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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Hermanos de armas (4 page)

BOOK: Hermanos de armas
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—Oh —dijo el capitán—, sí, sólo ha hablado usted con mi ayudante, ¿verdad? Soy el capitán Duv Galeni. Agregado militar de la Embajada y, por defecto, jefe de Seguridad Imperial y del Servicio de Seguridad. Y, lo confieso, me encuentro bastante sorprendido de verle aparecer en mi cadena de mando. No tengo completamente claro qué se supone que he de hacer con usted.

No era un acento rural; la voz del capitán resultaba fría, educada, neutralmente urbana. Miles no logró situarla en la geografía barrayaresa.

—No me sorprende, señor —dijo Miles—. Yo mismo no esperaba presentarme en la Tierra, no tan tarde. Debía haberme presentado en el mando de Seguridad Imperial del Sector Dos, en Tau Ceti, hace más de un mes. Pero la Flota de Mercenarios Libres Dendarii fue expulsada del espacio local de Mahata Solaris por un ataque sorpresa cetagandano. Como no nos pagaban para que hiciéramos directamente la guerra a los cetagandanos, huimos, y acabamos sin poder regresar por otra ruta más corta. Ésta es literalmente mi primera oportunidad para informar desde que entregamos a los refugiados a su nueva base.

—No era… —El capitán hizo una pausa, su boca se retorció, y empezó otra vez—. No era consciente de que la extraordinaria huida de Dagoola fuese una operación encubierta de la Inteligencia Barrayaresa. ¿No estuvo eso peligrosamente cerca de ser un acto de guerra declarada contra el Imperio cetagandano?

—Precisamente por eso se empleó a los mercenarios dendarii, señor. Se suponía que iba a ser una operación pequeña, pero las cosas se nos fueron un poco de la mano… Bastante, en realidad.

A su lado, Elli mantuvo la mirada al frente, y ni siquiera se atragantó.

—Yo, uh… tengo un informe completo.

El capitán parecía librar una lucha interna.

—¿Cuál es exactamente la relación entre la Flota de Mercenarios Libres Dendarii y Seguridad Imperial, teniente? —dijo por fin. Había una cierta queja en su tono.

—Er… ¿qué sabe usted ya, señor?

El capitán Galeni se encogió de hombros.

—No había oído hablar de ellos más que por encima hasta que usted contactó por vid ayer. Mis archivos… ¡mis archivos de Seguridad!, dicen exactamente tres cosas sobre la organización. No debe ser atacada, cualquier petición de ayuda de emergencia debe ser satisfecha a la mayor velocidad y, para más información, debo dirigirme al cuartel general de Seguridad del Sector Dos.

—Oh, sí —dijo Miles—, así es. Esto es una embajada sólo de clase III, ¿verdad? Um, bien, la relación es bastante simple. Los dendarii son un remanente para operaciones encubiertas fuera del alcance de Seguridad Imperial o que supondrían una molestia política si se demostrara alguna conexión directa con Barrayar. Dagoola fue ambas cosas. Las órdenes del Alto Estado Mayor se trasmiten, con el conocimiento y aprobación del Emperador, a través del jefe de Seguridad Imperial, Illyan, hasta llegar a mí. Es una cadena de mando muy corta. Soy el intermediario, supuestamente la única conexión. Salgo del cuartel general imperial como teniente Vorkosigan y aparezco, donde sea, como almirante Naismith, agitando un nuevo contrato. Hacemos aquello que nos ordenan, y luego, desde el punto de vista dendarii, desaparezco tan misteriosamente como vine. Dios sabe qué piensan que hago en mi tiempo libre.

—¿Quieres saberlo realmente? —preguntó Elli, los ojos encendidos.

—Más tarde —murmuró él con la comisura de los labios.

El capitán hizo tamborilear sus dedos sobre la comuconsola y estudió una pantalla.

—Nada de esto aparece en su expediente oficial. Veinticuatro años… ¿no es usted un poco joven para su rango, ah… almirante? —fue seco, sus ojos recorrieron burlones el uniforme dendarii.

