Hermosas criaturas (35 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
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—En tal caso, ¿cómo explicas lo de Halloween?

—Existen otras posibilidades. Del y yo trabajamos en ellas para ver qué sacamos en claro. —Macon se dio la vuelta y se alejó de ella, como si fuera a regresar a su cuarto—. Ahora necesitas calmarte. Podemos hablar de esto más tarde.

Lena se dirigió hacia un jarrón que estaba en el aparador del rincón y luego clavó los ojos en la pared donde se abría la puerta del dormitorio; el jarrón salió disparado como si estuviera sujeto por un cordel y alguien hubiera dado un tirón a fin de arrojarlo hacia allí. Voló por la estancia y se estrelló contra la pared, lo bastante lejos como para estar segura de no alcanzar a su tío y lo suficientemente cerca para dejarle claro que no era un accidente.

No era uno de esos momentos en los que ella perdía el control y las cosas simplemente pasaban, esta vez lo había hecho a propósito. No había perdido el dominio de sí misma.

Macon se dio la vuelta tan deprisa que ni le vi moverse y se plantó delante de su sobrina en un santiamén. Estaba tan sorprendido como yo y había llegado a la misma conclusión: no había sido algo casual. El semblante de Lena me decía que ella estaba igual de sorprendida. Él parecía enfadado, bueno, tan enfadado como Macon Ravenwood podía parecer.

—Es tal y como te he dicho: cuando necesites hacer algo, lo harás. —Luego, se volvió hacia mí—. En las próximas semanas esto va a volverse mucho más peligroso, o eso me temo. Las cosas han cambiado. No la dejes sola. Puedo cuidar de ella cuando está aquí, pero mi madre está en lo cierto: parece que también tú puedes protegerla, tal vez incluso mejor que yo.

—¿Hola? ¡Os puedo oír! —Lena se había recobrado tras su demostración de poder y el posterior semblante de su tío, cuya reacción iba a atormentarla más tarde, yo lo sabía, pero en ese preciso instante estaba demasiado furiosa para poder apreciarlo—. No hables de mí como si no estuviera en la habitación.

Una bombilla explotó detrás de él, pero Ravenwood ni se inmutó.

—¿Has escuchado lo que decías? Yo soy quien necesita saber, pues me está persiguiendo a mí. Yo soy el objetivo que ella desea y ni siquiera conozco la razón.

Se miraron el uno al otro, un Ravenwood y una Duchannes, dos ramas de un mismo linaje, el retorcido árbol genealógico de los
Casters
. Me pregunté si aquél no sería un momento adecuado para marcharme.

Macon me miraba. Su rostro decía que sí.

Lena también me miraba, pero su semblante decía que no.

Percibí un calor abrasador cuando ella me sujetó de la mano. Echaba chispas, jamás la había visto tan enfadada. Era increíble que no hubieran saltado hechas añicos todas las ventanas de la mansión.

—Tú sabes por qué me persigue, ¿a que sí?

—Es…

—Déjame adivinarlo, ¿es complicado?

Los dos volvieron a estudiarse con la mirada. A Lena se le había ensortijado el pelo y su tío no dejaba de darle vueltas al anillo plateado.

Boo
mantenía la tripa pegada al suelo e iba arrastrándose hacia atrás. Chucho listo. A mí también me habría encantado salir a rastras de la habitación. Nos quedamos allí de pie, a oscuras, cuando estalló la última bombilla.

—Debes decirme cuanto sepas acerca de mis poderes. —Ésos eran los términos de Lena.

Su tío suspiró y las sombras empezaron a disiparse.

—No es que no quiera decírtelo, Lena. Después de tu pequeña exhibición, está claro que ni siquiera yo sé de qué eres capaz. Nadie lo sabe, y sospecho que tú tampoco. —Ella no parecía del todo convencida, pero le escuchaba con atención—. Eso es lo que significa ser un
Natural
, forma parte del don.

Su sobrina empezó a relajarse. La batalla había concluido y ella había ganado, por el momento.

—Entonces, ¿qué voy a hacer?

Macon tenía un aspecto tan patético como cuando yo estaba en quinto y mi padre entró en mi cuarto para contarme eso de que la cigüeña traía a los niños de París.

—El desarrollo de tus poderes quizá sea un periodo difícil. Tal vez haya algún libro sobre la materia. Si quieres, podemos ir a ver a Manan.

Hombre, claro.
Alternativas y cambios. Guía actualizada para chicas
Caster
s y Mi madre quiere matarme: libro de autoayuda para adolescentes
.

Iban a ser unas semanitas bien largas.

28 DE NOVIEMBRE
Domus lunae libri

—¿H
oy? Pero si no se celebra ninguna festividad.

Marian era la última persona que esperaba ver cuando abrí la puerta de casa, pero la tenía ahí plantada con el abrigo puesto y enseguida me vi sentado junto a Lena en el frío asiento de la vieja furgoneta azul turquesa de Marian de camino a la biblioteca
Caster
.

