Hermana luz, hermana sombra (11 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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—Tenemos tiempo antes de la cena... —comenzó Pynt y dejó la frase en suspenso.

—Y te gustaría ayudar con los bebés —dijo Jenna—. Otra vez.

Pero asintió con la cabeza y siguió a Pynt hasta el Gran Vestíbulo, donde había tres bebés en las cunas, todos profundamente dormidos, y dos niñas pequeñas, una de las cuales tenía dos años de edad y acababa de ser adoptada por la Congregación.

Durante la cena, Jenna se sentó con Amalda y Sammor mientras que Pynt iba a jugar con las pequeñas y ayudaba a alimentarlas. La paciencia de Jenna con las criaturas sólo llegaba hasta el momento en que era escupido el primer bocado de comida. Prefería la compañía de los adultos.

—Madre Alta dice que las hermanas sombra viven en la ignorancia y la soledad hasta que las convocamos —observó—. ¿Eso es cierto, Sammor?

Los ojos negros de Sammor se tornaron precavidos.

—Eso es lo que dice el Libro —respondió con cuidado, mirando a Amalda.

—Yo no he preguntado qué es lo que dice el Libro —señaló Jenna rápidamente—. Lo leemos cada día. —Imitó el tono agudo y nasal de Madre Alta—. Las hermanas sombra viven en la ig-no-ran-cia.

Sammor bajó la vista hacia su comida. Jenna persistió.

—Pero cuando le formulo alguna pregunta a Madre Alta, ella me lee otro pasaje del Libro. Creo que en él sólo se encuentra una parte de la verdad. Quiero saber más.

—¡Jenna! —exclamó Amalda dándole una rápida palmada en la muñeca. La mano de Sammor se posó sobre su otra muñeca, pero con suavidad, como un preludio para hablar.

—Aguardad, dejadme que os explique —dijo Jenna—. De las cosas que Madre Alta nos enseña, hay algunas que puedo ver y sentir y convertir en realidad. Como la respiración. Cuando lo hago bien, soy la mejor en ello. Pero cuando hablo con las hermanas sombra, ellas no parecen ser ignorantes. Y he oído a Catrona llorar de soledad, a pesar de que tiene una hermana sombra. Y Kadreen parece disfrutar siendo una Solitaria. Por lo tanto, el Libro no lo explica todo. Madre Alta no responde preguntas más allá de lo que está escrito.

Sammor inspiró profundamente.

—El Libro dice toda la verdad, Jo-an-enna. Pero la diferencia está en la forma en que lo escuchamos.

—Entonces... —Jenna aguardó.

Sammor y Amalda respiraron juntas varias veces, lentamente, antes de que Sammor continuara.

—Si la oscuridad es ignorancia, entonces he vivido en la ignorancia antes de ver la luz. Si la falta de conocimiento es ignorancia, entonces sin duda yo era una tonta. Si no tener hermana es ser solitaria, entonces yo lo era. Pero no sabía que era ignorante o que estaba sola antes de venir aquí a instancias de A-ma. Simplemente vivía de ese modo.

—¿De qué modo?

—Vivía en la oscuridad, pero no tenía conciencia de mi condición.

Jenna pensó unos momentos.

—Pero Kadreen es una Solitaria y no está sola.

Sammor sonrió.

—Existen muchas clases de conocimiento, niña, y Kadreen tiene la suya. Hay muchas formas de estar a solas y no todas son la soledad.

—También hay muchas formas de estar juntas, y para algunas eso es tan malo como estar a solas —dijo Amalda.

—Habláis de un modo enigmático —dijo Jenna—. Los acertijos son para los niños, y yo ya no soy una niña. Se volvió hacia la pequeña mesa donde Pynt alimentaba con una cuchara a Kara, la niña de dos años recién adoptada por Donya. Kara reía mientras trataba de comer, y tanto ella como Pynt estaban cubiertas de avena con leche—. ¿Toda la soledad, los celos y la ira se acaban cuando convocas a tu hermana?

