La muchacha le miró con ferocidad.
—¿Y si yo me dejara ver?
—No podrías hacerlo. Y aunque pudieras, no lo harías, porque sabes que eso significaría tu muerte inmediata ordenada por el Jerarca del Mundo. Eso es lo bueno del asunto. Y, a propósito de Goniface —continuó— explícame por qué quiere matarte. Tú debes saber alguna cosa sobre él que podría poner en peligro su posición si llegara a ser conocida, ¿por qué no me la cuentas? Entre los dos, podríamos destronarle, una vez que esta crisis haya sido superada.
Sharlson Naurya desvió la mirada.
—Vamos, vamos; ahora estás siendo muy poco realista —continuó Jarles persuasivo—. ¿No te das cuenta de lo que te estoy ofreciendo? En cualquier caso, deberías estarme agradecida por haberte ahorrado muchas cosas desagradables. Esta misma mañana, tus antiguos asociados han sido torturados. —Reforzó lo dicho asintiendo con la cabeza—. ¡Oh, sí! Y puedo asegurarte que encontrarás a tu amigo el Hombre Negro un poco cambiado si es que alguna vez vuelves a verle. Hoy ya estaba lo bastante bien como para que le llevaran a ver al hermano Dhomas.
—¿Quieres decir que tienen intención de…? —la chica intentó levantarse.
—¿La intención de despertar en él un sentimiento realista por su propio interés personal? Sí. Ya lo ves, Naurya. La Brujería está perdida. Es sólo cuestión de tiempo. Por tanto no tiene sentido que sigas siendo leal a la Brujería. Con toda seguridad esto debe ser evidente incluso para ti.
Durante un momento los ojos de la muchacha observaron a Jarles sin decir nada. Después, preguntó con una extraña voz:
—¿Sueñas a menudo, últimamente?
Por primera vez Jarles no sonrió.
—No —respondió lacónicamente.
Lentamente, Sharlson Naurya sacudió la cabeza sin dejar de mirarle.
—¡Oh! ¡Sí! Sueñas.
—Los sueños no significan nada —respondió Jarles con frialdad—. No son reales.
—Son tan reales como cualquier otra cosa —repuso la muchacha—. Simplemente expresan conciencia.
Por una fracción de segundo, la mirada de Sharlson Naurya se apartó dejarles para fijarse en algo que había detrás de él. Jarles, receloso, se dio la vuelta, pero no vio nada, tan sólo la puerta cerrada.
—La conciencia es una consecuencia de la presión social —respondió. Estaba tenso sin saber por qué—. Un deseo de sumergir el propio ego en el del rebaño y hacer lo que los demás quieren que hagas por miedo a que te censuren. El interés realista por uno mismo, libera a la persona de las infantiles restricciones de la conciencia.
—¿Estás seguro de ello, Jarles? ¿Y tus sueños? La conciencia puede ser quizá algo de lo que has dicho, pero es también mucho más. Es atender y escuchar los más sabios pensamientos que han producido las mentes de la especie humana.
—¿Intentas convencerme de esa vaga irrealidad a la que llaman virtud? ¡Después te pondrás a hablar de ideales!
—¡Seguro que te hablaré de los ideales!, ya que son los ideales lo que te atormenta mientras duermes. Te vi crecer, Jarles. Vi cómo crecían tus ideales. Quizá crecieron demasiado deprisa. Sin embargo, aunque ahora hayan sido alterados e invertidos y sepultados en las profundidades de tu mente subconsciente, siguen todavía ahí, Jarles. Un infierno privado en tu mente y tan sólo existe una puerta entre ellos y tu conciencia; y esa puerta se abre durante la noche.
Justo a tiempo, una ligera vacilación en la mirada de la muchacha puso sobre aviso a Jarles que esquivó el ataque y golpeó inmediatamente, en el mismo momento en que aquel horrible ser pequeño y peludo que al parecer había surgido de la nada, le golpeaba a él. Las garras afiladas arañaron la mejilla de Jarles, en lugar del cuello a donde iban dirigidas. Casi por casualidad, logró atrapar a su atacante y arrojarle al otro extremo de la habitación y antes de que lograra recuperarse, el rayo de la ira de Jarles le disparó y casi le partió en dos. La pared quedó llena de sangre, con mucha más de que la podría haberse esperado en una criatura tan pequeña.
Jarles se precipitó hacia la criatura, pero después retrocedió a la vista de aquel pequeño monstruo, increíblemente frágil cuyos grandes ojos, vidriosos de moribundo, le miraban con desesperación. Por un momento tuvo la sensación de que, de alguna forma, había matado a Sharlson Naurya.
Jarles se dio la vuelta y miró a la muchacha. Naurya había logrado incorporarse pero no había podido hacer nada más por falta de fuerzas. No lloraba, pero sus hombros se agitaban con una emoción en la que se mezclaba un odio inextinguible y un dolor amargo y angustioso.
—¿Significaba mucho para ti esa criatura? —preguntó Jarles con voz cortante.
Después se dio la vuelta para contemplar una vez más a la criatura peluda y, de pronto, una expresión de incredulidad y comprensión crispó sus facciones.
