Gritos antes de morir (12 page)

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Authors: Laura Falcó Lara

Tags: #Intriga, #Terror

BOOK: Gritos antes de morir
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* * *

—¿Y dice usted que esta habitación ha permanecido tapiada desde hace casi seis años? —preguntó el periodista.

—Así es. Tras aquellos horribles sucesos, todos los que trabajábamos en el hotel convenimos en que era lo mejor —contestó el hasta entonces encargado del hotel.

—Pero ¿qué fue exactamente lo que ocurrió aquí?

—Uff… Por lo visto la historia se remonta al 1890, más o menos.

—¿Ya existía este hotel entonces?

—Más o menos. Por aquel entonces, donde hoy está el Intercontinental había una pensión pequeña y de muy mala reputación. Cuentan que allí los hombres pudientes de la época llevaban a sus queridas y a las prostitutas.

—¿Y qué es lo que pasó?

—Pues bien… La leyenda dice que uno de aquellos hombres llevó allí a una niña. Probablemente su hijastra. Por lo visto, la violó y maltrató hasta la muerte, sin que nadie hiciese nada por socorrerla. Cuando descubrieron el cuerpo, la gente del pueblo se tomó la justicia por su mano. El hombre fue linchado, y sus restos se esparcieron por los alrededores para que su alma nunca descansara en paz.

—¿Qué relación tiene el actual hotel con ese suceso?

—Al parecer las únicas relaciones son el terreno donde se ubicaba el establecimiento y el número de la habitación, la 66.

—Curioso… ¿Y qué ocurrió después?

—Parece ser que clausuraron la pensión. La gente de la zona decía que el edificio estaba embrujado y que por las noches se oían lamentos. Al cabo de un tiempo, vendieron el terreno y la tiraron abajo para construir el hotel que hay ahora.

—Ya veo.

—Los fenómenos empezaron en cuanto se inauguró el Intercontinental.

—¿Qué tipo de fenómenos?

—Al principio el asunto se limitó a alguna que otra queja por parte de los clientes. Cuando se hospedaban en la 66, muchos pedían que se les cambiara de habitación debido a los ruidos, quejidos y gimoteos.

—¿Y después?

—Bueno, hubo muchos casos. Ahora me viene a la mente el de un directivo de la Dexter Company. El pobre hombre explicó a la policía su experiencia en la habitación 66. Decía que aquella noche estaba cansado y que, tras cambiarse y lavarse los dientes, se había metido en la cama. Debían de ser sobre las once. Lo primero fueron los ruidos. Decía que era como si estuviesen peleándose en la habitación contigua. Se oían gritos, golpes y lamentos. Por lo visto pensó en llamar a recepción para quejarse, pero, dada la violencia de aquella trifulca, prefirió no meterse en problemas. Al cabo de algo más de una hora los ruidos pararon.

—¿Y qué más?

—Después, cuando ya había logrado conciliar el sueño, la luz de su habitación se encendió sola. Explicaba que se incorporó extrañado, pero, al no ver a nadie, la apagó y siguió durmiendo. Más tarde fue el teléfono. Según afirmó no dejaba de sonar, y cuando descolgaba no había nadie al otro lado. Afirmaba que había intentado llamar a recepción, pero el teléfono no daba señal. Fue entonces cuando algo empezó a agredirlo. La habitación cobró vida propia. Los muebles volaban y se estrellaban unos contra otros. Las luces y la televisión se apagaban y se encendían solas… Cuando lo sacaron de allí parecía haberse vuelto loco.

—¡Vaya!

—Al pobre hombre lo encontraron por la mañana en estado de shock, acurrucado tras la puerta del baño y lleno de sangre y heridas. Según explicó, no se abrían ni la puerta ni las ventanas. El teléfono estaba arrancado de la pared, y los muebles destrozados.

—¿Y nadie oyó nada?

—Nada que llamase demasiado la atención. Las dos habitaciones contiguas estaban ocupadas, pero en ninguna de las dos oyeron nada. Teniendo en cuenta el destrozo, no comprendo cómo nadie se quejó.

