Deth, triunfante, la fustigó con una respuesta:
—¡Finalmente hemos llegado a ello! ¿Admites por fin que todo eso no es más que una farsa científica?
El silencio en la Sala del Consejo era tal que el susurro se oyó claramente:
—En absoluto. Durante más de un siglo Satanás os ha dejado creer eso. Así vuestra caída será irremediable y completa y vuestro tormento más atroz. ¡Satanás existe! ¡Es el Señor de ese infierno al que vosotros llamáis cosmos!
De nuevo hubo un gran revuelo en la Mesa del Consejo. Pero Goniface lo ignoró e hizo una señal a Deth.
—Mewdon Chemmy, ¡queremos hechos! —grito el diácono con voz implacable—. Primero dinos, ¿quién es vuestro jefe?
—Satanás —respondió la joven.
—¡Tonterías! Hagamos que el dolor entre en los dedos de la mano izquierda.
Con aquellas palabras se incrementó la tensión en la sala gris. Las varas de la ira se alzaron contra los brujos quienes, con los ojos cerrados, parecían elevar plegarias inaudibles a su oscura divinidad.
De la mortaja de metal surgió bruscamente el silbido del aire aspirado de repente entre los dientes apretados.
Pero Goniface, el Jerarca del Mundo, no llego a oírlo pese a que escuchaba atentamente, ya que, en ese preciso instante, notó que los dedos de su mano izquierda habían sido introducidos en metal fundido.
Con un repentino y supremo esfuerzo de voluntad, reprimió el impulso de agitar la mano y de gritar y retorcerse de dolor. Luego miró en torno a la mesa, haciendo un esfuerzo casi tan intenso como el primero. Si había habido algún movimiento que delatara lo ocurrido, ningún arcipreste lo había notado.
—Mewdon Chemmy, ¿quién es vuestro jefe?
—Satanás. Satanás —decían los susurros rápidos y anhelantes.
Goniface bajó los ojos. No había nada especial en su mano, excepto los nudillos blancos por el esfuerzo y los tendones tensos. Lentamente movió la mano hasta que descansó encima de la mesa, pero el dolor atroz no disminuía.
—Hagamos que el dolor avance hasta la muñeca. ¿Quién, además de ése al que llamas Satanás, es vuestro jefe?
—Es… ¡Oh, Satanás, dame valor! ¡Es Asmodeo!
Se oyó un sollozo sofocado. Para Goniface fue como si le hubieran puesto un guantelete de fuego.
—¿Quién es Asmodeo?
—¡Satanás, ayúdame! Es el Rey de los Demonios.
—¡En el brazo! ¿Quién es Asmodeo?
—El Rey… de los Demonios.
—Sabemos que Asmodeo es un hombre. ¿Cuál es su nombre real?
—¡Rey! —De nuevo un grito sofocado—. ¡Que Satanás os abrase por toda la eternidad! No lo sé. No lo sé.
—Entonces, ¿Asmodeo es un hombre?
—Sí. No. ¡No lo sé! ¡No lo sé! ¡Satanás, abrásales como ellos abrasan a tu servidora!
Goniface notó que unas gotas de sudor perlaban su frente, mientras la invisible incandescencia subía cada vez más.
Debía estar pensando en algo. ¡Pensar!
—Mewdon Chemmy, ¿quién es Asmodeo? ¿Cómo se llama?
—¡No lo sé!… ¡No lo sé!
—¿Le has visto alguna vez?
—Sí. ¡No! ¡Sí! ¡Mewdon Chemmy, Satanás! Tu fiel servidora.
—¿Cómo es?
—¡No lo sé! ¡Una sombra! Una sombra… y una voz.
El sudor caía a chorros por la frente de Goniface. Un poco más y la bruja cedería. Aquel dolor insoportable tenía que tener un origen. ¡Piensa!
—Muy bien, Mewdon Chemmy. Dejemos a Asmodeo por ahora. ¿Dónde se encuentra el cuartel general de la Brujería en Megatheopolis?
