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Authors: Clara Tahoces

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

Gothika (31 page)

BOOK: Gothika
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Ninguno de los presentes se acercó a saludarla. Se limitaron a hacerle un gesto con la cabeza.

—¡Bien! Pues entremos, ¿no?

—¡Alto! —Una de las chicas parecía arrepentida—. ¿Estáis seguros de que queréis entrar ahí? —hizo un gesto señalando hacia la espesa oscuridad que lamía los esbeltos cipreses.

—¡Mystica, no me jodas! —Shadowboy la agarró de la mano en un intento por retenerla—. ¡Lo sabía! ¿No irás a rajarte ahora?

—No sé...

Su voz sonaba apagada y temblorosa. Después tragó saliva y añadió:

—¡Tengo un mal presentimiento! ¿Y si nos pillan o si pasa «algo» ahí dentro?

—¡Nadie va a pillarnos si dejáis de hacer gilipolleces! —intervino Darío—. Mystica, si no quieres entrar, no lo hagas. Ahora bien, te vas sólita a casa. El resto hemos venido a esto.

La joven sopesó su situación. La eventualidad de tener que regresar sola a su domicilio a esas horas de la noche debió de parecerle incluso peor que internarse en el fosco cementerio, así que dio un paso al frente y dijo:

—Bueno, pero a mí no me dejéis ni la primera ni la última.

Ayudado por linternas, el grupito fue saltando la tapia sin dificultad. De hecho, no era la primera vez que algunos de los presentes se colaban en un recinto sagrado por la noche. Darío dirigía la insólita expedición y parecía saber muy bien hacia dónde tenían que ir. No en vano había reconocido el lugar el día anterior, por lo que tenía la tumba de Alejandra Kramer localizada.

La lápida era sencilla. No presentaba ornamentos de clase alguna. Darío pensaba que se merecía algo más, una losa acorde a su filosofía. Pero, claro, ella no había podido opinar de qué manera deseaba ser enterrada.

—¡Pues vaya cagada de tumba! ¡Con lo forrado que está su viejo! —comentó uno de los presentes.

—Violeta se aproximó a la lápida y leyó en voz alta:

—ALEJANDRA KRAMER SILVA. LOS QUE LA CONOCIERON LA AMARON. ¿La conocíais? —preguntó intrigada. Aquella situación le resultaba de lo más morbosa.

—Todo el mundo sabía quién era —contestó la chica que había permanecido callada hasta ese momento y cuyo apodo era Deadly.

—¿Y de qué murió?

—Fue asesinada —Darío esperaba la reacción de Violeta, que no se hizo esperar.

—¿Asesinada? ¿Y no os parece de mal gusto hacer una ouija aquí?

El grupo la miró atónito, como si hubiera proferido una gran blasfemia. A ninguno de los presentes se le había pasado nada semejante por la cabeza. La situación evidenciaba que aquello les parecía bastante normal.

Ante sus inquisitoriales miradas, Violeta no tuvo más remedio que ofrecer una explicación:

—Bueno, a mí me da igual. Yo no la conocía, pero me parece un poco fuerte hacer una ouija sobre la tumba de una amiga que ha muerto, y más de esa manera tan horrible. Si fuera alguien desconocido, sería diferente. ¿No me estaréis engañando? —Violeta empezaba a pensar que tal vez era víctima de una broma pesada. A fin de cuentas, excepto a Darío, no conocía de nada al resto de los presentes y, por tanto, ignoraba cómo era su sentido del humor.

—¿Una broma? Desde luego que no lo es. No era amiga nuestra —aclaró alguien—. Su maquillaje blanco resultaba excesivo. A la luz de la linterna y en contraste con la oscuridad parecía un auténtico cadáver. Se hacía llamar Skeletor. Sabíamos quién era porque frecuentaba el ambiente, pero no pertenecía a nuestro grupo.

Entre tanto, Darío había colocado un tablero de ouija en el centro de la lápida. Todas las linternas apuntaban hacia él. Los participantes se sentaron formando un círculo alrededor de éste y se cogieron de las manos formando una cadena.