—Una promesa es una promesa. Es el Viernes Negro, el día siguiente a Acción de Gracias. Tal vez no parezca un festivo, pero es un día no laborable y no necesitamos más. —Marian estaba en lo cierto. Amma probablemente había hecho cola en la tienda desde antes del alba con un buen montón de cupones. Ya era casi de noche y aún no había regresado—. La biblioteca del condado de Gatlin está cerrada, así que la biblioteca
Caster
está abierta.

—¿Tienen el mismo horario? —le pregunté a Marian cuando giró y condujo en dirección a Main Street.

Ella asintió.

—De nueve a seis. —Luego, tras un guiño, especificó—: De nueve de la noche a seis de la mañana. No todos mis clientes pueden aventurarse a la luz del día.

—Eso no parece demasiado justo —se quejó Lena—. El horario reservado a los mortales es más amplio y apenas si se pasan por ahí para leer.

La bibliotecaria se encogió de hombros.

—A mí me paga el condado, como ya te dije, así que eso lo arreglas con ellos, pero míralo desde otro punto de vista: piensa cuánto tiempo vas a poder conservar en tu poder los
Lunae Libri
antes de tener que devolverlos.

Las miré con perplejidad.

—Lunae Libri significa más o menos
Libros de las Lunas
. Podrías llamarlos Pergaminos
Caster
.

A mí me importaba muy poco el nombre. Me moría de impaciencia por ver qué nos revelaban las obras de esa biblioteca, o más bien uno en particular, porque andábamos muy escasos de respuestas y de tiempo.

No di crédito a mis ojos cuando salimos de la furgoneta y vi dónde nos hallábamos. Marian había aparcado sobre el bordillo a tres metros escasos de la Sociedad Histórica de Gatlin, o como mi madre y Marian preferían llamarla: Sociedad Histérica de Gatlin. La Sociedad Histórica era además la sede de las Hijas de la Revolución Americana. Marian había metido la furgoneta en la acera lo suficiente para evitar la zona de la calzada iluminada por la luz de la farola.

Boo Radley
permanecía sentado en la acera, como si estuviera al tanto de nuestra llegada.

—¿Aquí…? ¿Las lunas lo-que-sea están en la sede de las Hijas de la Revolución Americana?

—Ésta es la Domus Lunae Libri, la Casa de los
Libros de las Lunas
, o
Lunae Libri
para abreviar. Y no, no están aquí, sólo se usa la entrada —aclaró. Me eché a reír—. Tienes el mismo sentido de la ironía que tu madre. —Nos dirigimos hacia el edificio vacío. No podíamos haber elegido una noche mejor—. Ahora bien, no es un chiste. La Sociedad Histórica es el edificio más antiguo del condado, junto con la mansión Ravenwood. Nada más sobrevivió a la Gran Quema —añadió Marian.

—¿Pero qué pueden tener en común las Hijas de la Revolución Americana y los
Casters
? —preguntó Lena con perplejidad.

—Confiaba en que te dieras cuenta tú sólita de que tienen en común más de lo que te figuras. —La bibliotecaria apretó el paso hacia la vieja edificación de piedra mientras sacaba su ya familiar llavero—. Yo, por ejemplo, soy miembro de ambas sociedades. —Miré a Marian, sin dar crédito a sus palabras—. Yo soy neutral, esperaba haberlo dejado perfectamente claro. No soy como tú, que te pareces más a Lila, estás demasiado implicado… —Fui capaz de terminar la frase de Marian por mi cuenta: «Y mira cómo acabó».

La bibliotecaria se calló de repente, pero sus palabras flotaban en el aire y no había nada que ella pudiera decir o hacer para enmendar eso. Me quedé paralizado, pero mantuve la boca cerrada. Lena alargó el brazo para cogerme de la mano y noté cómo tiraba de mí para que me pusiera a su lado.

¿Estás bien, Ethan?

Marian miró otra vez su reloj.

—Faltan cinco minutos para las nueve. Técnicamente, no debería dejaros entrar aún, pero debo estar en el piso de abajo por si esta noche acude algún otro visitante. Seguidme.

Caminamos hacia el patio trasero del edificio, ya en sombras, y rebuscó a tientas entre sus llaves hasta elegir una que yo siempre había creído que era un llavero, pues no tenía aspecto alguno de llave. Era una arandela de hierro con una junta lateral. Marian la retorció con mano experta hasta abrirla y luego la hizo retroceder sobre sí misma del todo. El círculo se convirtió en una media luna. Una luna
Caster
.

Introdujo la llave en lo que parecía ser una rejilla metálica en los cimientos traseros del edificio, la empujó y la giró. La verja se deslizó hasta quedar abierta. Detrás de ella había una escalera negra de piedra que descendía hacia una negrura aún mayor: la del sótano ubicado debajo del sótano de la sede de las Hijas de la Revolución Americana. Una hilera de antorchas se encendió por su cuenta cuando nuestra guía giró bruscamente la llave hacia la izquierda otra vuelta más. La luz oscilante de las antorchas iluminaba por completo el hueco de la escalera. Incluso logré atisbar las palabras DOMUS LUNAE LlBRl grabadas en el arco de la entrada del piso inferior. Marian dio otra vuelta a la llave: el tramo de escaleras desapareció y reapareció la verja de hierro una vez más.