—No lo… Allí donde nos habéis capturado.
—Aquello era tan sólo un lugar de reunión. Sabes muy bien que no te pregunto eso. ¿Dónde está el verdadero cuartel general?
—No lo… No hay ninguno.
—¡Mientes! Sabes alguna cosa, porque has intentado por dos veces ocultar la respuesta. ¿Dónde está el verdadero cuartel general? ¿Dónde guardáis las armas científicas?
—En… No existe tal armamento. Satanás no lo necesita…
—¡En el hombro!
De nuevo, la agonía que ascendía ardiente. ¡Pensar! ¡Pensar! Hubo una agitación vaga al otro lado de la sala. Las grandes puertas se abrieron y los brujos arrodillados elevaron una súplica en voz baja murmurada rítmicamente e intensa como el golpeteo ronco de un tambor:
—Satanás, ayúdanos. Satanás, ayúdanos.
—Mewdon Chemmy, ¿dónde está el cuartel general? Estás en la Gran Plaza. Vas hacia el cuartel general. Vas hacia esa calle. Entras en ella, ¿Cómo se llama esa calle?
—Calle de los Te… ¡No! ¡No! —se oyó un grito sollozante.
—Andas por la Calle de los Tejedores. Mewdon Chemmy. Hueles la lana. Oyes el sonido de la lanzadera. Estás andando. Ahora ya no estás en la Calle de los Tejedores. Has girado por una esquina, ¿cuál?
—¡No! ¡No! ¡Es Mewdon Chemmy quien te llama, Satanás!
Un grupo de sacerdotes entró corriendo por la gran puerta y se dirigió hacia la Mesa del Consejo, con las túnicas escarlatas flotando. Lentamente, con gran esfuerzo, Goníface se levantó. Su brazo izquierdo colgaba rígido a un costado y su hombro estaba inclinado como si soportara un gran peso.
—Desde el hombro entonces…
—¡Detened el interrogatorio! —ordenó a voz en grito Goniface, con tal tensión y con una pronunciación tan mecánica que atrajo las miradas de todos.
Deth esperó un momento, después alzó los hombros e hizo una señal a los técnicos.
Goniface experimentó un alivio tan extraordinario que quedó aturdido por un momento. Un torrente invisible de agua helada le cortó la respiración. Toda la sala parecía girar en torno suyo y tuvo que apoyarse en la mesa para mantener el equilibrio.
—¿Qué ocurre? —preguntó después a los recién llegados con voz ya sosegada—. Solamente algo de gran urgencia e importancia podría justificar esta interrupción.
—¡Los fieles se dirigen al Santuario! —gritó una voz—. Han abandonado el trabajo. Todos los intentos de detenerlos han fracasado. Dos diáconos abrieron fuego con los rayos de la ira en la Calle de los Herreros, pero la multitud les arrolló y les hizo pedazos. Un sacerdote del Primer Círculo que les ordenó dispersarse ha sido capturado y maltratado y sigue en su poder. Ya casi llenan toda la Gran Plaza. Quieren saber por qué no castigamos a Satanás y terminamos con el reinado del terror. Su grito es: «¿Qué sucede con la Brujería? ¿Qué sucede con la Brujería?» Han hecho callar a todos los sacerdotes que han intentado razonar con ellos.
Un murmullo de alarma recorrió la Mesa del Consejo. Goniface oyó a un arcipreste refunfuñar:
—¡Los fulminadores! ¡Barred la Plaza!
Después, reconoció entre los recién llegados a uno del Centro de Comunicaciones y le hizo una señal para que hablara.
—Llegan noticias de disturbios similares desde la mitad de las ciudades de la Tierra. Parece algo premeditado. La multitud ha invadido el Santuario de Neodelos y ha sido expulsada, pero hay muchos muertos. Desde todas partes solicitan instrucciones.
Goniface dio órdenes rápidamente.
