la zona que nos hubiera visto girar? Podrían haber salido mal muchas cosas que nos habrían obligado a matarla en otro sitio. Si la quería viva, tenía que saber con precisión dónde estaba.

—O sea, que crees que secuestró a Monica.

—Pues sí.

—¿Y por qué no pidió directamente que lo hiciéramos nosotros?

—Quizá la quería para él solo, sin que nos enterásemos.

—Ya. El enano se queda con la mujer florero del médico que le salvó la vida.

—No es más que una teoría.

—¿Qué motivos tendría para querer castigarla? —preguntó Callie.

—La historia de Victor y ese médico debe de tener su miga. Habrá muchas cosas que no sabemos.

—¿Deberíamos tener una conversación con Victor?

—En su momento, pero antes quiero poner al tanto a Lou.

—¿Para que investigue su vinculación con Baxter?

—Sí. Que se entere de la conexión, que descubra el verdadero nombre de Victor, y luego repasaremos toda su vida, nos enteraremos de qué es capaz de hacer, averiguaremos sus motivaciones.

—Y quiénes son sus amigos —apostilló Callie—. Un tío capaz de piratear un satélite espía supersecreto...

—Ya. No es ningún enano de circo —contesté, pero de repente la televisión requirió toda mi atención. Subí el sonido—. ¿Lo estás viendo?

Lo estaba viendo.

En la CNN, Carol Teagess mostraba una imagen ampliada de Monica Childers.

«Tenemos una última hora —decía—. Responsables del FBI, en colaboración con el Departamento de Seguridad Nacional, acaban de hacer pública esta imagen, obtenida a partir de una de las fotografías digitales del satélite.»

La pantalla presentaba la ampliación a la derecha y una fotografía reciente de Monica a la izquierda.

«Queda confirmado. La mujer secuestrada en la isla de Amelia el día de San Valentía ha sido identificada como Monica Childers, esposa del famoso cirujano Baxter Childers. —Carol se tocó el pinganillo e hizo una pausa—. Conectamos ahora con la delegación del FBI en Jacksonville, en Florida, donde según me comunican la portavoz del FBI, Courtney Armbrister, está a punto de ofrecer una rueda de prensa que vamos a retransmitir en directo. Fuentes cercanas a la investigación prevén que actualice la información y revele la identidad de los secuestradores.»

—¡Darwin se va a cagar en todo! —exclamó Callie.

—¿Me lo dices o me lo cuentas?

En la pantalla apareció un montón de gente pululando por una amplia sala de la oficina del FBI en Jacksonville. La rueda de prensa iba a retrasarse unos minutos, así que Carol empezó a hablar en voz en
off
para evitar que los espectadores se pasaran a otro canal a ver una reposición de
Vacaciones en el mar
.

Callie aprovechó la espera para preguntarme:

—¿Qué decías antes? Lo de hacerme un tatuaje en el culo.

—He encontrado uno precioso al final de la espalda de tu nueva doble.

—¿Has encontrado a una puta que se me parece?

—No me gusta lo que pretendes sugerir —me quejé—. En fin, se parece bastante facialmente y el equipo puede encargarse del resto.

—Un tatuaje.

—Y también te hará falta una pequeña marca de nacimiento en el cuero cabelludo.

—¿Y un piercing púbico no? —preguntó con malos modos.

—Ojalá —respondí. Dediqué unos segundos a evocar mentalmente a una Callie desnuda, pero estaba tan por encima de mi nivel que ni siquiera podía fantasear con ella—. Cuando vuelva al cuartel general te mando fotos.

Los dobles eran individuos desechables que utilizábamos para cubrir nuestro rastro o, en circunstancias extremas, para fingir nuestra muerte si alguien descubría nuestra tapadera. Dedicábamos mucho tiempo y esfuerzo a encontrarlos, a supervisarlos y protegerlos, muchas veces años, hasta que sucedía algo que nos obligaba a recurrir a sus servicios.

Por supuesto, ellos no tenían ni la menor idea de que éramos sus titiriteros ni sabían que participaban en actividades de seguridad nacional. En caso de enterarse, la mayoría de los civiles habría censurado ese método, del mismo modo que casi todos habían censurado los planes del ejército para utilizar el ADS a gran escala. Sin embargo, según mi punto de vista los daños colaterales eran una realidad de la guerra y los sacrificios de civiles, un mal necesario. Si se manejaban con cabeza, los dobles podían darnos tiempo para eliminar rastros o cambiar de aspecto, lo que nos permitía seguir dedicándonos a matar terroristas.

Callie preguntó si Jenine era más guapa que ella, la típica gilipollez que cabía esperar de una mujer despampanante.

