Hermana luz, hermana sombra (14 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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Encendió un pequeño fuego bajo el árbol y lo rodeó de piedras. Sólo le brindaría una pequeña protección... ninguna si el puma estaba verdaderamente interesado. Pero sería suficiente para espantar a uno que sólo sintiese cierta curiosidad.

Entonces trepó al árbol y colocó el morral a varios centímetros por encima de su cabeza. Apoyó su espada desenvainada justo sobre la horcadura en la que había decidido dormir. De este modo estaría en condiciones de empuñarla rápidamente. El cuchillo permaneció a su lado. El árbol era liso, no nudoso, como el primero en que ella y Pynt habían intentado dormir. Jenna emitió una risita al recordar la incómoda corteza. Tanto ella como Pynt habían bajado con la marca de esa corteza impresa en la espalda, y habían bromeado al respecto por la mañana. De pronto sintió que echaba de menos a Pynt de un modo intolerable, así que se estiró, bajó el morral y cogió la muñeca. Mientras la sostenía con fuerza entre sus brazos, imaginó que podía oler las manos de Pynt sobre la falda de la muñeca. Sus ojos se empañaron ante el pensamiento, por lo que alzó la vista hacia las estrellas que brillaban entre las ramas y trató de nombrar las constelaciones, como si al hacerlo fuera a contener las lágrimas.

—La Cazadora —susurró en la oscuridad—. El Gran Sabueso. —Suspiró—. La Trenza de Alta.

El sonido del río golpeando contra las rocas la calmó rápidamente y se quedó dormida antes de terminar con el recuento. Una mano se deslizó de su falda para colgar en el aire.

Por la mañana, Jenna despertó antes de que el sol se hubiera posado sobre el valle, acalambrada y con una sensación hormigueante en la mano que pendía. Necesitó bastante tiempo para aliviar el calambre de su pierna derecha. Luego descendió del árbol con la espada, volvió a subir en busca del morral y finalmente se estiró con pereza antes de mirar a su alrededor. Los pájaros matinales ya anunciaban el amanecer. Jenna reconoció el parloteo animado de un tordo mayor y el tin-tin-tin imperioso de una pareja de mirlos. Vio un reflejo color castaño y le pareció que podía ser un ruiseñor, pero como permaneció en silencio no pudo estar segura. Sonriendo, se dispuso a preparar el desayuno utilizando parte de los cereales que había traído consigo en una bolsa de cuero, la leche de cabra de la redoma y las bayas secas que Donya les había obsequiado. Era todo un festín y, cuando descubrió que estaba emitiendo una risita parecida al gorjeo del mirlo, se echó a reír con ganas.

Antes de abandonar su lugar de campamento, lo revisó con sumo cuidado para no dejar señales de su paso por allí.

Con excepción de mi olor, se recordó, ya que, según decía Catrona, el puma era el único capaz de rastrear a una de las cazadoras de Alta.

Jenna envainó la espada, alzó el morral, tocó el cuchillo en su cadera e inició la marcha por el camino.

Al girar por un recodo del sendero que seguía los meandros del río, se topó con un prado tan extenso que no alcanzaba a ver al otro lado. Inesperado y hermoso, el espectáculo le hizo contener el aliento. El manto verde estaba salpicado de diminutas flores blancas.

Jenna lanzó una exclamación de deleite que se transformó en una canción de triunfo. Así que toda la noche estuve tan cerca un saberlo. Pero descubrirlo durante el día, con las flores abiertas bajo el sol... es mucho mejor, pensó.

Su canto tapó cualquier otro sonido que pudiese haber oído y fue por eso que la mano sobre el hombro la sobresaltó. Jenna extrajo el cuchillo y se volvió en el mismo instante, alzando su arma con el rápido movimiento que tantas veces había practicado.

Pynt retrocedió con la misma velocidad, aunque los brazos más largos de Jenna hicieron que el cuchillo rasgase su túnica justo encima del corazón.

—¡Vaya bienvenida! —Pynt se llevó una mano a la rotura y suspiró con alivio al ver que la camisa de abajo todavía estaba entera.

—¡Me... me asustaste! —fue todo lo que Jenna pudo decir antes de dejar caer el cuchillo y estrechar a Pynt en un tremendo abrazo—. Oh. Pynt, podía haberte matado.

—Nadie puede matar a su sombra —respondió Pynt con voz temblorosa y algo ahogada contra el cabello de Jenna. Entonces se apartó—. En realidad fue mi culpa. No debí haberme acercado a ti de esa manera. Pero pensé que sabías que me encontraba detrás de ti. Alta sabe que hice el ruido suficiente. —Esbozó una amplia sonrisa—. Cuando tengo prisa suelo quebrar muchas ramitas al caminar.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Jenna con un dejo de ira en la voz—. ¿Es otro de tus planes secretos?

—¿No me esperabas? —Pynt pareció confundida—. Pero pensé que lo habías comprendido. Cuando te guiñé el ojo, tú me respondiste. Sabías que de ninguna manera iba a permanecer con aquellas dos y dejarte marchar sola. Selinda se queda mirando el cielo y mete el pie en un hoyo de conejo cada tres pasos. Y Alna habla sin parar igual que Donya. —Se detuvo—. Sin ti, no podía soportarlas. Y... —suspiró— no podía dejarte marchar sola.

