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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Hermosas criaturas (58 page)

BOOK: Hermosas criaturas
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Se acercó al micro y comenzó a lanzar un hechizo de su propia cosecha.

Los Ángeles a mi alrededor se precipitan.

El dolor a más dolor se extiende.

Tus flechas rotas me atormentan.

¿Qué es lo que no se entiende?

Lo que aborreces en tu fatalidad

conviertesen tu destino, Ángel caído.

Era la canción de Lena, la que había compuesto para Link.

Conforme se siguió desgranando la música, cada integrante de los Ángeles del Jackson bailó al ritmo de la canción destinada a ellos. Quizá todo fuera cosa de Ridley, quizá no. La cuestión fue que para cuando hubo concluido la canción y Link hubo lanzado la camiseta a la hoguera, se palpaba en el ambiente que muchas más cosas iban a arder en las llamas. Todo cuanto había parecido duro e insalvable durante tanto tiempo se consumió para desvanecerse con el humo.

Mucho tiempo después de que el grupo hubiese dejado de tocar, incluso cuando no era posible encontrar en ningún sitio a Ridley y a Link, Savannah y Emily todavía seguían siendo encantadoras con Lena, y de pronto, el equipo de baloncesto al completo volvió a dirigirme la palabra.

Miré a mi alrededor en busca de algún pequeño indicio en alguna parte, a la búsqueda de una piruleta, ese único hilo delator que me permitiera desenredar toda la madeja.

Pero no había nada, salvo la luna, las estrellas, la música, los focos y el gentío. Lena y yo ya no bailábamos, pero seguíamos agarrados. Nos balanceábamos de acá para allá mientras por mis venas fluía una ola de calor, frío, energía y miedo. En cuanto dejó de sonar la música, seguimos en nuestra burbuja de cuchicheos. Ya no estábamos solos en nuestra cueva de mantas, pero aún era todo perfecto.

Me apartó con suavidad, con esa forma suya propia de los momentos cuando tenía algo en mente, y alzó los ojos hacia mí. Era como si me mirase por primera vez.

—¿Qué te pasa?

—Nada, yo… —Se mordió el labio inferior con nerviosismo, y respiró hondo—. Es sólo que hay algo que debo decirte.

Intenté leerle el pensamiento, el rostro, o algo, pues empezaba a tener la percepción de que se repetía todo lo de la semana previa a las vacaciones de Navidad y estábamos en los pasillos del instituto en lugar de en el campo de Greenbrier.

Mantuve los brazos alrededor de su cintura y tuve que resistirme a la tentación de estrecharla con más fuerza para asegurarme de que no podía irse.

—¿Qué pasa? Puedes decirme lo que sea.

Apoyó los brazos en mi pecho.

—Quiero decirte una cosa por si esta noche sucede algo…

Lena me miró a los ojos y lo dijo con tanta claridad como si me lo hubiera susurrado al oído, salvo que significaba más que si hubiera pronunciado las palabras en voz alta, las dijo de la única manera que importaba entre nosotros, de la forma en que nos habíamos encontrado el uno al otro desde el principio, de la forma en que siempre encontrábamos el camino de regreso.

Te quiero, Ethan.

Durante unos instantes no supe qué responder, porque «te quiero» no me parecía bastante. No dije nada de lo que quería decirle: que ella me había salvado de aquel pueblo, de mi vida y de mi padre, y de mí mismo. ¿Cómo cabía todo eso en dos palabras? No era posible, pero aun así las dije, porque deseaba pronunciarlas.

Yo también te quiero, Lena, y creo que te querré siempre.

Se acomodó otra vez junto a mí, reposando la cabeza en mi hombro. Sentí el calor de sus cabellos sobre el mentón y otra cosa más, algo que jamás creí que iba a ser capaz de alcanzar: esa parte que Lena mantenía lejos del mundo. Noté que estaba abierta el tiempo suficiente para permitirme entrar. Lena me estaba dando una parte de sí misma, la única realmente suya. Yo deseé recordar ese sentimiento y aquel momento como si fuera un recuerdo al que acudir cuantas veces quisiera.

Yo quería que todo permaneciera así para siempre.

Y para siempre resultó durar exactamente cinco minutos más.

11 DE FEBRERO
La chica de la piruleta

L
ena y yo seguíamos bailando al ritmo de la música cuando Link se abrió paso a codazos entre la multitud.

—Eh, tío, te he buscado por todas partes.

Al llegar a donde estábamos, se dobló en dos y apoyó las manos en las rodillas mientras intentaba recobrar el aliento.

—¿Dónde está el fuego?

—Se trata de tu padre: se ha subido en pijama al balcón de Fallen Soldiers.

Según la
Guía de viaje de Carolina del Sur
, Fallen Soldiers era un museo de la Guerra de Secesión, pero en realidad sólo era la vieja casa de Gaylon Evans, que estaba repleta de sus recuerdos sobre la contienda. Gaylon había legado la casa y la colección de bártulos a su hija Vera y ésta, desesperada por convertirse en miembro de las Hijas de la Revolución Americana, había dado permiso a las compinches de la señora Lincoln para que la restaurasen y la convirtieran en el único museo de Gatlin.