—No digas tonterías —respondí—. No olvides que no tiene que ser exactamente como tú. Basta que coincidan la edad, la complexión y la altura. El que sea guapa y tenga buenos pómulos es un extra. El tatuaje y la marca de nacimiento son pequeños y fáciles de reproducir.

—¿Qué tipo de mariposa es? —quiso saber—. ¿De esas idiotas? Un tatuaje es para siempre, Donovan. Me da mal rollo.

—Considéralo un homenaje a la memoria de Jenine. Y demuestra un poquito de respeto, ¿vale? Que ella se juega el cuello por ti.

—Pero no lo sabe. No ha dado su consentimiento.

—No me vengas con tecnicismos.

—Si un día hay que liquidarla, tendré que comerme con patatas un tatuaje y una marca de nacimiento que la siguiente doble no tendrá —observó Callie.

Dejé que el comentario se quedara flotando en el aire y enseguida volvimos a debatir teorías sobre el trabajito de Monica. Yo todavía no quería descartar por completo una vinculación terrorista y Callie preguntó si era posible que Sal Bonadello tuviera tratos con terroristas. Al fin y al cabo, era el que le había dado mi teléfono a Victor. Le contesté que podían decirse muchas cosas de Sal, todas desagradables, pero no que simpatizara con ese tipo de gente. Y entonces le pedí que siguiera viendo las noticias y me avisara si sucedía algo interesante.

—¿Es que esto no te parece lo bastante interesante? —replicó.

24

Iba a apagar el televisor y darme una ducha cuando la aparición en directo de Courtney Armbrister en la CNN me hizo cambiar de idea.

La agente especial del FBI Courtney Armbrister era el sueño de toda cadena de televisión: sacaba un excelente partido a una melena caoba que le llegaba hasta los hombros, a unos labios abultados y a un cuerpo espectacular. Conseguía mostrarse seductora a pesar de la solemnidad de la ocasión. Lucía el traje chaqueta oscuro imperativo en el FBI, aunque evidentemente el suyo estaba hecho a medida. Debajo asomaba una blusa blanca que parecía más de seda que de algodón. Sus ojos dirigían una mirada fiera a la cámara y hablaba con tal convicción que uno se quedaba con la impresión de que estaba diciendo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Claro que en aquel caso sólo salían mentiras como catedrales de entre aquellos dientes perfectos y deslumbrantes.

Me di cuenta de que la operación tapadera iba viento en popa cuando la agente especial Armbrister informó a los telespectadores de la CNN de que los ordenadores del FBI habían identificado a los secuestradores: se trataba de antiguos agentes soviéticos con vinculaciones confirmadas con líderes terroristas. En la pantalla que había a su espalda el FBI mostró unos nombres inventados y unas fotografías alteradas de Callie y de mí. Yo aparecía más joven, más bajo y sin cicatriz en la cara. A Callie la habían envejecido al menos diez años y le habían hecho algo en la nariz y los ojos que no le haría ninguna gracia. También presentaron perfiles falsos obtenidos gracias a «fuentes confidenciales» para demostrar que dominaban el cotarro. Courtney afirmó que hacían públicas aquellas fotos y aquellos documentos para que la ciudadanía eventualmente pudiera colaborar aportando algún dato. Todo una sarta de chorradas, pero para el americano medio y su señora todo lo que saliera de aquella carita resultaría creíble.

«Hasta que dispongamos de pruebas de lo contrario —decía Courtney—, tenemos razones sobradas para creer que Monica Childers sigue con vida y está retenida. Por ello, solicitamos su colaboración. Queremos que nos sirvan de ojos y oídos. Si ven algo, si oyen algo, no duden en llamar a nuestra línea de atención telefónica. Todas las pistas son importantes cuando se trata de salvar una vida inocente.»

Casi se me saltó una lágrima. En serio.

A continuación habló de la furgoneta blanca y enseñó una fotografía de la misma. Aseguró que la policía seguía esa pista a nivel nacional, pero que la ayuda del ciudadano de a pie también podría ser útil en ese aspecto. Por último, y en nombre del FBI y del resto de las fuerzas del orden, Courtney prometió dar con los secuestradores y llevarlos ante los tribunales. Acabó con un mensaje muy claro:

«Si alguien tiene alguna información sobre estos dos antiguos agentes soviéticos, que llame a la línea de atención telefónica del FBI. El número es el...»

El móvil volvió a vibrar y contesté.

—¡Creed, hijo de puta presidiario! ¿Qué hiciste con el cadáver?

