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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Hermanos de armas (9 page)

BOOK: Hermanos de armas
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Se puso bien la chaqueta, frotó inútilmente las manchas blancas y alzó la barbilla antes de entrar en el santuario de la contable de la flota.

Era por la tarde, hora de la nave (sólo una hora de diferencia con Londres), pero la contable de los mercenarios continuaba aún en su puesto. Vicki Bone era una mujer precisa, de edad mediana, fornida, decididamente una técnica, no una soldado; su voz normal era un tranquilo canturreo. Se giró en su asiento y le preguntó:

—¡Oh, señor! ¿Tiene ya la transferencia de crédi…? —advirtió su aspecto y su voz recuperó el timbre habitual—. Santo Dios, ¿qué le ha sucedido?

Tras un segundo de indecisión, saludó.

—Eso es lo que vengo a averiguar, teniente Bone.

Miles enganchó un segundo asiento en las abrazaderas del suelo y le dio la vuelta para sentarse a horcajadas con los brazos apoyados en el respaldo. Tras dudar también él un segundo, le devolvió el saludo.

—Tenía entendido que informó usted ayer de que todos nuestros pedidos de suministros no esenciales para el mantenimiento de la vida a bordo estaban en suspenso y nuestro crédito en Tierra bajo control.

—Temporalmente bajo control —replicó ella—. Hace catorce días me dijo usted que tendríamos una transferencia de créditos al cabo de diez días. Traté de reducir los gastos al mínimo. Hace cuatro días me dijo usted que pasarían otros diez días…

—Como mínimo —confirmó Miles, sombrío.

—He vuelto a reducir los gastos cuanto he podido, pero ha habido que pagar algunas cosas para conseguir que se prolongara el crédito otra semana. Nos hemos estado quedando peligrosamente sin fondos de reserva desde Mahata Solaris.

Miles pasó cansinamente un dedo por el respaldo del asiento.

—Sí, tal vez tendríamos que haber seguido directamente hasta Tau Ceti.

Demasiado tarde ya. Si al menos estuvieran tratando con el cuartel general de Seguridad del Sector Dos…

—Tendríamos que haber dejado dos tercios de la flota en la Tierra de todas formas, señor.

—Y no quise dividir el convoy, lo sé. Pero si nos quedamos aquí mucho más, ninguno de nosotros podrá marcharse… un agujero negro financiero. Mire, active sus programas y dígame qué ha pasado con la cuenta de crédito de personal a eso de las 16.00, hora de Londres.

—¿Mm?

Sus dedos conjuraron arcanos y pintorescos bancos de datos en la consola de su holovid.

—Oh, cielos. No tendría que haber hecho eso. ¿Dónde ha ido el dinero…? Ah, anulación directa. Eso lo explica.

—Explíquemelo a mí —instó Miles.

Ella se volvió.

—Bueno, naturalmente, cuando la flota se halla estacionada durante cierto tiempo en algún lugar que tenga una red financiera, no dejamos nuestros activos paralizados.

—¿No?

—No, no. Todo lo que no haga falta de modo inmediato se mantiene el máximo tiempo posible en algún tipo de inversión a corto plazo que genere intereses. Así, todas nuestras cuentas de crédito se encuentran bajo el mínimo legal; cuando hay que pagar una factura la paso al ordenador y saco lo suficiente de la cuenta de inversión para cubrir la deuda de la cuenta de crédito.

—¿Y, er, merece la pena correr el riesgo?

—¿Riesgo? ¡Es una buena práctica básica! Ganamos más de cuatro mil créditos federales GSA en intereses y dividendos la semana pasada, hasta que nos pasamos del mínimo establecido.

—Oh.