—Genial.

No le bastaba con avergonzarme en casa, ahora había decidido aventurarse fuera. Link pareció perplejo. Probablemente, había esperado por mi parte una reacción de sorpresa al saber que mi padre vagaba por ahí en pijama. Ignoraba que aquello era un incidente de lo más normal. Eso me hizo caer en la cuenta de lo que poco que él sabía de mi vida en los últimos tiempos, considerando que era mi mejor amigo, mi único amigo.

—Ethan, está en el balcón. Es como si fuera a saltar.

Fui incapaz de moverme. Oía sus palabras, pero no podía reaccionar. Me había avergonzado de mi padre en los últimos tiempos, pero le seguía queriendo, y estuviera o no como una regadera, no podía perderle. No me quedaba ningún familiar más.

¿Estás bien, Ethan?

Miré a Lena. Sus enormes ojos verdes mostraban preocupación. Esa noche también podía perderla a ella, podía perderlos a los dos.

—¿Me has oído, Ethan?

Debes ir, Ethan. Vamos, todo irá bien.

—¡Venga, tío! —me urgía Link, tirando de mí.

La estrella de rock había desaparecido y ahora sólo quedaba mi mejor amigo intentando salvarme de mí mismo, pero no podía abandonar a Lena.

No pienso dejarte aquí sola, dependiendo sólo de ti.

Por el rabillo del ojo vi a Larkin acercándose hacia nosotros. Se había soltado del abrazo de Emily por unos momentos.

—¡Larkin!

—Sí, ¿qué ocurre?

Parecía percibir que algo se había puesto en marcha; de hecho, parecía preocupado, y eso era mucho para un tipo cuya expresión solía ser siempre de desinterés.

—Necesito que lleves a Lena de vuelta a Ravenwood.

—¿Por qué?

—Tú limítate a llevarla a la mansión.

—Voy a estar bien, Ethan, vete tranquilo. —Lena me empujó hacia Link. Estaba tan preocupada como yo. Aun así, no me moví.

—Que sí, hombre —concedió Larkin—, la llevaré a casa ahora mismo.

Link tiró de mí una última vez y los dos atravesamos la multitud. Ambos sabíamos que yo podía estar a pocos minutos de convertirme en alguien con sus padres muertos.

Corrimos por los campos de Ravenwood, llenos de gente, en dirección a la carretera y a Fallen Soldiers. Enseguida nos encontramos con el aire saturado por la pólvora de la recreación y al cabo de pocos segundos se pudo oír una descarga de fusilería. La parte vespertina de la campaña estaba en todo su apogeo. Nos estábamos acercando al extremo de la plantación Ravenwood, donde terminaba ésta y comenzaba Greenbrier. Pude ver en la oscuridad el centelleo de las cuerdas de amarillo fosforito que señalizaban la zona de seguridad.

¿Y si llegábamos demasiado tarde?

Fallen Soldiers estaba a oscuras. Link y yo subimos los escalones de dos en dos, intentando ascender los cuatro pisos lo más deprisa posible. Me detuve de forma instintiva nada más llegar al tercer piso. Link se percató enseguida, como hacía cuando estaba a punto de pasarle la pelota cada vez que intentaba agotar el tiempo de posesión, y se detuvo a mi lado.

—Tu padre está ahí arriba.

Pero no fui capaz de moverme. Mi amigo me lo adivinó en la cara, supo a qué le tenía miedo. Había estado a mi lado en el funeral de mi madre: repartió claveles blancos entre los asistentes para que pudieran depositarlos encima del féretro mientras mi padre y yo mirábamos la tumba como si también nosotros estuviéramos muertos.

—¿Y si…? ¿Y si ha saltado ya?

—De ningún modo. Rid está con él. Ella jamás permitiría que sucediera eso.

«Si usa tu poder contigo y te dice que saltes por un barranco, tú lo haces».

Empujé a Link al pasar para subir el último tramo de escaleras y observé el corredor desde la entrada. Todas las puertas estaban cerradas, excepto una. La luz de la luna bañaba el sucio suelo de tablones de pino.

—Está aquí —me informó Link, pero ya lo sabía.

Entrar allí fue como retroceder en el tiempo. Las Hijas de la Revolución Americana habían hecho un trabajo realmente soberbio. En un rincón había un enorme hogar de piedra con una gran repisa de madera repleta de velas alargadas que goteaban cera conforme se iban consumiendo y al otro lado de la chimenea se hallaba una cama con dosel; los ojos de los caídos de la Confederación devolvían fijamente la mirada desde sus retratos de color sepia, pero, aun así, había algo fuera de lugar: un olor dulzón a almizcle, demasiado dulce, una mezcla de peligro e inocencia, aunque Ridley fuera cualquier cosa menos inocente.

Ridley estaba de pie junto al balcón, con el pelo ondulado por el viento. Las puertas en cuestión estaban abiertas de par en par y las cortinas cubiertas de polvo se metían en la habitación casi a empujones, por efecto del viento. Como si alguien ya hubiera saltado.