—¡Oh, Pynt, piensa! ¡Piensa! —le suplicó Jenna—. Usa la cabeza. Ellas dos nunca encontrarán el camino por su propia cuenta. —Sacudió la cabeza—. Selinda todavía cree que el sol sale por el oeste.

—Por supuesto que llegarán —respondió Pynt—. El camino es recto y sin desviaciones hasta Calla’s Ford. Sólo tienen que seguir el río. Ambas saben usar los cuchillos, así que no hay peligro. Y se tienen la una a la otra, ya lo sabes. Con frecuencia las niñas son enviadas solas porque no hay otras con la edad apropiada para partir.

—Puedo seguir por mi cuenta, Pynt.

Pynt pareció herida.

—¿No me quieres aquí?

—Por supuesto que te quiero aquí. Tú eres mi más querida compañera.

—Soy tu sombra —le recordó Pynt rápidamente, recuperando un poco de su antigua chispa.

—Una sombra que quiebra ramitas —dijo Jenna y le dio un ligero empellón en el hombro—. Pero no habrás planeado esto desde el comienzo.

—Lo he estado pensando desde que la vieja Boca de Serpiente dijo que deberías ir por separado.

—¿Vieja Boca de Serpiente? —Jenna echó hacia atrás la cabeza y comenzó a reír.

Pynt se unió a ella y muy pronto las dos reían tanto que debieron desengancharse las espadas y arrojar sus morrales al suelo. Se dejaron caer rodando sobre el pasto, aplastando cientos de lirios blancos a su paso. Cada vez que una dejaba de reír, la otra inventaba un nombre nuevo para la sacerdotisa, tan insolente como tonto, y las risas volvían a comenzar. Continuaron de ese modo hasta que Jenna logró sentarse, pasarse una mano por los ojos e inspirar profundamente.

—Pynt... —comenzó con seriedad, y al ver que Pynt continuaba riendo, agregó con más firmeza—: ¡Marga!

Pynt se sentó con el rostro serio.

—Nunca me has llamado de ese modo.

—Pynt es un nombre de niña. Ahora estamos en nuestro año de misión. Ambas debemos ser adultas.

—Te escucho, Jo-an-enna.

—Hablo en serio, Marga... respecto a haberlo planeado todo desde un comienzo. ¿Qué supones que te harán... nos harán... cuando descubran que hemos desobedecido a Madre Alta? ¿Has pensado en eso?

—No lo sabrán hasta nuestro regreso dentro de un año. Para entonces habremos realizado tantas hazañas y seremos tan maduras que nos perdonarán. —Pynt esbozó una sonrisa irresistible inclinando la cabeza hacia un lado.

Jenna sacudió la cabeza.

—Eres imposible.

Entonces se levantaron, se sacudieron la una a la otra y Pynt extrajo tres florecillas blancas del cabello de Jenna. Luego volvieron a colocarse los morrales, se engancharon las espadas y se alejaron por el prado cantando despreocupadamente.

LA CANCIÓN:

Venid vosotras, las mujeres

Venid vosotras las mujeres de las islas,

Venid y escuchad mi canción,

Ya que si sólo contáis trece años,

No hace mucho que mujeres sois.

Y si tenéis tres veces veinte y diez más,

Ya no sois mujeres a esa edad,

O al menos eso dicen los hombres alegres,

Que cuentan con tanta crueldad.

Pero mujeres somos desde que nacemos,

Y lo seremos hasta la muerte.

Nosotras contamos de otra forma

Para permitir a los hombres mentir.

Venid vosotras, las mujeres de las islas,

Venid y escuchad mi canto,

Ya que seremos mujeres toda la vida,

Donde la vida y el amor duran tanto.

LA HISTORIA:

“Existe muy poca música de las primitivas adoradoras de Alta que perdure hoy en día. A causa de los incendios que destruyeron la mayoría de las Congregaciones durante el trágico período de las Guerras del Género, no existen importantes fuentes manuscritas antes del Libro Covillein del siglo dieciséis. Fuentes fragmentarias de períodos anteriores contienen algunas canciones de cuna, varias baladas incompletas y una danza instrumental escrita para el “tembala”, un instrumento que ya no existe. Según la partitura, el “tembala” parece ser un instrumento de cuerda de la familia de las guitarras, con cinco cuerdas melódicas y dos bajos.” Arne Von Tassle, Diccionario de Música Primitiva, vol. A.

Del pasaje anterior queda claro que el doctor Von Tassle, autoridad mundial en la primitiva música de las islas, cree categóricamente que muy poca música de las Congregaciones de Alta ha llegado hasta nuestros días. En flagrante desacuerdo, Magon... quien admite que no es ningún experto en temas musicales... cita modernas baladas y canciones de los Valles como prueba positiva de que existe una prolífica herencia musical en las regiones montañosas. En otra monografía pobre en referencias (“Música de las Esferas”, Naturaleza e historia, vol. 47), Magon insiste en que había cuatro categorías principales de música Alta: tonadas religiosas, canciones cotidianas y de cuna, baladas históricas y dialécticas.