Miles tuvo una momentánea visión: se vio renunciando a la guerra para jugar a la bolsa. ¿La Compañía de Acciones de los Mercenarios Dendarii Libres? Por desgracia, el Emperador tal vez tuviera un par de palabritas que decir al respecto…

—Pero esos idiotas —la teniente Bone indicó el esquema que representaba su versión de las aventuras de Danio esa tarde— intentaron contactar directamente con la cuenta a través de su número, en vez de a través de la cuenta central de la flota, como se le ha dicho que haga a todo el mundo. Y estamos tan cortos de fondos ahora mismo que rebotó. A veces me parece estar hablando con sordos.

Más extrañas gráficas de barras florecieron bajo sus dedos.

—¡Pero sólo puedo desviar y desviar por un tiempo limitado, señor! La cuenta de inversión ya está a cero, así que no genera ningún dinero extra. No estoy segura de que podamos aguantar diez días más. Y si la transferencia de crédito no llega, entonces… —alzó las manos— ¡toda la Flota Dendarii podría empezar a caer en manos de los acreedores!

—Oh.

Miles se frotó el cuello. Se había equivocado, su dolor de cabeza no mejoraba.

—¿No hay nada que pueda hacer pasando de cuenta en cuenta para crear, er… dinero virtual? ¿Temporalmente?

—¿Dinero virtual? —los labios de la teniente se arrugaron en gesto de repulsa.

—Para salvar la flota. Igual que en combate. Contabilidad mercenaria… —unió las manos, entre las rodillas, y le sonrió esperanzado—. Naturalmente, si está más allá de sus habilidades…

Las aletas de la nariz de la teniente Bone se hincharon.

—Por supuesto que no. Pero eso que usted pide se basa principalmente en lapsos de tiempo. La red financiera de la Tierra está plenamente integrada; no hay lapsos de tiempo a menos que quieras empezar a convertirla en interestelar. Pero le diré qué podría funcionar… —Su voz se apagó—. Bueno, tal vez no…

—¿Qué?

—Vaya a un banco importante y pida un préstamo a largo plazo sobre, digamos, un bien de valor considerable.

Sus ojos, al mirar en derredor, se referían a la
Triumph
y revelaban qué clase de bien de valor tenía en mente.

—Puede que tengamos que ocultarles otros gravámenes destacados y el grado de depreciación, por no mencionar ciertas ambigüedades sobre lo que pertenece o no pertenece a la corporación de la flota o a los capitanes… pero al menos sería dinero de verdad.

¿Y qué diría el comodoro Tung cuando descubriera que Miles había hipotecado su nave? Pero Tung no estaba allí. Estaba de permiso. Todo podría estar resuelto para cuando regresara.

—Tendremos que pedir dos o tres veces la cantidad que realmente necesitamos, para asegurarnos de recibir suficiente —continuó la teniente Bone—. Usted tendría que firmar, como oficial al mando.

El almirante Naismith tendría que firmar, reflexionó Miles. Un hombre cuya existencia legal era estrictamente… virtual, aunque no se podía esperar que un banco terrestre lo descubriera. Los dendarii apoyaban convincentemente su identidad. Quizás aquél fuese uno de los movimientos más seguros que había hecho jamás.

—Adelante, teniente Bone. Hágalo. Um… use la
Triumph
, es lo más grande que tenemos.

Ella asintió y enderezó los hombros recuperando parte de su habitual serenidad.

—Sí, señor. Gracias, señor.

Miles suspiró y se puso en pie. Sentarse había sido un error; sus cansados músculos le pasaron factura. La teniente arrugó la nariz cuando lo olió al pasar. Quizá debiera invertir unos minutos en lavarse. Ya sería bastante difícil explicar su desaparición, cuando regresara a la embajada, para tener que dar explicaciones sobre su aspecto.

—Dinero virtual —oyó murmurar con desaprobación a la teniente Bone mientras salía—. Santo Dios.