—Creo que ya lo entiendo —dijo Jarles lentamente, más para sí mismo que para que ella le oyera—. Aunque no soy biólogo, creo haber descubierto el secreto de los familiares. Será una buena noticia para el Jerarca del Mundo.
—Has matado a Minina —oyó decir a la muchacha.
Aquellas palabras cayeron sobre él, pesadamente, como piedras.
—Tu hermana, en cierto sentido, ¿no es así? —sonrió Jarles—. Bueno, intentó matarme mientras tú me distraías. Estamos empatados. No creas que estoy resentido. Este descubrimiento pondrá un nuevo emblema en mi túnica y otra palada de tierra en la tumba que preparamos para la Brujería.
Miró a la joven. La sangre seguía fluyendo de la mejilla de Jarles.
—Me gusta tu crueldad y tu sangre fría —prosiguió—. Haremos muy buena pareja después de tu transformación. ¡Oh! ¿Todavía no te he hablado de ello? Cuando esta crisis haya sido superada y nos hayamos servido de Goniface de una forma u otra, pediré al hermano Dhomas que dé la vuelta a tu mente y que la ponga del lado adecuado.
Naurya intentó levantarse de nuevo pero no lo logró. Tan sólo pudo decir, pronunciando cada palabra como si se ahogara:
—Asqueroso villano de novela barata.
Jarles asintió sonriendo:
—¡Así es! —Y dirigió hacia ella el haz paralizador.
Dickon había estado fuera durante cuatro días. Cansado de esperar, el Hombre Negro dejaba en blanco su mente una y otra vez para recibir un mensaje que nunca llegaba. Aquello le suponía un gran esfuerzo, ya que la última sesión a manos del hermano Dhomas había dejado su mente en un estado semicaótico, como un planeta sacudido por una actividad volcánica catastrófica. Nuevos continentes y archipiélagos surgían por doquier de aquel mar hirviente y todos los perfiles de las costas habían cambiado.
En cierta forma, la sesión en la cripta había sido como una cacería: el hermano Dhomas era el cazador y su propia personalidad la presa. Y él había vencido. Su estado físico era muy débil y había obligado al hermano Dhomas a darle un descanso antes de lograr su propósito. De modo que le habían devuelto a la celda para que se recuperara, pero pronto volvería a iniciarse la caza.
Y si por casualidad lograba vencer una segunda vez, la caza volvería a iniciarse de nuevo.
Y entonces… Bueno, había visto lo que le había sucedido a Jarles. El sacerdote renegado parecía disfrutar ahora de toda la confianza de la Jerarquía y del Primo Deth, ya que había venido en dos ocasiones a visitar al Hombre Negro en su celda.
Tenazmente, aunque cada vez con mayor dificultad, dejaba su mente en blanco para recibir los mensajes de Dickon. El familiar ya no podía llegar a él a través de los conductos de ventilación. Ahora no estaba en una habitación de hospital, sino en una celda metálica vigilada constantemente por dos guardias. Tan sólo por telepatía podía comunicarse con él. Además, Dickon ignoraba dónde se hallaba el Hombre Negro y debería buscarle al azar con grandes peligros.
Una vez más el Hombre Negro dejó la mente en blanco y una vez más no obtuvo respuesta. Una vez más sus pensamientos fantasmagóricos, desfigurados tras la sesión con el hermano Dhomas, se grabaron en el vacío de su mente.
A través de la oscuridad envolvente y angosta, Dickon investigaba, guiado tan sólo por el vívido sentido del tacto que emanaba de sus patas a ventosa cuando tenía las garras retraídas.
Dickon no estaba preocupado. La preocupación era una emoción demasiado elaborada para su mente simple y de líneas bien definidas. Incluso la autocompasión era algo que no tenía sentido para él, pero sabía que se le estaba acabando la sangre fresca y que la sangre viciada embotaba su organismo a pesar de la escasa demanda que requerían su músculos planos como cintas. Se había abastecido en el Centro de Crianza, pero no iba a durarle siempre. Pronto no podría moverse.
Sin embargo, antes de que eso sucediera podría explorar varias ramas más del enorme árbol invertido del diagrama mental que Dickon se había formado acerca del sistema de ventilación de las criptas.
En los túneles soplaba un viento inclemente y tenía que enfrentarse a un constante vendaval. Si en algún momento dejaba de sostenerse con las ventosas de sus cuatro patas, sería arrastrado como una brizna de paja hasta lograr detenerse usando sus garras… si es que lo lograba. Dickon, como se recordaba a sí mismo a menudo, era el simple diagrama de un hombre. Sus huesos eran más ligeros que los de un mono, su cuerpo no tenía ni una sola célula de grasa y sus órganos internos se reducían a una cavidad compartimentada que servía a la vez como bomba impulsora de la sangre y como cámara para almacenarla. Todas las sustancias fisiológicas, producidas o modificadas por los otros órganos, debía succionarlas con la sangre de su compañero simbiótico a través de su pequeña boca apergaminada. Él no digería ni eliminaba y tampoco respiraba, pero podía producir débiles sonidos e incluso hablar de forma rudimentaria, llenando de aire la cavidad bucal y expulsándolo por entre los labios tensos. Sus huesos eran huecos, ya que no necesitaba de tuétanos para producir glóbulos sanguíneos. No disponía de glándulas endocrinas ni de sexo. Un vello fino y corto le protegía contra la pérdida de calor corporal.
