Hermosas criaturas (55 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
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La última vez que había estado allí el techo estaba casi completamente cubierto por palabras reveladoras de los pensamientos más íntimos de Lena, pero ahora hasta el último rincón de la estancia estaba cubierto por su inconfundible letra negra. En los bordes del techo podía leerse:
La soledad consiste en abrazar a quien amas sabiendo que podrías no volver a hacerlo nunca más
. Y en las paredes:
Incluso perdido en la oscuridad/ mí corazón te encontrará
. En la jamba de la puerta:
El alma muere a manos de su portador
. En los espejos: Sí
supiera de un lugar a donde huir / un escondite seguro, allí estaría hoy
. Incluso el tocador mostraba frases:
La más sombría luz del día me encuentra aquí, quienes esperan jamás dejan de observar
, y otra parecía decir:
¿Cómo escapar de uno mismo?
Podía leer la historia de Lena en esas palabras, la oía en la música.

Dieciséis lunas, dieciséis años,

la hora de la Luna de la Llamada se acerca

en estas páginas, la Oscuridad se aclara

y el Poder Vincula, lo que el fuego marca.

El punteo de la guitarra aminoró su intensidad y escuché una nueva estrofa, el final de la canción. Por fin algo tenía un final. Intenté quitarme de la cabeza los sueños sobre tierra y fuego y agua y viento mientras la oía.

Luna dieciséis, año dieciséis.

Al fin ha llegado el día que temías.

Llamar o ser Llamada,

derramando sangre y lágrimas,

Sol o Luna… ser adorada o destruida.

La guitarra dejó de sonar y los dos permanecimos en silencio.

—¿Qué crees tú…?

Lena me tapó la boca con la mano. No soportaba que se hablara del tema. Ella estaba más sensible que nunca. Soplaba una fría brisa que la azotaba al pasar, la envolvía, y luego salía como un huracán por la puerta abierta a mis espaldas. No sabía si sus mejillas estaban coloradas a causa del frío o del llanto, y tampoco lo pregunté. Caímos a plomo sobre su cama y nos acurrucamos hasta que resultó difícil determinar de quién era cada extremidad. No nos besamos, pero fue como si lo hiciéramos. Estábamos más cerca de lo que yo nunca había imaginado que podían estar dos personas.

Supongo que así era como se sentía uno cuando amaba a alguien, cuando lo amaba y le había perdido, incluso aunque todavía le estrechara entre los brazos.

Lena tiritaba. Notaba todas sus costillas y hasta el último de sus huesos y parecía que su cuerpo se movía por propia voluntad. Liberé el brazo que había pasado por debajo de su cuello y lo giré hasta poder agarrar el edredón a cuadros que estaba hecho un rebujo a los pies de la cama y tiré de él para taparnos. Se acurrucó contra mi pecho y cuando lo puse por encima de nuestras cabezas, nos quedamos a oscuras los dos en aquella minúscula gruta, los dos solos.

Nuestras respiraciones acabaron por calentar la cueva. Besé sus fríos labios. La corriente existente entre nosotros se intensificó y se acurrucó en busca del hueco de mi cuello.

¿Crees que podríamos quedarnos así para siempre, Ethan?

Podemos hacer lo que se nos antoje. Es tu cumpleaños.

Se puso en tensión.

No me lo recuerdes.

Pero te he traído un regalo.

Alzó la colcha lo justo para que por una rendija entrara la luz.

—¿Por qué? Te dije que no…

—¿Desde cuándo escucho algo de lo que me dices? Además, Link asegura que si una chica te dice que no le regales nada para su cumpleaños, eso significa «tráeme un regalo y asegúrate de que sea una joya».

—Eso no es aplicable a todas las chicas.

—Vale. Olvídalo.

Dejó caer el edredón y se acurrucó otra vez en mis brazos.

¿Es eso?

¿El qué?

Una joya.

Pero ¿no hemos quedado en que no querías ningún regalo?

Es sólo curiosidad.

Sonreí para mis adentros y retiré el edredón. Un chorro de aire frío nos cayó encima. Me apresuré a sacar una cajita del bolsillo de los vaqueros, y volví a subir la colcha. Sólo alcé un pico para que pudiera verla.

—Baja eso, hace un frío que pela.

Dejé caer el edredón y nos sumimos de nuevo en la oscuridad. La caja comenzó a refulgir con un brillo verde y eso me permitió ver los delicados dedos de Lena mientras retiraba la cinta plateada. El brillo cálido y radiante se extendió hasta iluminar tenuemente su rostro.

—Anda, este poder es nuevo.

Sonreí, alumbrado por la luz esmeralda.

—Lo sé. Me ocurre desde que me desperté esta mañana. Sucede cualquier cosa que pienso, así, sin más.

—No está mal.

Miró la cajita con melancolía, como si estuviera demorando todo lo posible el momento de abrirla. Caí en la cuenta entonces que probablemente ése era el único regalo que iba a recibir en el día de hoy, dejando a un lado la fiesta sorpresa. Iba a decírselo casi en el último minuto.

