«El corazón es la fuente de la vida y sin él no puede existir eternidad», había dicho Darío antes de clavarle la estaca a Analisa. ¡Y cuánta razón tenía!
Durante todos estos años, Emersinda había estado «dormida», aunque no muerta, ya que su corazón nunca había llegado a fenecer. Su cuerpo había permanecido sepultado bajo una montaña de escombros y cenizas, pero el órgano vital no había sufrido daños irreversibles.
Sin embargo, le faltaba la energía precisa para traspasar el mundo de las sombras en el que se hallaba para volver al de los vivos. Por tanto, su energía sólo era mental... hasta que ideó la manera de recobrar su antigua condición: si conseguía manipular la mente de otros para que dieran muerte a Analisa, recuperaría todo su antiguo poder; no en vano había sido ella quien se lo había transmitido. Así que, siguiendo su retorcido plan, primero utilizó a Violeta a través de sus sueños, después logró manipular a los participantes de la ouija y por fin acabó con la vida de Silvia, a la que asustó hasta conducirla a la muerte.
El resto sólo había sido la consecuencia de todo ello.
—Si ocurre cualquier cosa, no deje de llamarme al móvil —le ha dicho Alejo antes de marcharse al hospital.
—Váyase tranquilo, señor. El niño está en buenas manos.
Tan pronto cierra la puerta, Luzmila se dirige a la habitación del ordenador, ya transformada en el cuarto del niño, y lo coge en brazos.
—Eres un niño precioso.
El niño recibe cualquier carantoña con una sonrisa.
Tiene todo preparado para el baño. Cuando termina, lo viste y lo lleva a la cocina, donde le da el biberón y se espera a que el niño eche el aire, para regresar con él al dormitorio, que Alejo ha pintado de azul cielo y ha decorado con lunas y estrellitas. Luzmila canta por el pasillo una vieja nana, así prepara al pequeño para el sueño. Lo coloca en la cunita y lo observa con devoción.
A continuación se lleva las manos a la nuca para desabrocharse el colgante. El niño observa su brillo con curiosidad mientras ella se lo coloca alrededor del cuello. Es un camafeo antiguo con una efigie tallada en ónice.
—Ahora te pertenece a ti —susurra Emersinda/Luzmila.
Después, mete las cosas del bebé en una bolsa, se acerca a la cuna y toma a Fabián en brazos.
—¿Estás listo, mi niño? Es hora de irnos.