—Desmontad los parasimpáticos de la Catedral e instaladlos en la Gran Plaza. Anunciad por los altavoces que mañana será fiesta y que celebraremos un Gran Jubileo Religioso, que se harán rogativas solemnes al Gran Dios, que ocurrirán milagros y que el Gran Dios se dignará enviar un signo seguro e infalible de nuestra inminente victoria sobre Satanás.
Y dirigiéndose al sacerdote del Centro de Comunicaciones, le ordenó:
—Transmitid estas mismas instrucciones a todos los santuarios. Decidles que utilicen todos los parasimpáticos disponibles, incluyendo los aparatos de mano de los confesionarios y si la multitud no se dispersa después de este comunicado, inundadles de música. ¡En ningún caso debe emplearse la violencia! Si algún santuario resulta invadido, los sacerdotes de quienes dependa serán considerados responsables y castigados por su incompetencia. Decid a Neodelos que, bajo pena de excomunión general, deben realizar funerales solemnes por todos los fieles que han muerto y trasladar los cuerpos a sus casas con gran pompa. Contactad con todos los santuarios, incluso con los que no solicitan instrucciones y averiguad cuál es la situación. Informadles de que las instrucciones detalladas para organizar el Gran Jubileo serán enviadas a medianoche, hora de Megatheopolis y volved aquí dentro de dos horas para dar un informe completo de la situación general.
Después Goniface ordenó a un secretario:
—Traedme las actas de todos los Jubileos precedentes, incluyendo los solidógrafos móviles de los dos últimos.
Y a otro secretario:
—Convocad a los miembros de la Facultad de Control Social del Sexto Círculo. El Consejo Supremo desea conocer su opinión. Enviad a alguien a las criptas para que le diga al hermano Dhomas que venga a verme en cuanto pueda.
A un tercero:
—Informad a la Facultad de Físicos del Quinto Círculo de que deben instalar un blindaje protector de telesolidógrafos en torno a la Gran Plaza. Todos nuestros recursos técnicos serán puestos a su disposición. Pueden requisar tantos aparatos como necesiten, pero el blindaje deberá estar acabado mañana al alba.
A un cuarto:
—Intentad poneos de nuevo en contacto con la nave que trae los refuerzos procedentes de Luciferopolis. Si lo lográis, decidles que vengan a la mayor velocidad posible.
Al Primo Deth:
—Devolved los prisioneros a sus celdas y encerradlos individualmente. Cada uno debe ser vigilado constantemente por dos guardias, como mínimo y los guardias deben ser vigilados a su vez. Preparaos para impedir los intentos de evasión más fantásticos que podáis imaginar. Te hago responsable de ello.
»El Consejo Supremo va a reunirse en sesión secreta. ¡Desalojad la Sala!
—¿Todavía insistís en no matar a los brujos, Suprema Eminencia? —La voz del viejo Sercival, aunque temblorosa, tenía un tono feroz—. El testimonio de esa mujer perversa prueba irrefutablemente que son agentes de Satanás. Es peligroso y temerario (y una ofensa contra el Gran Dios) dejarles con vida por más tiempo.
—Es indispensable obtener de ellos más información —respondió Goniface secamente—. He interrumpido el interrogatorio tan sólo porque hay que atender a temas más urgentes. Debemos preparar el Gran Jubileo.
Sercival sacudió la cabeza. Un destello demente —o profético— pareció iluminar sus ojos de halcón.
—Sería mejor postrarnos de rodillas y pedir perdón al Gran Dios por nuestros largos años de escepticismo, implorando su misericordia, porque veo surgir ante nosotros una gran oscuridad y la perdición para todos.
La respuesta de Goniface sonó como una firme resolución:
—La mente de Vuestra Señoría está fatigada y confusa, pero os advierto que pronunciaré la excomunión contra cualquier sacerdote que hable de fracaso o sugiera que Satanás es una realidad sobrenatural.
