Hermana luz, hermana sombra (24 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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—La madriguera sólo es para criaturas pequeñas.

—Pero tú eres pequeña —dijo la niña.

Armina siseó entre dientes para hacerla callar. Madre Alta volvió a sonreír.

—No entraré en vuestra madriguera, pero custodiaré la entrada. Las niñas asintieron con la cabeza.

Madre Alta se inclinó hacia delante en su sillón.

—Armina, forma a las niñas frente a mi espejo.

Las niñas no tardaron más de un minuto en estar alineadas.

—Ahora toca el signo de la Diosa y gíralo hacia la derecha.

Ante el movimiento de Armina hubo un sonido fuerte y crujiente y el suelo bajo las patas talladas del espejo se abrió descubriendo una escalera oscura.

—Mirad el espejo de Madre Alta una vez más. Allí es donde alguna vez encontraréis a vuestras hermanas sombra. Luego bajad la escalera.

Armina os conducirá e iluminará el camino.

Armina tomó la lámpara de la pared, la encendió, y después de mirar el espejo guió a las niñas escaleras abajo. Cuando la última de ellas hubo desaparecido, Madre Alta suspiró y se enjugó las lágrimas que se habían agolpado en los ojos de mármol.

LA LEYENDA:

Una vez, en el cruce de Nilhalla, había una anciana tonta que tenía tantas niñas que las mantenía en una madriguera subterránea como si fueran conejos o ratones. Nadie sabía que las niñas se encontraban allí, ni siquiera lo sospechaban, ya que la mujer era más fea que la primavera temprana y dos veces más tempestuosa.

Un día la anciana murió. De una enfermedad, dijeron algunos; de pura mezquindad, dijeron otros. Cuando los centinelas fueron en busca de su cuerpo para el funeral, hallaron la entrada de la madriguera y alzaron la gran puerta de madera que la ocultaba.

Treinta y siete niñas famélicas de todas las edades salieron de dentro, pero habían vivido tanto tiempo bajo la tierra, como animales, que estaban todas ciegas. Y sus largos cabellos desgreñados se habían tornado blancos. Desde entonces, el cruce de Nilhalla ha sido conocido como el Hogar de las Niñas Blancas.

Ésta es una historia verdadera. Fue contada por Salla Wilmasdarter, cuyo bisabuelo había sido centinela en el cruce hacia la época en que fue descubierta la madriguera.

EL RELATO:

Callilla los condujo a través del Gran Vestíbulo, abriéndose paso entre las mujeres hasta llegar a la cocina, la cual era tres veces más grande que la de la Congregación Selden.

Pynt lanzó una exclamación al verla, pero Jenna mantuvo los ojos fijos en la espalda de Callilla. Carum las siguió.

—Jenna —susurró Pynt—, están calentando grandes tinas de aceite.

—Y de agua —dijo Jenna.

—Ni siquiera has mirado.

—De soslayo, Pynt. Debes utilizar tus ojos del bosque en todas partes.

—No me sermonees, Jo-an-enna.

—Entonces no seas estúpida, Marga.

—Y no me llames estúpida.

De pronto, Callilla giró a la derecha y se detuvo frente a una puerta.

—Es aquí —les dijo. Los tres la rodearon.

—Esta puerta se abre a un sendero angosto y empinado que baja hasta el Halla.

—Ése es el río —dijo Carum. Callilla asintió con la cabeza.

—El Halla es rápido e implacable, así que debéis tener cuidado.

—Yo no sé nadar —dijo Pynt.

—Ni yo —admitió Jenna.

—Bueno, yo sí —dijo Carum.

—Nadie necesita nadar en el Halla —dijo Callilla—, aunque desde pequeñas enseñamos a nuestras niñas a atravesarlo en sus puntos más calmos. El sendero puede ser empinado, pero está bien hollado. Nuestras guardianas lo patrullan diariamente. Nadie más lo conoce. Una vez que lleguéis al río, sólo debéis seguir su curso hasta llegar a un bosque de abedules. Girad hacia el este y en un día de viaje llegaréis a la posada Bertram.

