Hermosas criaturas (52 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
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—No es tan sencillo, Amarie. El chico ve en sueños cosas peligrosas para ellos dos.

Amma se puso furibunda al oír aquello.

—¿Te estás alimentando de mi niño? ¿Es eso lo que dices? ¿Supones acaso que eso va a hacer que me sienta mejor?

—Calma, tranquila, no te lo tomes al pie de la letra. Me limito a hacer lo necesario para protegerlos a los dos.

—Sé qué eres y qué haces, Melquisedec, y darás cuenta al diablo a su debido tiempo, pero no traigas el mal a mi casa.

—Ha pasado mucho tiempo desde que elegí y he luchado conmigo mismo para no convertirme en lo que estaba destinado a ser. He luchado contra ello todas las noches de mi vida. Pero no soy Oscuro, no mientras tenga que ocuparme de la chica.

—Eso no cambia lo que eres. Eso no puedes elegirlo.

Macon entrecerró los ojos. El acuerdo entre ambos era delicado, eso era obvio, como también lo era que él lo había puesto en peligro al entrar aquí. ¿Cuántas veces había venido? Y yo ni siquiera lo sabía.

—¿Por qué no se limita a decirme qué sucede al final? Después de todo, ése es mi sueño.

—Es un sueño poderoso y perturbador. Lena no necesita conocerlo, no está preparada para verlo, y vosotros dos estáis conectados de una forma inexplicable. Ella ve todo lo que tú ves. ¿Entiendes ahora por qué debía eliminarlo?

Me pillé un buen rebote. Estaba enfadado, mucho más que cuando la señora Lincoln se plantó ante el comité de disciplina y se puso a soltar embustes, mucho más que cuando descubrí los cientos de páginas de garabatos sin sentido en el estudio de mi padre.

—No, no lo entiendo. Si usted sabe algo que puede ayudarla, ¿por qué no nos lo dice? ¿Por qué no deja de usar sus trucos mentales de caballero Jedi sobre mí y mis sueños y me deja verlo por mí mismo?

—Sólo intento proteger a Lena, la quiero, y nunca…

—Lo sé, eso ya lo he oído. Nunca haría nada que pudiera hacerle daño, pero se ha olvidado mencionar una cosa: no nos ha contado que tampoco iba a hacer nada por ayudarla.

Apretó los dientes. Ahora era él quien estaba enfadado, yo podía reconocerlo. Pero no varió el gesto ni siquiera medio minuto.

—Intento protegerla, Ethan, y también a ti. Sé que cuidas de mi sobrina y que le has brindado algún tipo de protección, pero ahora no ves las cosas como son, ciertas cosas están más allá de cualquier tipo de control por nuestra parte. Un día lo entenderás. Ella y tú sois muy distintos.

«Especies Diferentes», tal y como el otro Ethan le había escrito a Genevieve. Lo comprendí todo. No había cambiado nada en más de cien años.

Ravenwood suavizó la dureza de su mirada. Pensé que tal vez se estaba compadeciendo de mí, pero había algo más.

—En último término, esto se convertirá en una carga difícil de sobrellevar y ese peso siempre recae sobre los hombros del mortal. Confía en mí, lo sé.

—No me fío de usted, y se equivoca: Lena y
yo
no somos tan diferentes.

—Cuánto envidio a los mortales. Os creéis capaces de cambiar el mundo, detener el universo y deshacer lo hecho hace mucho tiempo. Sois hermosas criaturas —En principio, me estaba hablando a mí, pero yo no tenía la impresión de que se refiriera a mí—. Pido disculpas por mi intromisión. Ahora me voy y te dejo dormir.

—Manténgase lejos de mi habitación y de mi cabeza, señor Ravenwood.

Se volvió hacia la puerta, lo cual me sorprendió un poco, la verdad, pues daba por hecho que iba a marcharse por donde había entrado.

—Una cosa más: ¿sabe Lena qué es usted?

—Por supuesto. —Macon sonrió—. No hay secretos entre nosotros.

No le devolví la sonrisa. Entre ellos había algo más que un montón de secretos, incluso aunque su condición de íncubo no fuera uno de ellos, y tanto él como yo lo sabíamos.

El intruso se dio la vuelta y desapareció entre el revoloteo de los faldones de su abrigo.

Como si tal cosa.

5 DE FEBRERO
La batalla de Honey Hill

A
la mañana siguiente me desperté con dolor de cabeza y un martilleo en las sienes. Y no lo hice pensando en que los hechos de la velada anterior jamás habían sucedido, como ocurre tan a menudo en los cuentos. No se me pasó por la cabeza ni durante un segundo considerar que había sido un sueño la aparición y desaparición de Macon Ravenwood en mi habitación. Durante los meses posteriores a la muerte de mi madre me levantaba todas las mañanas convencido de que había tenido una pesadilla. No volvería a cometer ese error jamás.