Su tesis concerniente a las tonadas religiosas es, tal vez, la única defendible. Ciertas canciones citadas por él, tales como “Alta”, con su lastimero estribillo, “Gran Alta, salva a mi alma”, podrían haber formado parte de una ceremonia religiosa. Pero la canción en sí misma tiene tanto parecido con la del siglo diecisiete “Canto fúnebre de la Vigilia”, del País del Norte, que lo más probable es que se trate de una reconstrucción moderna de aquélla.

Cuando Magon trata de unir la encantadora y famosa “Nana del gatito”, la cual había sido encontrada en un libro de baladas del siglo diecisiete, con el período Garuniano de las Congregaciones, está navegando en aguas turbulentas. Al igual que muchas otras canciones de la época, es casi seguro que ésta ha sido compuesta siguiendo las antiguas tonadas de tradición oral. Magon no parece darse cuenta de que la palabra “gatito” no aparece escrita hasta después de mediados del siglo XVI, y que ciertamente no significaba “gato pequeño” o “cachorro de gato” en aquella época, lo cual invalida su teoría.

Las baladas que Magon cita en la sección histórica son de poco interés musical e histórico, ya que ofrece la misma tesis dudosa respecto a la Diosa Blanca, la niña albina de estatura y fuerza excepcionales que, sin ayuda, destruyó y salvó al mismo tiempo el sistema del culto de Alta. Magon expone sus tesis pero no ofrece ninguna otra evidencia histórica al hablar de las baladas, con excepción de las poesías en sí mismas y, como cualquier erudito sabe bien, resulta muy difícil confiar en ellas dada la inconstancia de la poesía tradicional. Si hiciéramos eso, deberíamos incluso confiar en las leyendas.

En cuanto a las canciones dialécticas tales como “Venid vosotras, las mujeres”, ya ha sido bien probado por Von Tassle, Temple y otros que se trata de una falsificación del siglo diecinueve, compuesta en una época en que las agitadoras feministas volvían a surgir a lo largo de las islas, como seguidoras de las adoradoras de Alta.

Por lo tanto, una vez más la reputación de Magon como académico y hombre de letras ha demostrado ser sumamente endeble.

EL RELATO:

Caminar por el prado resultó ser más difícil de lo que Jenna o Pynt habían imaginado. Si lo atravesaban por el medio, dejaban un rastro de lirios aplastados que hasta un niño sería capaz de seguir, y la primera regla de Catrona en los bosques había sido: “Nada de rastros, nada de problemas.” Además, el suelo estaba húmedo y al caminar producía unos sonidos que hacían reír a Pynt. Por lo tanto, decidieron retroceder y bordear la hilera de árboles que rodeaba a la extensión de césped.

Para cuando el sol estuvo directamente sobre sus cabezas, sólo habían recorrido una tercera parte del camino y el prado cubierto de flores aún se extendía interminable frente a ellas.

—Jamás he visto un océano —masculló Pynt mientras marchaban—, pero no puede ser más grande que esto.

—¿Por qué crees que se lo conoce como el Mar de Campanas? —preguntó Jenna.

—Pensé que era sólo un nombre como “El Viejo Ahorcado”. Se necesita bastante imaginación para ver el rostro de un hombre en esa roca —dijo Pynt.

—¿Cómo lo sabes? Jamás has visto a un hombre.

—Sí lo he visto.

—¿Cuándo?

—Cuando ayudamos en la inundación. Son muy peludos.

—Y torpes —agregó Jenna caminando con un contoneo exagerado. Pynt emitió una risita.

Hacia el anochecer alcanzaron a ver una mancha oscura sobre el horizonte y a Jenna le pareció que podían ser árboles.

—Es el final, supongo.

—Eso espero.

—Podemos acampar aquí esta noche y llegar al final del Mar de Campanas hacia mañana al mediodía. Pynt suspiró.

—Espero no volver a ver jamás un lirio blanco.

Jenna asintió con la cabeza.

—El blanco es un color muy aburrido.

—Gracias —dijo Jenna sacudiendo la punta de su trenza contra el rostro de Pynt.

Pynt le tiró de la trenza.

—Aburrido, aburrido, aburrido —bromeó.

Jenna retrocedió hasta que la trenza quedó estirada entre ambas, y de pronto se inclinó abalanzándose de cabeza contra el estómago de Pynt.

Ésta cayó sentada en el suelo, pero como no soltó la trenza, Jenna cayó con ella. Ambas se echaron a reír.

—Ahora... sé... —jadeó Jenna— por qué lo primero que hacen las guerreras después de La Elección final es cortarse el cabello.

—Podrías metértelo bajo la camisa.

—¡Y entonces asomaría bajo mi túnica como una cola!

Ambas comenzaron a reír otra vez.

Pynt trató de adoptar una expresión seria y falló.

—Podrías ser conocida como la Bestia Blanca de la Congregación Selden.

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