4

Para cuando Miles terminó de ducharse y acicalarse y se puso un uniforme limpio y un brillante par de botas, las píldoras habían hecho su efecto y no sentía ningún dolor. Cuando se dio cuenta de que silbaba mientras se rociaba de loción para el afeitado y se ajustaba un pañuelo de seda negra bastante llamativo y solamente semi-reglamentario, y se colocó la chaquetilla blanca y gris, decidió que sería mejor reducir la dosis para la próxima vez. Se sentía demasiado bien.

Lástima que el uniforme dendarii no incluyera una boina que uno pudiera colocar en ángulo atrevidamente ladeado. Podría ordenar que añadieran una. Probablemente Tung lo aprobaría: tenía la teoría de que los uniformes llamativos ayudaban a captar reclutas y subir la moral.

Miles no estaba completamente seguro de que así no acabarían adquiriendo un montón de reclutas que quisieran jugar a los disfraces. Al soldado Danio tal vez le gustara una boina… Miles descartó la idea.

Elli Quinn le esperaba pacientemente en el pasillo de la compuerta de la lanzadera número seis. Se puso en pie con gracilidad y se le adelantó, diciendo:

—Será mejor que nos demos prisa. ¿Cuánto tiempo piensas que podrá cubrirte tu primo en la embajada?

—Sospecho que ya es una causa perdida —dijo Miles, atándose junto a ella. Como el prospecto de las píldoras advertía de los riesgos de manejar equipo, dejó que la comandante pilotara de nuevo. La pequeña lanzadera se apartó suavemente del costado de la nave insignia y empezó a caer en su pauta orbital.

Miles meditó morosamente sobre la recepción que le esperaba cuando apareciera de vuelta en la embajada. Confinado a sus habitaciones era lo menos que cabía esperar, aunque podría alegar circunstancias atenuantes por si acaso. No le apetecía nada tener que cargar con esa pena. Aquí estaba, en la Tierra, en una cálida noche de verano, con una amiga hermosa y brillante. Sólo eran (miró su cronómetro) las 23.00. La vida nocturna estaría comenzando. Londres, con su enorme población, era una ciudad que nunca descansaba. Se le aceleró el corazón inexplicablemente.

Sin embargo, ¿qué podían hacer? Beber quedaba descartado; Dios sabía qué iba a sucederle si añadía alcohol a su actual carga farmacológica; no mejoraría su coordinación, sin duda. ¿Un espectáculo? Los mantendría inmovilizados un buen rato, algo que no era demasiado seguro. Mejor hacer alguna cosa que los mantuviera en marcha.

Al diablo con los cetagandanos. Estaba perdido si se convertía en rehén del simple miedo hacia ellos. Que el almirante Naismith disfrutara de una última correría antes de que volvieran a guardarlo en el cajón. Las luces del espaciopuerto parpadearon bajo ellos, se alzaron para atraerlos. Mientras rodaban por su pista alquilada (ciento cuarenta GSA federales por día) con su guardia dendarii a la espera. Miles estalló:

—Ey, Elli. Vamos… vámonos a ver escaparates.

Y así se encontraron paseando por un centro comercial de moda a medianoche. Allí, para el visitante con dinero, se exponían mercancías no sólo de la Tierra, sino de toda la galaxia. Los transeúntes eran un desfile que merecía ser contemplado por derecho propio, para el estudiante de modas y tendencias. Se llevaban las plumas aquel año, y la seda sintética, el cuero y la piel, en un
revival
de tejidos primitivos naturales del pasado. Y la Tierra tenía un montón de pasado que revivir. La joven dama del… atuendo vikingo-azteca, supuso Miles, que paseaba del brazo de un joven con botas del siglo XXIV y plumas le llamó particularmente la atención. Quizás una boina dendarii no fuera algo demasiado arcaico y poco profesional después de todo.

Elli, observó Miles tristemente, no se relajaba ni disfrutaba de aquello. Su atención hacia los peatones estaba más en la línea de la caza de armas ocultas y movimientos bruscos. Pero se detuvo por fin realmente intrigada ante una tienda que anunciaba discretamente: PIELES CULTIVADAS, UNA DIVISIÓN DE BIOINGENIERÍAS GALACTECH. Miles la condujo al interior.