—Eso es lo que nos dice el Libro —respondió Amalda. Detrás de Jenna, Sammor emitió una risita.

—A-ma, no trates de engañar a esta niña que no es una niña. Hoy mismo ha oído cómo Donya maldecía a Doey por una salsa algo quemada. Ve a Nevara que aún sueña con Marna. Ha oído hablar de Selna.

—¡Sammor, cállate! —exclamó Amalda con dureza.

—¿Qué hay de Selna? —Jenna se volvió hacia Sammor, cuya boca se había cerrado formando una línea. Al girar hacia Amalda, notó que su boca estaba igual—. ¿Y por qué todas calláis cuando pregunto algo respecto a ella? Fue mi madre, después de todo. Mi segunda madre. La que me adoptó. Y nadie quiere hablarme sobre ella. —Su voz era tan baja que sólo llegaba hasta ellas dos.

Ambas guardaron silencio.

—No me importa. Se lo preguntaré a Madre Alta por la mañana.

Amalda y Sammor se levantaron al unísono y ambas extendieron una mano hacia Jenna.

—Ven, Jenna, vamos afuera —susurró Amalda—. Hay luna llena y podremos recorrer los senderos las tres juntas. No le preguntes nada a Madre Alta. Ella sólo te hará daño con su silencio. Tratará de disciplinarte con la obediencia hacia el Libro. Nosotras te diremos lo que deseas saber.

Afuera había una brisa leve que soplaba entre los árboles distantes. Los senderos de la Congregación eran de piedra negra bordeada de algo brillante que reflejaba la luz de la luna. Ocasionalmente, mientras las tres caminaban a lo largo de las grandes murallas, la luna se ocultaba detrás de alguna nube delgada. Entonces Sammor desaparecía por un momento, y volvía a aparecer con la luna despejada.

—Existe una historia, Jo-an-enna, respecto a la niña que quedó huérfana tres veces —dijo Amalda.

—He oído esa historia desde que era pequeña —respondió Jenna con impaciencia—. ¿Qué tiene que ver mi vida con ello?

—Hay algunas que piensan que tú podrías ser esa niña —dijo Sammor un momento antes de que la luna volviera a quedar oculta.

Su voz se interrumpió. En un momento su mano sostenía firmemente la de Jenna, y al siguiente había desaparecido.

Jenna aguardó hasta que Sammor volvió a aparecer.

—No soy yo. Sólo he tenido dos madres. Una muerta en el bosque y la otra... no sé dónde ni cómo. Nadie quiere decírmelo.

Amalda habló con suavidad.

—De haber sido por mí, hubieses tenido tres madres ya que yo te hubiera adoptado.

—Lo hayas hecho o no, siempre he pensado en ti de esa manera, A-ma —dijo Jenna.

—También la has llamado de ese modo en tus sueños —dijo Sammor—. Y la vez en que estuviste enferma de sarampión. La fiebre te hacía hablar.

—Ya veis, no hubo ninguna tercera madre. Además, vosotras estáis vivas y así continuaréis durante bastante tiempo, Alta mediante. —Alzó la mano haciendo la señal de la Diosa, con el pulgar y el índice tocándose en un círculo—. Por lo tanto, yo no puedo ser Aquella a quien se menciona.

Ambas la rodearon con sus brazos y hablaron como una.

—Pero Madre Alta teme que lo seas y ha ordenado que nadie te adopte.

—¿Y mi madre, Selna?

—Muerta —dijo Sammor.

—Muerta al salvarte a ti —agregó Amalda, y le narró toda la historia salvo el final, lo del cuchillo en la mano del bebé. Ni ella misma sabía por qué lo había ocultado, pero Sammor tampoco agregó nada al respecto.

Jenna escuchó atentamente, siguiendo el ritmo de su respiración. Cuando terminaron de hablar, sacudió la cabeza.

—Nada de esto me convierte en la Señalada, la Anna. Entonces ¿por qué me ha forzado a permanecer huérfana? No es justo. Odiaré siempre a Madre Alta. Tuvo miedo de un cuento para niños. Pero se trata de mi vida.