—Mi refugio —agregó Carum.

—¿Y realmente se encontrará a salvo allí? —preguntó Jenna.

—Bertram era un gran santo de su religión, un guerrero que renunció a la batalla. Sus santuarios nunca son violados por los Garunianos, por ningún motivo. Son gente extraña y sus dioses son sangrientos, pero son rectos en ello. Sin embargo, las mujeres no son admitidas en los salones de su santuario, así que deberéis dejarlo allí y continuar con vuestra misión. Será un año difícil para vosotras si esto no es más que el comienzo.

—Ahora tenemos una misión más grande —dijo Pynt.

Jenna se tocó la túnica sobre el pecho y pudo sentir el mapa que crujía debajo, pero no dijo nada.

—¿Qué hay de la comida? —preguntó Carum.

—Encontraréis en los bosques lo que necesitéis —dijo Callilla—. No tenemos tiempo para suministraros más provisiones. —Se inclinó y tomó tres botas llenas de vino del suelo—. También os he traído un poco de queso de cabra con pan. —Hurgando en el profundo bolsillo de su túnica, extrajo un paquete envuelto en cuero y se lo entregó a Carum—. Sólo será un día de viaje. ¿Cuánta hambre podéis llegar a tener? En todo caso...

—Lo sabemos —dijo Carum—. Nueces, setas y raíces. Nada de bayas.

Callilla sonrió de mala gana.

—Bien. Entonces no os faltará nada. —Abrió la puerta—. Que Alta os bendiga.

Las niñas asintieron con la cabeza y salieron, pero Carum se volvió hacia ella.

—Que los ojos de Morga te vigilen por mucho tiempo y que sus aletas esparzan el agua sobre tu espalda.

Callilla lo miró sin comprender. Carum sonrió.

—Una bendición de los Morganianos. Ellos viven en la costa sur del continente y sólo comen lo que llega del mar con la marea baja. Gente extraña. Una dieta desagradable. ¡Pero honrada! —Se volvió y desapareció detrás de las muchachas.

La risa de Callilla lo siguió.

El sendero comenzaba ante la puerta, y había poco espacio entre la pared de la Congregación, a la derecha, y la bajada hasta el Halla a la izquierda. Caminaron con sumo cuidado, escuchando los sonidos del río, que se agitaba furiosamente entre sus márgenes.

De pronto Pynt pisó unos guijarros sueltos y cayó de espaldas lastimándose la muñeca. Se levantó rápidamente y se sacudió la ropa con irritación a pesar del dolor.

Por un momento pudieron escuchar la lluvia de tierra y piedras que caían, pero luego el sonido del río volvió a ser más fuerte.

Al dejar atrás la empinada muralla de la Congregación, el sendero se ensanchaba un poco, aunque aún había un pequeño despeñadero a la derecha. Entonces el camino giró abruptamente y se toparon con un abeto retorcido que les cortaba el paso. Sus raíces se hundían en el despeñadero como dedos de una mano artrítica, y las ramas en forma de abanico oscurecían el camino más adelante.

—¿Por arriba o por abajo? —preguntó Jenna. Pynt se asomó por debajo del árbol.

—Por debajo. Hay espacio suficiente.

Desenvainando la espada, Pynt la introdujo bajo el árbol y luego la siguió, arrastrándose boca abajo. Jenna fue tras ella y Carum al final, con el paquete de comida en la mano. Cuando se disponía a levantarse, Pynt tendió una mano.

—Silencio. Espera. Oigo algo.

—Es sólo el río —dijo Carum.

—Yo también lo oigo —susurró Jenna—. ¡Shhh! —Sacó la espada de su vaina. A la luz del sol, pareció prenderse fuego.

—Probablemente sean las centinelas de la Congregación —respondió Carum—. Callilla dijo que nadie más conocía el sendero.

Se levantó y comenzó a sacudirse la ropa.