Un murmullo monótono, como un canto, se elevó del grupo de brujos que marchaban en fila en medio de una doble hilera de guardias y, aunque era débil, llenó toda la sala:
—Demos gracias a Satanás. Demos gracias a Satanás. Demos gracias a Satanás.
Mientras Jarles activaba la puerta de su apartamento privado en las criptas, frunció el ceño al ver el emblema del Cuarto Círculo reflejado vagamente en la superficie reluciente. Goniface no le había recompensado suficientemente, teniendo en cuenta la importancia del servicio que le había prestado. Con todo, Asmodeo se había escapado. De nuevo sintió una punzada de amargura al recordar que Asmodeo no se habría podido escapar, si ese otro Jarles pueril no hubiera tomado el control de su cuerpo y no hubiera lanzado aquella advertencia. Sin embargo, debía considerarse afortunado por el hecho de que nadie hubiera informado de su tremendo desliz.
Después de entrar en el apartamento, su primera preocupación fue reactivar el cerrojo. Se sentía molesto porque el Primo Deth se había arrogado públicamente todo el mérito de la captura de los brujos, pero el mismo Goniface le había explicado que era mucho mejor que, por el momento, siguiera trabajando en secreto. Excepto los más allegados a Goniface, ningún sacerdote tenía la menor idea de su retorno a la Jerarquía y menos aún sospechaban el despertar a su verdadera personalidad.
En cualquier caso echando una mirada a su alrededor, decidió que había algunas compensaciones en aquella vida temporal en la oscuridad. Después atravesó una segunda habitación amueblada con igual suntuosidad que la primera y entró en una tercera, tras reactivar todos los cerrojos que encontró a su paso.
Sharlson Naurya estaba tendida en una cama. Tenía la cara pálida, los ojos cerrados y las manos cruzadas como si estuviera muerta.
La miró un momento. Después le hizo recuperar la conciencia con la proyección de un rayo antiparalizador y estimulante de débil intensidad. La muchacha abrió los ojos. Jarles pudo leer ellos un odio feroz que interpretó casi como un cumplido.
Naurya se dio cuenta de ello y dijo con voz lenta y remarcando las palabras:
—Tu egocentrismo, es increíble. Repugnante.
—Egocentrismo no. Realismo —rió Jarles.
—¡Realismo! El desprecio dio fuerza a sus palabras—. No eres más realista hoy que cuando eras un idealista ciego y testarudo. ¡Eres un villano de ficción! Supongo que todos los estúpidos idealistas, que nunca se han encontrado cara a cara con las duras realidades de la vida, albergan en el fondo de su mente la vaga sospecha de que la villanía es algo noble y romántico. Cuando tu mente se puso patas arriba, o cuando ellos lo hicieron por ti, tu nueva personalidad se formó necesariamente con todos los románticos fragmentos de tu noción de la villanía: ambición y orgullo sin límites, insensibilidad total y toda la restante ideología del supervillano.
La joven se detuvo. Luego abrió aún más los ojos y en ellos se reflejó un odio feroz.
—No te gusta que te hable de esta forma, ¿verdad?
Jarles asintió.
—Es cierto. Porque soy un Realista y la experiencia me ha enseñado cuán cerca están el amor y el odio.
—¡Otra falacia romántica y cursi! —La cólera la hacía temblar— ¡Realista! ¿No te das cuenta de que te estás comportando como un personaje novelesco? ¿No ves los riesgos que corres en este juego que intentas jugar contra hombres como Goniface, siguiendo las reglas de algún romántico código de la villanía? ¡Realista! Piensa en tu loca temeridad de traerme aquí. ¿Qué va a ocurrir cuando Goniface lo descubra?
—Tenía que hacerlo. No podía confiarte a nadie —Jarles sonrió—. Y, ¿a quién se le ocurriría buscarte aquí? Además, Goniface confía en mí. Ni por un momento sospecharía que, mientras le obedezco, hago planes contra él.