La zona de exposiciones era espaciosa, un claro indicativo de la gama de precios en la que operaban. Abrigos de zorro rojo, alfombras de tigre blanco, chaquetas de leopardo extinto, chillones bolsos de lagarto perlado de Tau Ceti, y botas y cinturones, chalecos de macaco blancos y negros… una pantalla holovid pasaba un programa continuo explicando que la mercancía no procedía de la matanza de animales vivos, sino de los tubos de ensayo y las tinas de la división de ocio de GalaTech. Se ofrecían diecinueve especies extinguidas en colores naturales. Para la línea de otoño, aseguraba el vid, venían el cuero de rinoceronte arco iris y el zorro blanco en tonos pastel. Elli hundió las manos hasta las muñecas en algo que parecía una explosión de gato persa albaricoque.

—¿Pierde pelo? —preguntó Miles, divertido.

—En absoluto —les aseguró el vendedor—. Las pieles cultivadas de GalacTech están garantizadas para no gastarse, pelarse ni desteñir. También son resistentes a las manchas.

Una enorme piel satinada negra ronroneó entre los brazos de Elli.

—¿Qué es esto? No es un abrigo…

—Ah, es un nuevo artículo muy popular —dijo el vendedor—. Lo último en sistemas de realimentación biomecánica. La mayoría de los artículos de piel que ven ustedes aquí son cueros corrientes teñidos… pero ésta es una piel viva. Este modelo es adecuado para una manta, una colcha o una alfombra. Se están confeccionando varios tipos de vestidos para el año que viene con ella.

—¿Una piel viva? —ella alzó las cejas, encantada.

El vendedor se puso de puntillas en un eco inconsciente: el rostro de Elli producía su efecto habitual sobre los no iniciados.

—Una piel viva —asintió el vendedor—, pero sin ninguno de los defectos del animal vivo. No pierde pelo, ni come ni —tosió discretamente— necesita un cajón de arena.

—Espere —dijo Miles—. ¿Cómo lo anuncian como vivo, entonces? ¿De dónde saca la energía, si no es por la descomposición química de los alimentos?

—Una red electromagnética en el nivel celular capta pasivamente la energía del entorno: ondas de holovid y similares. Y cada mes o así, si parece estar gastándose, pueden darle una ayudita metiéndola en el microondas unos minutos a baja potencia. Pieles Cultivadas, sin embargo, no se responsabiliza del mal uso por parte de los propietarios.

—Eso sigue sin hacer que esté viva —objetó Miles.

—Le aseguro que esta manta fue compuesta con los mejores genes de
felix domesticus
. También tenemos en stock el persa blanco y las franjas color chocolate de los siameses, en los colores naturales. Tengo muestras de otros tonos decorativos que pueden ser ordenados en cualquier tamaño.

—¿Le hicieron eso a un gato? —Miles se atragantó mientras Elli cogía en brazos la gran piel sin huesos.

—Acaríciela —instruyó el vendedor, ansioso.

Ella así lo hizo, y se echó a reír.

—¡Ronronea!

—Sí. También tiene una orientación termotáxica programable… en otras palabras, se enrosca.

Elli se la puso al cuello. La piel negra cayó en cascada sobre sus pies como la cola del vestido de una reina; se frotó la mejilla con el sedoso pelaje.

—¿Qué inventarán luego? Oh, cielos. Dan ganas de frotártela por toda la piel.

—¿Sí? —murmuró Miles, dubitativo. Luego se le dilataron las pupilas cuando imaginó a Elli, con su maravillosa piel, acariciándose con aquella cosa peluda—. ¿Sí? —dijo en un tono completamente distinto. Sus labios dibujaron una ansiosa sonrisa. Se volvió hacia el vendedor—. Nos la llevamos.

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