—¿Qué ocurre? ¿No vamos a entrar? —Lena parecía asombrada.

La bibliotecaria atravesó los barrotes con la mano, pues la reja era una mera ilusión.

—No soy capaz de lanzar hechizos, como sabéis, pero había que hacer algo. Los vagabundos siguen andando por ahí de noche. Macon hizo que Larkin me pusiera este espejismo y se pasa de vez en cuando para mantenerlo en buen estado.

La bibliotecaria nos miró; de pronto, se le había puesto cara de funeral.

—Está bien, de acuerdo; no puedo deteneros si éste es vuestro deseo, pero tampoco puedo guiaros una vez que hayáis bajado las escaleras. No estoy en condiciones de evitar que os llevéis un libro ni obligaros a devolverlo hasta que la Domus Lunae Libri se abra de nuevo. —Me puso una mano en el hombro—. No es un juego. ¿Lo comprendes, Ethan? Ahí abajo hay obras poderosas: libros de Vinculación, pergaminos
Caster
, talismanes de Luz y de Oscuridad, y otros objetos, cosas que no ha visto mortal alguno, salvo yo y mis predecesoras. La mayoría de los volúmenes están encantados y pesa una maldición sobre los demás. Debes tener cuidado y no tocar nada. Deja que sea Lena quien maneje los libros.

La melena de Lena empezó a agitarse. Sentía la magia de ese lugar. Yo asentí con gesto precavido, pues lo que yo sentía guardaba poca relación con la magia: tenía el estómago igual de revuelto que si hubiera bebido demasiado licor de crema de menta. ¿Con qué frecuencia la señora Lincoln y sus congéneres caminarían de un lado para otro sobre aquel suelo situado encima de nosotros, ajenas a lo que había debajo?

—No importa lo que encontréis. Recordad, debemos estar fuera de aquí antes del amanecer. La biblioteca está abierta al público de nueve a seis y sólo es posible abrir la entrada durante ese horario. El sol asoma a las seis en punto, siempre lo hace. Si no habéis subido esas escaleras cuando salga el sol, os quedaréis atrapados ahí abajo hasta el siguiente día que abra la biblioteca, y no hay forma de saber si un mortal sería capaz de sobrevivir a esa experiencia. ¿Me he explicado con suficiente claridad?

Lena asintió y me cogió de la mano.

—¿Podemos entrar ya? No puedo aguantar más.

—No puedo creer que esté haciendo esto. Tu tío Macon y Amma me matarían si se enteraran. —Marian echó un vistazo a su reloj—. Después de vosotros.

—Marian… ¿Llegó a ver esto mi madre alguna vez?

No podía dejarlo correr. Era incapaz de pensar en otra cosa. Los ojos de la bibliotecaria centellearon de forma extraña cuando me miró.

—Tu madre fue quien me dio este trabajo.

Cruzó la puerta imaginaria nada más decir esas palabras y desapareció tras ella.
Boo Radley
ladró de forma lastimera, pero ya era tarde para echarse atrás.

Los escalones estaban fríos y cubiertos de moho; el aire era frío y húmedo. No costaba nada imaginar que ahí abajo se encontraran a gusto criaturas viscosas que correteasen y excavasen en el suelo.

Hice lo posible por no pensar en las últimas palabras de Marian. No me imaginaba a mi madre bajando por esas escaleras. No podía hacerme a la idea de que ella había estado al tanto de todo lo relacionado con este mundo en el que yo me había adentrado a trompicones, o más bien, ese mundo se había tropezado conmigo. En todo caso, ella lo conocía, y no dejaba de preguntarme cómo era eso posible. ¿También se había topado con él o alguien la había invitado a entrar? Sin motivo alguno, el hecho de que mi madre y yo compartiéramos un secreto hacía que todo fuera más real, incluso aunque no estuviera allí para vivirlo conmigo.

Y ahora era yo quien estaba ahí, bajando por unos escalones tallados en piedra y más gastados que el suelo de una iglesia antigua. El trazado de la escalera discurría entre unas piedras toscas: los cimientos de una antigua estancia que había existido en el emplazamiento de la sede de las Hijas de la Revolución Americana mucho antes de que ésta se hubiera edificado. Miré escaleras abajo, pero en la oscuridad únicamente fui capaz de ver siluetas de contornos imprecisos. Aquello no se parecía en nada a una biblioteca y tenía pinta de ser lo que era y había sido siempre: una cripta.

Al final de los escalones, en las sombras del subterráneo, un sinnúmero de minúsculas cúpulas se curvaban en lo alto, allí donde las columnas se erguían hasta alcanzar el techo. Serían unas cuarenta o cincuenta en total y vi que cada una era diferente en cuanto mis ojos se acostumbraron a la penumbra. Algunas se retorcían, como viejos robles encorvados. La cámara circular parecía un bosque silencioso y oscuro a causa de la sombra proyectada por las pilastras. Estar allí resultaba una experiencia aterradora, pues no había forma de apreciar los límites de la estancia, difuminados en todas las direcciones por efecto de la negrura.

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