Read Hermosas criaturas Online
Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—Y media pasadas. La medianoche está al llegar.
—La decimosexta luna, el decimosexto año —proclamó Sarafine, alzando en cruz los brazos, como si pretendiera abarcar el cielo.
Hunting, con el rostro embadurnado de barro y de sangre, dedicó una ancha sonrisa a Lena.
—Bienvenida a la familia.
Lena no albergaba intención alguna de unirse a esa familia. Eso lo cacé al vuelo. Hizo un esfuerzo para permanecer de pie, estaba empapada de los pies a la cabeza y cubierta de barro por culpa de la lluvia torrencial que ella misma había provocado. El pelo negro se le pegabaa la cara. Apenas podía resistir la embestida del viento y se inclina hacia atrás, como si de un momento a otro fuera a salir despedida del suelo y perderse en el cielo negro. Tal vez fuera capaz. Habíamos llegado a unos extremos en que ya no me sorprendía nada.
Larkin y Hunting se desplazaron en silencio al amparo de las sombras hasta situarse frente a Lena, uno a cada lado de Sarafine. Ésta se acercó más.
Su hija alzó una sola mano con la palma extendida.
—Alto. Ahora.
Lena cerró el puño cuando su madre no se detuvo y se alzó una línea de fuego entre las hierbas. Las rugientes llamas separaron a la madre de la hija. Sarafine se detuvo en seco. No había esperado que su hija fuera capaz de invocar otra cosa diferente a lo que para ella debían de ser cuatro gotas y un poco de viento. Lena la había pillado por sorpresa.
—Jamás te ocultaré nada, como sí ha hecho el resto de la familia. Te he explicado las alternativas y te he contado la verdad. Quizá me odies, pero sigo siendo tu madre, y puedo ofrecerte algo que ellos no pueden: un futuro con el mortal.
Las llamaradas se hicieron más altas y el incendio se extendió como si tuviera voluntad propia hasta rodear por completo a Sarafine, Hunting y Larkin. Lena soltó una risotada siniestra, como la de su madre, que me hizo temblar incluso a mí, que estaba en la otra punta del claro.
—No tienes por qué fingir que te preocupas por mí. Todos sabemos la clase de bruja que eres, madre. Creo que eso es en lo único que todos estamos de acuerdo.
La Oscura frunció los labios como si fuera a mandar un beso y resopló. Cuando lo hizo, las lenguas de fuego se agrandaron y se dirigieron hacia la maleza cercana a Lena.
—Y tú que lo digas,
querida
. Híncale a esto el diente.
Lena sonrió.
—¿Intentas quemar a una bruja? ¡Menudo cliché!
—Ya estarías muerta si quisiera calcinarte, Lena. Recuerda, no eres la única
Natural
.
Lena alargó lentamente el brazo y metió una mano en las llamaradas. No torció un músculo del rostro, que permaneció completamente inexpresivo. Luego, introdujo la otra mano en el fuego y alzó ambas por encima de su cabeza, sosteniendo las llamas como si fueran una pelota ígnea, y la lanzó hacia mí con todas sus fuerzas.
La bola impactó contra el roble situado a mis espaldas, por cuyas ramas el fuego se extendió más deprisa que si fuera leña seca y enseguida bajó por el tronco. Avancé en un intento de quitarme de en medio y no dejé de moverme hasta llegar al muro invisible de mi prisión, sólo que en esta ocasión no había impedimento alguno para que siguiera hacia delante, y me arrastré penosamente centímetro a centímetro por aquel barrizal. Miré de refilón a Link, caído junto a mí. El roble que había detrás de él ardía con más intensidad aún que el mío. Las llamaradas se alzaron hacia el cielo negro y comenzaron a extenderse por el terreno circundante. Eché a correr hacia Lena. No podía pensar en otra cosa. Link se acercó a su madre dando tumbos.
Sólo Lena y la línea de fuego parecían mediar entre nosotros y Sarafine. Tenía pinta de ser suficiente por el momento.
Le toqué el hombro a Lena. Tal vez se hubiera sobresaltado en medio de la negrura, pero sabía que era yo, y eso que ni siquiera me miró.
Te quiero, L.
No digas nada, Ethan. Ella puede oírlo todo. No estoy segura, pero creo que siempre ha sido capaz de escucharnos.
Recorrí el campo con la mirada, pero no fui capaz de ver a la
Caster
Oscura, ni a Hunting ni a Larkin más allá de las llamas. Sabía que estaban ahí y también que probablemente intentarían matarnos, pero estaba con Lena, y durante un instante, nada más me importó.
—¡Ve en busca de Ryan, Ethan! Tío Macon necesita ayuda y yo no voy a poder contenerla durante mucho más tiempo.
Eché a correr antes de que Lena dijera nada más. Fuera lo que fuera lo que Sarafine había hecho para desactivar la conexión entre nosotros, ya no funcionaba. Lena había regresado a mi corazón y a mi cabeza, y sólo eso me importaba mientras corría por el accidentado bosque.
Excepto una cosa: casi era medianoche. Apreté el paso.