Era tan sólo un esqueleto, con músculos, tendones, piel, vello, corazón, un sistema circulatorio simplificado, un sistema nervioso, unas orejas móviles, unos ojos escrutadores y una personalidad tan simple como su fisiología.
Uno de los objetivos de los inventores originarios de esta especie artificial había sido diseñar un organismo extremadamente ágil y veloz, eliminando tanto peso y tantas funciones como fuese posible. El objetivo se había alcanzado, pero el coste inevitable era que estas criaturas dependían por completo de su compañero simbiótico o de cualquier otra reserva de sangre lo que limitaba tremendamente el alcance de su actividad, puesto que constantemente necesitaban volver a una fuente de sangre.
Sin embargo, Dickon no se sentía en absoluto molesto por aquellas limitaciones, ni por su fragilidad. Como todos los de su especie, había adoptado una actitud fatalista y un poco estoica.
Por eso Dickon buscaba sin miedo el camino entre aquellas tuberías expuestas al viento. Si hubiera habido algo de luz y alguien le hubiera visto, habría sido confundido con una enorme araña peluda y rojiza que se desplazaba rápidamente, ya que la velocidad media de Dickon era muy superior a la de un ser humano.
«Debo encontrar hermano. Debo encontrar hermano.» Aquellas palabras se repetían en su mente con una insistencia impasible y casi tranquilizadora. No pretendía solamente encontrar el calor de su hermano, a cuyo lado se había acostumbrado a pasar la mayor parte de sus días. También deseaba aliviar su mente de algunos hechos que sabía iban a ser de gran interés para su hermano y que ahora llenaban su mente, con lo que corría el peligro de estallar como una caja demasiado llena. Era precisamente así como Dickon imaginaba su mente: como una pequeña habitación situada detrás de sus ojos, en la que se alineaban cajas llenas de recuerdos, en medio de los que se encontraba un Dickon minúsculo, el verdadero Dickon que miraba a través de las ventanas de los ojos, y escuchaba a través de las trompas de las orejas. En el recinto había dos pizarras, uno de ellas encabezada por la palabra «Reglas» y repleta de una escritura apretada. La otra, en blanco que estaba reservada a los pensamientos de su hermano.
El hermano de Dickon era lo más importante en su vida. Se sentía tan cercano a él que, a veces, a Dickon le parecía como si no fuera otra cosa que una extensión de la personalidad de su hermano. Había una buena razón para ello. Dickon absorbía las emociones de su hermano al tiempo que las hormonas de su sangre. Por eso los familiares hablaban entre sí de la «sangre asustada», «sangre colérica», «sangre enamorada» y cosas parecidas. Sin embargo, esas emociones eran bastante efímeras y no perturbaban gravemente el discurrir de los pensamientos de Dickon.
Sin embargo, lo más importante de todo era que Dickon fuese una versión simplificada de su hermano. En resumen, era un gemelo idéntico a su hermano, desarrollado a partir de una célula del cuerpo de su hermano que había pasado por un proceso llamado de «escisión de cromosomas», una técnica de microbiología descubierta en la Edad de Oro que se suponía ya olvidada. La técnica de escisión eliminaba de los cromosomas de su hermano los elementos determinantes del sexo, la alimentación y varias otras funciones. Sin embargo, en todo lo demás Dickon era un gemelo idéntico a su hermano. Así se explicaban sus contactos telepáticos.
Durante la Civilización de la Aurora, se habían descubierto las ondas cerebrales y se había averiguado que si la telepatía podía existir, se daría probablemente, entre seres gemelos idénticos, ya que la similitud de la estructura cerebral comportaría una similitud en las ondas cerebrales que ayudaría a sintonizar las dos mentes. Sin embargo, esta teoría había quedado arrinconada y no se había llevado a la práctica hasta finales de la Edad de Oro, cuando se descubrió que la telepatía sólo se daría si una de las dos mentes tenía una estructura mucho más simple que la otra, con lo que se suprimían las interferencias insuperables que aparecían en los demás casos.
La solución se encontró con la producción de gemelos idénticos, simbióticos y simplificados, mediante la técnica de escisión cromosómica. En resumen, la Edad de Oro había soñado poder prolongar la personalidad de cada individuo proporcionándole uno de estos compañeros simbióticos. Después, en rápida sucesión, habían llegado los tiempos de la barbarie, el final de las investigaciones, el gran caos mundial y el advenimiento de la Jerarquía. Hasta el día en que surgió la Nueva Brujería, en que Asmodeo había dado instrucciones amplias y detalladas para establecer un Centro de Crianza y para crear los gemelos idénticos simbióticos, a imitación de los familiares de la brujería antigua.