—¿Hubo más casos?

—Muchos más. Al menos unos quince o veinte, de distinta consideración. Hasta que al final ocurrió la tragedia.

—¿Qué fue lo que pasó?

—De todo. Esa noche se dieron un cúmulo de terribles coincidencias.

—Cuénteme.

—Verá, dado lo que había sucedido con aquella habitación, yo tenía por costumbre dejarla vacía, y si la ocupaba solía hacer una ronda nocturna. Además, llamaba a última hora de la noche con alguna excusa, y por la mañana me ocupaba personalmente de verificar que el huésped bajara a tomar el desayuno.

—¿Qué fue lo que falló?

—Todo. Esa noche tuve que irme a casa, estaba indispuesto. Charles, el recepcionista, se quedó al cargo. Sobre las once llegó un hombre que buscaba habitación, y, aunque el hotel no estaba lleno, Charles lo alojó en la número 66. La verdad es que no se me ocurrió avisarle de que no la diera, o pedirle que en caso de darla hiciese la ronda, ni que verificara que el huésped bajaba a desayunar.

—Siga.

—Sucedió, además, que las habitaciones contiguas estaban libres aquella noche.

—Ya.

—No fue hasta casi la tarde siguiente cuando la mujer de la limpieza dio la voz de alerta. El espectáculo era dantesco.

—¿Por?

—El cuerpo del huésped estaba despedazado, y los restos repartidos por toda la habitación. No recuerdo haber visto algo semejante en toda mi vida. La sangre de aquel hombre había sido esparcida por doquier, salpicando paredes y muebles, como si de un lienzo se tratara. Habían colgado las vísceras de la lámpara del techo, y puesto la cabeza dentro del inodoro, con los ojos perfectamente abiertos mirando hacia el exterior.

—¡Jesús!

—Según la autopsia, el hombre aún estaba con vida cuando le extrajeron las vísceras. ¿Puede usted imaginarse el dolor?

—Dios mío…

—¿Y ahora, qué?

—No sé lo que puede pasar si reabren esa habitación.

—¿Y el actual propietario conoce la historia?

—Por supuesto. Yo mismo me encargué de contársela, pero no me creyó. Se lo tomó todo a risa.

—¡Qué insensato!

—El hotel reabre sus puertas la próxima semana y la habitación 66 estará nuevamente en funcionamiento. Increíble pero cierto.

* * *

Tras el encuentro, Tom cruzó la calle dispuesto a tomarse un café bien cargado en la cafetería de enfrente. La historia no dejaba de dar vueltas en su cabeza. Se terminó el café y salió de allí pensativo. Por un instante pensó en alojarse en la famosa habitación. Seguro que a la revista podría interesarle un reportaje así. Cualquier otra persona estaría muerta de miedo ante la posibilidad de pasar la noche entre esas paredes, pero para Tom vivir en su propia piel una experiencia paranormal era como cumplir un sueño.

* * *

—Buenas tardes, queremos una habitación para una noche —dijo Tom.

—Por supuesto —respondió el recepcionista del Intercontinental.

—¿Podría ser la 66? Es que a mi mujer le hace gracia, por lo de la leyenda —afirmó Tom, agarrando por la cintura a Natalie, la fotógrafa de la revista.

—Ningún problema.

Una vez en la habitación, Natalie empezó a instalar las cámaras y los dispositivos detectores de movimiento y calor.

—¿Sabes que igual no pasa nada, no?

—Lo sé, pero tenía que hacerlo —contestó Tom.

—Ponte cómodo, la noche va a ser larga.

La noche, al contrario de lo que creían, fue para ellos extremadamente corta.

* * *

A la mañana siguiente, el hotel se llenó de policías. El Intercontinental Hotel volvía a ser noticia en todo el país.

Se encuentran los cuerpos descuartizados de una pareja en la habitación 66 del Intercontinental Hotel. Como ya ocurrió hace seis años, hoy este hotel vuelve a ser, por desgracia, titular de todos los periódicos a causa de un suceso trágico y macabro. Se han hallado los cuerpos descuartizados de una joven pareja de periodistas que pasaba la noche en la famosa habitación 66. La policía investiga actualmente el suceso. Fuentes del hotel señalan que la pareja estaba realizando un reportaje y que las grabaciones están en manos de la autoridad competente.