Los gritos del hombre al que conocía solamente como Darwin no habían hecho más que empezar. Me contó el gran esfuerzo que les había costado manipular las fotos y colocar la historia de los falsos sospechosos rusos. Me llamó imbécil, zoquete y un montón de epítetos más que podrían haber herido mis sentimientos si no hubiera conocido la falta de tacto que lo caracterizaba. Así pues, fue disparando y yo me dediqué a beber sorbos de bourbon y aguantar el chaparrón, a la espera de que fuera al grano. Le costó, pero lo logró.

—Quiero saber quién te contrató, porque de paso consiguió desbaratar nuestro sistema de defensa nacional. Y no me vengas con que fue Sal Bonadello, que ése aún cree que un
software
es un refresco.

Darwin se calló un momento para respirar.

—Estoy esperando —insistió al punto.

—No puedo darte el nombre —contesté.

—¿No puedes o no quieres?

—No puedo, pero la buena noticia es que sé cómo obtenerlo.

—A ver, Creed de los cojones, escúchame. En todos estos años has hecho un montón de gilipolleces y yo he hecho la vista gorda porque hasta ahora tu valía compensaba los berenjenales de mierda en que nos metías. Pero todo tiene su límite. No podemos permitir que la gente vaya por ahí toqueteando nuestro sistema de defensa y tampoco que los jerifaltes se enteren de que tu equipo y tú vais por ahí matando gente por encargo de delincuentes de mierda —espetó—. Esas cosas no hacen ninguna gracia en Washington, joder. ¿Cómo coño has permitido que pasara? No, no te molestes en contármelo. Limítate a decirme cómo piensas solucionarlo.

—Hablaré con un enano que tiene muy mala uva —contesté.

—¿Qué coño dices? ¿Estás chalado? ¿Pretendes decirme que un enano te encargó liquidar a la mujer del médico?

—Una persona de baja estatura —lo corregí—. Prefieren que los llamen así.

—Y yo prefiero el Viagra y un buen par de tetas, pero gracias a Callie y a ti en este momento lo único que tengo para mamar son vuestras meteduras de pata.

—Pues sí —dije entonces.

—Pues sí qué.

—Pues que un enano me encargó liquidar a Monica Childers, pero no estoy seguro de que esté muerta.

—Ya te digo yo cómo saberlo, capullo: ¿la matasteis o no?

—La matamos, pero dejamos el cadáver y ahora ha desaparecido.

—Hala, y yo me lo creo —replicó Darwin.

—Mira, le inyecté una jeringuilla llena de toxina botulínica, pero creo que alguien llegó a tiempo de administrarle un antídoto. Me parece que por eso Victor lo supervisó todo por satélite, para mandar un equipo de rescate a recogerla en cuanto nos fuimos.

—¿Victor? ¿Quién es Victor? ¿El maldito enano?

—Persona de baja estatura.

—A ver si me aclaro de una puta vez. —Darwin hizo una breve pausa—. Un enano con mala uva te encargó asesinar a la mujer de un célebre cirujano, pero luego la rescataron y la secuestraron unos que trabajan para el mismo enano. ¿Eso tratas de venderme?

—Dicho así parece una estupidez.

—Vuelve a matarla, Creed —añadió entonces con voz tensa.

—Vale.

—Si no, podrá identificarte.

—Vale.

—Y cárgate también al enano.

—Eso sí que no.

—¿Por qué coño no?

—En primer lugar, no estoy seguro de que lo del satélite sea cosa suya. En segundo lugar, si no ha sido él y lo mato será imposible encontrar al que haya sido. En tercer lugar, me he metido en tratos profesionales con él.

—Y yo voy a meterte en una caja de pino si no acabas con la mierda esta del pirateo de satélites.

—Ya me encargo.

—Y no te olvides de matar a Monica Childers.

—Eso suponiendo que siga viva.

—No supongas nada. Tú cárgatela y basta.

—Muy bien.

—Mantenme al tanto. No tendré ganas de llamarte otra vez cuando me entere de que ha pasado algo.

—De acuerdo.

—Anda, cierra ya esa bocaza.

Y colgó.

25

Soy almacenador temporal.

Los almacenadores temporales memorizamos momentos concretos. Un buen almacenador temporal puede congelar todos los parámetros de un suceso: la fecha, el estado de ánimo, la hora, la temperatura, la iluminación, lo que se veía, lo que se oía, lo que se olía, la brisa... Todo. Aparcamos esa información en un rincón del cerebro y la recuperamos siempre que nos interesa. Es como abrir una cápsula temporal años después de que haya pasado algo y que surja un torrente de recuerdos maravillosos.

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