Esta vez sabía que si todo tenía pinta de haber cambiado era porque había cambiado de verdad. Si las cosas me parecían cada vez más raras, se debía a que lo eran. Si tenía la sensación de que a Lena y a mí se nos acababa el tiempo, era porque se nos estaba agotando.

Seis días y seguía la cuenta atrás. Todo cuanto podía decirse era que las cosas no se presentaban bien para nosotros. Y, por supuesto, no decíamos nada. En el instituto hacíamos lo de siempre: íbamos juntos de la mano por el pasillo, nos besábamos al final de las taquillas hasta que nos dolían los labios y yo me sentía a punto de morir electrocutado. Permanecíamos dentro de nuestra burbuja y disfrutábamos fingiendo vivir unas vidas normales o lo poco que nos quedaba de ellas. Estábamos juntos todo el día, todos los minutos de clase, incluso en aquellas asignaturas en que no coincidíamos.

Lena me hablaba de las islas Barbados y de la línea donde se encontraban el cielo y el mar, tan fina que resultaba imposible diferenciar uno de otro, mientras se suponía que yo estaba haciendo un cuenco de barro en la clase de cerámica.

Lena me hablaba de su abuela, que le dejaba beber 7-Up usando regaliz rojo a modo de pajita, mientras en clase de literatura escribíamos un ensayo sobre
El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde
y Savannah Snow mascaba chicle sin cesar.

Me habló también de Macon, el cual, hasta donde le alcanzaba la memoria, y a pesar de todo, con independencia de donde estuviera, siempre había estado presente el día de su cumpleaños.

Esa noche, tras permanecer en vela hasta las tantas, peleando con el
Libro de las Lunas
, contemplamos juntos el amanecer a pesar de que ella estaba en Ravenwood y yo en mi casa.

¿Ethan?

Aquí estoy.

Tengo miedo.

Lo sé. Deberías dormir un poco, L.

No quiero despilfarrar el tiempo durmiendo.

Yo tampoco.

Pero ambos sabíamos que eso no era así. A ninguno de los dos nos apetecía demasiado tener sueños.

—«La noche de la Llamada es de gran debilidad, pues se ayuntan la Oscuridad de dentro y la de fuera, y entonces la persona de poder debe abrirse a la gran Oscuridad sin defensas, Vínculos, hechizos de guardar y amparar, y la muerte para siempre y eterna a la hora de la Llamada ha de esperar».

Lena cerró el libro de golpe.

—No soy capaz de leer más sobre esto.

—No me extraña que tu tío ande tan preocupado todo el rato, no bromeo.

—No basta con que pueda convertirme en una especie de demonio maléfico, también puedo sufrir la muerte eterna. Pon eso en la lista, debajo de condenación inminente.

—Lo tengo. Demonio. Muerte. Condenación.

Nos hallábamos una vez más en el jardín de Greenbrier. Lena me dio el libro y se dejó caer de espaldas para poder contemplar el cielo. Yo albergaba la esperanza de que estuviera jugando con las nubes y no dándole vueltas a lo poco que habíamos averiguado durante aquellas tardes estudiando el libro. En todo caso, no le dije que me ayudara mientras pasaba las páginas con los viejos guantes de jardinería de Amma, que me estaban demasiado pequeños.

El
Libro de las Lunas
tenía miles de páginas y algunas explicaban más de un conjuro. Estaban organizadas sin orden ni concierto, o al menos yo no acertaba a saberlo. El índice había resultado ser una patraña de primera categoría, pues apenas se correspondía con el contenido. Me puse a pasar las hojas con la esperanza de acabar tropezándome con algo de interés, pero la gran mayoría resultaba ser un galimatías. Miraba las palabras sin entender ni torta.

I Ddarganfod yr Hyn Sudd ar Goll

Datodwch y Cwlwm, Troellwch a Throwch ef

Bwriwh y Rhwymyn Hwn

Fel y Caf Ganfod

Yr Hyn rwy'n Dyheu Amdand

Yr Hyn rwy'n ei Geisio.

Entonces se me encendió la bombilla y me acordé de una cita que estaba clavada con chinchetas en el estudio de mis padres:
«Pete et invenies
». Busca y encontrarás.
«Invenies
». Encontrar.

Ut unvenias quod abest

expedi nodum, torque et convolve

elice hoc vinculum

ut inveniam

quod desidero

quod peto.

Pasé a toda prisa las páginas del diccionario de latín de mi madre. Garabateaba las palabras por detrás a medida que las iba traduciendo y al final me encontré cara a cara con los términos del hechizo.

Para hallar lo perdido

deshago el nudo, giro y enrollo.

Hago este vínculo

para poder encontrar

aquello que anhelo,

aquello que busco.

—¡He encontrado algo!

Lena se incorporó para echar un vistazo por encima de mi hombro.

—¿De qué hablas? —preguntó con escasa convicción.

Sostuve en alto el papel que yo había escrito aunque mi letra era casi ilegible.

—He traducido esto. Da la impresión de que puede servir para encontrar algún objeto perdido.

