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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Hermanos de armas (20 page)

BOOK: Hermanos de armas
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—¿Pero por qué un clon? ¿Por qué un clon mío?

—Creo que está previsto un sabotaje que coincida con un levantamiento en Komarr.

—Barrayar nunca dejará ir a Komarr. Nunca. Son ustedes nuestra puerta de entrada.

—Lo sé —dijo Galeni, cansado—. Pero alguna gente prefiere ahogar nuestras cúpulas en sangre antes que aprender de la historia. O que aprender nada —miró involuntariamente hacia la luz.

Miles tragó saliva, hizo acopio de voluntad, y habló en medio del silencio.

—¿Cuánto tiempo hace que sabe que su padre no voló en pedazos con aquella bomba?

Los ojos de Galeni lo miraron rápidamente; su cuerpo se envaró y luego se relajó, si un movimiento tan tenso podía ser considerado relajación. Pero dijo simplemente:

—Cinco días.

Tras un momento, añadió:

—¿Cómo lo sabía?

—Abrimos sus archivos personales. Era su único pariente cercano sin registro en el depósito de cadáveres.

—Creímos que estaba muerto —la voz de Galeni era distante, átona—. Mi hermano desde luego murió. Seguridad Barrayaresa vino y nos llevó a mi madre y a mí para que identificáramos lo que quedaba. No era mucho. No supuso mucho esfuerzo creer que no quedaba literalmente nada de mi padre, que había sido visto muy cerca del centro de la explosión.

El hombre estaba agarrotado, quebrándose ante sus ojos. Miles decidió que no le gustaba la idea de ver cómo lo barrían del mapa. Desde el punto de vista del Imperio, era un desperdicio que algo así le sucediera a un oficial. Algo parecido a un asesinato. O un aborto.

—Mi padre hablaba constantemente de la libertad de Komarr —continuó Galeni suavemente. ¿Para Miles, para la luz, para sí mismo?—. De los sacrificios que todos debemos hacer por la libertad de Komarr. Insistía mucho en los sacrificios. Humanos o de lo que fuera. Pero nunca pareció importarle mucho la libertad de la gente de Komarr. Hasta el día en que murió no me convertí en un hombre libre. El día en que murió. Libre para mirar con mis propios ojos, hacer mis propias valoraciones, elegir mi propia vida. O eso pensaba. La vida está llena de sorpresas —la voz de Galeni era infinitamente sarcástica. Dirigió a la luz una sonrisa lobuna.

Miles cerró los ojos, tratando de pensar. No era fácil, con Galeni sentado a dos metros emanando tensión asesina al límite. Miles tenía la desagradable sensación de que su superior había perdido de vista toda estrategia, enzarzado como estaba en una guerra privada con viejos fantasmas. O viejos no-fantasmas. Dependía todo de Miles.

Dependía de Miles hacer… ¿qué? Se levantó y recorrió la habitación con piernas temblorosas. Galeni lo observó, con los ojos entrecerrados, sin hacer ningún comentario. No había más que una salida. Rascó las paredes con las uñas: eran impenetrables. Las grietas del suelo y techo (se aupó en el camastro y estiró los brazos, mareado) no cedieron. Entró en el diminuto cuarto de aseo, orinó, se lavó las manos y la cara y la boca agria en el fregadero (agua fría solamente), y bebió ayudándose de las manos. No había vasos, ni siquiera de plástico. El agua se revolvió nauseabunda en su estómago, las manos se le retorcían por los efectos secundarios del aturdidor. Se preguntó cuál sería el resultado de atascar el desagüe con la camisa y dejar correr el agua. Ése parecía ser el máximo acto de vandalismo posible. Regresó al camastro secándose las manos en los pantalones y se sentó antes de caerse.

—¿Le han dado de comer? —preguntó.

—Dos o tres veces al día —dijo Galeni—. Un poco de lo que demonios cocinen arriba. Al parecer viven varias personas en la casa.

—Entonces ése es el único momento en que se puede intentar la fuga.

—Lo fue —reconoció Galeni.

Lo fue, claro. Después del intento de Galeni, habrían doblado la guardia. No era algo que Miles se atreviera a imitar; una paliza como la que había recibido su compañero lo incapacitaría por completo.

Galeni contemplaba la puerta cerrada.

—Proporciona cierta diversión. Uno nunca sabe, cuando la puerta se abre, si va a ser la cena o la muerte.

Miles tuvo la impresión de que Galeni esperaba morir. Maldito
kamikaze
. Conocía perfectamente esa sensación. Podías enamorarte de la estrecha opción de la tumba, era la enemiga del pensamiento estratégico creativo. Era el enemigo, punto.

Pero no consiguió materializar su resolución, aunque no dejó de darle vueltas. Sin duda Ivan reconocería inmediatamente al impostor. ¿O achacaría cualquier error que cometiera el clon a que Miles tenía un mal día? Desde luego, existían precedentes. Y si los komarreses se habían pasado cuatro días sonsacando a Galeni los procedimientos de la embajada, era bastante posible que el clon siguiera la rutina de Miles sin cometer fallos. Después de todo, si la criatura era verdaderamente un clon, sería tan lista como Miles.