Miles trató de ignorar el tono.

—Es una larga historia. El comodoro Tung, un oficial dendarii veterano, es el verdadero cerebro del asunto. Yo sólo interpreto un papel.

Elli, escandalizada, abrió mucho los ojos. Una severa mirada de Miles trató de obligarla a guardar silencio.

—Puedes hacer mucho más que eso —objetó ella.

—Si es usted el único contacto —Galeni frunció el ceño—, ¿quién demonios es esta mujer?

Sus palabras dejaban claro que la consideraba una no-persona, o al menos una no-soldado.

—Sí, señor. Bueno, para casos de emergencia, hay tres dendarii que conocen mi verdadera identidad. La comandante Quinn, que estuvo en el ajo desde el principio, es una de ellas. Tengo órdenes estrictas de Illyan de llevar guardaespaldas en todo momento, así que la comandante Quinn ocupa mi puesto cada vez que tengo que cambiar de identidades. Confío en ella de manera tácita.

«Respetarás a los míos, malditos sean tus ojos burlones, pienses lo que pienses de mí…»

—¿Cuánto tiempo lleva esto en marcha, teniente?

—Ah —Miles miró a Elli—, siete años, ¿no es así?

Los brillantes ojos de Elli chispearon.

—Parece que fue ayer —dijo, en tono neutro. Al parecer también a ella le costaba trabajo ignorar el retintín. Miles confiaba en que lograra mantener bajo control su agudo sentido del humor.

El capitán se estudió las uñas y, bruscamente, miró a Miles.

—Bueno, voy a tener que recurrir a Seguridad del Sector Dos, teniente. Y si descubro que esto es otra idea de los lores Vor de una broma pesada, haré todo lo que esté en mi mano para llevarlo a juicio. No me importa quién sea su padre.

—Todo es cierto, señor. Tiene mi palabra de Vorkosigan.

—Por eso mismo —dijo el capitán Galeni entre dientes.

Miles, furioso, tomó aliento… y entonces situó por fin el acento regional de Galeni.

Alzó la barbilla.

—¿Es usted… komarrés, señor?

Galeni asintió, en guardia. Miles le devolvió la mirada gravemente, inmóvil. Elli le dio un codazo y susurró:

—¿Qué demonios…?

—Más tarde —replicó Miles, también en un susurro—. Política interna de Barrayar.

—¿Tendré que tomar notas?

—Probablemente —alzó la voz—. Debo ponerme en contacto con mis auténticos superiores, capitán Galeni. Ni siquiera sé cuáles son mis órdenes.

Galeni arrugó los labios.

—Yo soy su superior, teniente Vorkosigan —observó con suavidad.

Y debía de estar bastante molesto, juzgó Miles, por haber sido apartado de su propia cadena de mando. ¿Quién podía echárselo en cara? Le respondió con amabilidad.

—Por supuesto, señor. ¿Cuáles son mis órdenes?

Las manos de Galeni se crisparon brevemente en un gesto de frustración, su boca se curvó en una mueca irónica.

—Tendré que asignarlo a mi personal, supongo, mientras todos esperamos una aclaración. Tercer agregado militar.

—Ideal, señor, gracias —dijo Miles—. El almirante Naismith necesita imperiosamente desaparecer, ahora mismo. Los cetagandanos pusieron precio a su… mi cabeza después de Dagoola. He sido afortunado dos veces.

Ahora le tocó a Galeni el turno de quedarse inmóvil.

—¿Está bromeando?

—Obtuve un saldo de cuatro dendarii muertos y catorce heridos por ello —dijo Miles, envarado—. No lo encuentro nada divertido.

—En ese caso —repuso Galeni, sombrío—, considérese confinado en el complejo de la embajada.

«¿Y perderme la Tierra?» Miles suspiró, reacio.

—Sí, señor —accedió sombrío—. Siempre que la comandante Quinn, aquí presente, pueda hacer de intermediaria con los dendarii.

—¿Por qué necesita continuar sus contactos con los dendarii?

—Son mi gente, señor.