—¿Y quién la mató?

—No se sabe. Eso es lo que queremos averiguar esta noche —contestó Deadly en tono tétrico.

—Empieza tú, Mystica. Contigo siempre responden —interrumpió Darío.

—Yo paso, que hable otra persona. Tengo un mal rollo que te cagas.

—Vamos, por favor —suplicó Darío—. A ti suelen hacerte bastante caso.

Mystica había conseguido acaparar la atención. Todas las miradas permanecían fijas en ella. Sabiéndose protagonista, guardó silencio unos instantes. Después comentó:

—Está bien. Pero nada de bromitas pesadas, que ya nos conocemos. Si vamos a hacerlo, hagámoslo en serio.

Mystica cerró los ojos, se concentró e hizo un par de inspiraciones y de exhalaciones profundas. Entonces extrajo una copa de coñac de su mochila en forma de ataúd y, tras colocarla sobre el tablero, preguntó con voz firme:

—¿Hay alguien aquí? Si estás entre nosotros, ve hacia el «sí».

La copa permaneció inmóvil como si nada de aquello fuera con ella.

Tras una pausa silenciosa Shadowboy, que llevaba un buen rato intentando contenerse, se vio incapaz de hacerlo por más tiempo y soltó una leve risita, que contagió a su vez a Deadly.

Todos rieron, excepto Darío y Violeta.

—Joder, ¿queréis callaos de una puta vez? Esto es algo serio. La que yace aquí debajo es Alejandra, una de los nuestros. Por mi parte, no tengo intención de seguir perdiendo el tiempo —afirmó Darío retirando su dedo de la copa bruscamente—. Reíos todo lo que queráis, pero apuesto a que todos queréis saber quién lo hizo, así que no pongáis vuestro dedo ahí a menos que no deseéis conocer la verdad sobre su muerte.

Acto seguido se levantó del suelo y se apartó del grupo. Sin embargo, sus palabras no causaron mella entre sus compañeros, que continuaban dando rienda suelta a su nerviosismo.

Violeta se sentía desconcertada. No entendía lo que estaba ocurriendo. Le siguió y se sentó junto a él en una de las lápidas vecinas a la de la gótica asesinada.

—Se te ve muy afectado. Creía que apenas la conocías.

—Es cierto, pero no consigo quitármela de la cabeza. Su muerte me obsesiona.

—De repente, el joven escrutó con fijeza el rostro de Violeta.

—Darky, necesito preguntarte algo.

—¿Por qué me miras así?

—Y, si vas a mentirme, es preferible que no respondas.

—Tú dirás. ¿Qué ocurre? Me estás asustando.

—Una vez dijiste que guardabas un secreto.

—Sí. ¿Y qué? Todos escondemos alguno. Tú mismo dijiste que tenías uno.

—¿Qué tipo de secreto?

—No sé a qué te refieres. Todos los secretos son iguales o dejan de serlo.

—¿Un secreto capaz de matar?

—Sinceramente, no sé adonde quieres llegar.

—Está bien. Iré al grano: necesito saber si el día que nos conocimos llevabas una daga en tu abrigo.

—¿Cómo se te puede ocurrir algo así?

—Cuando te pregunté, explicaste que era un móvil. Pero no sólo no lo parecía, sino que el día que nos encontramos en el tanatorio, al pedirte tu número de teléfono, aseguraste que no tenías teléfono móvil.

—¿Estás loco? ¡No llevaba una daga! ¿Crees que la gente va paseándose por ahí con un arma, como si tal cosa?

—No lo sé. Quiero pensar que no, pero alguien mató a Alejandra y lo hizo precisamente con una daga.

—¿Qué estás insinuando?

—Nada. Sólo quiero saber qué llevabas en el bolsillo aquel día.