—Hizo lo que consideró apropiado para ti y para la Congregación —dijo Sammor acariciando la cabellera blanca de Jenna de un lado, mientras Amalda hacía lo mismo del otro lado.

—Hizo lo que quiso y por sus propios motivos —replicó Jenna, recordando la vez en que había visto a la sacerdotisa hablar frente al espejo—. Y una sacerdotisa que se preocupa más por las palabras que por sus niñas es...

No pudo concluir, ahogada por la ira.

—Eso no es cierto, y te prohíbo que vuelvas a decirlo —le advirtió Amalda.

—No volveré a decirlo porque tú lo prohíbes, A-ma. Pero no puedo prometerte que no lo pensaré. Y me alegro de que falte poco para mi año de misión, porque quiero alejarme de su aliento ácido y sus ojos fríos.

—¡Jenna! —exclamaron juntas Amalda y Sammor con evidente sorpresa.

—Habrá otras Madres Alta en las Congregaciones que visites —agregó Sammor rápidamente.

—¿Otras?

Ahora fue el turno de Jenna para sorprenderse.

—Niña, eres realmente muy joven —dijo Amalda tomándola de la mano—. Nuestra Congregación puede ser pequeña, pero en configuración somos iguales a todas las demás. Hay guerreras, cocineras, jardineras y maestras. Y cada Congregación está encabezada por una sacerdotisa en cuyas palmas está grabado el símbolo azul de la Diosa. Seguramente habrás comprendido eso.

—Pero no será como la nuestra —dijo Jenna con un ruego en la voz—. No será una mujer dura e insensible con una sonrisa de serpiente. Por favor. —Se volvió hacia Sammor, pero la luna acababa de ocultarse detrás de una gran nube y ésta ya no se encontraba allí.

—Nosotras podemos ser diferentes... cada cazadora, cada jardinera —dijo Amalda riendo—. Pero mi querida Jenna, he descubierto que las sacerdotisas tienden a ser iguales. —Acarició la mejilla de Jenna—. Aunque nunca he podido averiguar si son así desde pequeñas o si simplemente se van transformando. De todos modos, dulzura, es hora de ir a la cama, y además... —Alzó la vista hacia el cielo—. Con la luna tan bien oculta no podremos incluir a Sammor en nuestra conversación aquí afuera. Adentro, cuando los faroles la hagan aparecer, podremos darnos las buenas noches. Se pondrá furiosa conmigo si permanezco aquí afuera. Odia perderse algo.

Se volvieron y subieron rápidamente la escalinata de piedra que conducía al vestíbulo. Ante la primera luz temblorosa del farol, Sammor regresó.

Jenna se detuvo y les extendió una mano hacia cada una de ellas.

—Os echaré de menos a ambas, con todo el corazón, cuando parta en mi misión. Pero tendré a Pynt conmigo. Y a Selinda, quien, a pesar de sus sueños, es una buena amiga. Y a Alna.

—Por supuesto que sí, niña —dijo Sammor—. No todas son tan afortunadas.

—Visitaremos todas las Congregaciones que podamos. Un año es mucho tiempo. Y cuando regresemos, habrá otras jovencitas para que Madre Alta importune. Entonces seré lo suficientemente grande para convocar a mi hermana sombra, ¡y en la historia no hay nada que diga que la niña huérfana tres veces tuvo una gemela! Además, miradme... ¿tengo la apariencia de una reina? —Se echó a reír.

—Una reina que no es una reina —le recordó Sammor.

Pero la risa de Jenna era tan contagiosa que ambas se unieron a ella y, sin dejar de reír, se encaminaron hacia la habitación de las niñas.

De pie frente al gran espejo de Madre Alta, cada niña por turno alzó las manos y observó su propio rostro con atención.

—Miraos a los ojos. Luego respirad —les indicaba Madre Alta—. Primero altai. Bien, bien. Alani. Respirad. Más lento, más lento.