Lena se acercó más para revisar mi traducción y puso los ojos como platos.

—Es un hechizo de localización.

—Suena como algo útil para averiguar respuestas, quizá nos sirva para descubrir cómo deshacer la maldición.

Lena me quitó el libro de un tirón y lo apoyó en su regazo para estudiar concienzudamente la página. Señaló el conjuro situado encima del texto en latín.

—Es el mismo conjuro en gales, o
eso
creo.

—¿Pero nos sirve de algo?

—Ni idea. Ni siquiera sabemos qué estamos buscando. —Torció el gesto; de pronto, parecía menos entusiasmada—. Además, los hechizos orales no son tan fáciles como aparentan y yo nunca he hecho uno. Pueden salir mal un montón de cosas.

¿Estaba de guasa?

—¿Cómo? ¿Que las cosas pueden salir mal? ¿Hay algo peor que el hecho de que te conviertas en una
Caster
Oscura el día de tu decimosexto cumpleaños? —Le arrebaté el libro de las manos, se me quemaron las margaritas dibujadas en los guantes—. ¿Por qué expoliamos una tumba y malgastamos semanas intentando averiguar sus secretos si ni siquiera vamos a probar suerte?

Sostuve el libro en alto hasta que uno de mis guantes empezó a echar humo.

Lena sacudió la cabeza.

—Dámelo. —Respiró hondo—. Vale, lo intentaré, pero te lo advierto: no tengo la menor idea de qué puede suceder. Habitualmente no lo hago así.

—¿Así como?

—La forma de usar mis poderes, ya sabes, todo ese rollo de los
Naturales
. Ésa es la cuestión, que se supone que todo debe salir de forma natural y la mitad del tiempo ni siquiera sé lo que me hago.

—Vale, pues entonces yo te ayudo esta vez. ¿Qué debo hacer? ¿Dibujar un círculo en el suelo? ¿Encender velas…?

Puso los ojos en blanco.

—¿Qué tal si te sientas ahí? —contestó, y señaló un lugar a varios metros de distancia—. Sólo por si las moscas.

Yo esperaba más preparativos, pero bueno, era un simple mortal, ¿qué iba a saber yo? Hice caso omiso a su orden de distanciarme de su primer intento de conjuración oral, pero sí retrocedí varios pasos. Lena sostuvo el libro en alto, lo cual era toda una hazaña, pues pesaba lo suyo, y tomó aire. Iba moviendo los ojos conforme leía los versos del conjuro.

Para hallar lo perdido

deshago el nudo, giro y enrollo.

Hago este Vínculo

para poder encontrar

aquello que anhelo,

Alzó la vista y recitó la última línea con voz nítida y fuerte.

aquello que busco.

Durante unos instantes no pasó nada. Las nubes seguían sobre nuestras cabezas y el aire era frío. Lena se encogió de hombros. No había funcionado. Llegó a la misma conclusión que yo hasta que oímos un sonido similar al producido por una ráfaga de aire al pasar por un túnel. El árbol situado detrás de mí se había incendiado, de hecho, estaba ardiendo, las llamas subían por el tronco entre chasquidos y se extendían por las ramas. Jamás había visto extenderse un fuego con semejante rapidez.

La madera empezó a humear de inmediato y, entre toses, me acerqué a Lena para alejarla de las llamas.

—¿Estás bien? —También estaba tosiendo. Aparté los rizos negros de su rostro—. Bueno, es evidente que no ha funcionado, a no ser que lo que querías fuera tostar un caramelo de malvavisco realmente gigante.

Lena esbozó una sonrisa de circunstancias.

—Te avisé de que las cosas podían torcerse.

—Eso se queda corto.

Alzamos la vista y contemplamos el ciprés en llamas. Cinco días y seguía la cuenta atrás.

Cuatro días y seguía la cuenta atrás. Las nubes se arremolinaban en el cielo y Lena estaba enferma en casa. El río Santee bajaba desbordado y los caminos que discurrían al norte del pueblo estaban inundados. En las noticias locales hablaban sin cesar del calentamiento global, pero yo sabía bien de qué iba la cosa. Lena y yo discutíamos sobre el libro mientras yo estaba en clase de matemáticas, lo cual no iba a ayudarme en nada con la nota del examen sorpresa.

Olvídate del libro, Ethan. Me tiene harta. No sirve de nada
.

No podemos echarlo en saco roto. Es tu única posibilidad. Ya oíste a tu tío, es el libro más poderoso del mundo de la magia
.

También es el libro que maldijo a toda mi familia
.

No te rindas. La respuesta tiene que estar en alguna de sus páginas
.

La estaba perdiendo, iba a dejar de escucharme de un momento a otro y yo iba a catear el tercer examen del semestre. Genial.

Por cierto, ¿puedes simplificar 7x-2(4x-6)?

Yo sabía que sí. Ella ya había dado trigonometría.

¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando?

Nada, pero voy a suspender este examen
.

Suspiró.

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