—¡Maldita sea! ¡No lo recuerdo! Pero, desde luego, no era una daga. Yo no tengo nada que ver con la muerte de esa chica. Ni siquiera había oído hablar de ella hasta esta noche. Soy incapaz de matar una mosca. —Sus últimas palabras sonaron poco convincentes, tal vez porque acababa de rememorar el episodio del gato al que había cosido a puñaladas para después cortarle la cabeza.

—¿Y por qué me mentiste sobre lo del móvil?

—Ésa es otra historia. Y no tiene nada que ver con Alejandra.

—¿Y bien? Me gustaría escucharla.

—No puedo darte explicaciones, no me las pidas. Ella... —dijo casi en un susurro— me mataría.

—¿Ella? ¿Quién?

—¡Nadie! Olvida lo que acabo de decir.

—No pienso hacerlo. Quiero saber qué ocurre.

—Violeta dudó unos instantes, no sabía qué hacer.

—Mi señora.

Mientras tanto, el grupito había comenzado a impacientarse.

—¿Se puede saber qué coño hacéis ahí? —inquirió Mystica al darse cuenta de que ya no era la protagonista de la noche.

Darío miró a Violeta con inquietud.

—Ya hablaremos.

Cuando regresaron junto a los demás, ya no reían. Su semblante estaba serio.

—Nos ha parecido escuchar un ruido por allí —explicó Shadowboy enfocando su linterna hacia una lápida profusamente ornamentada. Pero no se veía nada anormal, sólo dos angelotes que coronaban la cruz del finado. La luz les confería un aspecto diabólico.

—Será algún animal. Lo mejor es que empecemos de una vez, en serio y sin coñas. No tengo ganas de pasar la noche en la comisaría.

Todos asintieron y Mystica volvió a preguntar al tablero, pero nada había cambiado. Aquella copa no parecía tener intención de moverse ni a tiros.

Lo intentaron varias veces, pero la ansiada respuesta no llegaba.

—¿Hay alguien aquí? ¡Por favor, contesta! —rogó Mystica por quinta vez.

De nuevo silencio.

—¡Es inútil! Hoy no quiere moverse —dijo Deadly empezando a cansarse de la situación—. ¿Por qué no nos vamos a fumar unos petas?

De pronto, sin que nadie lo esperara, la copa empezó a moverse con lentitud hacia el «sí».

—¿Quién eres?

Todos estaban expectantes.

La copa se movía despacio, con dificultad. Se deslizaba letra a letra hasta completar una frase:

—M-I N-O-M-B-R-E Y-A L-O S-A-B-E-S.

—No, no lo sé. ¿Cómo te llamas? —insistió Mystica.

La copa ya no se desplazaba con tanta lentitud como al principio. Parecía estar recibiendo energía de algún lugar o de alguien, quizá de los propios participantes.

—P-R-E-G-Ú-N-T-A-L-E A V-I-O-L-E-T-A.

—Nos está vacilando. No tiene sentido —señaló Shadowboy—. Nadie se llama así.

Violeta dudó. No sabía si intervenir.

—Yo soy la primera sorprendida. Violeta es mi verdadero nombre, pero casi nadie me llama de este modo. De hecho, lo odio.

—Pues el tablero lo conoce.

Antes de que Violeta pudiera decir nada, la copa comenzó a deslizarse con mucha más rapidez que antes.

—V-I-O-L-E-T-A L-O S-A-B-E.

—¡No es cierto! No tengo ni idea de quién puede ser —replicó la joven angustiada.

—¡Dinos tu nombre! —Mystica empezaba a impacientarse.

—E-R-E-S M-U-Y C-U-R-I-O-S-A. D-E-M-A-S-I-A-D-O.

Aquella alusión tan directa a su persona consiguió asustarla.

—Bueno, no nos digas tu nombre si no quieres —rectificó —, pero dinos al menos quién mató a Alejandra.

—T-Ú M-O-R-I-R-Á-S T-A-M-B-I-É-N.

—¿Quién?

La copa se desplazó con rapidez hacia Mystica. Ésta retiró su dedo. Estaba aterrada.