—Me ha parecido entender que el comodoro Tung dirigía el espectáculo.

—Ahora mismo está de permiso. Cuanto necesito, antes de que el almirante Naismith desaparezca por el foro, es pagar algunas facturas. Si me adelantara algo para los gastos inmediatos, podría poner fin a esta misión.

Galeni suspiró; sus dedos bailotearon sobre la comuconsola, y se detuvo.

—Ayuda a toda velocidad. Bien. ¿Cuánto necesitan?

—Unos dieciocho millones de marcos, señor.

Los dedos de Galeni quedaron paralizados en el aire.

—Teniente —dijo despacio—, eso es más de diez veces el presupuesto de toda esta embajada para un año. ¡Varios cientos de veces el presupuesto de este departamento!

Miles extendió las manos.

—Gastos de explotación para cinco mil soldados y técnicos, y once naves durante más de seis meses, más pérdidas de equipo (perdimos un montón de cosas en Dagoola), nóminas, comida, ropa, combustible, gastos médicos, munición, reparaciones… tengo las facturas, señor.

Galeni se sentó.

—Sin duda. Pero el cuartel general de Seguridad del Sector tendrá que encargarse de esto. Aquí ni siquiera existen fondos para cubrir esas cantidades.

Miles se mordió el lado del dedo índice.

—Oh.

Ciertamente, oh. No tenía que dejarse llevar por el pánico…

—En ese caso, señor, ¿puedo pedirle que se ponga en contacto con el cuartel general del Sector cuanto antes?

—Créame, teniente, considero que transferirle a usted a la responsabilidad de otro es un asunto de la máxima prioridad. —Se levantó—. Discúlpeme. Espere aquí.

Salió del despacho sacudiendo la cabeza.

—¿Qué demonios? —preguntó Elli—. Creía que estabas a punto de destrozar a ese tipo, capitán o no… y luego te paraste. ¿Cuál es la magia de ser komarrés, y dónde puedo encontrar un poco?

—No es magia. Decididamente no es magia —dijo Miles—. Pero es muy importante.

—¿Más importante que ser un lord Vor?

—En cierto sentido, sí, en estos momentos. Mira, sabes que el planeta Komarr fue la primera conquista imperial interestelar de Barrayar, ¿no?

—Creía que lo considerabais una anexión.

—Otra forma de llamar las cosas. Lo ocupamos por sus agujeros de gusano, porque se encuentra ante nuestra única conexión con el nexo, porque estaba estrangulando nuestro comercio y, sobre todo, porque aceptó un soborno para dejar pasar a la flota cetagandana cuando los cetagandanos trataron de anexionarnos a nosotros. Tal vez recuerdes también quién fue el principal conquistador.

—Tu padre. Cuando sólo era el almirante lord Vorkosigan, antes de que se convirtiera en regente. Eso le valió su reputación.

—Sí, bueno, se labró más de una. Si alguna vez quieres que le salga humo de las orejas susúrrale al oído: «Carnicero de Komarr.» Lo llamaban así.

—Han pasado treinta años. Miles. —Ella hizo una pausa—. ¿Hay algo de verdad en eso?

Miles suspiró.

—Algo hubo. Nunca he podido sonsacarle toda la historia, pero estoy seguro de que no es lo que dicen los libros. De todas maneras, la conquista de Komarr fue un poco oscura. Como resultado, durante los cuatro años de su regencia tuvo lugar la revuelta komarresa, y eso sí que fue un jaleo. Los terroristas komarreses han sido la pesadilla de Seguridad desde ese momento. Supongo que hubo mucha represión entonces.

»De todas formas, ha pasado el tiempo, las cosas se han calmado un poco, cualquiera de cualquier planeta con energía que gastar se marcha al recién colonizado Sergyar. Ha habido movimientos entre los liberales (acicateados por mi padre) para integrar plenamente Komarr en el Imperio. No es una idea muy popular entre la derecha barrayaresa. Para el viejo es una especie de obsesión: "Entre justicia y genocidio no hay, a la larga, término medio" —entonó Miles—. Se pone muy elocuente al respecto. Así que la ruta hacia la cima en la vieja y militarista Barrayar, con su sistema de castas, fue y ha sido siempre el servicio militar imperial. Se permitió que los komarreses se alistaran por primera vez hace sólo ocho años.