¿Fiesta sorpresa?

¡Huy!

Más valdrá que sea una broma.

Cuéntaselo a Ridley y a Link.

¿Ah, sí? Pues la sorpresa es que no va a haber fiesta.

Limítate a abrir la caja.

Me miró fijamente y después la abrió, y la luz fluyó a raudales, aun cuando eso no guardaba relación alguna con el regalo. Se le suavizó el semblante y supe que me había librado del problemón de hablarle de la fiesta gracias a esa relación especial que hay entre las chicas y las joyas. ¿Quién sabe? Link iba a tener razón después de todo.

Sostuvo en alto un collar centelleante y delicado con un anillo engarzado en la cadena. El anillo estaba trenzado, haciendo una espiral, con oro rosa, amarillo y blanco.

¡Ethan! Me encanta.

Lena me besó unas cien veces, pero yo empecé a hablar incluso mientras me besaba, pues sentía que debía decírselo antes de que se lo pusiera y pasara algo.

—Era de mi madre. Lo cogí de su viejo joyero.

—¿Estás seguro?

Asentí. No podía pretender que valía poco. Lena sabía lo que yo sentía por mi madre. Era algo valioso y me aliviaba saber que ambos contábamos con ello.

—No es nada raro ni tampoco un diamante o algo por el estilo, pero tiene un gran valor para mí. Creo que a ella le habría gustado que te lo diera porque, bueno, ya sabes…

¿… porque qué?

Eh.

—No querrás que te lo deletree, ¿verdad? —pregunté con voz rara y temblorosa.

—No quiero fastidiarte, pero la ortografía no es lo tuyo.

Me estaba escaqueando, y Lena lo sabía, y al final me obligaría a decirlo. Yo prefería nuestra comunicación sin palabras. Facilitaba un montón las conversaciones, las de verdad, a alguien como yo. Le aparté el pelo de la nuca y le abroché el cierre. Ahora estaba en su cuello, centelleando bajo la luz, justo por encima del colgante que nunca se quitaba.

—Porque eres especial para mí.

¿Cómo de especial?

Creo que llevas la respuesta colgada del cuello.

Llevo muchas cosas colgadas del cuello.

Le acaricié el collar de amuletos. Parecía una baratija, y en buena medida lo era, pero era la bisutería más importante del mundo: un penique achatado con un agujero que le había devuelto una de las máquinas en la zona de comida rápida del cine donde tuvimos nuestra primera cita; un trozo de hilo del suéter rojo que lucía cuando aparcamos en el depósito de agua, lo cual se había convertido en una broma entre los dos; el botón de plata que le había regalado para que le diera suerte durante la sesión del comité de disciplina y la estrellita con el clip que había sido de mi madre.

Entonces, ya deberías saber cuál es la respuesta.

Se acercó para besarme otra vez, y fue un beso de verdad, de esos que en realidad ni siquiera pueden llamarse así, de los que incluyen brazos y piernas y cuello y pelo, de ésos en los que el edredón se desliza por el suelo y, en este caso, los cristales de las ventanas se recomponían solos, la cómoda se enderezaba por su cuenta, las ropas volvían a los colgadores y el frío polar de la estancia desaparecía y acababa por ser cálido: un fuego chisporroteaba en el pequeño hogar de su dormitorio, pero eso no era nada comparado con el calor que me corría por el cuerpo. Se me aceleró el corazón y noté una descarga de electricidad más potente de lo que estaba acostumbrado a experimentar.

Me eché hacia atrás, sin resuello.

—¿Dónde está Ryan cuando se la necesita? Vamos a tener que averiguar qué podemos hacer con todo esto.

—No te preocupes, está abajo.

Me empujó y el fuego del hogar chisporroteó con más fuerza, amenazando con desbordar el tiro de la chimenea con el humo y las llamas.

Una joya, os lo digo yo. Menuda cosa. Eso, y amor.

Y puede que también el peligro.

—¡Ya vamos, tío Macon! —Lena se volvió hacia mí y suspiró—. Supongo que no podemos posponerlo más. Hemos de bajar y ver a mi familia.

Miró hacia la puerta y el pestillo se abrió solo. Hice una mueca mientras le acariciaba la espalda. Aquello se había acabado.

El día se había encapotado cuando el cuarto de Lena volvió a ser un lugar habitable. Yo había pensado que bajaríamos a escondidas para hacerle una visita a Cocina a la hora de comer, pero Lena se limitó a cerrar los ojos y un carrito entró por la puerta y se plantó en medio de la estancia. Supuse que incluso Cocina sentía lástima por ella en el día de hoy. Era eso o que Cocina podía resistirse a los recién obtenidos poderes de Lena tan poquito como yo mismo. Me comí mi peso en tortitas con chocolate bañadas en sirope y empapadas en batido también de chocolate. Lena se comió un sandwich y una manzana. Entonces, todo se desvaneció y volvimos a los besos.