—¿Qué hay en la cinta? —preguntó el jefe de policía al inspector encargado del caso.

—Verá, señor, casi toda está en blanco. Es decir, parece como si se hubiese grabado a oscuras y sin sonido. Pero al final…

—¿Al final qué?

—Mejor véalo usted mismo.

El inspector conectó la cámara a la televisión y le dio al play. Entonces, tras unos minutos en completa oscuridad y silencio, una niña desnuda y medio desdibujada apareció de golpe, mirando directamente a la pantalla con una sonrisa grotesca; a sus espaldas se veían los cuerpos de los periodistas descuartizados.

Aquella era ahora su casa, y nadie volvería a hacerle daño jamás.

Otro mundo

Existe otro mundo, un mundo que nos ocultan pero que convive con el nuestro. La mayoría de nosotros morimos sin saber de su existencia. Los gobiernos lo mantienen en secreto, porque descubrir esa realidad sería como abrir la caja de Pandora. Lo ideal sería hacerla desaparecer, pero no pueden.

Llegaron a la Tierra hace muchísimo tiempo, en la época de los faraones. Al principio convivieron con nosotros y nos ayudaron a crecer como civilización. Nos dieron los conocimientos básicos sobre astronomía, matemáticas, física… Ellos eran los principales interesados en nuestro desarrollo: necesitaban la electricidad, el petróleo, el gas y la mayor parte de la tecnología para poder sobrevivir. Pero, lo más importante, nos necesitaban a nosotros. Sabían que tarde o temprano tendrían que esconderse. Eran conscientes de que cuando el hombre dejara de creer en dioses y supiera cuáles eran su procedencia real y sus intereses, lucharía por destruirlos. Ellos nos ganan en capacidad intelectual, pero físicamente cualquier enfrentamiento los llevaría al fracaso. Tenían que dotarnos de la tecnología suficiente para asegurarse de nuestro desarrollo y luego esconderse prudentemente en el submundo.

Y si son físicamente inferiores, ¿por qué no hemos acabado con ellos?

Hubo una época en que hubiera sido posible, pero, conscientes de ese hecho, infiltraron agentes en nuestro mundo, agentes que lideran nuestra sociedad y que lo controlan todo. Inventaron formas de control a las que sucumbimos sin apenas darnos cuenta. El documento de identidad, el seguro médico, los códigos de barras, las cuentas bancarias, internet…

Saben dónde se encuentra en todo momento cada uno de nosotros, dominan a los dirigentes mundiales, controlan todos los recursos…

Si se desatase una guerra, les sería sumamente fácil destruirlo todo. Además, cuentan con una ventaja inmunológica evidente frente a la radioactividad: a ellos no les afecta. Por eso mismo hicieron todo lo que estaba en su mano para ayudarnos a desarrollarla. Podrían hacer detonar cualquiera de las muchas bombas atómicas que se hallan en poder de las superpotencias y su vida no se vería amenazada; la nuestra, en cambio, sí.

Imagino que os preguntaréis qué quieren de nosotros, por qué vinieron, dónde viven y qué peligro entrañan. Tras diversos años de investigaciones, tengo varias respuestas, aunque algunas hubiese preferido no conocerlas. A continuación os relataré todo lo que he averiguado sobre estos seres, así que si queréis vivir tranquilos, si sois aprensivos o creéis que no vais a soportar la realidad, os invito a dejar de leer y a pensar que lo aquí expuesto no es más que otro inocente relato de terror.