—Colócate detrás de mí —dijo Pynt con suavidad.

—Ya me encuentro detrás de ti —murmuró Carum—. Lo he estado todo el... —Pero no llegó a terminar la frase, ya que una flecha pasó silbando junto a su hombro para clavarse en el árbol.

—¡Allí están! —se oyó un grito—. Otras tres rameras de Alta.

—Eso no son guardianas —dijo Carum—. Son...

Otra flecha voló hacia ellos, pero esta vez atravesó su camisa clavándolo al árbol.

—¡Maldición! —gritó Carum desgarrando la tela para liberarse.

—¡Abajo! —gritó Pynt mientras empujaba a Carum hacia el árbol. Él se agachó bajo el tronco rugoso y luego se volvió. Pynt había logrado meter la espada y el brazo, pero se había detenido. Carum tomó su mano y la atrajo hacia sí, sorprendido por su peso muerto. Cuando logró sacarla por el otro lado, vio la flecha clavada en su espalda, partida por la mitad.

—¡Pynt! —exclamó acercándola a él. Ella no respondió.

Carum tomó su espada y aguardó.

Primero una espada y luego una mano emergieron por debajo del árbol. Él se dispuso a atacar, pero entonces vio que se trataba de Jenna y se detuvo. Ella pasó al otro lado del árbol.

—Es Pynt —exclamó Carum—. Está herida. Una flecha bajo el hombro izquierdo.

—Por los Cabellos de Alta —susurró Jenna y se inclinó junto a Pynt—. ¿Está muy mal?

—No lo sé. Pero no se mueve.

—Oh, Pynt, dime algo —le rogó Jenna. Pynt gimió.

—Necesita agua —dijo Carum—. Y hay que sacarle esa flecha. Y...

—Necesita volver a la Congregación.

—No pesa mucho. Podría cargarla.

—Llévala allí —dijo Jenna—, y yo cubriré tu retirada.

—No... llévala tú. Yo cubriré tu retirada.

—Yo soy mejor con una espada —dijo Jenna.

—¿Y piensas que yo soy mejor para emprender la retirada?

—¿Por qué estamos discutiendo? —exclamó Jenna.

—No quiero que te ocurra nada.

—Yo podré cubrirme con el árbol —dijo Jenna—. Tú lleva a Pynt. Si muere, nunca te lo perdonaré.

Carum se colocó a Pynt sobre la espalda. Ella emitió un gemido y luego permaneció quieta. Oyendo los gritos de los hombres al otro lado del árbol, Carum volvió a subir por el sendero lo más rápido que pudo. Pynt parecía más pesada a cada paso, pero él siguió corriendo. Los guijarros se deslizaban bajo sus pies y caían por el despeñadero. Corrió hasta llegar a la puerta de la Congregación y golpeó con ambos puños mientras balanceaba a Pynt sobre su espalda. Una mirilla se abrió, se cerró, y entonces la puerta comenzó a moverse. Carum y su carga cayeron al interior.

Alguien quitó a Pynt de su espalda y cuando Carum volvió a levantarse la puerta estaba cerrada.

—Pero Jenna está allí afuera —gritó—. Abrid.

Nadie se movió, así que Carum corrió hasta la puerta y trató infructuosamente de abrirla.

—¡Abrid esta maldita puerta! —gritó.

Callilla jugó unos momentos con la cerradura y abrió. Jenna cayó sobre Carum arrastrando la espada, con algo sangriento y horrible aferrado en su mano izquierda.

—No sé... —comenzó tratando de recuperar el aliento—, no sé si ésta fue la mano que disparó la flecha a Pynt, pero es una mano que no hará más daño a las seguidoras de Alta. —La dejó caer con los ojos desorbitados—. Fue tan tonto como para introducirla primero mientras trataba de pasar debajo del árbol.

Callilla empujó la mano con el pie.

—No tan tonto quizá. ¡Podría haber sido su cabeza!