Yo también te quiero, date prisa…
Miré la hora en el móvil. Eran las 23:25. Golpeé con violencia la puerta de Ravenwood y aporreé la luna creciente del dintel como un poseso. No sucedió nada. Larkin debía de haber hecho algo para sellar el umbral, pero no tenía ni idea de qué podía ser. —¡Ryan, tía Del, abuela!
Tenía que encontrar a Ryan. Macon estaba herido y Lena podía ser la próxima. Era incapaz de prever qué le haría Sarafine a su hija cuando ésta la rechazara. Link subió las escaleras a trompicones detrás de mí.
—Ryan no está aquí.
—¿Ryan es médico? Mi madre necesita ayuda.
—No. Ella es… Luego te lo explico.
—¿Algo de todo esto es verdad? —se preguntó Link mientras paseaba por el porche arriba y abajo.
Pensar. Tenía que pensar, estaba solo en este aprieto. La mansión era virtualmente una fortaleza aquella noche. Nadie podría entrar en ella, o al menos no un mortal. Y no podía fallarle a Lena.
Le di un telefonazo a la única persona que sabía que era capaz de codearse sin problemas con dos
Casters
Oscuros y un íncubo de sangre en medio de un huracán de origen sobrenatural. Alguien que también era una fuerza de la naturaleza: Amma.
—No contesta. Estará con mi padre.
23:30. Sólo había otra persona capaz de ayudarme. Marqué el número de la biblioteca del condado.
—Marian tampoco está. Ella sabría qué hacer, fijo. ¿Qué demonios pasa? Nunca sale de la biblioteca, ni siquiera después de cerrar.
Link iba de un lado a otro como un loco.
—No hay nada abierto. Es un puñetero festivo, por lo de la batalla de Honey Hill, ¿no te acuerdas? Lo único que nos queda es ir hasta la zona de seguridad en busca de asistencia sanitaria.
Le miré fijamente, como si al abrir la boca le hubiera salido un chispazo entre los labios y me hubiera dado en la cabeza, iluminándome la mente.
—Es festivo. No hay nada abierto —repetí.
—Ya, es lo que acabo de decirte, así que ¿qué hacemos?
Mi amigo parecía profundamente infeliz.
—Link, eres un verdadero genio, un genio de flipar.
—Lo sé, tío, pero ¿qué tiene que ver eso ahora?
—¿Tienes por ahí el Cacharro? —Asintió—. Debemos irnos de aquí.
Link encendió el motor; resopló, pero acabó por encenderse, como siempre. Luego, puso a toda pastilla la maqueta de los Holy Rollers, y grabados eran tan malos como de costumbre. Vaya, Ridley se había tomado en serio lo de poner buen rock en su canto de
Siren
cuando actuaron en la fiesta.
—¿Adónde vamos?
—A la biblioteca.
—Pensé que habías dicho que estaba cerrada.
—A la otra biblioteca.
Link asintió como si me entendiera, aunque no era así, pero de todos modos siguió adelante, como en los viejos tiempos. El Cacharro voló sobre el camino de grava como cualquier mañana de lunes cuando llegábamos tarde a primera hora de clase. Sólo que no era el caso.
Eran las 23:40.
Link ni siquiera intentó entender nada cuando dio un frenazo y el coche derrapó hasta detenerse frente a la Sociedad Histórica de Gatlin. Salí disparado por la puerta antes de que él tuviera tiempo siquiera de apagar la música. Me alcanzó cuando doblaba la esquina del segundo edificio más antiguo del condado.
—Ésa no es la biblioteca.
—Cierto.
—Es el edificio de las Hijas de la Revolución Americana.
—Cierto.
—Y tú las aborreces.
—Cierto.
—Mi madre se planta aquí casi todos los días.
—Cierto.
—¿Qué hacemos aquí, colega?
Me encaminé hacia el enrejado y metí la mano a través del metal, bueno, de lo que parecía ser metal, lo cual hacía que mi brazo tuviera aspecto de estar amputado por la muñeca.
Link me agarró.
—Ridley me ha debido de echar algo en la botella de Mountain Dew, tío, porque juraría que tu brazo… que tu brazo… olvídalo, estoy alucinando.
Volví a sacar el brazo y moví los dedos delante de su rostro.
—En serio, colega, después de todo lo que has visto esta noche, ¿todavía crees que sufres una alucinación? ¿Todavía?
Comprobé la hora. Las 23:45.
—No tengo tiempo de contártelo, pero a partir de ahora todo va a ser más extraño todavía. Vamos a bajar a la biblioteca, pero en realidad no es exactamente una biblioteca, y seguramente se te va a ir la olla, así que si prefieres esperarme en el coche, por mí, sin problemas.
Link intentaba comprender mis palabras casi tan deprisa como las estaba pronunciando, lo cual era complicado.
—¿Vienes o no?
Mi amigo miró la rejilla. No dijo esta boca es mía y metió la mano. Ésta desapareció.
Estaba dentro.
Me agaché al cruzar la entrada y empecé a descender por los gastados escalones de piedra.