O tan estúpida… Miles se aferró a ese reconfortante pensamiento. Si él cometía errores, en su desesperado baile a través de la vida, el clon cometería los mismos. El problema era, ¿distinguiría alguien los errores?

¿Pero y los dendarii? Su dendarii, en manos de un… ¿un qué? ¿Cuáles eran los planes de los komarreses? ¿Cuánto sabían de los dendarii? ¿Y cómo demonios iba el clon a dividirse entre lord Vorkosigan y al almirante Naismith cuando el propio Miles tenía que ir improvisando sobre la marcha?

Y Elli… si Elli no había sido capaz de distinguir la diferencia en la casa abandonada, ¿notaría la diferencia en la cama? ¿Se atrevería aquel sucio y diminuto impostor a tirarse a Quinn? ¿Pero qué ser humano de cualquiera de los tres sexos se resistiría a una invitación a retozar entre las sábanas con la brillante y hermosa…? La imaginación de Miles se llenó de detalladas imágenes del clon, allí fuera, haciendo cositas con su Quinn, la mayoría de las cuales él mismo no había tenido tiempo de poner en práctica. Descubrió que sus manos se aferraban al borde del camastro, los nudillos blancos, y que corría peligro de romperse los huesos de los dedos.

Lo dejó correr. Sin duda el clon trataría de evitar situaciones íntimas con gente que conocía bien a Miles, momentos en los que correría más peligro de ser descubierto. A menos que fuera un mierdecilla valeroso con tendencias experimentales compulsivas como el que Miles afeitaba diariamente en su espejo. Miles y Elli acababan de empezar a intimar… ¿no notaría ella la diferencia? Si no… Miles tragó saliva y trató de que su mente volviera al escenario político. El clon no había sido creado simplemente para que se volviera loco; eso no era más que una ventaja añadida. El clon había sido forjado como un arma dirigida contra Barrayar. A través del primer ministro, el conde Aral Vorkosigan, contra Barrayar, como si los dos fueran uno. Miles no se hizo ilusiones; no habían preparado todo esto por él. Se le ocurrían una docena de formas de usar a un falso Miles contra su padre: iban desde lo relativamente benigno hasta lo horriblemente cruel. Miró a Galeni, tendido tan tranquilo al otro lado de la celda, esperando que su propio padre lo matara. O usando esa misma frialdad para forzar a su padre a matarlo y demostrar… ¿qué? Miles borró lo relativamente benigno de su lista de posibilidades.

Al final el cansancio pudo con él y se quedó dormido en el duro camastro.

Durmió mal. Revivió repetidas veces un sueño desagradable sólo para encontrarse de nuevo al despertar con la realidad, aún más desagradable: el frío camastro, los músculos doloridos, Galeni tendido al otro lado retorciéndose con igual incomodidad, los ojos brillando a través del parapeto de sus pestañas sin revelar si estaba dormido o despierto. Volvía al país de los sueños como autodefensa. Miles perdió totalmente la noción del tiempo, aunque, cuando finalmente se sentó, los músculos agarrotados y el reloj líquido de su vejiga le indicaron que había dormido mucho. Después de un viaje al cuartito de baño, echarse agua fría en la cara ahora sucia de barba y beber, su mente se puso de nuevo en marcha y ya no consiguió volver a dormir. Deseó tener su manta-gato.

La puerta chasqueó. Galeni salió de su aparente modorra y se incorporó, los pies bajo su centro de gravedad, la cara inescrutable. Pero, por esta vez, era la cena. O el desayuno, a juzgar por los ingredientes: huevos revueltos tibios, pan dulce de pasas, bendito café en una taza blanda, una cuchara cada uno. Lo sirvió uno de los jóvenes con cara de póquer que Miles había visto la noche anterior. Otro esperaba en la puerta, con el aturdidor preparado. Sin quitarle ojo a Galeni, el hombre depositó la comida en el extremo de uno de los camastros y salió rápidamente.

Miles observó la comida, cauto. Pero Galeni recogió los dos platos y comió sin vacilación. ¿Sabía que no estaba drogada ni envenenada, o simplemente ya no le importaba un pimiento? Miles se encogió de hombros y comió también.

Apuró las últimas preciosas gotas de café y preguntó:

—¿Tiene alguna idea de cuál es el propósito de toda esta mascarada? Deben haberse esforzado muchísimo para producir a este… duplicado mío. No puede ser un plan de poca monta.

Galeni, que parecía un poco menos pálido gracias a la comida decente, hizo rodar cuidadosamente la taza entre sus manos.

—Sé lo que me han dicho. No sé si lo que me han dicho es la verdad.

—Bien, continúe.

—Tiene que comprender que el grupo de mi padre es una facción radical de la resistencia komarresa. Esos grupos no han hablado entre sí desde hace años, y ésa es una de las razones por las que nosotros… Seguridad de Barrayar —una sonrisita irónica asomó a sus labios— los pasamos por alto. El grupo principal ha estado perdiendo impulso a lo largo de la última década. Los hijos de los expatriados, sin ningún recuerdo de Komarr, han crecido como ciudadanos de otros planetas. Y los más viejos han… bueno, han envejecido. Han muerto. Y como las cosas no están tan mal en casa, no consiguen nuevos conversos. Su base de poder se reduce drásticamente.