»Eso significa que todos los komarreses que cumplen ahora el servicio están en el punto de mira. Tienen que demostrar su lealtad del mismo modo que yo demostré mi… —se detuvo— que yo demostré mi valor. Si resulta que estoy trabajando con o bajo las órdenes de un komarrés y me encuentran muerto un día, ese komarrés lo tendrá crudo. Porque mi padre fue el Carnicero, y nadie creerá que no se ha tratado de algún tipo de venganza por su parte.

»Y no sólo será sospechoso ese komarrés: todos los komarreses del servicio imperial quedarán ensombrecidos por la misma nube. La política barrayaresa retrocederá años. Si me asesinaran ahora —se encogió de hombros, indefenso—, mi padre me mataría.

—Confío en que no estés planeándolo —rió ella.

—Y ahora llegamos a Galeni —continuó Miles rápidamente—. Está en el servicio, es oficial, tiene un puesto en la misma Seguridad. Tiene que haberlas pasado canutas para llegar hasta aquí. Un hombre muy digno de confianza… para ser un komarrés. Pero el suyo no es un puesto importante o estratégico: ciertas informaciones estratégicas de Seguridad se le ocultan deliberadamente. Y ahora aparezco yo y se lo restriego por la cara. Y si tuvo algún pariente en la revuelta komarresa… bueno, estamos en las mismas. No creo que me ame, pero tendrá que cuidarme como a la niña de sus ojos. Y yo. Dios me ayude, voy a tener que dejar que lo haga. Es una situación bastante peliaguda.

Ella le dio una palmadita en el brazo.

—Podrás manejarlo.

—Mm —gruñó él, sombrío—. Oh, Dios, Elli —gimió de pronto, apoyando la frente contra el hombro de ella—, no he conseguido el dinero para los dendarii… no lo obtendré hasta Dios sabe cuándo… ¿qué le diré a Ky? ¡Le di mi palabra…!

Ella le palmeó la cabeza esta vez. Pero no dijo nada.

2

Mantuvo la cabeza apoyada contra el terso tejido de la chaquetilla de su uniforme un instante más. Ella cambió de postura, extendió los brazos hacia él. ¿Iba a abrazarlo? Si lo hacía, decidió Miles, iba a agarrarla y besarla allí mismo. Y luego ya se vería qué pasaba…

Tras él, las puertas del despacho de Galeni se abrieron. Elli y él se separaron de un salto. Ella adoptó la postura de descanso militar con una sacudida de sus cortos rizos oscuros, y Miles se quedó de pie maldiciendo interiormente la interrupción.

Oyó y reconoció la voz familiar antes de darse la vuelta.

—… brillante, seguro y activo como el infierno. Uno cree que va a volcar su volador en cualquier instante. Cuidado cuando empieza a hablar demasiado rápido. Oh, sí, claro que es él…

—Ivan —suspiró Miles, cerrando los ojos—. ¿Cómo, Dios, he pecado contra Ti, para que me envíes a Ivan… aquí?

Como Dios no se dignó contestar, Miles sonrió forzadamente y se dio la vuelta. Elli tenía la cabeza ladeada, el ceño fruncido, y escuchaba con repentina atención.

Galeni había regresado seguido de un teniente alto y joven. Por indolente que fuera, Ivan Vorpatril se había mantenido obviamente en forma, pues con su atlético físico el uniforme verde le quedaba a la perfección. El rostro despejado y afable tenía rasgos armónicos, enmarcados por un cabello oscuro y rizado con un bonito corte estilo patricio. Miles no pudo dejar de mirar a Elli, esperando su reacción. Dados su rostro y su figura, Elli tendía a hacer que todos los que se colocaban a su lado parecieran unos patosos; pero Ivan bien podría ponerse junto a ella y no quedar ensombrecido.

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