Carum observó la mano. Con el vello oscuro en el dorso y los dedos retorcidos, parecía una criatura extraña y sangrienta. En el dedo mayor había un gran anillo con una K grabada en el medio. Carum alzó la vista y observó a Jenna con el rostro desencajado.

—Es el anillo del Toro, Jenna, con el timbre de Kalas. Me han dado muchas bofetadas con él. El Toro era mi maestro de esgrima antes de unirse a sus hermanos al servicio de Kalas. ¿Sabes lo que esto significa? Ahora el Buey y el Sabueso han sido doblegados. El Buey y el Sabueso. Madre Alta tiene razón. La profecía debe ser cierta. Tú eres la Criatura Blanca, la Anna.

Las mujeres comenzaron a murmurar, pero Jenna las ignoró y se arrodilló junto a Pynt. La enfermera, baja y robusta, con el cabello canoso y arrugas en la frente, ya estaba observando la herida.

—Es profunda —dijo sin dirigirse a nadie en particular—. Y está en un mal sitio. Cerca del corazón.

—¿Morirá? —preguntó Jenna con la voz quebrada.

La enfermera la miró como si se hubiese sorprendido al descubrir que había estado hablando con alguien.

—No puedo decirlo con certeza. Pero por ahora debo subirla a la enfermería y limpiarle la herida. Hay que quitar la punta de la flecha.

Después de eso podré evaluar mejor su estado.

Pynt tosió y gimió casi al mismo tiempo. Trató de sentarse pero la enfermera la detuvo con mano suave y firme.

—Ahora eres tú la que está siendo estúpida, Jenna —susurró Pynt con voz ronca—. No moriré. ¿Cómo podría? Estarías perdida sin tu sombra.

Entonces entornó los ojos y quedó inmóvil.

—¿Está muerta? —gritó Jenna.

—Sólo se ha desvanecido —dijo la enfermera—. El dolor es grande y ésta es la forma que tiene la naturaleza para calmarlo. Ahora debe ir arriba y... —miró a Jenna—, no recibirá visitas. Confía en mí, niña, no puedes servirle de ayuda en este momento.

Ante una señal de la enfermera, tres de las mujeres más jóvenes alzaron a Pynt y se la llevaron. Entonces la enfermera se volvió y señaló la mano que aún yacía en el suelo.

—Sacad de aquí esa cosa. Pronto entrará en descomposición y podría asustar a las niñas. Nosotras, las herederas de Alta, no conservamos semejantes prendas sangrientas.

Carum se inclinó y quitó el anillo de la mano rígida.

—Lo conservaré hasta que pueda arrojarlo a los pies de Kalas. A diferencia de vosotras, nosotros, los Garunianos, sí conservamos estas prendas. —Guardó el anillo en su bolsillo y se apartó rápidamente, esperando que nadie hubiese notado la palidez que le había producido el contacto con la mano muerta.

Pero Jenna lo había visto. Posó una mano sobre su espalda y susurró:

—Carum, no te avergüences por tu repugnancia. De no haber estado tan enloquecida, jamás hubiese traído esa mano hasta aquí. Pero me dominó la fiebre de la batalla. Hice lo que hice sin pensar. Tú, sin embargo... tú piensas demasiado.

Él se volvió con el rostro más calmo, pero antes de que tuviera tiempo de responder, alcanzó a ver a Callilla detrás de ella, con el rostro invadido de ira y de miedo.

—Debemos hablar. Y rápido. Antes de que esos hombres reúnan valor y derriben esta puerta.

—La puerta está bien defendida —dijo Carum.

—Puede ser —admitió Callilla—. Pero ¿la dejamos lista para que pueda ser abierta por nuestras centinelas o la cerramos con una barricada?

—No vimos centinelas —respondió Jenna.

—Tampoco cuerpos —agregó Carum. Callilla asintió con tristeza.

—El Halla ya ha recibido a otras mujeres de Alta.

—Los hombres que nos persiguieron gritaron: Otras tres... —Carum se detuvo.

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