—No hagas ni caso —intervino Darío—. ¿No ves que nos está vacilando?

—N-U-N-C-A M-I-E-N-T-O.

Al ver el estado en el que se encontraba Mystica, Darío dijo:

—Lo mejor será que lo dejemos. Esto ya no tiene sentido.

—Y-A E-S T-A-R-D-E. T-U H-E-R-M-A-N-A S-E-R-Á L-A S-I-G-U-I-E-N-T-E.

—¡La culpa la tiene Darky! —sentenció Shadowboy. Nunca había pasado nada de esto.

Mystica comenzó a temblar.

Darío observaba a Violeta con inquietud y ella, sin saber qué decir, se limitaba a evitar su mirada.

—¿Quién es, Darky? ¡Tú lo sabes! —acusó Deadly.

—¿Y cómo pretendes que lo sepa? ¡No tengo ni idea! —se justificó—. Además, me tengo que ir. Esto no me gusta nada y se me está haciendo muy tarde.

En ese momento, aunque ninguno de los presentes tenía colocado el dedo sobre la copa, ésta comenzó a trazar círculos sobre el tablero a toda velocidad. Después, ante la incrédula mirada de los jóvenes, se elevó en el aire y estalló en mil pedazos.

43

Enseñar a «cazar» a Mariana fue una de las tareas más difíciles a las que Analisa tuvo que enfrentarse, no tanto por la desolación que para ella significaba tener que instruir a alguien para que aprendiera a matar (y no alguien cualquiera, sino a su propia hija), sino porque aquella experiencia le sirvió para constatar de manera definitiva y aterradora algo que ya sospechaba: que la niña era una auténtica depredadora.

En su diminuta naturaleza no se apreciaba un ápice de humanidad y no parecía importarle en absoluto lo que tuviera que hacer con tal de conseguir sangre. Mariana carecía de toda moral, así como de la capacidad de emocionarse, del sentido del arrepentimiento y de la empatía suficiente para ponerse en la piel de sus víctimas. Lo único que podría obligarla a hacerlo era la necesidad de adelantarse a sus reacciones a la hora de plantearse un ataque.

Sonaba terrible, pero ésa era la cruda realidad.

Analisa se sentía inquieta frente a hipotéticas situaciones futuras. No podía olvidar que, a fin de cuentas, Mariana era un vampiro nacido, no como en su caso, que había sido convertida por la inefable Emersinda. Sin embargo, con el tiempo se percató de que esa falta de expresividad humana era lo único bueno que a la niña podría pasarle. Casi con total seguridad constituía un escudo protector frente a su propia naturaleza monstruosa.

Si no existía arrepentimiento, tampoco habría sufrimiento.

Visto de esta manera, Analisa habría preferido no conservar emociones humanas de ninguna clase, no tener sentimientos como la piedad, la compasión, el remordimiento o el arrepentimiento.

Sin embargo, todas las dudas que había albergado con respecto al futuro de su hija se disiparon en el mismo instante en que la pequeña dio muerte a su primera víctima. Pese a su lógica inexperiencia, la niña se comportó como una auténtica cazadora, sin vacilar un solo instante a la hora de usar su parte instintiva y sus cualidades vampíricas.

Todo sucedió una noche ventosa en la que el mal tiempo era el único dueño y señor de la oscuridad. Analisa habría querido retrasar más aquel momento, pero ya no era posible. No desde que despertó y se
encontró
—a la niña agazapada sobre su brazo chupándole la sangre sin piedad. Sin embargo, no podía culparla por ello. Tal vez se debiera a su potente naturaleza vampírica, que era más pura que la suya, o a que estar en fase de crecimiento la hacía reclamar mayores dosis de sangre, pero Analisa ya no podía obviar por más tiempo el hecho de que Mariana necesitaba aprender a alimentarse por sí misma.

La no-muerta comenzó por explicarle cosas acerca de su insólita naturaleza.

—Ya sabes que no eres igual que los otros niños.

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