—Le encontré —anunció Link a Ridley.

—Eso ya lo veo. ¿Cómo va eso, Perdedor? —Me dedicó una dulce sonrisa de lo más forzada, tanto que me dieron ganas de vomitar y al mismo tiempo estuve tentado de devolvérsela.

Me acerqué despacio al balcón, temeroso de que mi padre ya no estuviera allí, pero se encontraba en el estrecho saledizo, al otro lado de la barandilla, descalzo y vestido sólo con su pijama de franela.

—¡Papá, no te muevas!

Patos, llevaba dibujados patos en el pijama, lo cual estaba un poco fuera de lugar, considerando que podía saltar desde un edificio.

—No te acerques más o saltaré, Ethan —me avisó. Parecía tener la mente despejada y hacía meses que no se le veía tan lúcido y decidido. Su voz sonaba muy parecida a la de mi padre, y supe que no era él quien hablaba, o al menos no lo hacía por iniciativa propia. Todo era cosa de Ridley y su poder de persuasión exprimido al máximo.

—Papá, tú no quieres saltar. Déjame ayudarte. —Me acerqué un par de pasos.

—¡Alto ahí! —gritó mientras soltaba una mano para señalarme.

—No deseas la ayuda de tu hijo, ¿a que no, Mitchell? Sólo anhelas algo de paz. Sólo quieres ver de nuevo a Lila —intervino Ridley, apoyada en la pared con la piruleta suspendida en el aire y lista para empezar a darle lametones.

—¡No menciones el nombre de mi madre, bruja!

—Pero ¿qué haces, Rid? —inquirió Link, de pie ante la puerta del balcón.

—Mantente al margen, Encogido. Esta liga no es la tuya.

Me puse enfrente de Ridley, interponiéndome entre ella y mi padre, como si eso pudiera desviar su poder.

—¿Por qué haces esto, Ridley? Él no tiene nada que ver con Lena ni conmigo. Si quieres hacerme daño, adelante, hazlo, pero deja a mi padre fuera de esto.

Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada que sonó seductora y perversa.

—No tengo especial interés en hacerte daño, Perdedor. Sólo hago mi trabajo. No es nada personal.

Se me heló la sangre en las venas.

Su
trabajo.

—Haces esto por Sarafine.

—Vamos, por favor, ¿y qué esperabas, Perdedor? Tú has visto cómo me trata mi tío y conoces todo el embrollo familiar. Ahora mismo no tengo otra opción.

—¿De qué hablas, Rid? ¿Quién es Sarafine? —preguntó Link, y se acercó hacia ella.

Ridley le miró. Durante un segundo creí ver algo en su semblante, algo que parecía una emoción auténtica, pero se la quitó de encima y desapareció tan pronto como había llegado.

—Creo que quieres regresar a la fiesta, ¿verdad, Encogido? El grupo está calentando motores para una segunda actuación. Recuerda: estamos grabando este directo para la nueva maqueta. Yo misma voy a llevarla a un sello discográfico de Nueva York —ronroneó sin dejar de mirarle intensamente.

Link parecía desconcertado, como si de verdad quisiera volver a la fiesta, pero no estuviera seguro del todo.

—Papá, escúchame. No quieres hacer esto. Ella te está controlando. Es capaz de influir en la gente, eso es lo que hace. Mamá jamás habría querido que tú hicieras esto.

Le miré en busca de algún indicio de que mis palabras causaban algún efecto, de que me escuchaba, pero no lo encontré. A lo lejos se oían los gritos de los hombres de la batalla y el estruendo de las bayonetas.

—No tienes ningún motivo para vivir, Mitchell. Has perdido a tu esposa, eres incapaz de escribir una línea y tu hijo se irá a la universidad en un par de años. Si no me crees, pregúntale acerca de esa caja de zapatos llena de folletos sobre campus universitarios. Vas a quedarte solo.

—¡Cállate!

Ridley se volvió hacia mí mientras le quitaba el envoltorio a otra piruleta.

—Lamento todo esto, Perdedor, de veras que sí, pero todo el mundo debe representar un papel, y éste es el mío. Tu padre va a tener un
accidente
esta noche, igual que le ocurrió a tu madre.

—¿Qué acabas de decir?

Link estaba hablando, yo lo sabía, pero no podía oír su voz; de hecho, era incapaz de escuchar nada, salvo esas palabras que retumbaban una y otra vez en mi cabeza.

«Igual que le ocurrió a tu madre».

—¿Mataste tú a mi madre? —pregunté mientras avanzaba hacia ella. Me daba igual cuáles fueran sus poderes, si ella había matado a mi madre…

—Cálmate, grandullón. No fui yo. Eso ocurrió antes de que llegara mi momento.

—¿De qué demonios va todo esto, Ethan? —Link se había situado junto a mí.

—Ella no es lo que parece, tío. Es… —No encontraba la forma de explicárselo de modo que pudiera entenderlo—. Es una
Siren
, algo muy similar a una bruja. Te ha estado controlando exactamente igual que ahora domina a mi padre.

Mi amigo se echó a reír.

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