—Venga, manos a la obra. —Link celebró su propia broma con una risilla nerviosa mientras bajaba a trompicones detrás de mí—. ¿Lo pillas? Obra, libro, biblioteca…
Descendíamos a duras penas y en medio de la oscuridad cuando de pronto las antorchas se encendieron. Saqué una del candelabro con forma de media luna sujeto en la pared y se la pasé a Link. Las demás se encendieron una tras otra conforme nos dirigíamos al centro de la cámara. Las columnas emergían de la penumbra a la parpadeante luz de otras que se encontraban fijas en la pared. Las palabras DOMUS Lunae Libri reaparecieron en la sombra de la entrada, donde las había visto la última vez.
—¿Estás aquí, tía Marian?
Cuando ella me dio en el hombro desde detrás, pegué un brinco del susto y me choqué con Link. Éste profirió un alarido y soltó la antorcha, que cayó al suelo. Apagué las llamas a pisotones antes de que algo se prendiera fuego.
—¡Ostras, doctora Ashcroft! Menudo susto me ha dado, casi me da algo.
—Lo siento, Wesley. Ethan, ¿te has vuelto loco? ¿Se te ha olvidado quién es la madre de este pobre chico?
—La señora Lincoln está inconsciente; Lena, metida en un apuro, y Macon está herido. Necesito entrar en Ravenwood, pero no encuentro manera de hacerlo y no localizo a Amma. Necesito ir por los túneles.
De pronto, volvía a ser un niño pequeño y todas las palabras me salían farfullando. Me dirigía a Marian del mismo modo que le hablaba a mi madre, o al menos a alguien que sí sabía cómo le hablaba a mi madre.
—No puedo hacer nada por ayudarte. De un modo u otro, la Llamada tiene lugar a medianoche. No puedo detener el reloj, ni salvar a Macon ni a la madre de Wesley ni a nadie. No puedo interferir. —Miró a Link—. Lamento lo de tu madre, no pretendía ser irrespetuosa.
Link parecía derrotado.
—No me entiendes. No quiero que hagas nada diferente a lo que haría cualquier otro bibliotecario
Caster
.
—¿Qué…?
Le dirigí una mirada elocuente.
—Tengo que llevar un libro a Ravenwood. —Me acuclillé junto al montón de libros más cercanos y saqué uno al azar, chamuscándome las yemas de los dedos—.
La guía completa de la ponzoña y la patraña
.
Marian se mostró escéptica.
—¿Esta noche?
—Exacto, esta misma noche. Macon me ha pedido que se lo lleve personalmente antes de la medianoche.
—El único mortal que conoce los túneles de la Lunae Libri es el bibliotecario
Caster
. —Marian me dedicó una mirada astuta y cogió el libro de mis manos—. Da la casualidad de que soy yo, menos mal.
Link y yo seguimos a la bibliotecaria a través de los sinuosos túneles de la Lunae Libri. Fui contando las puertas de roble conforme las íbamos atravesando, pero lo dejé cuando llegamos a dieciséis. Los túneles eran un laberinto, y cada una era diferente. Se sucedían unos pasajes de techos bajos donde Link y yo debíamos agachar la cabeza y unos vestíbulos de techumbres tan elevadas que parecían no tener tejado alguno. Aquello era otro mundo en el sentido literal del término.
Algunos corredores eran toscos y sus paredes de mampostería rudimentaria estaban desnudas mientras que otros parecían ser galerías de un museo o de un castillo bien conservado, llenos de tapices, mapas antiguos enmarcados y óleos colgados de las paredes. En otras circunstancias me habría detenido a leer las plaquitas de latón situadas al pie de los retratos. Tal vez fueran
Casters
famosos, ¿quién sabe?
Los túneles sólo tenían una cosa en común: el olor a tierra y a abandono, y el número de veces que Marian debió buscar a tientas el llavero que llevaba en torno a la cintura para coger la llave con forma de luna creciente y abrir una puerta.
Después de lo que pareció una eternidad, llegamos a la puerta. Las antorchas casi se habían consumido y tuve que alzar la mía para poder leer el rótulo grabado en las planchas verticales: MANSIÓN RAYVENWOODE. Marian metió la luna creciente en la última cerradura metálica, la giró y abrió la puerta. Unos escalones tallados en piedra nos condujeron al interior de la casa y, por lo que pude atisbar, nos encontrábamos en la planta baja.
—Gracias, tía Marian. —Alargué la mano para coger el libro—. Se lo daré a Macon.
—No tan deprisa. Aún no he visto un carné de lector extendido a tu nombre, Ethan Wate. —Me guiñó un ojo—. Yo misma le daré el libro.
Miré el móvil. Eran las 23:45 otra vez, lo cual resultaba del todo imposible.
—¿Cómo puede ser la misma hora que cuando llegamos a la Lunae Libri?
—Es cosa del tiempo lunar. Los chicos nunca prestáis atención. Ahí abajo las cosas no siempre son como parecen.
Link y Marian me habían seguido escaleras arribas hasta el vestíbulo de la entrada, donde vimos que Ravenwood estaba exactamente igual que como la dejamos, los restos de pastel cortados sobre los platos, el juego de té, el montón de regalos sin abrir.