Su voz se convertía en el único sonido, el reflejo del espejo en la única imagen. En aquellos momentos, Jenna casi podía percibir que su propia hermana sombra la llamaba con una voz distante, baja, musical, con un dejo risueño. Sólo que ella no lograba descifrarlo del todo. Las palabras eran como el agua sobre las piedras. Se concentró tanto tratando de escuchar, que necesitó una mano en el hombro para recordar dónde se hallaba.

—Ya es suficiente, niña. Estás temblando. Es el turno de Marga.

De mala gana, Jenna se apartó y el movimiento de su imagen en el espejo fue quien finalmente rompió el encanto. Pynt se detuvo frente a ella con una amplia sonrisa en el rostro.

Así transcurrió el quinto año. Ejercicios de respiración, ejercicios frente al espejo, y luego la lectura del Libro con largas y pesadas explicaciones de Madre Alta. Por lo general, durante las lecciones de historia, Selinda dormitaba con los ojos bien abiertos. Pero por el azul vidrioso de sus ojos Jenna sabía que estaba dormida. Con frecuencia, Alna y Pynt tenían problemas para permanecer quietas durante las interminables disertaciones. Se daban codazos la una a la otra y cada tanto sufrían accesos de risa, siendo recompensadas con una mirada cortante de la sacerdotisa. Pero Jenna estaba fascinada con todo aquello, aunque no podía decir el motivo. Se compenetraba en ello y opinaba al respecto, aunque cuando lo manifestaba en voz alta era silenciada por las respuestas breves de la sacerdotisa, respuestas que, después de todo, no eran más que simples reiteraciones de las cosas que acababa de decir. Por lo tanto, muy pronto las opiniones de Jenna se volvieron silenciosas, y por ello mismo más irrefutables.

LA HISTORIA:

En el museo de los Valles Inferiores se encuentran los restos de un gran espejo de pie cuya antigüedad está fuera de duda. El marco de madera tallada y adornada ha sido fechado en doscientos años y se trata de una clase de madera de codeso que no ha sido vista en la zona durante siglos. Horadado por los gusanos y chamuscado por el fuego, es la única pieza de madera maciza descubierta en las excavaciones de Arrundale. No se hallaba directamente en el sepulcro, sino enterrado por separado, a unos cien metros de distancia. Envuelto en una mortaja encerada y guardado en un gran cofre de hierro, el espejo está notablemente bien conservado después de su largo entierro.

Sabemos que se trataba de un espejo por los grandes fragmentos de vidrio revestido que fueron hallados incrustados en la mortaja. De sofisticada fabricación, estos fragmentos tenían bordes biselados y una amalgama de mercurio y estaño, lo cual indica una artesanía del vidrio desconocida en los Valles pero popular en las ciudades principales de las islas, ya en el período garuniano.

Entonces ¿para qué era utilizado un espejo semejante y por qué su entierro tan cuidadoso? Ha habido dos tesis probables expuestas por Cowan y Temple y una tercera, una tambaleante sugerencia mística del incansable estudioso de los mitos, Magon. Al recordarnos que la labor artística era prácticamente desconocida en las Congregaciones, con excepción de los grandes tapices y las tallas del espejo, Cowan propone la provocativa idea de que aquellos espejos, en realidad, habían sido realizados por mujeres de la Congregación. Al carecer de la habilidad para dibujar o esculpir, veían a la figura humana reflejada en el espejo como la forma más elevada del arte. El entierro, continúa sosteniendo Cowan, sugiere que esta pieza en particular pertenecía a la sacerdotisa de la Congregación; tal vez sólo a su imagen se le permitía reflejarse en el espejo. Es una teoría fascinante expuesta con ingenio y estilo en el ensayo de Cowan: “Orbis Pictus: el Mundo Reflejado de las Congregaciones”, Art. 99. Lo más seductor de la tesis de Cowan es que se contrapone a todos los otros trabajos antropológicos con culturas primitivas carentes de expresión artística, ninguna de las cuales tenía espejos, ni grandes ni pequeños, en sus hogares tribales.

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