Ésa podía ser la última vez que estuviéramos en su cuarto de aquel modo, y me dio la impresión de que ambos lo sabíamos. Era como si no pudiéramos hacer nada más. La situación era la que era, y si hoy era cuanto teníamos, al menos íbamos a aprovecharlo.

En realidad, estaba tan atemorizado como entusiasmado, y aunque ni siquiera era la hora de la cena, ya era el mejor y el peor día de mi vida.

Cogí a Lena de la mano y la conduje escaleras abajo. Su piel seguía siendo cálida, y supe que estaba de mejor humor. Los amuletos del collar centelleaban en torno a su cuello y las velas de la araña emitían destellos de plata y oro mientras pasábamos por debajo de ellas al bajar los peldaños.

No estaba acostumbrado a ver la mansión con un aire tan jovial y tan lleno de luz, lo cual dio la impresión por un segundo de ser un cumpleaños de verdad, donde los participantes eran felices y asistían al festejo con despreocupación. Durante un segundo.

Entonces vi a Macon y a la tía Del, ambos con velas en las manos. A sus espaldas, la mansión estaba cubierta por un velo de penumbra y sombras. Había otras figuras oscuras moviéndose tras ellos, y aún peor, Macon y Del iban ataviados con largas ropas negras, como acólitos de una extraña orden de sacerdotes druidas o sacerdotisas. La cosa era que aquello tenía poca pinta de fiesta de cumpleaños y daba tanto repelús como un funeral.

Feliz decimosexto cumpleaños. No me extraña que no quisieras salir de tu cuarto.

Ahora entiendes a qué me refería, ¿no?

Al llegar al último escalón, Lena se detuvo y se dio media vuelta para mirarme. Parecía fuera de lugar con sus vaqueros gastados y mi sudadera con capucha del Instituto Jackson, que le venía grande. Yo dudaba que Lena se hubiera vestido así ni una sola vez en toda su vida, pero tuve la sospecha de que pretendía conservar una parte de mí el mayor tiempo posible.

No tengas miedo. Sólo es el Vínculo para mantenerme a salvo hasta la salida de la luna. La Llamada no tendrá lugar hasta que la luna esté en lo alto.

No estoy asustado, L.

Lo sé. Hablaba para mí misma
.

Tras soltarse de mi mano dio un último paso y bajó al rellano de la escalera. Se transformó en cuanto su pie tocó el pulido suelo negro. Las holgadas ropas del Vínculo ocultaron las curvas de su cuerpo y el negro de su pelo se fundió con el de los atuendos hasta formar una sombra que le cubría de los pies a la cabeza, a excepción del rostro, pálido y luminiscente como la mismísima luna.

Se llevó la mano al cuello, cerca de donde aún colgaba el anillo de mi madre. Yo confiaba en que eso le ayudara a recordar que yo estaba allí con ella, igual que yo confiaba en que mi madre intentaba ayudarnos todo el tiempo.

¿Qué van a hacerte? Esto no será ninguno de esos ritos paganos con sexo, ¿verdad?

Lena rompió a reír a mandíbula batiente. La tía Del la miró de refilón, horrorizada. Reece se alisó la toga con la mano de forma remilgada y aires de superioridad mientras Ryan empezó a reírse tontamente.

—Compórtate —siseó Macon.

Larkin esbozó una sonrisa burlona. De algún modo, el tío se las apañaba para tener el mismo aspecto
cool
con el ropón negro que con la cazadora de cuero. Lena reprimió las risotadas entre los pliegues de su túnica.

Cuando se movieron las velas, logré distinguir los rostros más cercanos: Macon, Lena, Larkin, Reece, Ryan y Barclay. Había otros semblantes menos familiares, como Arelia, la madre de Macon, y otro arrugado y bronceado, pero incluso desde mi posición, bueno, desde donde pretendía quedarme, descubrí que se parecía lo bastante a su nieta como para adivinar su identidad al primer golpe de vista.

Lena y yo la vimos al mismo tiempo.

—¡Yaya!

—Feliz cumpleaños, corazón.

El círculo se rompió por unos breves instantes mientras Lena corría para echarse en brazos de la mujer de cabellos blancos.

—Pensé que no vendrías.

—¡Cómo no iba a venir! Quería darte una sorpresa. El vuelo desde Barbados es muy rápido. Llegué aquí en un abrir y cerrar de ojos.

Lo dice en un sentido literal, ¿a que sí? ¿Qué es? ¿Otra Viajera? ¿Un íncubo como Macon?

Es una pasajera habitual de United Airlines, Ethan.

Experimentó un breve momento de alivio, lo percibí a pesar de que yo me sentía cada vez más fuera de lugar. Vale que mi padre estuviera como un cencerro, que mi madre hubiera muerto, o algo por el estilo, y que me hubiera criado una mujer bastante familiarizada con el vudú. Podía asumir todo eso, pero ahí plantado yo solo, rodeado por
Casters
reales en activo, con sus cirios y sus ropajes, tenía la impresión de que para lidiar con eso necesitaba saber muchísimo más sobre ellos, más de lo que Amma me había contado, y debía enterarme antes de que empezaran con sus latinajos y sus conjuros.

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