—Comprendo que los radicales se mueran por hacer algún movimiento. Mientras aún haya una posibilidad —observó Miles.

—Sí. Están en un aprieto. —Galeni aplastó lentamente la taza con la mano—. Obligados a movimientos desesperados.

—Este parece bastante exótico. Esperar… ¿dieciséis, dieciocho años? ¿Cómo demonios consiguieron los recursos médicos? ¿Su padre era médico?

Galeni hizo una mueca.

—Ni hablar. La parte médica fue sencilla, aparentemente, una vez que se apoderaron de las muestras de tejidos robadas en Barrayar. Aunque cómo lo lograron…

—Me pasé los primeros seis años de mi vida siendo sondado, examinado, cortado en trocitos, escaneado y convertido en pasto de biopsias para los médicos. Debe de haber kilos de mí flotando en diversos laboratorios médicos para elegir, un banquete de tejidos. Eso era sencillo. Pero la clonación real…

—Fue contratada. A algún oscuro laboratorio médico de Jackson's Whole, según tengo entendido, dispuesto a hacer cualquier cosa por un precio.

Miles se quedó con la boca abierta.

—Oh. Ellos.

—¿Conoce usted Jackson's Whole?

—He… tenido contacto con su trabajo en otro contexto. Que me aspen si no puedo nombrar el laboratorio más indicado para hacer algo así. Son expertos en clonación. Entre otras cosas, realizan intervenciones ilegales de transplante de cerebro… ilegales en todas partes menos en Jackson's Whole, claro, donde el joven clon es cultivado en una tina y el viejo cerebro transferido… el viejo cerebro rico, no hace falta decirlo. Además, um, han hecho algún trabajito de bioingeniería del que no puedo hablar… sí. Y todo el tiempo tenían una copia mía en el cuarto trasero. ¡Hijos de puta, esta vez van a descubrir que no son tan intocables como se creen!

Miles controló su incipiente hiperventilación. La venganza personal contra Jackson's Whole debía esperar una ocasión mejor.

—Bien. La resistencia komarresa no invirtió más que dinero en el proyecto durante los primeros diez o quince años. No me extraña que nunca fuera localizado.

—Sí —dijo Galeni—. Y hace unos años tomaron la decisión de sacar ese as de la manga. Sacaron de Jackson's Whole al clon terminado, ahora un joven adolescente, y empezaron a entrenarlo para que fuera usted.

—¿Por qué?

—Parece que quieren hacerse con el Imperio.

—¡¿Qué?! —exclamó Miles—. ¡No! ¡No conmigo!

—Ese… individuo… se plantó aquí mismo —Galeni señaló un punto cerca de la puerta— hace dos días, y me dijo que estaba mirando al próximo emperador de Barrayar.

—Tendrían que matar al emperador Gregor y a mi padre para conseguir una cosa de ese calibre… —empezó a decir Miles frenético.

—Me imagino que es justo lo que van a hacer —contestó Galeni secamente. Se sentó en su camastro, los ojos brillantes, las manos tras el cuello para hacer de almohada, y susurró—: Por encima de mi cadáver, por supuesto.

—De nuestros cadáveres. No se atreverán a dejarnos con vida…

—Creo que mencioné eso ayer.

—Con todo, si algo sale mal —la mirada de Miles se dirigió a la luz—, les sería de utilidad tener rehenes.

Enunció esta idea con claridad, poniendo énfasis en el plural. Aunque temía que desde el punto de vista komarrés sólo uno de ellos tuviera valor como rehén. Galeni no era tonto; también él sabía quién era el chivo expiatorio.

Maldición, maldición, maldición. Miles se había metido en aquella trampa, sabiendo que lo era, con la esperanza de conseguir la clase de información que ahora poseía. Pero no pretendía quedar atrapado. Se frotó la nuca, completamente frustrado… Qué bueno sería poder llamar a una fuerza de choque dendarii para que cayera sobre ese… ese nido de rebeldes ahora mismo.

La puerta chasqueó. Era demasiado pronto para almorzar. Miles se dio la vuelta, esperando durante un descabellado instante encontrarse a la comandante Quinn que dirigía una patrulla de rescate… no. Eran sólo los dos payasos otra vez, y había un tercero en la puerta, con un aturdidor.

Uno señaló a Miles.

—Tú. Ven.

—¿Adónde? —preguntó Miles, receloso. ¿Sería ya el fin? ¿Lo llevarían al subnivel del aparcamiento y le pegarían un tiro o le romperían el cuello? No estaba dispuesto a caminar voluntariamente hacia su propia ejecución.

Algo así debió de pensar también Galeni, pues mientras la pareja agarraba sin miramientos a Miles por los brazos, el capitán saltó hacia ellos. El del aturdidor lo derribó antes de que hubiera dado dos pasos. Galeni se revolvió, mostrando los dientes en desesperada resistencia, y luego se quedó quieto.

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