Todo empezó en enero de 1981, cuando, con apenas veintitrés años, dos compañeros y yo nos hallábamos en la ciudad de Miri, justo en el centro de la isla de Borneo, en el sudeste de Asia. Allí se encuentra el parque nacional de Gunung Mulu, considerado patrimonio de la humanidad. Debajo de este parque selvático descubrimos la sala de Sarawak, una enorme cámara subterránea considerada la más grande del mundo. Nadie hasta la fecha había entrado allí ni nadie volverá a hacerlo. Lo que descubrimos en su interior ha hecho que dedique mi vida a investigar y difundir nuestros hallazgos. Lamentablemente, mi compañero Tony desapareció aquel día, y Dave murió en extrañas circunstancias al poco tiempo de la expedición. No sería raro que, tras publicar estas palabras, a mí me pasase lo mismo.

Cuando penetramos en la sala de Sarawak, la oscuridad se convirtió en nuestra compañera. Lo primero que nos llamó la atención fue la ausencia total de humedad. Eso es algo completamente anómalo en las grutas, ya que, debido a la falta de luz y a las corrientes subterráneas, son siempre muy húmedas. Pasados unos instantes, nos separamos con la intención de abarcar la mayor área posible y extender las lámparas a lo largo de la sala. Iluminamos la zona con potentes focos gracias a un grupo electrógeno. La cámara era inmensa. La sala debía de medir aproximadamente setecientos metros de largo, cuatrocientos de ancho y al menos setenta de alto. Incluso con las lámparas, el otro extremo de la cavidad no podía verse a través de la espesa negrura. Empezamos a recorrerla con cierta prudencia. El terreno era muy abrupto y estaba lleno de pequeñas galerías. De pronto oímos un ruido inesperado. Era como un leve murmullo que parecía provenir de las tinieblas. Lo cierto es que al principio no nos llamó demasiado la atención, ya que en esta clase de cuevas suelen refugiarse todo tipo de insectos y otros animales. Como de costumbre, procedimos a investigar las principales galerías. Mientras Tony penetraba en la primera, Dave y yo controlábamos la expedición desde el exterior.

—¡Chicos! ¡Aquí hay algo extraño! —gritó Tony desde la galería.

—¿A qué te refieres con «extraño»? —preguntó Dave.

—Bueno, no quiero asustaros, pero juraría que lo que hay aquí dentro son miles de restos humanos —dijo Tony, saliendo de la cavidad con el rostro desencajado.

—¿Qué? —pregunté, incrédulo.

Avanzamos juntos hasta el interior para comprobar si Tony estaba en lo cierto. La gruta parecía una enorme despensa. Los cuerpos estaban perfectamente divididos en tres áreas. En la primera solo había huesos amontonados en lo que podríamos describir como una gran pirámide. En la segunda área había varias pilas con diferentes partes de cuerpos. Estaban perfectamente ordenadas: piernas con piernas, brazos con brazos, vísceras con vísceras… Por último, en la tercera había cuerpos enteros alineados en el suelo unos junto a otros.

—¡Es una puta despensa! —dijo Dave, conteniendo las arcadas.

Debo reconocer que un miedo desconocido hasta entonces empezó a apoderarse de nosotros.

—¡Algo se mueve allí abajo! —exclamó Tony, que estaba situado a unos cien metros a la derecha de donde yo me encontraba.

Efectivamente, allí abajo se movía algo, o mejor dicho alguien. Cuando Tony vio a aquel ser frente a él, no pudo hacer otra cosa que chillar y salir corriendo despavorido hacia el interior de la gruta. No volvimos a verlo nunca más. Dave y yo lo llamamos varias veces, pero no hubo respuesta. De pronto empezamos a ver sombras alargadas que se acercaban desde el fondo de la gruta. El murmullo del principio invadió la cavidad de nuevo, pero esta vez el ruido fue creciendo hasta hacerse ensordecedor. Fue entonces cuando pude ver con toda claridad a uno de ellos. Debía de medir cerca de los dos metros, su piel era oscura y su aspecto lánguido y frágil, aunque amenazador. Salimos corriendo de allí sin dudarlo. Nunca me perdonaré el haber huido, haber abandonado a Tony de aquella manera. Sin embargo, a día de hoy estoy seguro de que cuando escapamos él ya no estaba con vida, y de que, de habernos quedado, tampoco lo estaríamos nosotros.

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